AÑO III - NÚMERO 11  - ENERO DE 2017  - DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - EDITORA COLOMBIA: PATRICIA LARA - EDITOR MÉXICO: ABRAHAM MÉNDEZ

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Adriana Giraldo G.

LA LISTA DE LAS ALMAS PERDIDAS

SOMBRILLAS AL VUELO

Portada de Sebastián Romero Cuevas

 

El Viajero

 

La aparición de imágenes fantasmales, el contacto visual con gente que ya no está en el mundo de los vivos o el desarrollo de simples psicofonías, forma parte de la amplia gama de hechos paranormales  que ocurren prácticamente a diario.

Pero algunos relatos se han vuelto famosos entre ciertos grupos de gente por todo lo que encierran o por lo que existe alrededor de ellos, además de que se salen de lo “acostumbrado”, como aquella historia en la que un joven le presta su chaqueta a una dama luego de convivir en un baile, la mujer le da su dirección para que la vaya a buscar al día siguiente. Cuando el muchacho acude al domicilio señalado, se encuentra con la sorpresa de que aquella mujer había muerto meses atrás y para que corroborara los hechos, lo llevaron hasta la tumba en que estaba sepultada. Al llegar a la sepultura, todos se quedaron sorprendidos al ver sobre la tumba la chaqueta que gentilmente aquel muchacho le había prestado a la difunta.

Casos como este se han suscitado con mucha frecuencia, poniendo en evidencia que los difuntos salen a “visitar” los lugares a los que comúnmente acostumbraban ir, incluyendo centros de diversión, como salones de baile, bares o hasta cantinas. Hombres y mujeres deambulan por las calles, a cualquier hora del día… o de la noche, resistiéndose a aceptar que pertenecen a una dimensión diferente, a un mundo distinto: el mundo de los muertos. 

 

La noche estaba especial como para detenerse en mitad de la carretera y echarse de espaldas, boca arriba, para observar con detenimiento la bóveda celeste y sus millones y millones de estrellas, que parecían, muchas de ellas, lucecitas multicolores que con su titilar asemejaban destellos de relámpagos espaciales.

Habían salido de El Mante a las nueve de la noche y ya habían dejado atrás Ciudad del Maíz al filo de la media noche. Su destino era Guadalajara, a donde debían llegar a las seis de la mañana de aquel día que amenazaba con ser de mucho ajetreo, pues nada más llegando había que tomar un breve descanso para posteriormente salir a Tampico, de Tampico a Reynosa y de Reynosa a Guadalajara nuevamente. El ciclo era intenso: tres días casi sin bajar de aquella unidad de pasajeros en la que recorrían miles de kilómetros, tocando los distintos destinos que formaban parte del itinerario establecido por la empresa.

Afortunadamente eran dos los conductores, por lo que podían turnarse para al volante mientras uno de ellos descansaba, ya fuera en el compartimento especialmente habilitado en la unidad de transporte o bien en los asientos de que podían disponer, ya fuera para su descanso o bien para de vez en cuando hacerse acompañar de la esposa o alguno de los hijos o hasta de algún amigo que quisiese andar de trotamundos con ellos. Los asientos 1 y 2 estaban bloqueados, no se vendían, eran prácticamente “propiedad” de los choferes.

José Ramírez se había quedado en El Mante, donde vivía con su numerosa familia: esposa y 11 hijos, mientras Alberto se dirigía a Reynosa. Allá descansaría unas horas y volvería a carretera y al pasar de nueva cuenta por El Mante, su compañero se le agregaría y seguramente tomaría el volante para que él descansara un rato.

“Yo le doy hasta Ciudad del Maíz”, le había dicho Alberto Aceves a su compañero. “de ahí te lo llevas tú”.

Al llegar a esa población potosina, a la que muchos se refieren como la “ciudad de las dos mentiras”, pues se dice que ni es ciudad ni hay maíz, poco antes de las 12 de la noche, Alberto y José, luego de dejar la “guía” con la despachadora, se dirigieron a la modesta cafetería que a duras penas funcionaba, pero en donde preparaban deliciosos platillos. Unos simples huevos estrellados con salsa ranchera y tortillas recién hechas eran cocinados tal vez con recetas secretas, porque tenían un sabor exquisito. “La comida de rancho es la mejor”, le decía José a la encargada de la cafetería, quien se defendía respondiéndole: “pues vete a comer a tu rancho, porque aquí es ciudad”. Lo mejor de todo era que los choferes no pagaban un solo centavo por sus alimentos.

-Yo quiero nada más unos huevos tibios y café-, le dijo José a la mesera. –Pero también me traes una coca cola, el frasco de Nescafé y un vaso-.

-Ya te vas a drogar-, le dijo riendo Alberto. –Luego, cuando te quieras dormir, vas a andar todavía con los ojos pelones…, jajajajajaja…, A mí me traes unos huevos con jamón y leche tibia, porque ahorita nomás subiéndome al autobús, voy a dormir a pierna suelta…-

Luego de la cena, pasaron nuevamente con la despachadora, quien les informó que sólo habían subido tres personas y que las tres iban hasta Guadalajara. Firmaron el papeleo y se dispusieron a reanudar el viaje. Alberto abrió el camarote y dijo: -pues bueno mi hermano, yo voy a dormir un rato, ahí dale con cuidado, evita los baches para que yo pueda dormir a gusto y recuerda… no debes subir a nadie ya saliendo a carretera, no sabe uno lo que se puede encontrar-

José le sonrió y cerró el compartimiento. –No te preocupes-, le dijo antes de cerrar, -ya sabes que no acostumbro hacerlo-.

Subió a la unidad, que había permanecido todo el tiempo encendida, el equipajero subió también a dejarle las etiquetas de las maletas que se habían colocado en una de las cajuelas, firmó de recibido, le entregaron una copia y él le dio a aquel muchacho una moneda de un peso. En 1969, era como si le hubiese dado una moneda de 10 pesos actuales… o más, pues la entrada al cine en aquel tiempo costaba precisamente un peso.

Cerró la puerta y arrancó y antes de cruzar los límites de aquella población, se persignó. Absorto en la contemplación de la bóveda densamente tachonada de estrellas e incluso percibiendo hasta algunas áreas gaseosas del espacio,  José bajaba continuamente la vista para asegurarse de que estaba siguiendo la línea correctamente. Hacía buen rato que habían rebasado las 12 de la noche y ya estaban a más de 50 kilómetros de la población que acababan de dejar, cuando a la distancia que le permitían ver las luces altas alcanzó a distinguir que alguien le hacía señales a la orilla de la carretera.

-No debo pararme…, es peligroso-, pensó

Jamás supo explicarse a sí mismo o explicarles a los demás cómo fue que terminó aplicando los frenos, para detenerse justo en el lugar en que estaba aquel hombre. Su vestimenta y porte no coincidían con la que se estilaba por aquellos lugares. Camisa blanca, pantalón oscuro, cinto de piel, zapatos negros bien lustrados, cabello y bigote bien cortados, bien rasurado. A José le pareció que el tipo había subido a la unidad con demasiada facilidad, como si hubiera estado flotando. Se plantó frente a él y le dijo:

-Voy aquí adelante nada más, son unos 50 kilómetros, al entronque de El Huizache, pero unos cien metros más adelantito. Cuando me baje te pago-

El chofer no atinó a responder nada, sólo asintió con la cabeza y ahogó un “sí, está bien”, en la garganta. Se pasó hacia los asientos y cuando José quiso ver por el espejo retrovisor interno dónde se iba a sentar, ya no vio nada. –Ha de haber encontrado lugar aquí en los primeros asientos-, pensó.

Al llegar el entronque de El Huizache, José bajó la velocidad y tal y como le había pedido el tipo, cien metros adelante detuvo su marcha.

-Ey, ese que baja en El Huizache, ya llegamos-, dijo no muy fuerte, para no despertar a los cerca de 15 pasajeros que se encontraban a bordo. Nadie respondió.

Encendió las luces interiores de la unidad y antes de levantarse, abrió la puerta, pero no dirigió su mirada hacia afuera, sino hacia el interior, tratando de ubicar al pasajero al que acababa de levantar unos minutos antes.

Se levantó y fue asiento por asiento, haciendo el menor ruido posible y mientras hacía esto, pensaba:

-este tipo se ha de haber quedado bien dormido y ahora para despertarlo, más de cuatro pasajeros se van a despertar también-

De la mitad hasta atrás, el autobús estaba completamente vacío. Atrás de los últimos asientos había una especie de compartimiento extra que también era utilizado por los operadores para dormir o para guardar todo lo que compraban en sus viajes y que llevaban a sus familias.

-Nomás eso me faltaba, que se metiera a dormir acá atrás-, pensó, al tiempo que jalaba hacia un lado la cortina que cubría ese espacio. Nada. Era como si aquel hombre se hubiese evaporado.

José regresó sobre su paso completamente molesto y luego se sentó al volante. Unos segundos para meditar. Apagó las luces internas y cuando se disponía a jalar la palanca para cerrar la puerta, vio algo que lo dejó helado: a bordo de carretera, exactamente donde se había detenido, había tres cruces alineadas, pero una de ellas, la más grande, destacaba no sólo por su tamaño, sino porque en la base habían dejado una especie de nicho en el que se encontraba una enorme fotografía. Un intenso escalofrío se apoderó de él al ver, gracias a las luces de los escalones, que el rostro que estaba observando era precisamente el del tipo que le había pedido que lo llevara hasta ahí.

Cerró violentamente la puerta y arrancó a gran velocidad y no paró hasta llegar a San Luis Potosí. La llegada estaba programada para las tres de la mañana, pero él llegó a las 2:30, media hora antes.

-¿Te venías cagando o qué?-, le preguntó el boletero en el mostrador de la empresa en la central de autobuses potosina.

-Sí…, pero de miedo-, respondió el chofer…

-¡A chingá, ¿y por qué?-

Cuando le empezó a platicar la experiencia que había tenido, llegó hasta el mostrador su compañero, Alberto Aceves, quien escuchó atentamente aquel relato.

-Te dije que no levantaras a nadie, te lo advertí-, le dijo, para luego echarse a reír a carcajadas.

Aquello molestó a José, a quien pocas veces se le escuchaba alguna palabra mal sonante: -No te rías pendejo, que por poco y me infarto ahí-.

-Por eso, te lo repito, por eso te advertí que no te detuvieras. Ya les ha sucedido a varios y a ese tipo ya hasta lo bautizaron como “El Viajero”. No se sube en el mismo lugar, pero sí pide que se detengan ahí precisamente en donde dices que te paraste-.

-Pues vaya “Viajero” que me tocó…, antes no me fui de viaje con él-, dijo, todavía sacudido de la impresión, al haber subido a su autobús a un “Viajero Fantasma”.

ANTONIO SÁNCHEZ RAMÍREZ -México-

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Originario de El Mante, Tamaulipas, México, Antonio Sánchez Ramírez es periodista, egresado de la UANL, donde cursó la Maestría en Ciencias de la Comunicación. Tiene 36 años de ejercicio periodístico. Ha incursionado en prensa oficial y en medios impresos. Colaboró en Tribuna de Monterrey y en Regiodeporte, escribiendo de futbol. Fue Director Editorial del Semanario El San Pedro de 1991 a 2012. Actualmente colabora en el periódico The News Paper. Es catedrático de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UANL desde 1991 y es promotor cultural, teniendo bajo su coordinación los ciclos literarios Pre-Textos: Claves y Letras, que se lleva a cabo los viernes por la noche en el Café Nuevo Brasil y Las Plumas del Gallo, que se realiza los martes por la noche en el Mesón del Gallo.

En 1985 publica en Tribuna de Monterrey textos como “Radiografía Urbana” y “Adiós a un torero”. Continúa escribiendo esporádicamente textos poéticos y a finales de los 80’s el maestro Alfredo Gracia Vicente escribe una presentación para un poemario y “bautiza” a Antonio como “poeta sin remedio”; la ansiada publicación no se concreta. Años después se suma a los ciclos “Escritores en su tinta”, coordinados por el maestro Eligio Coronado y da a conocer su obra reciente. Entre sus autores favoritos se encuentran Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Grahamm Green, Antonio Machado y Rafael Alberti. Está preparando una serie de cuentos en torno a situaciones paranormales y colabora en la Revista Oficio desde el año 2013. En 2015, junto con Delfos Moyano y Nohé Portes, publica su primer libro: Tres locos y un café.