NÚMERO 12
ABRIL DE 2017
EN ESTE NÚMERO:
AÑO III - NÚMERO 11 - ABRIL DE 2017 - DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - EDITORA COLOMBIA: PATRICIA LARA - EDITOR MÉXICO: ABRAHAM MÉNDEZ - REDACTOR: CARLOS AYALA
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La irresistible magia de las letras
PÁGINA 8
EDGAR LOREDO -MÉXICO-
Edgar Loredo (Ciudad de México, 1988), soy el autor del poemario Cardinal (2015). Cuentista en ciernes. Realicé estudios en la licenciatura de Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM, FES Acatlán, sin concluirlos. Devoto de Juan Rulfo y Vicente Huidobro, quienes me impulsaron a la creación literaria. Corrector de estilo ocasional en algunas editoriales mexicanas.
Redes sociales: https://twitter.com/edgarloredo88;
CÁNTAROS
Pasea la nieve
con imperial abrigo
por los abetos.
Las gotas rompen
su candidez redonda
tras caer al río.
Vigía del Valle,
el coloso de piedra
que al fuego ciñe.
Misión del árbol:
al ave aventurera
proveer de un nido.
Canto del arroyo,
notas de sal y plata
que fluyen libres.
El clarín rojo
al sembrador saluda
desde el tejado.
En el durazno
reside una caricia
de terciopelo.
Sobre la arena
cada huella del hombre
no tiene fin.
Arcos azules
saludan a palomas
de ágiles vuelos.
El tacto frágil
de las doradas hojas
vuela y envejece.
Espinas cubren
del maguey el corazón,
su dulce néctar.
VELETA
Palidece al tocar el viento
su cresta (que se vuelve espuma);
ala de clarín,
como silbato de la cornisa.
El hierro carga liviano su flecha,
persiguiendo la dirección del gallo.
Roza el perfil del sur,
su dedo (blanco de tan frío),
que al filo de las sombras ondea
como un pañuelo antes del adiós,
cuyo vaivén recibe a quien refugio busca,
a quien trata de guarecerse
de los rayos sin estruendo,
del granizo sórdido que desciende como puños.
Un solitario paraguas saluda,
hace caravanas al firmamento
y al cerrar su mano queda prendido a mi cabeza,
como el sombrero que se prolonga
sobre los «buenos días» del viajero,
como la duda que deja su gancho colgar
del perchero de cualquier anfitrión.
Tras derrumbarse las nubes
sobre el cálido verano,
una interrogante queda a la deriva,
sin alguien que guíe su vanidad.
Entonces me ausento de un salto
y abandono el ligero umbral
como un suspiro que retorna sin fatiga,
¡tan parecido al nardo!,
libre al fin de la espiral.
REHILETES
I
El niño amarilla copla
en rápidas aspas riza;
al compás de su sonrisa
las rimas feliz acopla;
el aire sutil que sopla,
como celofán risueño,
en su lila y audaz empeño
las cuatro diáfanas puntas
ha de rotar siempre juntas
para hilar un dulce sueño.
II
Verde aletea la canción
en un ámbito de rejas;
del gris presidio se aleja,
insuflando el corazón
y en el pecho su pasión
con un plumaje agorero
rompe su timbre señero
y aun en el vendaval emite
nota de amor que remite
su vocación de jilguero.
III
El bordado nos refleja
los intrépidos festones
de cónclaves algodones;
suave y tornasol madeja
que los cojines despeja
como altos, suaves tejidos,
a la rueca bien asidos
por la benévola aguja
que los une y los estruja
hasta dejarlos dormidos.
IV
El manubrio del molino,
con su páramo cuadrante,
se dirige hacia delante
con garbo jovial y fino,
deshecho en hebras de lino
de pausado movimiento
que atraviesan con sus tientos
las aristas de prosaicos
y rutilantes mosaicos
que a la brisa dan sustento.
V
Del rombo su geometría,
similar a la modesta
mariposa, al cielo resta
un tajo de algarabía,
cuyo torbellino habría
de transformar su silueta
en anhelante pirueta,
ágil y púrpura guiño,
que se mece con aliño
en rondas de luz inquieta.
PARÉNTESIS
Cuando la ventana anticipa al cielo,
de suerte que de un salto al amanecer pinta,
se forma un marco amarillo,
que lustra los días, suaves y puros,
sin resabios que alrededor empañen,
y cuelgan como aretes,
infinitos y aun cuadrados,
listos para correr por sus esquinas
como un juguete que repasa su origen,
su dorada época.
Habrá de colmarse el espacio de lo que tú imagines:
del azul regalo del acróbata,
del trapecio que abarca los asombros,
del cuerpo al batirse entre dos límites
o de la caída de mi aliento sobre la pista.
Habrá de agotarse luego el espacio;
las salidas al fin podrán retirarse,
se alejarán los contornos en vuelo oscuro,
para dejar sólo un páramo de voces,
cuyo llamado nos aturdirá como campana sórdida,
rota y lúgubre (sin pausa),
que dará vueltas sobre su necia punta
hasta borrar al hombre del próximo designio.
Luego será el caos el sillón mullido donde aguardes.
Así que deja la asfixia por un momento
y ensancha los brazos hasta abarcar la vida,
porque se aproxima la tormenta de espadas rutilantes,
y han de brotar, enmarañados, tus jardines
para robar las encías de la tierra.
Habrás entonces de colmarte
de un musgo más pesado que cualquier lápida,
mortaja húmeda, a ras del mundo.