NÚMERO 13

MAYO DE 2017

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AÑO III - NÚMERO 13 - MAYO DE 2017 - DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - EDITOR MÉXICO: CARLOS AYALA

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PÁGINA 14

DIEGO VALBUENA  -COLOMBIA-

 

Magíster en Comunicación-Educación (Universidad Distrital Francisco José de Caldas - Bogotá). Ganador del XXXVIII Concurso Nacional Metropolitano de Cuento (Barranquilla, Colombia). Ganador del Premio Distrital de Cuento Ciudad de Bogotá (2014). Ganador concurso Ciudad Narrada 2013 (Universidad Distrital).

Director Tallerista IDARTES – Gerencia de Literatura. 2013-2016. Docente Tallerista Núcleos de Formación Artística – Engativá. Área de Literatura. Enero 2015 – Mayo 2016. Director del semillero de investigación “Filosofía y cultura pop” del grupo De Interpretatione, Filosofía y Ciencia de la Interpretación, Pontificia Universidad Javeriana. Enero – Diciembre 2015. Director del colectivo No Escritores. Enero 2011 – actualmente.

 

EXPRESS

 

Quiero ser el vocero de esta generación. Así se lo dije al Doctor mientras que veíamos la final del Master de Paris donde, extrañamente, no estuvo ninguno de los cuatro primeros jugadores preclasificados. Aquella idea me surgió un día que estaba escribiendo una de las entradas de mi blog sobre los recuerdos que permanecen gracias a las fotografías. Antes de llegar a la última línea pensé que todas esas palabras podrían estar hablando por un gran número de humanos que viven y sufren de manera similar a mí. Y que, muy seguramente, tienen mi misma edad y definitivamente no tienen una vida como la que llevo. Seguramente son casados o ya separados, con varios hijos; madres y padres cabeza de familia, y alguno que otro con una vida que se pueda llamar satisfactoria. También descubrí que no me metía con cuestiones personales, cosas religiosas y una que otra postura política pero nada que se vuelva recurrente. Y ¿qué le quiere decir a su generación?, me pregunta el Doctor mientras cambia de canal y se detiene en El precio es correcto. ¿Recuerda a doña Gloria, Maestro?, continúa el Doctor como perdido en un recuerdo que seguramente no tiene por medios directos sino recuperado gracias a YouTube. Yo la vi presentando ese programa por muchos años y en ese entonces hacía bailar a los concursantes mientras que ellos debían ponerle el precio a lavadoras y licuadoras, le afirmo con distancia al Doctor. Parece ser que no había más electrodomésticos que valieran la pena para entonces. Doña Gloria fue la vocera de su generación porque hizo de todo, inquiere el Doctor. Hablaba de medio ambiente, de arte y cultura, no se sonrojaba con la política y se metía en la cocina y amasaba sin ninguna vergüenza. Ella dominaba con su encanto los medios de su momento. Radio y televisión. Control total. ¿Cuál es su punto, Doctor? Piense en Federer, prosigue el Doctor sin prestarme mayor atención. Roger, el emperador del tenis actual, ha dominado en las canchas por, al menos, diez años. Rompió todos los records y los que le faltan están ahí a la mano para ser batidos. La final del Masters de París tiene un vacío, no físico, sino mental. Todos los asistentes, usted, yo, desde este cuarto lo sentimos. No está el gran Roger. Y nos preguntamos, ¿dónde está? Cuando no está jugando en una cancha dura o en césped, ¿qué hace? ¿Estará haciendo más hijos con su esposa? ¿Le enseña a las gemelas a pegar al revés a una mano? ¿Está en la sala de su casa viendo este mismo partido o tal vez ve con nosotros El precio es correcto? Todo esto nos lo preguntamos porque Roger es el vocero de una generación. A nosotros nos ha afectado y eso que apenas tenemos idea de este juego. Imagínese lo que le ha hecho a Nadal, al indigente Murray, a su extrañamente querido Tipsarevic, al detestable de Nole, y a todos los que ha derrotado una y otra y otra vez hasta la saciedad. Maestro, ¡eso es un vocero de una generación! Termino de tomarme el jugo de feijoa en leche que hace el Doctor y que es una delicia culinaria entre las muchas que tiene, y le pido el iMac para revisar mi correo. Es decir, Doctor, que si no tengo el aval mediático de Doña Gloria o de Roger, definitivamente no puedo representar a un grupo social. Si es así, llevamos mucho tiempo, al menos en nuestro muy pobre contexto, donde nadie, y seré enfático, absolutamente nadie ha sido vocero por nosotros en bastante tiempo. Ya nadie sabe quién es Pacheco, ya nadie recuerda a Tuerquita y Bebé, los payasos de Animalandia. Lo sé, Doctor, no sabe de qué le hablo. Nadie imagina a Hernán Orjuela presentando los videos de moda. A nadie le cabe en la cabeza que Jota Mario pudiera presentar un programa donde el premio final era tener una cita con alguien. Esa gente no es vocera ni de sí misma. Pacheco sí, asevera ofuscado el Doctor. Bueno, es cierto, ese hombre es una institución. Pero, ¿los demás? Y ni qué hablar en otros campos como el arte o la literatura para no empezar a escupir agrio al pensar en la política enferma de este país. ¿Peco de ingenuo al tener este tipo de ideas, al querer representar a una generación? Maestro, usted no quiere representar a nadie, se lo digo como abogado. Gracias a Alejandra Azcárate puedo recibir un cheque jugoso por cada una de sus presentaciones pero si de mí dependiera yo la hundía para que desapareciera de la televisión y, de ser posible, del país. Yo jamás representaría a esos actores y actrices por los que recibo el dinero que gano. Jamás. Y usted, Maestro, bien podría terminar representando a más de uno de ese grupo. ¿Está seguro de lo que quiere? Pues usted me ha hecho dudar, le digo al Doctor, aun así hay algo que me dice que debería intentarlo. Lo que le dice, Maestro, es que hay gente que habla de lo que usted escribe, a veces le dejan comentarios, a veces le preguntan si eso que escribe es su vida o no. Usted se ilusiona con esas palabras, Maestro. Y si yo estuviera en su lugar, me pasaría lo mismo, usted sabe que me gusta la adulación, pero no por eso me voy a lanzar de cabeza a hablar por otros. Maestro, no se le olvide, usted habla por usted y por nadie más. Eso es lo que hacemos cuando escribimos. Lo que pase en quienes nos leen ya no depende de nosotros. Usted me lo dijo una vez citando a uno de sus profesores. “De lo que existe, existen dos cosas: las que dependen de mí y las que no”, repito como programado para ello. Vea Maestro, si por alguna desgracia usted termina representando a una generación o a la humanidad entra, que eso pase a pesar suyo. No lo desee, no lo busque. Deje que las cosas vayan tomando su rumbo, usted de lo único que se tiene que preocupar es de escribir. En la última jugada del partido, Ferrer llora de emoción por su primer Master 1000 y el derrotado, un novato revelación, llora y me siento reflejado en esas lágrimas. Soy un novato que llora por algo que no debería generarme mayor emoción. Todo ha sido fortuito, un poco de talento pero mucho de suerte para que hubiera llegado a la final. Todo es ganancia. Nadie debería llorar por eso. Usted es más como Ferrer, Doctor, yo soy más como Janowitz. No, Maestro, yo soy como Federer, un tipo que lo quiere ganar todo y usted es un Nadal que está dispuesto a hacer lo suyo hasta romperse las rodillas y quedar lesionado por más de seis meses. El Doctor comienza a canalear frenéticamente hasta pasar por todos sin encontrar algún programa que le llame la atención. Ya es hora. Tomo mi maleta y el Doctor apenas se lleva el librito de Palahniuk que está terminando. Es nuestra primera sesión del taller de Megaficción y Poesía Express. Algunos confirmaron pero lo que tenemos es, ante todo, incertidumbre. Nos ha sorprendido que personas que no saben quiénes somos o qué hacemos quieran estar en un taller realizado por nosotros. Y más sospechoso porque uno de los que se inscribió tiene 62 años y, por su descripción de perfil, es adinerado. ¿Qué quiere de nosotros?, le pregunto retóricamente al Doctor. Nosotros sí sabemos lo que queremos de él, Maestro. Camine que se nos hace tarde.