NÚMERO 14

JULIO DE 2017

EN ESTE NÚMERO:

AÑO III - NÚMERO 14 - JULIO DE 2017 - DIRECTOR FUNDADOR COLOMBIA: MARIO BERMÚDEZ -  EDITORES MÉXICO: ABRAHAM MÉNDEZ-  CARLOS AYALA

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LA IRRESISTIBLE MAGIA DE LAS LETRAS

La irresistible magia de las letras

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PÁGINA 15

DENIEL MENDOZA  -MÉXICO-

 

Daniel Mendoza, nace un día cualquiera de marzo del año mil novecientos algo y todavía se está muriendo. Escritor, escultor de closet, pintor, fotógrafo de rameras y actor de teatros baratos. Ha colaborado como director de los departamentos de arte en un par de editoriales sin nombre. Entre sus obras se encuentran los poemarios: La solitaria consecuencia de tu perfume, Necrocomio, Las incursiones bárbaras y el, hasta ahora inédito: Lamiendo navajas; así como un par de novelas inconclusas y una antología de cuentos jamás intitulada. Le da por quemar la mayor parte de sus textos, por lo que su obra es ampliamente reconocida y valorada sólo por un puñado de extraños a los que llama amigos y enemigos de ocasión. No hay nada más que decir sobre él, hasta el día siguiente a aquel en que al fin termine de morir.

 

Daniel, mi querido y sabio Daniel:

He pasado mis tijeras por tus textos,

con saña y con amor, para asegurarme

que quienes te lean, sepan apreciarte

del mismo modo que yo lo hice.

Edición a cargo de Alejandra Zetta, La Mujer Lagarto.

 

 

LAMIENDO NAVAJAS

 

I

Yo nunca conocí el nombre

del hijo que me pediste

las noches que como aquella

se mueren por morirse;

me bastaba sembrarte

en los pezones flores

y tenderme a esperar

al antihistamínico estornudo del sol

lamiendo navajas.

II

Yo nunca hablé las señas

de los osarios en quiebra

bajo tu almohada, ni en la serenidad

de las piernas que te trajeron a darte

a mis molinos y hambres

deduje sin espiar la codicia

lactífera por hacerte de ti madre;

y no obstante fui fértil y fui ausente

eligiendo quedarme bajo la higuera

a lamer navajas.

III

Yo nunca fui y aún soy

salitre de prendas dejadas

por volver pronto a la mesa,

un grano de estrés en el cielo de tu espinazo

el deseo de mis propias manos

bañándose en tus cabellos,

y sólo mis manos

para sostener los espectros

que de capricho en capricho te hacías parir.

En tanto, escaleras abajo

el sol embalsamaba los meses

y el asco que nos teníamos

pasaba las noches mirando el rincón

y lamiendo navajas.

IV

Yo nunca me parecí a nadie

de los que arriba aportaron

tara alguna a mi adeene

ni a los que sucediéndome

debieron tener mi cabello.

Olvidé en el cajón la ebriedad de mi padre,

perdí en el mercado

la acaparadora obsesión de mi madre

y mi propio sitio en esta cadena de errores

con el hijo nonato que te llevaste a la tumba.

Por ello y porque no tiene sentido

tratar de multiplicarme con tu adúltero esqueleto

alfombro mis suelos con cuadros

y más cuadros de planco papel tieso

e intercalo mi onanismo diferido

con imprecatorias sesiones de galvánica gastronomía

lamiendo navajas.

V

Yo nunca pacté con la muerte

la muerte de todas tus muertes

ni en el ojo

que siempre había que volver a meterle

hallé lágrima alguna

que pudiese de tu sal salarse.

No me tragué el correr de esa agua

en tu rostro de todas las aguas

por verme llamado pocohombre

mientras de aburrimiento agonizaba nuestro colchón

y desenfundando tú solías amagarme

con el desahucio de una matriz hiperplásica.

En cambio, sí que acordé,

y ello pudiste leerlo en los periódicos del martes,

entregar a sus encías desdentadas

la nudosa severidad de siete de mis treinta erecciones diarias

mientras yo y las tristes venas nos consagrábamos

a lamer navajas.

VI

Yo nunca, es mentira,

di fe de tu cadáver.

Ni con él por las noches,

que como ésta se mueren por morirse,

recorrí vías lácteas y tejados

sacudiéndole de las clavículas los gusanos

o gestándole bajo la falda

una revolución de arácnidos dedos.

Me conformé, es mentira,

con arrastrarte hasta la esquina de algún sueño

y meterme entre los dientes tu cepillada calavera.

Y… ¡Ay!, pobres de los besos

cortados a ráfagas de lengua

¿bajo qué sombras,

bajo qué estrellas se apuñalarán ahora las bocas?

¿Bajo qué losa, entre qué piernas

te secarás ahora la risa si me sostengo

el pene con mis dos manos

y nos llamo, nos llamo

a lamer navajas?

VII

Yo nunca por ser alguien

como los eunucoides figurines de tus revistas

dejé a Dios ensalivarse el glande

ni compré vitaminas ni aprendí a tocar el piano

ni me hice enderezar los dientes

ni todo. Y aún al revés:

Continué encorvándome en la silla

y llorando de cosquillas al terminar de follarte.

Yo nunca mentí al tragarme

la mugre que el trabajo te archivaba

entre los dedos de los pies

ni anhelé cambiar tu vocación de avispa

por la histriónica, ebria, dejadez

de las golfas tristes a quienes me entregaba

y antes de ser tuyo.

Yo nunca encontré hipocampos ni financiamientos

en mi boca las noches que por la muerte de tu noche

pasé y lamiendo navajas.

VIII

Yo nunca olvidé vestirme de ti

al recorrer los pasillos de mi soledad gratuita.

Arrugué mi frente con tu rostro de las cuentas

y le compré a mi voz un clarinete

para sonar como tú tras las cortinas de la ducha.

Me hice a la idea de soñar sólo conmigo

cuando no era yo

y también lloré por todos los perros de la calle.

E ignoré que existieron guerras más cruentas

que el milimétrico delineado de mis cejas;

estuve las horas contándole las costuras

a un par de sandalias, sólo por determinar

si hacían juego sus blancos con el humor

que habría de calzarme el próximo sábado.

Y vestido de ti, y así como tú,

también me llevé a Eduardo al baño de un cine

y le permití eyacularme el ombligo.

Usé sólo acondicionadores de jalea real y otras mierdas

un día sí y el otro también,

pues no atendí a las instrucciones.

Dejé de comer ossobuco por tu piedad a las terneras

y rehusé el pan para no engordarte

y perdí tres kilos criticando

a todas las mujeres que me miraron

mientras no fui tú.

Y hubo un día incluso

en que dejé de lamer navajas

y metiéndome el badajo entre las piernas

y apretando fuertemente, muy fuertemente,

me puse a gritarle a mi retrato;

y terminé tan mojado, tan húmedo

de autoritarismos maternales

que el resto del tiempo lo pasé

firmándolo todo con tu nombre

y aquella manía tuya de clavarte el meñique entre los labios.

Hasta que llegando julio coloqué en su sitio el badajo

y me volví a mi cuna

para seguir lamiendo navajas

y tallar tres abortos y uno en marcha

sobre el muro que daba a la ventana.