NÚMERO 14

JULIO DE 2017

EN ESTE NÚMERO:

AÑO III - NÚMERO 14 - JULIO DE 2017 - DIRECTOR FUNDADOR COLOMBIA: MARIO BERMÚDEZ -  EDITORES MÉXICO: ABRAHAM MÉNDEZ-  CARLOS AYALA

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LA IRRESISTIBLE MAGIA DE LAS LETRAS

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JOSÉ LUIS RUBIO ZARZUELA  -ESPAÑA-

 

Nací cerca del mar, en el Barrio de la Viña, y a espaldas del manicomio, en el Cádiz de mediados del siglo XX. De ahí resultó un maestro indocente y un poeta indignado que se rebela contra el tiempo impuesto y las injusticias justas, que dejan morirse a la mitad de la población del mundo.

 

He publicado diez poemarios, en solitario, tres escritos en mi adolescencia cuando aún gobernaba la dictadura, he colaborado en diez antologías y escrito en revistas nacionales e internacionales, tanto en papel como digitales.

 

Hablo en la radio de flamenco, la música más apasionante del planeta y soy guardián de las raíces de Conil, en un pequeño museo, donde ya no cabe ni un alfiler. Además soy tan osado que hasta me he atrevido a dirigir una revista de poesía que últimamente está presa en la crisis y solo está en la red.

 

Sigo viviendo junto al mar, al que siempre me gusta consultar mis cuitas, en Conil, al tiempo que trato de domar al tiempo y hacerlo más llevadero.

 

LA CAJA DE CRISTAL

 

Sintió un fuerte dolor en el pecho. Quiso levantarse de la cama pero el dolor se lo impidió. Respiró profundamente un par de veces. El dolor siguió aunque menos fuerte. Volvió a respirar y a mover los brazos. Intentó levantarse. Con dificultad logró ponerse de pie. Le temblaban las piernas. Dio unos pasos. El dolor ahora había aumentado. Le costaba respirar. Se sintió mareado. Veía los objetos borrosos. Se apoyó en la peinadora. Apenas se vio en el espejo y lo que vio no le gustó. Ése no era él. Ahora también le dolía la cabeza. Todo se oscurecía. El corazón latía lentamente. Se le doblaron las piernas. Cayó al suelo. La oscuridad fue total.

 

Despertó dentro de una caja dorada de cristal. Un alfiler lo sujetaba al fondo. No podía moverse. A su alrededor ojos curiosos lo observaban. El dolor del pecho y la cabeza había desaparecido. Veía todo claramente pero no podía moverse. Se vio reflejado en unas gafas de sol y pensó que estaba soñando. Que todo era un mal sueño. Cerró los ojos con fuerza para alejar la imagen. Pasados unos segundos los abrió de nuevo y nada había cambiado: seguía sujeto por el alfiler en la caja de cristal. No era un sueño, era la cruda realidad. A partir de ahora estaba condenado a vivir dentro de aquella caja y a ser objeto de observación.

 

 

 

CAÍDA

 

Tiró el sombrero al agua. Estaba harto de llevarlo puesto. Quería mostrar su pelo rojo. Además hacía unos días que habían bajado el calor. El otoño empezaba con una temperatura muy agradable. En la otra orilla dos hombres pescaban. Los conocía porque habitualmente pescaban allí. Al verlo lo saludaron. Unos pajarillos se acercaron a beber. Acompañado por un trinar melodioso se alejó hacía el camino que llevaba al refugio. Tres personas bebían y comían sentados en una de las mesas de madera. Le saludaron e invitaron a compartir su comida. No aceptó. No era bebedor de vino y aún no tenía apetito. Dejó atrás el refugio y subió hacia los saltos de agua. Caminaba despacio recreándose en la contemplación del paisaje. Le hablaban los árboles. Le hablaban los pájaros. Le hablaba el agua. Le hablaban los pececillos. Todo le hablaba. Así, empapado de Naturaleza, llegó al primer salto. Quiso tocar el agua con las manos y sentirla en la cara. Se acercó tanto al borde que resbaló y cayó. Magullado, golpeado, empapado, acabó en el río junto a su sombrero.

 

 

 

EL ASESINO DEL CIANURO

 

Cortó el pan con la navaja y lo repartió entre los cinco mendigos. Después abrió la fiambrera y le dio un filete empanado a cada uno. Por último les entregó una naranja. Se despidió y prometió volver al día siguiente con más comida.

 

Una vez a solas los mendigos devoraron los alimentos. Hacía tiempo que no comían tan bien. Acabadas las viandas se marcharon a sus alojamientos callejeros.

 

Por la mañana la policía encontró tres mendigos muertos bajo unos cartones. No consiguieron identificarlos porque no llevaban documentación. Otros dos, en muy mal

 

estado, fueron hospitalizados y fallecieron a las tres horas. La autopsia reveló que los cinco murieron por ingerir una alta dosis de cianuro.

 

La policía inició una investigación. Había un par de horas en blanco en la vida de los mendigos. Nadie los había visto. Al parecer estuvieron juntos en algún lugar y allí debieron suministrarle el cianuro. Si encontraban el lugar tal vez encontrarían al asesino.

 

Cortó el pan con la navaja y lo repartió entre las cuatro mendigas. Después abrió la fiambrera y les dio un trozo de tortilla a cada una. Por último les entregó un plátano. Se despidió y prometió volver al día siguiente con más comida.

 

Por la mañana la policía encontró cuatro cadáveres que tras realizarles las pruebas se comprobó que habían sido envenenados con cianuro. El asesino no dejó ninguna huella.

 

Nueve asesinatos de sin techos en un mes preocupó a las autoridades de la ciudad que aunque no les gustaba tener gente viviendo en las calles menos les gustaba que fueran asesinadas porque eso creaba pánico en la población. Había que capturar al asesino del cianuro.

 

Dos semanas después en un albergue de transeúntes dos hombres fueron encontrados muertos. El asesino del cianuro había actuado de nuevo. La policía continuaba sin tener pistas. Además era imposible proteger a todos los sin techos y transeúntes de la ciudad eso si el asesino no incluía en su lista a otros colectivos.

 

El equipo de hockey había ascendido a primera división. El camarero partió la tarta y la repartió entre los jugadores que brindaron con vino de la tierra…

 

 

 

DOLOR EN EL BRAZO

 

Me desperté con un fuerte dolor en el brazo. No estaba en mi casa. Me quité la camisa. Encima del codo tenía un enorme moratón. No recordabas a verme dado ningún golpe. Tampoco recordaba como llegué a esta casa. Bajé a la planta baja buscando a los dueños pero la cocina estaba desierta. Sobre la mesa una taza de café caliente, unas tostadas, mantequilla y mermelada. Sentí un pinchazo en el muslo. Allí también había una zona amoratada. No recordaba nada. ¿Quién preparó el desayuno? ¿Por qué se escondía? Como tenía apetito devoré las tostadas y me bebí el café. Unos minutos después los ojos se me cerraron.

 

Desperté en la oscuridad más absoluta. Estaba tendido en un duro lecho. ¿Qué hacía aquí? ¿Quién me trajo a este lugar? ¿Por qué? ¿Por qué? No había visto a nadie, ni oído nada. Me incorporé y a tientas busqué un mueble, una puerta. Solo toqué el vacío y cuatro paredes totalmente lisas. Si había puerta, que la había, formaba un todo con la pared. Ignoraba cuanto tiempo pasó desde el desayuno. Volvía a tener hambre.

 

De repente escuché un cli, cla. Se encendió una luz y a mi espalda se abrió una puerta. Vi que en la habitación solo había el lecho, que no era otra cosa que un rectángulo pétreo. Atravesé la puerta. A unos pasos hallé la cocina. Encima de la mesa dos bandejas cubiertas con un plástico transparente. En la primera una lubina al horno con guarnición de patatas, tomates y cebollas. En la segunda una chuleta en salsa con

 

champiñones. Entre las dos los cubiertos, un pan, un vaso, una botella de agua y una servilleta. Como tenía hambre me lo comí todo. Unos minutos después los ojos se me cerraron.

 

Cuando desperté la luz hirió mis ojos. Estaba en una habitación blanca. En mi brazo habían abierto una vía para colocarme un gotero. ¿Qué me había pasado? ¿Dónde estaba?

 

 

 

CONFUSIÓN

 

Compró unos bocadillos en el bar. No tenía ganas de cocinar. Aquella noche la pasaría leyendo el último libro que le habían regalado. Era una historia de las que a él le hubiera gustado escribir. Acción, suspense, intriga y un poco de violencia.

 

Antes de llegar a casa empezó a llover con fuerza. Tuvo que refugiarse en una tasca cercana. Pidió una tónica. En la barra bebían dos hombres. De pronto empezaron a discutir. Uno sacó una navaja y trató de apuñalar al otro. En ese momento intervino el dueño del bar golpeando el brazo del individuo de la navaja que la soltó dando un grito. Después los echó. En la calle continuaron con la pelea. Aún llovía. Desaparecieron en la sombra.

 

Cuando la lluvia cesó, abandonó la tasca. A unos pasos vio un cuerpo en el suelo. Al agacharse para ayudar al caído fue golpeado en la cabeza. Cuando se recobró se vio rodeado de policías. Le empujaron a un coche. Unos minutos después estaba en la comisaría. Llevaba las manos manchadas de sangre así como su camisa y parte de su cara. Lo metieron en una habitación donde solo había una mesa y dos sillas. No sabía porqué estaba allí. Lo último que recordaba es que alguien le golpeó en la cabeza. Desconocía porqué tenía las manos manchadas de sangre. Esperaba que la policía se lo explicase.

 

 

 

LA PRESA

 

He escuchado ruidos en la azotea. Debe ser otra vez el gato negro que busca su presa. ¿La habrá encontrado? Ojalá porque así no merodearía más por mi tejado. Pero hoy el ruido es más fuerte, mucho más fuerte. No será solo un gato el que ronda esta noche. He estado tentado de subir pero he desistido. Dejaré que actúen. Si los vuelvo a escuchar, otro día, subiré.

 

Ha pasado una semana y los ruidos han aumentado. Esta noche subiré a la azotea. Quiero ver que hacen.

 

Me sorprendió lo que vi. Los gatos formaban un círculo alrededor del gato negro que gruñía con fuerza ordenando, mandando. A cada gruñido un gato abandonaba el círculo. Poco a poco se fueron todos y el gato negro se quedó solo.

 

Seguí en mi puesto de vigilancia porque quería saber que pasaría a continuación. Media hora después empezaron a regresar los gatos. Todos traían algo entre sus fauces que colocaron a los pies del gato negro. Le echó una ojeada y creí verlo sonreír.

 

Fue entonces cuando me descubrió y con un gesto de sus patas ordenó que me atacaran. Era la gran presa.

 

 

 

 

EL CIENTÍFICO LOCO

 

Un humo blanco ascendía por el tubo de ensayo. La mezcla funcionaba. Había logrado el éxito. Ahora buscaría alguien para ver si los resultados eran los esperados. Necesitaba dos personas: un hombre y una mujer. Y además una pareja de animales. Buscó en su agenda. Tachó varios nombres. Ahora tocaba convencerlos para que se sometieran a la prueba. En última instancia él estaba dispuesto a hacer la prueba. Confiaba en que todo saldría bien. Sus colegas tendrían que retirar todas las palabras que dijeron en su contra. ¡No estaba loco! Además la prueba se realizaría ante la prensa para que llegará a todo el mundo. Hizo las llamadas. Solo una mujer aceptó. Quedaba buscar la pareja de animales.

 

Cinco días después todo estaba preparado. Cadenas de televisión de todo el mundo recogerían el experimento. Sentado en dos grandes sillones estaban el científico y la mujer rodeadas sus cabezas con cables de un intenso color rojo. Junto a ellos un perro y una gata sujetos por gruesas correas y sus cabezas rodeadas de cables verdes. Ambas parejas unidas por cables negros. Un joven ayudante vertió en la boca de los cuatro un líquido rosa.

 

Media hora después en la habitación solo había cuatro animales.

 

 

 

 

EL PEZ ROJIZO

 

Se sentó al borde del acantilado. Hacía calor. Debajo el mar lucía hermoso. El sol estaba a punto de darse su diaria zambullida. Cogió la cámara y fotografió el momento. Después dejó vagar su pensamiento entre las olas. Mañana llevaría la foto al lienzo. Sería un cuadro lleno de vida, de color.

 

Desde que vivía en esta ciudad su pintura cambió. Antes la oscuridad dominaba sus cuadros. Ahora el color lo dominaba todo haciéndole olvidar su gris pasado.

 

Al ver de nuevo la foto observó algo que al tomarla no advirtió. Amplió la foto. Era un pez rojizo, de una belleza increíble.

 

Empezó a pintar frenéticamente. El cuadro iba tomando forma pero el pez se resistía. No deseaba ser pintado. Hizo varios intentos sin éxito. Decidió descansar y continuar al día siguiente.

 

Al llegar a la mañana siguiente al taller después de una noche de sueño reparador creyó que lograría dar forma al pez. Tras un par de horas de trabajo el hermoso pez apareció en el cuadro. Estaba satisfecho de su obra. Al fin consiguió el cuadro que quería pintar. Ahora solo quedaba darle los colores. Lo dejaría para el próximo día.

 

Al día siguiente al llegar al taller notó algo extraño. Las pinturas estaban caídas en el suelo, los pinceles esparcidos aquí y allí y en el cuadro no estaba el pez. Se había marchado.

 

 

 

 

LA CURVA

 

Era noche cerrada. Por la carretera no circulaba ningún coche. De repente al final de la recta vi una enorme luz que ocupaba totalmente el asfalto. Pero al acercarme la luz se fue alejando. No la alcanzaba. Siempre estaba al fondo, muy al fondo. De repente el coche se paró y la luz vino hacia mí. Rodeó el vehículo, atravesó los cristales y me envolvió de pie a cabeza y entonces escuché una suave voz: “No sigas, tras esa curva, está la muerte. Retrocede.”

 

La luz abandonó mi cuerpo, salió del coche y despareció. Me aparté sal arcén. Sudaba y no sabía qué hacer. La voz seguía resonando en mi cabeza. ¿Qué era aquella luz? ¿De quién era la voz? Mientras me hacía estas preguntas un coche apareció al final de la recta, me pasó y dobló la curva. Segundos después oí una tremenda explosión y vi una inmensa hoguera.

 

ESCAPÓ EL FRÍO

 

Recordé. Había estado allí. Apenas había cambiado el paisaje. Sin embargo yo no era el mismo. Mis ojos estaban cansados y mi cuerpo sufría dolores constantes.

 

Me senté en un bar y desde allí vi como las nubes acariciaban las montañas nevadas. El sol del mediodía mitigaba algo el frío. Un café caliente terminó de reanimarme. Ahora me sentía mejor. Busqué los lugares que visité para que volviesen los recuerdos. Regresaron lentamente: uno a uno. Los sentí acariciar mi cansado corazón. Fue una agradable caricia que me hizo sonreír. ¡Qué hermosa fue aquella primavera! Nunca la olvidé. Fueron unos días breves pero intensos. Recordarlos animaba mi vida. Ahora estaba solo pero te sentía a mi lado. Te oía. Hasta hubo un momento en que te vi.

 

Las nubes cubrieron el sol. El frío se me coló en la garganta. Estornudé tres veces y el frío escapó por mi nariz.

 

 

 

EN EL LAGO

 

Allí algo flotaba. Me acerqué para ver que era. No era una rama caída tras la tormenta. Me pareció que era un cuerpo. Miré pero no toqué. Telefoneé a la policía. Al moverlo resultó ser el cuerpo de una adolescente. Tenía una herida en la cabeza y un brazo roto. Debió despeñarse y golpearse contra las rocas. Perdido el conocimiento se ahogó. Así parecía en principio que había sucedido.

 

Sin embargo en el periódico del día siguiente leí: “Joven asesinada en el lago”.

 

Al parecer la autopsia reveló que las heridas eran anteriores a la caída. Al caer al lago ya estaba muerta. El golpe de la cabeza fue el causante de la muerte. Después la tiraron al lago pensando que se hundiría y no sería encontrada. Pero el asesino se equivocó. Ahora la policía estaba tras su pista.

 

Me llamaron. Me preguntaron si había visto algo extraño. Nada vi. Llegué al lago mucho después del asesinato. Sin embargo manifesté que alguien vería algo pues por

 

allí pasaba mucha gente admirando las bellas cascadas. Alguien debió ser testigo de lo ocurrido. Lo difícil sería encontrar a esos testigos porque no se hallaron huellas claras.

 

Un mes después se cerró la investigación. Fue imposible descubrir al asesino. Las pistas no llevaron a ningún sitio.

 

 

 

¿DÓNDE ESTABA MI MUJER?

 

Después de cenar, como todas las noches, salí a dar un paseo. En esta ocasión mi mujer no me acompañó. Anduve durante una hora. Luego me senté en un banco a ver el río. Allí permanecí un buen rato. Di un rodeo para volver a casa. A punto estuve de perderme. Al llegar metí la llave en la cerradura. La puerta no se abrió. Tal vez mi mujer echó el cerrojo. Llamé al timbre. Desde el otro lado una voz, que no reconocí, me preguntó que quien era. Sorprendido tardé en responder. Después pedí que me abriera porque era el dueño. Extrañada me respondió que la única dueña era ella. Pensé que me había equivocado de casa. Miré el número. Era el mío. Volví a llamar. La señora me dijo que si insistía llamaría a la policía. No entendía nada. La calle estaba desierta. Tal vez no era el número de mi casa. Como eran todas tan parecidas. Probaría en la siguiente. La llave aunque entró en la cerradura no abrió la puerta. Seguí intentándolo en las demás casas de la manzana sin éxito. No entendía nada. ¿Por qué mi llave no abría la puerta de mi casa? ¿Por qué en ella no estaba mi mujer? ¿De quién era la voz que me contestó? No tenía respuestas. Me fijé en un cartel que había en la pared. Anunciaba un concierto en la Casa de la Cultura para el fin de semana pero la fecha, la fecha, la fecha… mayo de 2025. En el año se habían equivocado. Sería mayo de 2015. Imposible que el año fuera el 2025. Decidí esperar a que amaneciera para resolver mis dudas. Hasta entonces dormiría en algún banco. Pasé la noche tiritando de frío y sin conciliar el sueño. La salida del sol la recibí con los ojos abiertos pero cansado, muy cansado. Busqué un bar para desayunar. No tuve que buscar mucho. A unos pasos un letrero luminoso anunciaba una cafetería. Entré. Sobre una mesa un periódico del día. Me senté. Pedí un zumo de naranja y unas tostadas. Cogí el periódico. Busqué la fecha. 15 de mayo de 2025. No podía creerlo. Pero esa era la fecha. Salí de casa en 2015. ¿Dónde estuve esos diez años? ¿Qué pasó? ¿Por qué no recordaba nada? ¿Dónde estaba mi mujer?

 

DEGOLLADA

 

No estaba allí. Puertas y ventanas estaban cerradas. No recibiría mi mensaje. Tendría que irme sin verla porque solo disponía de una hora. Llamé a la puerta esperando que me abriera. Esperé unos minutos pero la puerta siguió cerrada. Hoy no la vería. No volvería hasta dentro de dos meses. No podría comunicarle la noticia en persona. Lo haría por teléfono. Antes de marcharme definitivamente decidí intentarlo de nuevo. Llamé y empujé. La puerta se abrió. A tientas avancé. Un fuerte olor a podrido atrajo mi atención. El olfato me guio. A unos pasos hallé un rastro de sangre seca que continuaba más allá de la puerta roja. La abrí. El olor era insoportable. Tres gallinas y dos gatos llenos de gusanos se descomponían en el fregadero y en el suelo. Alguien les cortó el cuello hacía al menos una semana. Éste era el tiempo que la casa estaba deshabitada. Mi

 

mensaje no llegó a sus manos. No sabía que la visitaría hoy. Una vez más nuestros caminos no se encontrarían. Además me preocupaba lo hallado en la cocina. Lo de las gallinas no era raro pero sí lo de los gatos. ¿Por qué degollarlos? Era un acto de un desequilibrado. Eso no me gustaba. Abandoné la casa muy preocupado pensando que ella, tal vez, estuviese en peligro. Yo no podía ayudarla porque ignoraba donde se encontraba en aquellos momentos.

 

Una semana después en las páginas de sucesos un artículo llamó mi atención: Encuentran el cadáver de una mujer en el fondo de un barranco. Había sido degollada. Las iniciales del nombre de la asesinada coincidían con las de mi amiga.

 

EN EL SUELO

 

Sin saber cómo me vi en el suelo. Alguien, no sé quién, me ofreció su mano. Pero no conseguí levantarme. Era como si algo tirara de mí desde el suelo. Ignoro cuanto tiempo pasé tumbado en el suelo. Fueron muchos los que se acercaron para ayudarme pero no consiguieron que me pusiera en pie. La luz se fue extinguiendo y yo seguía inmóvil en el suelo. El frío aumentaba. No me encontraba bien. Empecé a temblar. Me había quedado solo. Nadie había cerca de quien pedirle una manta para protegerme del frío de la noche. Para no haber no había ni luna. De continuar así me congelaría. Pensé en gritar pidiendo ayuda pero de mis labios no escapó ningún sonido. Me habían quitado hasta la voz. Intenté de nuevo levantarme pero no pude. Seguí pegado al frío y duro suelo. Si nadie me ayudaba por la mañana sería una estatua de hielo. Cerré los ojos. Oí unos pasos que se acercaban. Abrí los ojos. Una sombra se alejaba. No me vio. Intenté llamarla pero no conseguí articular palabra. Desapareció. Otra oportunidad perdida. Sentí como mis manos y mi cara se congelaban. Después se helaría el resto del cuerpo y sería una estatua helada. Me mente empezó a nublarse. Los pensamientos desaparecían. Los ojos se cerraban. La respiración se ralentizaba. Era el fin. Ya era simplemente una estatua.

 

LA HERIDA

 

Un ruido. Unos pasos. Volví la cabeza. Nada vi. Seguí caminando. A unos metros estaba mi casa. Nuevos ruidos. Un coche se acercaba. Vi las luces frente a mí. Me detuve. Dejé que me sobrepasara. Lo vi alejarse. Era rojo. Llegué al portal de mi vivienda. Abrí la puerta. Encendí la luz de la escalera. De nuevo el ruido. Sentí un roce en el brazo. Un roce caliente, muy caliente. Un roce que quemó mi piel. Pero no vi a nadie. En la escalera solo estaba yo. Miré mi brazo. Junto al codo había una mancha roja. ¿Qué la produjo? Allí solo estaba yo. Me toqué la mancha. Los dedos enrojecieron. La herida era real. Pero, ¿qué la produjo? Seguía estando solo. No rocé con nada durante mi paseo. Pero la herida estaba en mi brazo y sangraba. Subí las escaleras. Abrí la puerta de mi casa. En el cuarto de baño curaría la herida. La estudiaría minuciosamente. Tal vez así descubriría que la produjo. Con un algodón empapado en agua oxigenada limpié la herida que ahora se había extendido por todo el antebrazo. Llegaba a la muñeca. Al entrar en contacto con el agua sentí un fuerte picor en todo el brazo. Era inaguantable. Me froté con el algodón. El picor aumentó. La herida seguía

 

avanzando. Me cubría la mano. Tenía que buscar algo que calmara la picazón y detuviera el avance de la mancha. ¿Pero qué? Abrí el botiquín. Cogí un tarro de aleo vera. Era el mejor remedio para las quemaduras. Tal vez allí estuviese el remedio. Rocié la herida con unas gotas. El picor decreció y la herida retrocedió. Volvió a su estado inicial. Cesó el picor. Miré de nuevo la herida. Tenía el aspecto de una quemadura de cigarrillo. Pero era algo distinto porque las quemaduras no sangran y aquella herida, sí. Mis dudas seguían sin resolverse.

 

Mañana acudiría al hospital. Tal vez allí supieran encontrar el origen. Allí tenían medios para un análisis completo. Ahora, al no sentir el fuerte picor, podía esperar unas horas. Dormir me tranquilizaría.

 

Al despertar las sábanas estaban manchadas de diminutas gotas de sangre. La herida seguí igual. Espero que en el hospital tengan un remedio para cortar la hemorragia.

 

Bajando las escaleras recordé que aquí noté el roce en el brazo. Me paré. Quería descubrir que me causó la herida. Nada vi. Toqué la pared. Totalmente lisa, sin ninguna arista que me hiriera. Miré al techo. No advertí ninguna humedad. Tampoco allí estaba el origen de mi sangrante herida.

 

Salí a la calle. Hacía calor. El hospital estaba a unos quinientos metros. Un ruido. El mismo de anoche. Miré a todos lados. Estaba solo. Seguí caminando. En unos minutos llegué al hospital. Cuando me preguntaron por mi dolencia mostré el brazo que sangraba. Un ATS trajo el material para hacerme una cura. Miré el agua oxigenada y recordé. ¿Volvería la quemadura a crecer al contacto con el agua? Nada más rozar el agua la herida empezó a extenderse. Sujeté la mano del ATS. Le pedí que buscara aloe vera si quería curarme la quemadura. El picor era insoportable. Iba ya por la espalda. Avanzaba rápido. Apreté los dientes. El grito se quedó dentro. Si no me aplicaba el aloe el dolor acabaría conmigo. No aguantaba más. Estaba a punto de desmayarme cuando vi acercarse al ATS con un frasco de aloe. Poco a poco todo volvió al estado inicial. El picor cesó. Tocaba tomar unas muestras para saber el origen de aquella herida. En una hora estarían los resultados…

 

 

 

 

VENENO MORTAL

 

Fue detenido a la puerta de la tienda de antigüedades. Estaban esperándole.

 

Contra la pared el policía-robot le escaneó el cuerpo con sus dedos metálicos. Descubrió el microchips que llevaba oculto bajo la axila. Lo extrajo bruscamente y se lo pasó a su compañero humano para que lo abriera en el ordenador del coche

 

Estaba perdido. Tenía que escapar antes que conociesen la información que almacenaba el microchips. Le eliminarían en unos segundos. Hizo un movimiento para distraer a su vigilante.

 

Pero no consiguió sorprender sus censores. Una fuerte descarga lo paralizó. Todo estaba perdido. No saldría de este trance.

 

Cuando empezaba a recuperarse fue levantado en peso por el policía-robot y dejado caer al suelo donde recibió un fuerte puntapié en plena boca. Le habían descubierto. Conocían todo el plan. No llevaría a cabo su misión.

 

Sintió penetrar en su cuerpo una fina aguja que le inoculó un mortal veneno que se diluiría en la sangre sin dejar rastro. En la autopsia el médico en su informe diría que un infarto había puesto fin a su vida.

 

MISTERIOSO GOTEO

 

Abrí la puerta. La habitación estaba vacía. Sin embargo noté una extraña presencia. Estaba en algún sitio pero no la veía. Giré sobre mí pero allí no había nada. Miré hacia el techo y la cegadora luz de la lámpara se reflejó en mis ojos. Luego empezó a girar, a girar, a girar. Mareado retrocedí hacia la puerta. Intenté abrirla pero no pude. Algo me lo impedía. Alguien había cerrado por fuera. ¿Pero quién? Llegué solo y allí no había nadie.

 

De repente oí un goteo pero no vi de donde procedía. El ritmo aumentó y sentí que mis pies se mojaban pero mis ojos no vieron el agua en el suelo. Sólo sentía y oía. El agua seguía subiendo. Alcazaba ya mis rodillas. Dirigí mis ojos hacia ellas y nada vi pero las notaba mojadas.

 

El goteo continuaba. Mis pies se movían con dificultad obstaculizados por un agua que estaba sin estar. Y el goteo persistía. Sentí el agua empapar mis pantalones pero mis ojos negros como la noche no la veía. El goteo no acababa y el agua me llegaba al pecho. Las piernas no me respondían. Ya casi no andaba.

 

Seguí buscando el escape de agua pero ni el techo ni las paredes estaban mojados. El agua estaba ya en el cuello pero allí no había agua. Alcé los brazos buscando donde agarrarme pero nada encontré.

 

El agua me cubrió la boca. Intenté nadar pero me golpeé contra el suelo porque allí no había agua. Empecé a tener dificultades para respirar porque el agua me cubría totalmente. Tumbado en el suelo lo último que vi fueron unas losas blancas y negras como las casillas de un tablero de ajedrez.

 

 

 

PUNTO CERO

 

Muy temprano, a las tres de la madrugada, sacándome de mi letargo nocturno, llegó a mi cerebro, por triplicado, la orden irrevocable de destruir el Punto Cero. La orden sería cumplida. Antes de las diez el objetivo no existiría. Lo habría borrado del mapa para siempre. De él sólo quedarían recuerdos gráficos en los ordenadores individuales.

 

La preparación de la máquina sólo llevaría unas dos horas. Pulsé el botón verde. La pantalla empezó a proporcionarme datos. Cuando aparecieron los que necesitaba pulsé el botón amarillo. Ya tenía las coordenadas del objetivo. Quedaba ahora copiarlas y después insertarlas en el proyectil.

 

Abrí la pantalla principal de la máquina. Busqué el proyectil A45 y cuando lo tuve en pantalla pegué las coordenadas y ajusté al segundo la hora de lanzamiento: las 8,35 horas.

 

A las 9 horas, del objetivo nada, ni nadie sobreviviría. Sólo faltaba apretar el botón rojo. Puse el pulgar sobre el botón. Conté hasta tres y apreté hasta el fondo. El Punto Cero ya era historia.

 

 

 

RELATOS INACABADOS DE JOSÉ LUIS RUBIO –Conil (España)-