NÚMERO 14

JULIO DE 2017

EN ESTE NÚMERO:

AÑO III - NÚMERO 14 - JULIO DE 2017 - DIRECTOR FUNDADOR COLOMBIA: MARIO BERMÚDEZ -  EDITORES MÉXICO: ABRAHAM MÉNDEZ-  CARLOS AYALA

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PÁGINA 8

CANDELA MUZZICATO -ARGENTINA-

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Nació el 12 de julio de 1999 en Buenos Aires, Argentina. Su carrera como escritora comenzó a los 13 años, publicando sus primeras obras en la famosa plataforma “Wattpad” bajo el seudónimo leluMuzzi. Una de ellas (“Él es mi boxeador”, relatada casi a los 14 años) fue recientemente publicada por Nova Casa Editorial a principios de mayo del 2017, permitiéndole cumplir uno de sus más grandes sueños.

En la actualidad cuenta con 4 obras finalizadas, el segundo libro de “Él es mi boxeador” inclusive, y más de 2 en proceso.

 

Pueden leerla más de su obra en su Wattpad: https://www.wattpad.com/user/leluMuzzi

 

Protégeme  ̶  Serie Tate Group Rescue #1

 

Publicada en Wattpad con el seudónimo leluMuzzi

 

Capítulo 1

 

¿Por qué nadie la ayudaba? Corrió, sus pies descalzos hicieron el esfuerzo de mantener el ritmo y así poder alejarse aún más, pero se le hacía difícil. Su piel estaba sucia, completamente embarrada por haber pasado por aquellos bosques en medio de una tormenta en la oscuridad de la noche. Se atragantó, justo al segundo en que su cuerpo decidió detenerse a tomar aire y recordó todo el horror que le hicieron pasar. Al instante su cabeza tomó el mando definitivo, sin dejar que su cuerpo protestara, y la obligó a seguir alejándose. Su respiración acelerada no hacía nada para ayudarla. Respiraba mal, con la boca abierta mientras sus ojos húmedos por las lágrimas intentaban ver más allá de la neblina rodeando las calles.

No sabía en donde estaba. No sabía el día en el que estaban, ni siquiera el año. Apenas sabía su nombre y la edad que tenía antes de ser la mascota de ese asesino y sus endemoniados secuaces. Se permitió llorar por más que en realidad no lo deseara. Pero qué más daba, si ya no había nadie quien pudiera lastimarla al verla tan débil.

Siguió corriendo, cansada y totalmente vulnerable por entre las calles húmedas, como si el infierno mismo estuviera tras ella. Porque así era, ese lugar había destruido a aquella mujer tan joven y delicada, con tantas cosas que hacer por delante, y la transformó en este ser tan asqueroso, inmundo. Quizá eso es lo que veían las pocas personas que la miraban pasar y por eso no le ofrecían ayuda por más que notaran la desesperación en sus facciones. Pero ya se había resignado a encontrar ayuda, porque todas aquellas personas a las que se la pidió miraron hacia otro lado y la dejaron allí sin más. Quizá repugnaban y se avergonzaban por tener a tal paria rondando por sus preciadas calles y cuanta menos atención le prestaran, menos tendrían que lidiar con ella. Así que eso hicieron todos mientras ella trotaba sin rumbo, sin saber a dónde ir.

Sin embargo, lo único que sabía es que tenía que escapar. Alejarse más de lo que ya lo había hecho, porque ninguna distancia era lo suficientemente grande. La encontrarían tarde o temprano, y lo sabía muy bien. Simplemente prefería más tarde que temprano por alguna razón que desconocía. ¿Por qué retrasar lo inevitable si no tenía nada por lo que luchar más que por su propia vida, la cual ya no tenía nada de sentido y mucho menos valor? No tenía a nadie a quien le tranquilizara saber que seguía respirando después de todo este largo tiempo desaparecida. Nadie a quien recurrir por ayuda. Pero ni bien tuvo la oportunidad de correr lejos la tomó, como si tuviera algún tipo de oportunidad para volver a ser alguien.

Lástima que nunca podría volver a serlo.

Un disparo sonó en la distancia, lo suficientemente cerca para arrancarle el aliento. Sabía que eran ellos yendo por su mascota, aquella a la cual seguirían usando para sus propias necesidades sin pretender ser cuestionados.

Su corazón se detuvo y cada músculo de su cuerpo se tensó mientras otro disparo resonó, cada vez más cerca de ella. Su cabeza martillaba, las imágenes del castigo al cual la someterían por escapar sacaban más y más sollozos silenciosos de su cuerpo magullado y adolorido. Maltratado hasta mas no poder. No podía volver a ello. Prefería morir antes que ser usada de esa manera tan vil y asquerosa. No sabía ni cómo había sobrevivido tanto tiempo sin caer derrotada, sin vida, cuando comenzaron con el abuso.

La lluvia torrencial cayendo sobre su cuerpo casi desnudo y el frío la hicieron temblar con fuerza, pero nada la hizo disminuir su carrera. Unos pasos comenzaron a acercársele y rezaba que no la alcanzaran. Estaba peleando tan duro por no caer desmayada y agotada sobre la vereda que sería una gran desilusión si la tomaban de nuevo. Así que algo se despertó dentro de ella que la hizo aumentar su resistencia y la velocidad de sus piernas. Pisó cada charco que se encontraba en el suelo, cada vidrio roto que por alguna razón adornaban el cemento, pero siguió hasta el punto de ser solo un borrón en las sombras. Hasta que de repente estaba girando en el aire, cada terminación nerviosa siendo tomada por sorpresa mientras su cuerpo se estampaba con fuerza contra el piso. El dolor abarcó cada músculo y el ardor de magulladuras y raspones aparecieron a la misma vez, logrando que un grito ahogado saliera de lo profundo de su garganta. Sintió el olor de la sangre y la pudo notar en la piel de sus manos mientras éstas se encontraban entre medio de su cuerpo y el suelo. Gritó cuando intentó moverse para seguir escapando, pero no pudo hacer nada más que empeorar el dolor que sentía. Su hombro dolía hasta tal punto de pensar que estaba dislocado y su pie derecho chillaba en agonía, estando en un ángulo indebido.

Una señal de alarma apareció cuando sus oídos captaron el susurro de un arma siendo recargada y cerró los ojos, en derrota. Estaba acabada, ya no tenía salida. Lo había intentado y fracasado, todo en menos de media hora. Una risa gutural le heló la sangre y la hizo apretar sus dedos en sus palmas mientras abría sus ojos lo suficiente para ver las botas de hombre deteniéndose frente a ella.

̶                ¿Pensabas que podrías escaparte, pequeña perra? Eres tan débil que no puedes correr ni para salvar tu miserable vida. Dime una cosa, ¿pensaste en lo que te pasará por haber hecho tal estupidez cuando decidiste correr? – volvió a reír, ronca y estruendosamente- Apuesto a que no. Las perras no pueden pensar. No sirven.

̶                Por favor… – susurró, su cuerpo temblando por el miedo y los sollozos sin sonido.

Entonces él enroscó su asquerosa y gran mano por entre las hebras de su pelo y tiró para que ella lo mire, la sonrisa repugnante siendo lo primero que ella notó. Se quejó y lanzó un grito agudo por el dolor en su cuero cabelludo mientras seguía escuchando las risotadas de aquel bruto. Quería pegarle, escapar y nunca más volver a verlos. Pero nada pudo hacer más que seguir rogándole algo que sabía que no iba a recibir. No podía siquiera mover sus brazos para alcanzar la mano que la sujetaba del cabello para intentar disipar el dolor que le causaba. Era inútil. No podía moverse, y apenas lograba respirar y abrir sus ojos. La sujetaba con tal fuerza que dudaba poder liberarse alguna vez, estando o no tan magullada como lo estaba.

Pero de repente esa mano no acorralaba su pelo, y su cuerpo cayó pesado y sin fuerzas sobre el suelo. Sus costillas y pecho gritaron de dolor mientras un estruendoso ruido de puños llegaba a sus oídos. El gruñido de su atacante y los pequeños gritos bajos y enojados de alguien golpeándolo. Se mareó por un momento y tuvo que cerrar los ojos cuando no pudo soportar más tenerlos abiertos, no sin antes ver como una figura alta y curvilínea se alzaba sobre el enorme cuerpo de su captor y golpeaba cada facción de su rostro con ira no contenida. La dejó sorprendida, pero en nada pudo pensar cuando sintió aquel mareo tan conocido por su maltratado cuerpo que intentaba protegerse. Sintió el pánico disolverse en la negrura del abismo en el cual comenzaba a caer. Y todo dolor murió cuando cayó desmayada sobre el pavimento recubierto por su propia sangre, sin saber que lo último que había hecho su atacante antes de haber caído muerto a manos de Dios sabe quién, fue dispararle sin remordimiento, y que aquel desmayo no fue producto del deseo de protección de su cuerpo.

***

Decir que un pequeño golpeteo se albergaba en su cabeza era un eufemismo. Más bien se sentía como trillones de martillos estampándose contra su cráneo con tal ferocidad que deseó volver a estar sumida en aquel espantoso sueño. Había soñado, aunque una mejor definición para ese sueño podría ser “pesadilla”, con cada maldita hora de tortura que había vivido en su… ¿corta o larga vida? Ya no sabía que año era, cuantos años tenía y mucho menos podría haberlo juzgado por su apariencia. Hacía ya lo que parecía una eternidad que no había visto su reflejo, pero estaba segurísima de que se veía tal cual como se sentía. Miserable. Vacía y rota. Podrían solo haber pasado simplemente unos meses desde que desapareció o fácil unos años. ¿Quién sabría aparte de ellos? La tuvieron cautiva, drogada a mas no poder con sustancias de las que nunca había oído y la mantuvieron ligeramente cuerda solo por diversión. Para que supiera y se diera cuenta de lo que ellos le hacían a su cuerpo, dañando a su paso su mente en un modo de poder controlarla. ¿Tenerla drogada hasta el punto de vivir desmayada mientras ellos abusaban de ella no les parecía suficiente? Claro que no. Ellos se divertían viéndola retorcerse, gemir en agonía y dolor mientras la tocaban y la arruinaban. La querían consciente para que se dieran cuenta de lo que le estaban haciendo y tan drogada para que no pudiera reaccionar contra ellos. ¿Qué clase de humanos eran aquellos, gozando del sufrimiento de otra persona, implementado por sus propias sucias manos?

Jadeó cuando otro martillazo hizo eco en su cerebro a punto de explotar. Sus sentidos poco a poco volvieron a la vida hasta estar ligeramente consciente de su alrededor. El frío que había sentido mientras corría había desaparecido, sustituido por un cálido y acogedor ambiente, con un olor a lavanda tan exquisito que su nariz se sacudió en deleite. Hacía mucho tiempo que no olía algo más que el moho de las paredes de su celda y el pis seco sobre el suelo. Era un alivio poder sentir algo diferente y rico por primera vez en lo que parecían siglos.

Mantuvo sus ojos cerrados, no estando aun preparada para abrirlos. No quería descubrir que el olor a limpio y floral era solo producto de su imaginación y que la textura suave y acolchonada bajo su cuerpo adolorido eran solo proyecciones de su deseo más profundo. Quizá si los abría todo desaparecería y se encontraría de la misma forma en la que vivía con ellos; tendida en el piso con uno de ellos sobre su cuerpo. Así que, en vez de abrirlos, los cerró con fuerza, sus parpados arrugándose por el esfuerzo mientras intentaba sobrellevar el dolor de su cabeza. Pero el sonido chirriante de una puerta la hizo tensar y casi abrirlos por instinto. Pero se contuvo, susurrando una plegaria para que no fueran sus captores y fingió seguir dormida, así como muchas veces intentó estando prisionera.

Unos pasos apagados y casi inaudibles se movieron más cerca de ella. Sus vellos se erizaron, su corazón se detuvo y su aliento fue cortado cuando sintió una presencia muy cerca de su inexistente espacio personal. Intentó encogerse, volverse diminuta, pero lo único que logró fue enterrarse más en las cómodas almohadas sosteniendo su cabeza. Apretó su mandíbula cuando algo metálico sonó contra algo que parecía ser de vidrio, pero siguió con los ojos cerrados, entrando cada vez más rápido en un ataque de pánico.

̶                Sé que estás despierta, cielo. – la voz femenina flotando a sus oídos hizo que su corazón tuviera algún tipo de espasmo, pero en el exterior apenas movió un pelo.  Sintió su presencia tan cerca que su piel sensible comenzó a picar y sus dedos se enterraron en las frazadas que la cubrían, no entendiendo aquella emoción que de repente comenzó a sentir, tan diferente al odio y al aborrecimiento, o el miedo, en todo caso. 

Se mantuvo estática, callada, esperando algún movimiento de furia hacia ella por no haber respondido a nada. Pero nada sucedió, ningún puñetazo o golpe que la dejara aturdida en el suelo, con un ardor intenso que sentiría por el resto de la noche. Sin embargo, oyó simplemente el deslizamiento de un objeto y sintió el exquisito olor a…

̶                ¿Sopa?  – ofreció la mujer con un tono singular, cálido, suave y bajo.

Sus ojos se abrieron por su propia cuenta para ver si era realmente cierto.  Lo era. Un tazón lleno de líquido se mantenía alzado frente a ella en una oferta extremadamente tentadora.  Absorbió el aroma que emanaba y se deleitó por tener algo de comida ligera y caliente, algo que nunca se le fue permitido. Estando prisionera, la mantenían a base de chatarra y comida fría y vieja, con sabores horribles por estar tanto tiempo sin tocar, solo para que su delgadez se convierta era en algo más… agarrable, según ellos. No les gustaban las chicas tan delgadas como ella estaba, por lo que la alimentaron hasta cuando ella no tenía hambre con cosas de sabor espantoso. Forzaron a su estómago a acostumbrarse a la excesiva comida que se le daba por hora hasta que logró subir unos cuantos kilos en poco tiempo. Desde ese momento, ellos abusaban más de ella y la llamaban hermosa. Pero no quería ser llamada así, no por estar obesa, sino por no poder sentirse bella desde que ellos la tomaron. Ella era basura. Y la basura no era hermosa. 

̶                ¿Cielo? – dijo la mujer y ella rápidamente pestañeó en un intento de sacar todos los recuerdos e imágenes de su mente.

Por primera vez la miró, y sin comprenderlo se quedó sin aliento cuando vio sus exóticos ojos. Una combinación de colores entremezclados y tan definidos a pesar de todo que se la quedo mirando casi boquiabierta. Sus dedos empezaron a picar e involuntariamente un sonrojo comenzó a aparecer en sus mejillas mientras apartaba la vista de aquel espécimen tan… perfecto. No supo por qué se sentía de ese modo. Nunca lo experimentó. Según podía recordar gracias a algunos fugaces sueños, su vida antes de que todo lo malo pasara se basaba en estudio y trabajo mal pago. Y definitivamente nada de citas. Los hombres nunca la perseguían a no ser que necesitarán favores, por lo que no supo definir la emoción que sintió cuando la vio y cuando… Dios, ella se estaba acercando más y más a ella. Su respiración comenzó a ser forzada, agitada, y estuvo más confundida aún. ¿Por qué aquella mujer la afectaba de esa manera?  ¿Qué le estaba sucediendo?

Le tendió el tazón de sopa una vez más, ahora estando tan pegada a la cama que dudaba que hubiera un espacio libre entre ellas. Su estómago tocaba suavemente la piel descubierta de su brazo, mandando descargas de energía y placer por todo su cuerpo.  Se atragantó con su saliva al sentirlo también allí abajo. 

Froto a sus ojos a no mirarla nuevamente, o a su piel color oliva que hacía que sus ojos fueran tan brillantes y verdes como nunca lo había visto. 

̶                Si no tienes hambre, puedo traértelo en otro momento.  Esta vez estoy abierta a no hacerle caso al doctor y dejarte pasar la cena.  Pero la próxima nos atenderemos a sus instrucciones de alimentarte bien. 

No supo si sonrió o si solo lo imaginó su cabeza, pero una vez ella quiso sacar el tazón frente a sus ojos, se movió lo más rápido que pudo para detenerla. Posó suavemente su mano llena de rasguños y uñas destrozadas en el brazo de la mujer. Electricidad corrió con fuerza por sus venas, como si hubiera un cortocircuito y ella lo estuviera tocando justo en el momento.  Siseó por lo bajo, como si le doliera, pero no pudo apartar la mano.  La otra mujer se aclaró la garganta y parpadeó, encontrando sus ojos pardos con los suyos.  Suaves y ligeros rizos cayeron en su frente cuando sonrió lentamente y le tendió de nuevo el tazón.

Su estómago gruñó y no supo si verdaderamente fue por la comida.

̶                Bien, te dejare la comida, entonces.  – sonrió cuando lo dijo y dejó la comida en sus manos temblorosas antes de cruzar los manos sobre su pecho. Sin su consentimiento, sus ojos fueron atraídos por aquel movimiento y se posaron en esos senos recubiertos por una fina tela.  Se sonrojó aún más y aparto la vista. ¿Por qué la visión de sus pechos la ponía tan inquieta y nerviosa?  Y por supuesto que la mujer lo notó, porque le sonrió ligeramente roja y cerró incómodamente el abrigo que llevaba abierto.  –  Lo siento por recibirte así pero no tuve tiempo de arreglarme antes de escuchar tus gritos y salir corriendo para ayudarte. 

Ella bajó la mirada hacia el tazón con una cuchara de plata y sintiéndose extrañamente cómoda en ese lugar, comenzó a sorber de la sopa.  Su paladar bailó ante la delicia caliente y no se detuvo de tomar cada sorbo hasta que había bajado ya la mitad del contenido, tan gustosa como nunca lo había estado por ninguna comida.

̶                ¿Cómo te llamas? – cuestionó la mujer mientras ella iba a sorber la cuchara.  Subió sus ojos hacia ella y la miró por debajo de sus pestañas, intentando acordarse de la respuesta. Cerró sus ojos por un momento, sabiendo que se había olvidado hasta de su propio nombre por tanta droga y apodos que le ponían. Desde que la secuestraron nadie le había llamado por su nombre y por las noches estaba tan cansada y envuelta en la droga que simplemente… Se olvidó de que tenía uno.  Pero la respuesta llegó, mejor tarde que nunca decía el dicho.

̶                Soy, uh…  Dee. Creo. – fue tan solo un susurro, pero eso fue suficiente para la mujer frente a ella.

̶                Lindo nombre, Dee.  Soy Bea. – Bea sonrió, sus labios grandes con una forma tan delineada y perfecta se cursaron en una expresión sincera.

̶                Gracias… por salvarme.

̶                No fue nada.  Supongo que es la reacción que tengo cada vez que escucho un grito.  Mi trabajo requiere estar vigilante en todo momento así que… con cada mínimo ruido sospechoso salto a la acción. También con sólo el instinto de que algo va mal ya reacciono de esa manera.  –  se encoge de hombros, su piel oliva brillando por la luz colgando del techo.

̶                ¿De qué trabajas? –  Dee estaba curiosa. Se esperaba, que, si fuera salvada, fuera un chico quien lo hiciera y más de la forma en la que la rescataron. Recordó los golpes que le dio al captor antes de que ella se desmayara. Fueron brutales, tan llenos de ira y furia como para ser de una mujer de su tamaño. A pesar de ser alta, no era grande. Delgada, sus brazos con ligeras, muy ligeras, ondulaciones de músculos y muslos realmente sorprendentes. Pero ni su espalda ni su cuerpo en general decían que era una mujer de aspecto grande y musculoso.

Cuando Bea iba a responder, el cuerpo de Dee reaccionó y fue consciente por primera vez desde que despertó de los dolores excesivos de su cuerpo.  Gritó cuando sus músculos inesperadamente se quejaron y sus magulladuras chillaron. Los ardores de cada una de ellas fueron tortuosos hasta el punto de dejar caer el tazón de sopa al suelo y retorcerse contra las sábanas y frazadas con gemidos agudos.  Bea saltó sorprendida y corrió hacia afuera, pero Dee apenas lo notó por el horrible dolor que sentía en su hombro y en el resto de su anatomía.  Cuando volvió con un paquete de pastillas Dee estaba jadeando, su pecho subiendo y bajando, el sudor cubriendo su cuerpo ligero de ropa mientras su mandíbula se contraía hasta el punto de dolerle un infierno.

̶                Aquí tienes – Bea le tendió unas pastillas y un vaso de vidrio lleno de agua. Los tomó temblando y trató con mucho esfuerzo todo lo que ella le dio. No tardó mucho en comenzar a hacerle efecto muy lentamente. Su cuerpo se relajó y finalmente pudo respirar mejor. Llevó su mano perezosamente hacia su hombro y notó la tela que lo recubría.

̶                ¿Qué sucedió?

̶                El hijo de puta te disparó justo antes de morir debajo de mis manos.  – gruñó, de repente enojada y con una mirada fulminante en sus ojos. – Estoy feliz de haber estado a solo dos casas de donde estabas, porque si no, hubieras muerto desangrada si pasaba media hora y no lograba verte un doctor.

̶                ¿Me disparó?  – estaba sorprendida.

̶                Lo hizo y… Dios, fue horrible. – Bea pasó sus manos por sus ojos cansados. – Estoy acostumbrada a ver todo este tipo de mierda muy a menudo, pero verte de esa forma simplemente…  me destrozó, Dee. ¿Por qué mierda te perseguía ese malnacido? – ahora estaba de malhumor.

̶                Yo… ̶ negó con la cabeza, avergonzada y quedándose sin palabras. Pero rápidamente cambió de tema. Aún no iba a admitir frente a otros que fue secuestrada y maltratada de la manera en que lo hicieron. Ni siquiera ella misma quería creerlo.  – ¿Qué… qué dijo el doctor?

Fue lo único que pudo preguntar en ese momento, recordando que había dicho algo sobre que hubiera muerto si no la hubiera visto rápido un doctor.

̶                Esguince de tobillo.  Costillas rotas. Hombro izquierdo dislocado.  Y bala en tu hombro derecho.  Estas realmente destrozada.  Estoy sorprendida de que no hayas despertado gritando de dolor hace dos horas.

Aquello explicaba el cabestrillo en su brazo izquierdo.

̶                ¿Cuánto dormí? –  Dee vio hacia afuera, el cielo completamente negro y una brisa que hacía volar las hojas de los árboles mientras la lluvia caía. Se estremeció, pensando en lo afortunada que era por no seguir allí, prácticamente muerta, y por haber sido rescatada por aquella mujer que bien podría ser un ángel de facciones duras pero femeninas. Porque así lo sentía, se dio cuenta, de que no se sentía igual que lo hacía estando con ellos. Allí tenía miedo y ataques de pánico muy seguidos cada vez que la droga dejaba de hacerle efecto. Allí sentía que vivía en un mundo de locos cautiva, encerrada, y sin poder salir. Allí no vivía, estaba muerta. Pero ahora, con Bea, era todo tan distinto. Por primera vez se sintió… protegida. No había desconfianza o dudas sobre si era una buena persona o no. ¿Por qué habría de rescatarla si lo que pretendía quizá era matarla?  O tal vez, si fuera otra persona, la salvaría simplemente por los mismos deseos morosos e ilegales de aquellos tipos.

̶                Estuviste desmayada todo un día. Probablemente debas de seguir descansando, no te vez casi nada mejor de lo que estabas ayer.

Dee frunció el ceño, sabiendo que era un buen momento para preguntar algo que venía carcomiendo le la cabeza.

̶                ¿Qué fecha es hoy? – se tocó la frente, sintiendo un golpeteo insoportable que comenzaba a marearla.

̶                Diecisiete de diciembre. – contestó, y se acercó a ella. La preocupación impresa en sus perfectas facciones mientras estiraba su mano y la posaba también en la frente de Dee, justo en donde ella se había tocado. – Sigues con fiebre. Te traeré más agua. Solo hace falta que esperemos a que los medicamentos hagan efecto.  Por suerte no te encuentras hirviendo en temperatura máxima como hace tres horas.  Los paños fríos en la frente siempre funcionan.

̶                Está bien.  Gracias. – Lo dejo con mucha sinceridad, algo que hacía mucho no decía. Antes no tenía nada por lo que agradecer. Y ahora, con cada palabra que salía de la hermosa boca de Bea ella sentía el impulso de mostrar lo agradecida que se encontraba.

Dee la miró, inconscientemente deleitándose ante su belleza exterior y el enorme corazón debajo, y notó la intriga en su frente levemente arrugada. Se la quedó mirando, esperando a que preguntara lo que tenía en mente, mirando su iris pardo con una combinación de colores que comenzó a admirar embelesada. Entonces, Bea abrió la boca. 

̶                Solo quiero que respondas algo, Dee. – sé quedó callada mientras esperaba alguna señal de Dee que le permitiera continuar. Ella asintió y Bea prosiguió – Sé que no quieres hablar de lo que sucedió, y te consentirte hasta que sienta que estas mejor.  Luego me dirás todo para poder ayudarte. Mi instinto no se equivoca y en esta ocasión me dice que la muerte del hombre que te perseguía no era la clave para dejarte libre. Hay más detrás de él, otros que te quieren y que no dudarán en conseguirte. Así que, cuando te pregunte sobre ello me lo dirás todo. – Bea le mando una mirada penetrante, de las que decían que sus palabras eran reales y verdaderas, tan serias como la expresión que tenía.  Tan… Severa.  ̶  Ahora lo único que preguntare es… ¿cuántos años tienes?

Dee bajo la mirada y se encogió de hombros. En respuesta, Bea asintió pensativa.

̶                Eso temía. ¿Recuerdas la edad que tenías cuando te sucedió todo? Algo me dice que no sabes ni qué año es y que te mantuvieron escondida sin ningún artefacto con el cual mantenerte en contacto u actualizada.

Dee asintió a esa última parte.

̶                No tuve ningún medio con el cual mantenerme en el presente. Vivía drogada la mayoría del tiempo. Y no logro recordar muy bien la edad que tenía. Apenas pude recordar mi nombre. No sé quién soy, no sé qué estudiaba, no sé mi apellido ni qué año era en aquel entonces. Son solo flashes de cosas que sucedían, pero nada más.  Simplemente sé que no tengo a nadie. No hay familia ni amigos cercanos. 

̶                ¿Y qué es lo último que recuerdas? –  Bea se permitió sentarse al borde de la cama, junto a Dee y ella intento no sacar a relucir cuan nerviosa de repente la puso por estar más cerca.  Pestañeo nuevamente y prosiguió a contestar.

̶                Uh… que compraba un helado en una heladería de paredes celestes y asientos blancos con el logo de copos de nieve detrás de los empleados. Había recorrido un… ¿parque?  No sé exactamente, pero no había juegos.  Era pasto, mucha gente, y un uh….  Enorme edificio.

̶                ¿Cómo era ese edificio?

̶                No lo sé.  ̶  frota suavemente sus sienes.  ̶  Sólo se eso.  Que es un tipo de edificio grande.

̶                Está bien. – Bea le palmeó con suavidad el muslo y dejó reposar su mano allí durante unos segundos en los cuales Dee aguanto la respiración por la corriente eléctrica que recorrió su tembloroso y flácido cuerpo cansado. – Ahora descansa mientras le digo a mi equipo todo lo sucedido y lo que me pudiste contar. Tus ojos ya están a medio cerrar.  ̶  era obvia la diversión en cada una de sus últimas palabras.

Dee asintió perezosamente, el sueño venciéndola por completo y, dejándose caer sobre las almohadas, hizo un sonido de despedida cuando Bea volvió a acariciarla antes de irse. 

Se durmió al instante, lastimosamente antes de haberle preguntado sobre ese tal “equipo” que mencionó a lo último.