NÚMERO 15 SEPTIEMBRE 2017

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AÑO III - NÚMERO 15 - SEPTIEMBRE DE 2017 - DIRECTOR FUNDADOR: MARIO BERMÚDEZ (COLOMBIA) -  EDITORES MÉXICO: ABRAHAM MÉNDEZ - CARLOS AYALA

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OBSEQUIO ESPECIAL: LA SEPARATA DE TRINANDO>>    Literatura pura

PÁGINA 20

LAURA ELENA SOA CÁCERES -MÉXICO-

 

Laura Elena Sosa Cáceres / Ciudadana Herzeleid – (Reynosa, Tamaulipas, México. 1985) es escritora fronteriza y eriza con el lenguaje, tomó el diplomado literario de la Sociedad General de Escritores de México, es licenciada en Letras Mexicanas por la Universidad Autónoma de Nuevo León (2008-2013). Escribió como columnista invitada para periódico “El Norte”, colabora en el e-zine El Ojo de Uk, y aún escribe en su blog personal. Fue antologada en los libros “Cuadrántidas” (poesía sci fi) y “Mundos remotos y cielos infinitos” y en el libro de ciencia ficción erótica “Scierogenous: an antology of erotic science fiction”, publicado en Atlanta, Estados Unidos. Como autora tiene cuatro libros que son “Con los restos a aquellos añejos” y “Con los añejos a aquellos restos” (variación del mismo libro de relatos), “Amantes del plenilunio” por parte de POETAZOS y “Hemólisis” de creación independiente. “Bala daña da” es su último libro de relatos, por La Shula Cartonera, espera que salga en septiembre del 2017.

 

Secretos

 

Y es que pronto el sol se pone, miras a la noche púrpura acercarse lentamente. Concedes el perdón que te dan tus afilados incisivos. Besas a la mujer en sus labios rojos, te despides de ellas mientras ruega porqué su vida no se vaya. Haz conocido este dolor antes, sabes que te carcome y lo disfrutas.

Aún escuchas las almas en tu corazón, sabes que no hay opción y debes tomarlas en su líquido bermellón. Lo respiras y te sientes aliviado, te preguntas por qué deseabas la juventud eterna.

Fue hace tiempo, sí. Pareces recordar muy bien, incluso algo trivial como el perder tu vida. Bebías cerveza, aún la saboreabas y sentías cómo se te subía a la cabeza, habías perdido la cuenta de las botellas. Buscabas a cualquier mujer para tener una noche de sexo y bienestar, con ella desquitarías todo y sería fácil deshacerla y tirarla después. Era más barata en la zona roja, ni siquiera te detenías en verla. Aún sentías en tus manos algún pecho cálido para acariciar. No esperabas que sucediera así, quien te sedujo no fue una mujer o una niña precoz.

Te tomó del hombro y preguntó si tenías un cigarro. Sacaste los Marlboro de tus bolsillos y se lo diste. No lo viste por un rato, aunque su traje de Armani y sus zapatos pulcros llamaron tu atención, percibías raro a ese hombre tan prolijo en un ambiente tan inmundo como en el que estabas.

Saliste a orinar en una esquina y al regresar se te prohibió la entrada. Te encontrabas en esa esquina resignado, sin dinero para más alcohol y no querías irte. Sentías el encendedor en tu bolsillo, pero los Marlboro se te habían terminado.

Lo viste pasar, lo miraste a los ojos, le suplicaste por un cigarro o una moneda, ignorabas el vómito en tu camisa desarreglada y desfajada. Dijo que te sacaría de ese lugar y te llevaría a otro mejor, que ahí conseguirías a más mujeres por precio accesible. Era una oferta que no podías rechazar.

Despertaste en una casa desconocida, olías a alcohol y cigarro. La cabeza te daba vueltas. No recordabas otra cosa después de la invitación. Sentías como si te hubiesen vaciado internamente, disfrutabas esa sensación, aunque no recordases a quién te habías llevado a la cama.

Parecías un niño ansioso por azúcar. Él te dijo que eras un pupilo, un hijo perdido. Sus brazos envueltos en tela de lino te parecieron más cálidos que los de cualquier prostituta, nadie así te había rodeado. Él te provocaba incertidumbre y no sabías si volverías a amanecer con él o en otra casa extraña. Te dijo que se mostraría completamente y pidió que cerraras tus ojos por unos segundos. Al abrirlos te encontrabas en un bosque, miraste al cielo y observaste las estrellas. Te elevaste, bajo tus pies pudiste ver las luces de varias ciudades. Comenzaste a caer, escuchabas el eco de tus gritos. Abriste los ojos, sacudiste las sábanas. Sudaste frío.

Él te esperaba, vestía un saco largo y negro y un traje más corriente. El cuarto era austero, paredes blancas y cortinas grises cerradas, no había ningún mueble salvo la silla donde él se hallaba sentado y la cama donde tú te encontrabas. Te sonrió empático, te quedaste callado como un tonto. En tu lengua sentías un sabor desconocido, tragaste saliva y tu piel se erizaba al hacerlo. Admirabas cómo se limpiaba sus uñas, eran como cristal, te hipnotizaban.

Te levantaste de la cama y te sentiste fresco y limpio, tus pantalones habían sido planchados y tu camisa estaba lavada.

Se te acercó y te acarició en forma paternal, no sabías si ceder o evitarlo. Te sabías vulnerable. Había algo en ese tipo que te impresionaba, sabía de ti y tus motivaciones, te conocía de hace tiempo. El hombre frente a ti miró su reloj, te vio con ojos tristes y dijo que ya era hora.

Apenas y reaccionaste cuando había llegado a tu retaguardia, sentías los dientes en el esternón, te desangrabas con rapidez sin notarlo. Parecías decaer, tocaste el piso, tu existencia empezaba a pesar y dabas gracias por morir pronto. Entonces la sentiste caer en tus mejillas, viscosa, candente, una gota tras otra cerca de tus labios. Tu lengua se movía en forma ávida, abriste los labios, chupabas de la vena ajena ese néctar que venías saboreando con anterioridad. Te creías muerto pero revivías, te pegabas al brazo de tu amante desconocido. Te forzó a separarte, regresaste al suelo, el frío parecía un manto suave, escuchabas el sonido del reloj que se calmaba hasta silenciarse, te diste cuenta que se trataba de tu corazón.

Giraste la cabeza a todos lados, buscando al ente, sus labios están envueltos en el carmesí de tu plasma. Lamió lo poco que quedaba y te besó en la boca.

—Adolfo, mi pequeño Adolfo.

Su beso, que anteriormente te hubiese perturbado, ahora parecía una invitación a la calma. Te preguntabas como es que sabía tu nombre. Al levantarte el mundo cambió para ti. Las cortinas se hacían y deshacían en tejidos y escuchabas como se rompían, dentro de las paredes escuchabas la respiración de alimañas que descansaban y los sonidos de la noche se intensificaron. Miraste a tu acompañante, notabas que solo era el rezago de algún hombre de hace un tiempo, la estatua viva de alguien muerto.

Al ver tus manos te diste cuenta que parecían las de una muñeca de porcelana. Aspiraste el aire y sentías la polución de la ciudad. El hombre por primera vez se rió, se alegraba de verte curioso. Preguntabas que fue lo que te hizo. Respondió con una risa y se dirigió a la puerta. Apenas puso su mano en el pestillo cuando tú te apresuraste a seguirlo. Con tan solo mirarte hizo que te alejaras, sentiste como un puñetazo en el estómago y te obligó a retroceder. En tu cabeza escuchaste su voz, te decía que no lo siguieras. No sabías si era tu imaginación o el hecho de estar cercano a la locura, dudabas que su voz estuviera dentro de ti.

—No me sigas—Te gritó

Antes de que pudieras preguntarle otra cosa, abrió la puerta. La luz solar le llegó directo. Te alejaste a un rincón oscuro. Tapaste tus oídos al escuchar sus gritos, sentías como resonaban en todo tu cuerpo. La puerta azotó y los gritos continuaron. Aún no comprendías lo que eras, solo sabías con certeza que tenías sed y hambre. Esperaste a la noche, el cielo tenía un rojo atardecer.

Caminabas por un boulevard rodeado de turistas noctámbulos. Miraste a algunas chicas, dos o tres se te acercaron ebrias. No lo recuerdas, a una le abriste la piel del cuello. Al verte realizando este acto quisiste soltarla. Tu camisa estaba manchada de sangre que no bebiste pero lamías famélico. Al temer regresar a esa casa decidiste ocultarte en una cloaca. El olor a excrementos, orines y desechos no te afectó más. Las ratas se acurrucaban a tu lado, las sentías latiendo en tus adentros.

Escuchaste pasos. Alguien se te acercó sin que lo notaras. Te habló y explicó sobre Flavio, el que te desangró y se alejó, sabía tu nombre y tus preguntas, se rió de tu ignorancia, viste sus dientes. Te pidió que lo acompañaras por las alcantarillas, te mostró aquel submundo en el que no creías y tuviste que adaptarte.

El tiempo pasó, sobreviviste de ratas y lagartijas, hiciste esto antes de atreverte a intentarlo nuevamente. Fue inevitable, extrañabas el sabor a humano, sobre todo en la dulzura de una mujer.

Ahora te veo, estás en una plaza, reconsiderando un cambio, ya han sido demasiadas muertes. Recuerdas a Flavio, tu creador. Por un segundo piensas en el suicidio.

Ya conoces a esa mujer, sabes que es tuya por un instante, pero te arrepientes de quitarle la vida, lo sabes perfectamente bien pues yo soy esa mujer, y eso fue lo que me hiciste a mí, sólo que algo te falló y ahora sé por igual sobre los secretos de la sangre, por lo que pienso perseguirte hasta estar en paz.

 

 

 

Onirismo

 

Una garra se mete en el pecho

arranca corazón, víscera viscosa.

No es la de mente, pero vida

y la sangre brota de sus aortas

a incontrolables manantiales rojos.

Desde mi cabeza esa sensación.

 

Silencio no mata,

sino el chillido plañidero

imágenes alargadas lejos.

Mundos se revelan ante Cerebro

miro de la carne un dedo.

La realidad otra,

atada ante imagen

lejos del destino

ese tiempo maldito.

 

Mis ojos revientan en manos,

labios callados para quedar

¿Ah? No, nah... nada.

 

En algún lugar he terminado

todas las cosas bonitas se han largado

nadie sabe que quiere decir esto

tal vez sea algo nimio,

quizá cause más gracia

saber otra cosa que es redundancia.