NÚMERO 15 SEPTIEMBRE 2017

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AÑO III - NÚMERO 15 - SEPTIEMBRE DE 2017 - DIRECTOR FUNDADOR: MARIO BERMÚDEZ (COLOMBIA) -  EDITORES MÉXICO: ABRAHAM MÉNDEZ - CARLOS AYALA

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PÁGINA 32

MELODY MOTA GARCÍA -MÉXICO-

 

Melody Mota Garcia es Ingeniera en Negocios Internacionales, escritora, poeta, músico, estudiante de Maestría en Educación en el Tecmilenio. Promotora de eventos de Folclore Mexicano. Amante de la ópera y de la música clásica. Actualmente trabajando en líneas de transporte. Nos comparte Último beso, una historia de 2 amantes que a pesar de no estar juntos lograron darse un beso en un encuentro muy poco común. Cuando las alternativas fuera de lo convencional son la única opción.

 

Último Beso

 

Era una tarde soleada y resplandeciente en aquellos años de mi vida en donde no importaba lo que pasaba a mi alrededor ya que no tenía la madurez para comprenderlo, sabía de antemano que había problemas en mi casa, era obvio, creo que a los vecinos les quedaba muy claro, pero en esa edad a mí no, esa tarde salí a jugar un poco básquetbol con una de mis amigas. Se llamaba Gabriela, en esa época sólo Gaby, y si yo me consideraba con algunos traumas, ella es ese tipo de amigas que cuando la vez dices “nombre, no tengo nada, existe gente en peores condiciones”. Volviendo a ese día, era el primer día del mes de mayo de 1998 conocido en México como el día del trabajo y lo conmemoramos descansando, por la tarde jugando con mi amiga la plaza se encontraba sola y sobre el camino, a lo lejos, venía un muchacho alto y delgado, yo me había cansado un poco de jugar y descansé en una banca. Mi amiga aún tenía mucha energía e invitó al chico que estaba pasando en ese momento por nuestro lado, ella le hablo a él sin conocerlo y le dijo: “¿oye tu juegas un poco?” A lo que le contestó “sí, claro”; jugaron, yo sólo observé al chico que jugaba, a mi amiga que era pésima y que sólo le había hablado por lo lindo que se veía, ellos jugaron unas horas…

 

Cayó la noche y la hora de irme a mi casa, mi amiga le dijo que si quería ser su novio (a mí no me había quedado claro ni su nombre) pero retomando el punto era Gaby, estuve caminando con ellos por un tiempo, ella y él se besaron en varias ocasiones, y se tomaban de las manos. Obvio, teníamos 12 años y no nos dejaban tener novio ni besarnos, ella era una chica religiosa, así que su mama no la dejaba tener amistad con hombres (aunque sinceramente la religiosidad de los domingos se le perdía en cuanto veía a cualquier caballero). Ya para irnos a nuestras casas, ella lo volteó a ver y le dijo “Héctor, ¿verdad?” Y él tartamudeando le dijo “sí, sí me llamo Héctor” y ella tan linda como siempre le dijo “ya no seremos novios nunca más, ya no te quiero” … se hizo un silencio, más que incómodo, confuso, al menos yo no podía entender como aquella chica que lo llenó de besos y le hablaba con cariñitos de un momento a otro le dijo que ya no serían novios, no me lo esperaba. Me dijo “Melody, acompáñame a mi casa” y yo volteando ver al confuso Héctor le pregunté “¿me acompañas?” Él contesto nuevamente tartamudeando “sí sí sí”, esa fue la primera vez que caminé con un hombre diferente a mi familia (aunque no caminara el conmigo), estar a su lado simplemente me hacía sentirme bien y la noche fresca hacía que su perfume viajara en el viento y podía olerlo: era un hombre, jamás había olido a un hombre, jamás había caminado con un hombre, era demasiado joven para incluso pensarlo y no era muy noche para caminar sola pero la iluminación de esa colonia en esa época no era muy buena y el hecho que él estuviera a mi lado me hacía sentir segura.

 

Fuimos y dejamos a la atrevida Gaby a su casa, se despidió de mí y de él no. Antes de meterse se acomodó el cabello y la ropa, y de nuevo a fingir que era una niña buena y sobretodo religiosa. Héctor y yo nos quedamos en la esquina de la casa de Gaby y él me preguntó “¿vives en Olmos?” y le conteste que sí y él me dijo “yo te he visto en la casa azul” y le contesté “sí, esa es mi casa”. El silencio de nuestra conversación se alimentaba del sereno ruido de la típica noche en Hacienda Los Morales, por último, me preguntó “¿quieres que te acompañe?” Le dije sí. Caminamos separados sin tocarnos, lo miraba de reojo y él también lo hacía, de camino hacia mi casa teníamos que pasar por la plaza al llegar a la cancha se rompió el silencio… Yo fui la primera en hablar:

- Estuvo confuso lo de Gaby pensé que se habían conectado…

Él, con mucho respeto contestó:

- ¿sabes? había soñado este día.

Le pregunté:

- ¿Soñabas en conocer a Gaby? Con mi tono sarcástico le dije “¿acaso soñaste que conocías a una niña media loca?”

A lo que él me contestó:

- No, soñé que caminando por la plaza me encontraba a una preciosa dama, que al verla mi corazón se aceleraba y mi piel se estremecía porque estaba acercándome al amor de mi vida, y… ¿sabes? estaba evitando pasar por la plaza todo el día.

Le pregunté asombrada:

- ¿por qué?

Me contestó que no quería desilusionarse de que su sueño no fuera realidad, la plática me interesó, había algo en él y su compañía que me agradaba, era algo que no entendía pero que sentía dentro de mí, dudosamente le contesté:

- quizás es Gaby.

Él me dijo:

- ¿sabes? cuando empecé a caminar por la plaza sentí lo mismo que en el sueño, como si una parte de mí estuviera en la plaza, al encontrarlas en el camino me distrajo un poco Gaby pero sentía que en ese momento estaba pasando algo importante y no sabía cómo descifrarlo.

 

Yo, en ese momento sentí lo mismo, no le comenté nada, sólo lo escuchaba. La charla avanzó, para entonces, ya estábamos sentados en una banca y no supe ni cómo llegamos ahí, estaba distraída del camino y mi atención en sus palabras y su voz. Pareciera que habíamos caminado en el vacío y en un estado de inconsciencia, era mágico ese momento, y durante nuestra platica sentí que nos estábamos reencontrando o reconociendo, a mis 12 años me sentí vieja y que había encontrado una parte de mí, no sabía cómo explicarlo, era muy extraño. Me preguntó “¿te puedo acompañar a tu casa?” Sin pensar en nada, le dije sí. Más que un enamoramiento a primera vista lo sentí un reconocimiento, como cuando dejaba de ver los compañeros en vacaciones largas, comenzaba el siguiente siclo escolar y los volvía a ver, ese sentir que proviene de ver nuevamente a un amigo que por alguna temporada larga no lo viste. Retomamos el camino hacia a mi casa, por la plática, no supe cuando nos desviamos, sobre mi calle y a 5 casas de mi casa se escuchaban los gritos de mis padres que, como de costumbre, peleaban. Agaché la cabeza e hice silencio, quería caminar como el topo y esconderme debajo del asfalto para evitar la vergüenza. Apresuré el paso y él también lo hizo. Antes de entrar a mi casa me dijo rápidamente “mañana nos vemos, Melody”.

Lunes 4 de mayo, ya en el aula con las maestras, fueron tan representantes para mí que sólo me quedaron destellos de su existencia. Me sentía tan diferente, tomé mi clase de Inglés; le hice una broma a la profesora, pregunté cómo se dice “deportes” en inglés y no supo contestarme. Sólo reí. Llegó Ciencias Naturales con Rabin Ranat y su energía invadía el aula, era una materia tan aburrida con un maestro que todo lo hacía divertido, hasta su firma, era una ballena. Todo era genial, todos esperábamos esa clase… Mis compañeros trataban de integrarme, yo sólo pensaba en Héctor, antes de finalizar las clases el profesor dejó de tarea practicar básquet 20min… En mi cabeza sólo pensaba en que vería al niño que conocí. Han pasado algunas décadas y aún recuerdo ese día.

 

Aún recuerdo la sensación de haber encontrado a alguien que sentía que ya conocía. Aún recuerdo cómo mi pecho vibró al verlo. Como era de esperarse, iniciamos una relación, pero era una relación de aquellos tiempos; yo deseaba siempre salir a la plaza para verlo de lejos y tener al menos 10 o 15 minutos para platicar con él, mis papás en ese entonces no me dejaban salir y estaba un poquito restringido mi horario. Hubo una ocasión en la que mis hermanos, él y yo fuimos a Escobedo, conocí a su abuelo, un hombre que no sabía leer pero muy inteligente; le platiqué que yo amaba en secreto a Héctor pero que no me dejaban verlo. Me dijo que no era necesario ver a alguien para amarlo, no era necesario estar al lado de alguien para sentirte con él, mirarlo para saber que está contigo. Era una persona de rancho y tenía mucha sabiduría, me puso el ejemplo de cómo la gente religiosa amaba tanto a Dios y nunca lo había visto. Me dió algunos tips para poder, ver, sentir y escuchar a Héctor sin que estuviera conmigo. Me ensenó que el cuerpo tiene caducidad: enferma o muere. Deseaba que ese día terminará pronto para poder estar sola en mi casa, en mi cuarto, para poner en práctica todo lo que él me dijo. Como es costumbre cada vez que esperas algo, el tiempo se hace más largo después del juego.

 

Al fin nos fuimos a mi casa, llegué llena de polvo, rápidamente entré al baño, en mi mente sólo deseaba poder verlo, sentirlo y escucharlo como el señor me había dicho. Me bañé con agua caliente, me puse ropa ligera, estaba haciendo un poco de frío y tomé una pequeña cobija. Me recosté tranquilamente en mi cama, ni siquiera había prendido la luz; ya estaba lista para poner en práctica los ejercicios. Tal cual me dijo el señor, empecé a pensar que mi cuerpo estaba relajado, comencé a escuchar mi respiración y simplemente puse mi mente en blanco. Pensé en Héctor, de inmediato pude verlo. Según me enseñó el anciano, dije tres veces su nombre y volteó a verme. Estaba tan impresionada, al fin estaba tan cerca de mí, podía sentir su respiración. Pude tocar sus manos frías por primera vez. Él me dijo “estoy soñando contigo, Melody” y yo le dije “no, estamos viajando como tu abuelo me enseñó”. Era tan fuerte la emoción de tenerlo tan cerca de mí que simplemente empecé a llorar de felicidad, le dije que había deseado tanto tenerlo cerca y poder tocarlo. Después de eso, empecé a distraerme, se estaba alejando y esfumando la visión que tenía. Mis padres van a pelear, empezaron los gritos, los ruidos fuertes y desperté.

 

Sorprendida y con mucho miedo ya no lo volví a intentar. Lo primero que pensé fue “estoy demente, ahora tengo alucinaciones”. Al siguiente día vi a Héctor en la plaza, se acercó a mí y me dijo “anoche soñé contigo, soñé que estaba parado en algún lugar oscuro, que simplemente me hablabas, estabas detrás de mí y tuve que girar la cabeza para verte. Tocaste mis manos frías, temblabas un poco y empezaste a llorar de felicidad, después de eso te fuiste”, me emocioné mucho: había sido verdad.

 

Le dije “Héctor, no fue un sueño, fue un viaje, tu abuelo me enseñó cómo hacerlo, ya no es necesario vernos, ya no son necesarios nuestros cuerpos, sólo desearlo”. Comenzamos a vernos de esa manera, a cantarnos, escribirnos poemas. El tiempo camina tan rápido cuando amas, ya cumpliendo los 17, y como todos esperaban, Héctor y yo planeamos casarnos. Estaba tan emocionada…  me iba a casar con el amor de mi vida, con mi otra mitad, la persona con la que podía conectarme espiritualmente.

 

Un día llegó con un poco de catarro a mi casa, me dijo “me duele el pecho, amor. No me puedo quedar mucho tiempo, me siento muy cansado”. Sólo nos besamos y se fue. Esos días él estaba muy cansado, batallaba para levantarse, decidió visitar al médico. sacó cita y se presentó en un lunes, yo le había estado marcando desde temprano para saber qué le había dicho el doctor y no había respuesta, ya por la tarde, casi de noche me marcó su mamá, contesté. Me dijo con una voz muy agotada que Héctor estaba hospitalizado, al parecer el dolor que traía en el pecho no era nada bueno, que si quería verlo la visita iniciada al día siguiente a las 10 de la mañana. Para mí fue como si me hubieran echado un balde con agua en la espalda, no teníamos planeado que Héctor enfermara, no teníamos previsto que él estaría hospitalizado sus últimos días. Le dije a mi mamá, y ella me dijo “tranquila, quizás sólo es un catarro”.

 

Al día siguiente, a las 10 de la mañana, me presenté en el hospital. Cuando llegué Héctor estaba lleno de aparatos, tubos, sueros, medicamentos… algo ya no estaba bien; Héctor me miró y empezó a llorar, y yo, sólo al verlo me derrumbé, no me explicaron qué enfermedad le detectaron, pero ambos sabíamos que estaba pasando algo mal.  Pasé martes, miércoles y jueves en el hospital. Por la mañana del jueves, su mamá me dijo “hija, ahorita que está dormido aprovecha para ir a tu casa. Báñate, cámbiate y descansa un poco”, todos estábamos agotados. Decidí hacerle caso, llegué a las 10 de la mañana a mi casa, me bañé, comí algo y me dormí a la 1 de la tarde. Desperté abruptamente, empecé a llorar y quería salir corriendo, mi mamá me dijo “tranquila, todo está bien, si quieres te llevó al hospital para que veas que Héctor está bien”, en el camino mi mamá iba cantando para poder tranquilizarme.

 

Recibí una llamada de mi hermano el mayor, me preguntó que en dónde estaba, le dije que camino al hospital. Me preguntó “¿vas manejando tú?” y contesté “no, voy en el asiento de atrás porque me siento un poco mal”. Él sólo me dijo con una voz quebrada y con muy poco aliento, “flaca, lo siento mucho. Héctor acaba de fallecer”. Fue un golpe arrasador y sofocante, no podía con eso. Los planes, la boda, el tiempo, nuestro reencuentro, ¿por qué se fue? ¿Por qué decidió irse antes que yo? ¿Por qué si aún nos faltaba historia? No había más que decir… sólo resignación.

 

Su entierro fue como si me hubieran mutilado la mitad del cuerpo, con muy pocas fuerzas y sin aliento estaba en pie. Ahí decidí sepultar mi corazón, mi amor y todas mis esperanzas junto con él. El tiempo y su rapidez, su afán de continuar. Al siguiente sábado, como todos los siguientes por 10 años, ya sabía a donde ir, en el cementerio los trabajadores me tenían identificada como “la viuda joven”. Algunos años después, decidí poner en práctica lo que su abuelo me enseñó. Esta ocasión fue diferente, en la visión caminaba en una fila de 2 en un túnel hacia la luz, había un espacio donde no caminaba nadie y en sentido contrario había otras 2 filas de gente que venían de la luz hacia la obscuridad. La luz era muy brillante, a lo lejos vi a un hombre alto y sin ver su rostro supe que era él. Quería avanzar más rápido, pero todos llevaban el mismo paso. A él también lo noté ansioso por llegar a mí. Las filas avanzaron y pudimos estar él su fila y yo en la mía, pero ambos en la misma columna. Extendimos nuestros brazos, nos tomamos de la mano y jalamos para salirnos de la fila para, al menos, por unos minutos nuevamente estar frente a frente. Fue tan mágico, tan real, tan fuerte... Estuvimos frente a frente, me besó… vino la luz y se lo llevó de nuevo, y ese fue nuestro último beso.