NÚMERO 15 SEPTIEMBRE 2017

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AÑO III - NÚMERO 15 - SEPTIEMBRE DE 2017 - DIRECTOR FUNDADOR: MARIO BERMÚDEZ (COLOMBIA) -  EDITORES MÉXICO: ABRAHAM MÉNDEZ - CARLOS AYALA

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OBSEQUIO ESPECIAL: LA SEPARATA DE TRINANDO>>    Literatura pura

PÁGINA 34

NAZARIO NEFTALÍ VÁZQUEZ GARZA -MÉXICO-

 

Mi nombre es Nazario Neftalí Vázquez Garza, tengo 16 años, soy mexicano y padezco síndrome de Asperger. Actualmente estudio en la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), en un grupo especial donde me he desarrollado alegremente. Mis hobbies son la lectura, caminar, jugar videojuegos e investigar temas de mi interés.

 

Acabo de despertar, no recuerdo el porque estoy aquí, ni siquiera lo que había realizado el día anterior, froto lentamente mis ojos y observo a mi alrededor: el ambiente es frio y húmedo. Lo sé por la madera gastada en las paredes y mi sensación en la piel, me levanto lentamente del frío suelo donde me encuentro y sigo observando en busca de una salida, no encuentro nada, camino alrededor de la habitación todavía buscando, esta vez de forma desesperada, sigo y sigo buscando, y todavía está esa ausencia de puertas y ventanas, me entra pánico, lo único que puedo hacer ahora es reflexionar y encontrarle sentido a esta encrucijada.

 

¿Cómo pude llegar aquí si no hay ningún tipo de entrada?, ¿lo habrán construido a propósito de esa manera para así mantenerme encerrado?, ¿por qué me quieren atrapado? En ese momento tuve una idea, golpeé cada pared para averiguar si acaso alguna estaba hueca, una de ellas lo estaba, pero ¿cómo la atravesaría? Lo único que tenía a mi disposición eran mis brazos, golpeé fuertemente la pared y el resultado fueron pequeñas grietas, al observar esto seguí de forma continua a pesar del dolor y el cansancio. Decidí tomar un descanso, mis manos comenzaron a sangrar por las astillas, pero vi algo que me sorprendió, la pared después de un tiempo se regeneró, en mi mente corrieron más pensamientos de duda, no entiendo, ¿esto es posible?, ¿estoy en la otra vida?, ¿esto es una pesadilla? Debe serlo. rápidamente pellizqué de forma brusca mi brazo, no desperté como se suponía, en su lugar sentí el dolor que produce tal movimiento.

 

¡Alguien ayúdeme!, grité a todo pulmón a pesar de saber que nadie podría oírme. Sentí como las astillas se metían por sí solas más y más bajo mi piel, intento sacarlas de forma desesperada, pero sólo logro recibir pinchazos, como si las astillas tuviesen mente propia y un propósito: incrustarse de forma permanente en mi carne. Pensar eso me hizo temblar y rascar mi mano compulsivamente hasta llegar donde estaban enterradas, vi mis músculos expuestos y allí se encontraban las astillas, retorciéndose como si se tratasen de gusanos, además de secretar una sustancia viscosa con un olor que sólo podría encontrarse en las alcantarillas, los saque y los pisé, escuché sus terribles chillidos, seguí persistiendo hasta que escuché nuevamente el silencio absoluto.

 

Grite y rogué a Dios que me sacara o al menos que me diese una explicación, sollocé fuertemente esperando un milagro divino, me recosté en el piso a meditar lo que estaba ocurriendo. Me quede nuevamente dormido, al despertar, la pared a la cual le había abierto las grietas ahora tenía una puerta. Con algo de esperanza recuperada abrí lentamente la puerta con precaución por si me encontraba con otro peligro, pero no, me encontré con un bello pero pequeño paisaje, únicamente había un camino que me guía a otra puerta, a los lados del camino se encontraban árboles y claros ríos, finalmente pude ver el cielo, pero este era tétrico y me quitó la esperanza de salvación con sólo verlo. Era rojo vivo con nubes oscuras que mostraban diversos rostros con expresiones inquietantes, cerré mis ojos y cambie mi dirección a un espejo que apareció junto a un árbol, no quise verlo, pero la curiosidad me venció, vi mi aspecto desnudo y delgado, era pálido y de ojos verdes, pero vi como este me sonreía y su aspecto cambiaba, se había vuelto de piedra y salió del espejo, corrí lo más rápido posible hacia la siguiente puerta sin mirar atrás, pero la puerta no se abría, aquel ente había usado su poder para inmovilizarla, patee y golpee la puerta pero fue inútil, finalmente la criatura me alcanzó y vomitó mariposas oscuras a mi rostro.

 

Desperté nuevamente en la habitación donde había empezado.

 

El amor de una madre

 

Una lluvia armoniosa había conquistado los cielos nocturnos de Apodaca, este se lamentaba ya que un buen hombre había fallecido.

Sebastián, un joven de 13 años, se hallaba melancólico, pues durante la mañana de ese mismo día su padre Héctor había muerto de un paro cardiaco. Mientras estaba recostado en su lecho no pudo evitar aquellos recuerdos bellos e intrusivos, en los cuales él y su padre eran las figuras protagónicas viviendo distintas experiencias, una tropa de promesas vacías se hicieron presentes, ambos habían planeado salir de pesca, pero no sería posible pues ya muerto él estaba.

En el dormitorio de su desconsolada madre Diana reinaban los sollozos y gemidos, no sólo la profunda tristeza le dominaba, también el miedo era partícipe de su dolor ya que su mente le atormentaba con distintas interrogantes las cuales eran cómo sobrevivirían económicamente ella y su hijo, quien cuidaría de Sebastián si ella encontraba un puesto laboral y si era posible soportar el vacío emocional que había dejado su fallecido marido.

Después de finalmente superar la perdida de aquél apreciado hombre, Diana pudo encontrar un empleo en patentes, el cual le brindaría estabilidad monetaria, aunque éste ocuparía la mayor parte de su tiempo. Entretanto Sebastián se acostumbraba a un ambiente solitario y silencioso, únicamente sus pensamientos le hacían compañía, no poseía amigos pues la pérdida de su padre le provocó una gran introversión, además de sentirse incompleto por la parcial ausencia de su madre.

Su madre le había enseñado a cocinar, por lo que él se hacia el desayuno y la comida, al llegar su madre, por la noche, preparaba la cena para ambos. Sebastián repudiaba el tenerla presente, puesto que parecía irritada y desquitaba su cólera contra él reprendiéndole por razones absurdas, tales como su manera de caminar, de hablar y comportarse.

Diana no sentía ira hacia su hijo, sino que le recordaba a su querido esposo, esos ojos verdes que irradiaban naturaleza, cabello oscuro que recordaba al infinito cosmos. Cuando veía a Sebastián diversas imágenes provocativas recorrían su cerebro acompañadas de obsesivos pensamientos sobre cómo podría seducirlo, pero antes de siquiera volver aquellas fantasías realidad la voz de la razón le detenía murmurándole:

-¿En qué estás pensando?-.

Una noche de domingo Diana había estado observando por horas a su hijo, obligado a permanecer sentado debido a la orden de su madre. En el interior de la cabeza de Diana un debate se estaba llevando a cabo, podría dejarse llevar por la pasión que germinaba en su corazón y besarlo o limitarse a aquel escenario ficticio donde realizaba ese acto de amor.

Sebastián se sentía angustiado, pues en los ojos de su madre observó una perversión incomprensible para él, y esa sensación empeoró cuando su madre empezó a acercar su rostro al suyo. Una explosión de violencia se liberó cuando Sebastián la empujó.

Diana, al recibir aquel signo de rechazo la invadió un extraño sentimiento, no había un nombre que pudiese identificarlo. Contempló la expresión de horror en la cara de su hijo, aquella voz volvió a surgir indicándole que se detuviese, pero ella estaba determinada a recuperar el amor de su difunto esposo, así que aprisionó a su hijo entre sus brazos, imposibilitando su movimiento y lo besó con intensidad.

Sebastián milagrosamente logró liberarse y huyó en dirección a la cocina mientras su madre le seguía, con una velocidad sobrehumana tomó un cuchillo y apuntó hacia el estómago de aquella perturbada mujer, no obstante, su cordura neutralizó aquellos instintos primarios y dejó caer el arma. Su madre se limitó a caminar hacia su dormitorio, cerró la puerta y dejó que un enloquecedor silencio cuidara de Sebastián, entretanto éste se encontraba en un estado similar a la catatonia. En el trayecto hacia su habitación evitó recapacitar lo acontecido y se recostó con la caprichosa idea de escapar en la mañana.

Cuando despertó, un punzante y extraño dolor le recibió en todo el cuerpo, asimismo una sustancia espesa descendía por su piel. Su visión estaba incapacitada pues solo podía percibir una abismal oscuridad, trato de mover su brazo, pero un susto le asaltó ya que no lo sentía, como si hubiese desaparecido al igual que sus demás extremidades. Pretendió gritar, pero sus labios parecían cosidos, en ese momento dos ríos salados inundaron su rostro, pues comprendió lo que había sucedido al sentir que alguien le besaba.