No. 16

ENERO 2018

No. 16 ENERO DE 2018

PÁGINA 21

 

Nadia Chípuli es poeta mexicoargentina, amante de los cuentos de Julio Cortázar y las poesías de Gabriela Mistral y Fernando Pessoa. Nutricionista con posgrado en alimentación y deporte por la UCES en Buenos Aires. Traductora por el ITESM en Monterrey y Correctora por el Instituto Mallea en Buenos Aires. Radicada en Buenos Aires de 2005 a 2016, actualmente vive en Monterrey donde se dedica a las Letras y a sus pacientes.
 
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NADIA CHÍPULI -MEXICOARGENTINA-

La travesía
 
Año uno: salgo de mi pradera, verde en la vereda, veo: flores, florestas, canciones. Me planto a la orilla del coche. Empiezo mi viaje, empiezo por el cañón de arena verde. No nostalgia del mar, siento ya las olas mas no la marea. Emprendo mi viaje, mi abismo propio de humedades en los ambientes llanos. Salvaje no, sin nombre no. Viaje, mi viaje.
Año dos: despierto alegre, entre avellanas despierto camino al desierto de la serpiente cobarde y sigo mi camino atravesando sueños de mis ojos perplejos de bellos paisajes. Topo, topo con pantanos de escamas que suben por las cornisas de las diminutas casas que parecen de mentira y topo, topo, ya sé, ya lo dije.
Año tres: monto una montaña de papeles, monto un acantilado de mendigos. Triste, tristeza colma mis ojos, gotas de sales cubren mis mejillas. No es humano, no, no somos humanos, no. No puedo dejar de pensar en esas cabelleras grises sin cobijo alguno. No, no somos humanos.
Año cuatro: entro al bosque, bosque sin nombres, en medio un lago. Lago de nombres. A donde todos fueron por agua, tal vez por sed, tal vez por hambre. Y sin prisa ando, ando por el camino del bosque, sí, el que no tiene nombres.
Año cinco: trepo las planicies de la pantera, animales. Animales somos, somos panteras, somos la expresión de las agresivas palabras de… soy; esa pantera que mira un punto fijo. Pantera.
Año seis: troto por el estrecho camino de la selva del cabello negro, blanco y gris. Bello, bello ese cabello.
Año siete: floresta híbrida en tus manos. Te recuerdo.
Año ocho: llego al Polo, quién diría, al Polo llego. Al polo de tu cuerpo, eso, eso es lo que recuerdo. No paro de recordar. Camino en tu pecho. Veo, veo el paisaje de nuevo. Y sigo. Sigo, siempre sigo. Tomo el auto y sigo.
Año nueve: andiamo y llego, llego a la arboleda. Arboleda en tus calles perdida. No en el camino. Sol, sí, llego al sol de las montañas celosas de tus olas, de tus olas, de tus horas, horas de viaje. Hora es de volver.
Año diez: vuelvo.
 

 *    *    *

 

Poesía intermedia
 
Noctámbulos del celeste acuestan la noche de cabeza, de cabeza. Toman mi alma que abandona este cuerpo de piedra y de madera. En ladera, sollozan y suspiran.
En la resbaladiza ladera de tus manos empapadas de rocío. Entre mis piernas, entre mis piernas parsimonia de tus labios en mis dunas, en mis dunas. Abrazo un demonio… poseída estoy.
Dos seres, dos son, dos en la cama, dos en la ducha. Uno en la mañana y otro en la noche. Dos alcoholes me desnudan, mi piel se eriza, se eriza. Dos pares de melancolías perdidas entre sábanas de algodón, de algodón. Dos colores de piel en mí casi unidas, casi. Casi entramos en un sueño de dos, de dos. Sabes, lo sabes que son dos… que fueron dos. Sabes, lo sabes… me quedo contigo, contigo.

 

*    *    *

 
 
Carta
 
Se me caían las lágrimas; veloces ellas, no dejaban de salir, no dejaban de salir. Querían robarme la calma, la ternura que existió y ahora se extinguía. No entiendo lo que leo, es decir: lo entiendo, pero no quiero hacerlo. Me niego a estallar en el vacío de esta tristeza, pero no me responde el cuerpo que sin desearlo sigue llorando. Imploro la calma que da estar despierta. No, no quiero la noche que aturde mis reproches, mis angustiadas pupilas. Todo comienza una y otra vez.

 

*    *    *

 
 
Abismo
 
Arriba de mi azul cielo se esconde el aire del olvido, arriba de mi acua cielo me escondo yo, me escondo yo… se esconde él. Duermo, duerme… el ángel que me hace compañía en mis noches hostiles. Duerme la noche que duele, que duele. Arriba de todos mis azules del cielo me escondo yo, se esconde él; se esconde la muerte. Duermo, duerme, mueren aves de la noche silvestre; me atrapa, me arropa con sus miedos, me alcanza, me alcanza.
Subo la noche celeste que atrapa con celos de distraídas melodías perdidas de tristes ayeres. Subo, sube. Rondo la fuente del patio celeste de tus atardeceres del olvido, del olvido. Arriba de mi azul cielo me duermo, te duermes tú. Ven conmigo, conmigo.
Arriba de mi azul cielo te veo desnudo, desnudo. Arriba de mis noches incoherentes me atrapa el abismo, pienso en ti. Arriba de mi cielo crece un infierno que piensa en ti, en ti.

 

*    *    *

 
 
La nota
 
Eva arrancó la hoja y quiso romperla, pero no lo hizo. Hubo un silencio y pensó que podría tratarse de una broma. Entró al cuarto tratando de sentir alivio, caminó hacia la cortina aún con un poco de duda. Se asomó por la ventana, escuchaba muy tenue el canto de las aves y podía oler las flores, era un hermoso paisaje, el cual no podía disfrutar en un momento como este. Todavía con la hoja en la mano y casi por despedazarla le subió por la tráquea una náusea inesperada. Esa letra… era imposible. Salió del cuarto tan pronto como se lo permitieron sus temblorosas piernas. Un millar de nombres y recuerdos salieron por su garganta, pero era imposible descifrar quién le había escrito semejante nota. ¿Quién podría haber entrado a la casa tomado la birome, escribir y volver a salir?
 
Bajó las escaleras pensando en todas las posibles entradas y empezó a revisar puertas y ventanas. Se reprochaba a sí misma el hecho de haber dejado el camino libre para que entrara un posible ladrón, aunque en este caso el oportunista no hubiera robado más que la calma de la dueña de casa. Aseguró todas las puertas, atravesó un sofá y el viejo sillón de la abuela, esta vez no le importó moverlo con lo pesado que era y lo adornado que estaba; tan lleno de almohadones y tapetitos tejidos. Siguió con las ventanas cuyas cortinas tenían cordeles también tejidos por la abuela, eran de los pocos recuerdos que había dejado junto con el juego de té y las fotos de muchas infancias; hijos, nietos, sobrinos, tíos y demás.
 
Sonó el teléfono y tuvo la intención de correr a contestarlo, sólo que aún le faltaba asegurar el piso de arriba y titubeó por poco más de un instante; caminó lentamente hacia él con el fuerte deseo de que dejara de sonar. Siguió timbrando… Eva suspiró profundamente y levantó los ojos al techo resignada, tomó el teléfono con la mano izquierda y dijo:
-Hola, estoy muy ocupada, ¿Podría llamar en otro momento?
Del otro lado del tubo se escucha:
-No mamá, estoy muy angustiada, alguien se ha metido a mi casa y ha dejado una nota: estoy aterrorizada, pareciera ser la letra de la abuela, estoy completamente segura de no haber dejado una sola puerta abierta y mis ventanas tienen barrotes. Es prácticamente imposible que alguien haya entrado, no dejan de temblarme las manos, mamá.
 
Se escuchaba la hiperventilación de ambos lados del teléfono. Eva tuvo que sentarse porque no soportaba más el esqueleto entero, pensó que pronto entraría en pánico si no es que ya lo estaba y respondió:
-Yo también tengo una nota con la letra de la abuela.