No. 17

ABRIL 2018

No. 17 - ABRIL DE 2018

PÁGINA 13

 

Solamente quiero resarcirme del tiempo del olvido, buscar el fuego prohibido y atizar la llamarada para que entre la humareda renazcan las plumas que destilarán tintas, rojas e iracundas, que formarán unas letras
siempre inconclusas.
 
En esta oportunidad deseo compartir el cuento alegórico El Hombre que Espantó a Dios.

 

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MARIO BERMÚDEZ -COLOMBIA-

EL HOMBRE QUE ESPANTÓ A DIOS
 
 
Fue un día terrible en que Ahura no pudo controlar ni siquiera los influjos de su propia consciencia. Por primera vez en la eternidad se sintió con el ánimo decaído y la voluntad perdida en un laberinto de vacilaciones. Miró hacia el paraíso, pero todo se le hizo fúnebre, y, sin comprenderlo bien, se dio cuenta de que involuntariamente, por un pecaminoso acceso de ira divina, había creado la muerte. Caminó solitario, pues había desterrado, en medio de su cólera, a los ángeles guardianes de su infausta presencia, meditando sobre el por qué de aquella precipitada acción. En un comienzo, todas las cosas permanecían inmutables, con una sensación de tiempo que realmente no transcurría. Así que Meshia era el hombre y Meshiana, la mujer, sin que jamás hubiesen sido niños, como tampoco nunca serían ancianos. Eran lo que eran, simplemente, y nada más, aunque tenían movimientos, sensación de tiempo, y una desatinada voluntad que Ahura había puesto allí en su infinita bondad, pero que indujo al hombre a enfurecer a su creador, y, por tanto, a despertar en él tan tremenda cólera, que hizo que las cosas, desde entonces, ya no fueran como habían sido planeadas, sino que desde ese fatídico momento, se habían convertido en un ente ignoto, que ni siquiera el dios había imaginado antes; así que a consecuencia de esto, nació la ironía exterminable de todo lo creado. Ahora, postrado ante la potencia de su ser, Ahura se recostó contra el maldito árbol, miró los frutos de la sabiduría y maldijo en silencio, comprendiendo que hasta su propia voluntad se había torcido y dislocado ante la libertad humana, que no era más que la simple capacidad de escoger entre el bien y el mal.
Ahura sintió, en medio de su ser omnímodo, un olor fétido. Lo creado comenzaba a tener olor, y las cosas, antes eternas, empezaron a morir desprendiendo ese olor nauseabundo, que se esparcía sin remedio por todo el universo. ¿Todo esto, acaso no era irónico? El rey de la perfección y la misma perfección en sí, había creado lo descompuesto y lo divisible. Entonces, por el mundo no quedaba más como realidad que una simple idea de lo perfecto y de lo unitario, y el tiempo que antes se movía concéntricamente, ahora se desplazaba linealmente, alejándose siempre con señales de deterioro de un punto imaginario e inicial, haciendo que las mutaciones se dieran como realizando nuevas tareas en las cosas y permitiendo a los seres la condena maldita, que entonces los hizo nacer entre la sangre, la putrefacción y el odio; los hizo crecer entre la guerra y morir a consecuencia de ella, convertidos en esa misma sangre, esa misma putrefacción y ese mismo imperecedero odio.
Ahura se preguntó inquieto por qué había decidido, en un acto incomprendido de su voluntad, crear el mundo, y, sobre todo, al hombre. De un caos que verdaderamente era perfecto, trató de sacar el orden, pero solamente obtuvo el desorden pugnaz y metódico. ¿No era mejor la esencia primitiva de la nada, que ahora los hombres en su sabia ignorancia llamaban espíritu? Allá, en esa mácula eterna e indefinida, no había lugar para nada, ni siquiera para los más elevados conceptos. ¿Acaso esa nada, de donde tuvo él que sacar el universo, no permanecía como esencia de su esencia en todo lo que había creado? ¿Si sacó el mundo de la nada, entonces éste fue creado de la nada, y, por consiguiente, es nada? Estaba Ahura atormentándose con estas vertiginosas ideas, jugando a ser hombre y sufriendo por atreverse a pensar como cualquier humano, cuando sintió detrás de sí una mirada ígnea. Se espantó, sobresaltándose, quedando al instante de pie, luego se dejó invadir de un pánico incomprendido y doloroso, porque en su calidad de dios no era posible sentir las absurdas sensaciones, por cierto asquerosas, que poseían los hombres que él había creado en medio de su sabiduría y de su poder. ¿Pero, acaso, el hombre no provenía de él mismo? ¿No era a su imagen y semejanza? Entonces por qué preocuparse, pues él como el creador del sobresalto y del miedo, también se veía afectado por ellos, ya que de él mismo habían surgido. Después de sobreponerse del susto, del doble miedo, Ahura miró hacia atrás, aún con los ojos confusos y el corazón trepidante, pudiendo ver unos ojillos resplandecientes de perspicacia encima de una boca sarcástica y de una nariz curva, como una maléfica garra.
--¿Por qué me espías, Arimhán? --, preguntó la divinidad, luego de recuperar la calma.
--¡Oh, mi Dios, pero si no soy el Demonio! ¿Acaso no me co-noces, Creador?... Soy Argamaniel.
--¿Argamaniel? -- indagó Ahura con duda.
--¡Pero, oh Creador, tu indecisión y duda me asustan!
-- No digas eso, buen hombre, pues ya comienzo a acordarme en verdad quién eres… Sólo trataba de sentirme hombre, y lo fui por un momento para ver la clase de de ser que he creado. ¡Fue horrible! -- se justificó Ahura.
--¿Qué es lo que ha pasado?
--Tú, Argamaniel, me has asustado, pero más miedo me da todo lo que he hecho -- dijo Ahura.
--Pero si todo es maravilloso y perfecto -- trató de consolar el viejo al Creador, mientras el anciano salía de su escondrijo.
Era un hombrecillo apenas rescatable entre la desgracia cósmica, algo así como un cruel reflejo del desorden y de la miseria establecida recientemente por Ahura en su afán de castigar la desobediencia.
Ahura miró detenidamente al viejo:
--¿En esto te has convertido? -- preguntó anonadado.
--No te asustes, Creador, pues en esto, tú me has convertido, soy la piltrafa que has hecho.
- ¿Qué te parece, entonces, perfecto y maravilloso, Argamaniel?
-- El desorden que has establecido bajo la potencia de tu cólera, Creador
-- ¿Es todo perfecto y maravilloso? -- preguntó Ahura incrédu-lo.
-- Claro, tú lo has hecho, tú que eres perfecto y maravilloso. Por eso el desorden será como tú eres, eterno e indestructible.
Ahura se asustó.
--¿Qué dices, viejo?... No blasfemes, pues te puedo demostrar que con solamente desearlo, volveré todas las cosas a su primitivo estado inalterado y a su juicio -- dijo Ahura con asomos de una angustia pertinaz.
-- …Los hombres siguen muriendo.
-- … Pero también nacen.
-- … Pero son otros hombres, y se matan entre sí.
-- … También se aman.
-- … Destruyen la creación.
-- … Pero inventas tecnología… Sobrevivirán hasta el final de los tiempos.
-- Desde que tú lo decidiste, Creador, has hecho el comienzo de final de los tiempos, pues todo el Crono en sí es un final, y todos los fines son el único final, el definitivo.
Ahura se espantó, pues se preguntaba, en verdad, quién era aquel viejecillo que se atrevía a desafiar la potencia de su verbo. Tuvo inmensos deseos de vengarse de Argamaniel, eliminándolo con los dantescos rayos que salían fulminantes desde sus dedos en los momentos de furia, pero se atribuló al comprender que no podía cometer un error más, después de haber realizado el yerro más grande e ignominioso de todos; entonces, desde el venero de su corazón afloró la bondad infinita.
-- Eres un buen hombre, Argamaniel -- le dijo Ahura en tono conciliador.
-- Sólo puedo hacer lo que le es permitido a un hombre… puedo escoger y puedo pensar, porque la luz de la sabiduría llega al entendimiento por la magia que irradian todas las cosas, y esa magia que es el espíritu de tu nada, no tiene un cuerpo ni una forma, pero es tan real que es perceptible, aunque indefinida.
--¿Quieres ser sabio?
--Soy tu hijo, Creador, por tanto algo de sabio debo tener y porque soy hijo de la eternidad en ella debo permanecer, y de ella algo tengo, su esencia, pues, Creador, me resigno a creer que soy algo, aunque en verdad soy nada.
--¡Pesimista! Pues para que confíes en mí, simplemente te daré vida eterna.
--La vida, oh Creador, no puede ser eterna, por ser vida, pues tú lo has querido así. Lo que tú llamas ahora vida eterna, en verdad no es más que la muerte de la que venimos y a la que retornaremos, después de cruzar este corto puente que es la vida, pero que no es más que el reflejo de lo eterno.
Ahura se sintió molesto ante la prepotencia de Argamaniel, en-tonces le preguntó con el ánimo de derrotarlo:
--Entonces, ¿si tú fueras el creador, cómo hubieras hecho el universo? ¿Perfecto?
--Sencillamente no lo hubiera hecho, porque la esencia del universo es la nada, es decir, está hecho de nada, que es de donde tú lo sacaste, Creador.
--¿Y cómo hubieras hecho al hombre? ¿Los hubieras hecho co-mo mis ángeles o como mis demonios? ¿Los hubieras hecho como la suma de la perfección?
--De ninguna manera: Tus ángeles no son como tú, pues son menos perfectos, por tanto, no son la perfección completa. Los demonios son totalmente imperfectos. La suma de la perfección no puede existir sino en ti que, sin embargo, te has equivocado… Yo tampoco habría hecho al hombre, pero tú lo has creado, sin darte cuenta colocaste en él tus propios atributos, pero cómo eres único, y la suma belleza no la tienes sino tú por ser Dios, les metiste a los hombres los atributos de los ángeles y de los demonios… Esa trilogía implacable hace del hombre un desdichado, y de su historia el verdadero Apocalipsis.
Ahura se dio cuenta de que Argamaniel era obstinado, terco hasta ponerlo iracundo y se dijo, entonces, que el anciano era un tentación con forma humana, envidada por Arimhán, el demonio mayor.
--Tú eres único, mi Creador -- dijo el viejo como si adivinara el pensamiento de Ahura --. Arimhán es diferente, todo lo contrario a ti, pero como eres único, nadie más puede ser igual a ti. Tus ángeles son diferentes a ti, pero tampoco nadie puede ser igual a ellos. Tus diablos son lo contrario a ti, pero tampoco nadie puede ser como ellos. Los hombres tan solamente tratan de imitar burdamente a estos seres. En tu trinidad de perfección, divinidad, ángeles y demonios, no habrá cabida para otros seres, pues hiciste al hombre con un poquito de cada una para que él tristemente fuese diferente a los otros seres, pero con esa mezcla que los identifica, oh creador.
--No hables tanto, Argamaniel, que puedo confundir tu lengua, al igual que en Babel.
--Señor, es por ti que hablo… no me culpes, por favor. Es por ti que soy, no me reproches, por favor -- suplicó de rodillas Argamaniel.
--Pero te di libre albedrío para que seas lo que quieres ser -- dijo Ahura.
--Por ese mismo albedrío estoy condenado a moverme solamente entre la perfección y lo imperfecto, de esos dos límites no puedo salirme, porque no existe nada más. Soy un prisionero, en suma, y por eso mi desdicha, y por eso mi afán de imitar a Arimhán, con el ánimo de librarme de esas dos temibles cadenas que me atarán mientras viva.
--Tu orgullo es pecado -- sentenció Ahura.
--Lo vez, tenemos el libre albedrío, pero cuando tomamos el camino de la imperfección nos condenas, oh Creador, entonces, verdaderamente no hay tal.
--Tú lo has dicho, me debes obediencia, y si quieres llegar a mí tienes que buscar la perfección, pero, si así lo deseas, puedes escoger el camino de la imperfección para que caigas en el reino de Arimhán.
-- El reino de Arimhán es la forma obligada para que solamente se haga tu voluntad, oh Señor.
--Te repito, tu orgullo es pecado, y no hagas nada que ofusque a Ahura, tu único Dios.
--El orgullo no es pecado, Creador, sino que te disgusta la sola idea de que yo, pobre anciano, pretenda envidiar tu sumo bien y ser como tú, por eso a dicho apetito mío lo llamas pecado y te enfureces, errando en tu voluntad, y te encolerizas, condenándonos a la muerte, luego de la condena de la vida, castigándonos al haber inoculado en el alma de los hombres la envidia, el odio y la putrefacción, despojándonos del paraíso que hiciste para nosotros, y convirtiendo al universo en nuestro propio cadalso… Oh Creador, sin saberlo ni sentirlo, éramos felices en el mundo espiritual de la Nada. El no sentir nada, es la suma de la felicidad, Señor.
--Tu orgullo, me ofende -- dijo Ahura.
--Tú me diste orgullo.
--También te di la vida.
--Pero la vida es una cruel mofa de la Nada y un castigo, Crea-dor.
--Jamás pensé hacer de la vida y de todo lo creado un castigo, pero como así lo crees, te prometo vida eterna.
--Sólo hay una vida: ésta. El resto es la eterna y feliz Nada, y de ella vengo sin haberlo elegido, y entre este cuerpo que me hace sufrir con su dolor y que ha envejecido horriblemente, deformándose como si fuera el lecho del mal, convertido en émulo de la realidad, pero, felizmente, volveré a la Nada sin remedio, sin que tú ya no puedas intervenir directamente, porque con tu voluntad has hecho que todo deba ser como debe ser, y eso ya no tiene alteración alguna, ni siquiera a consecuencia de la retractación de su poder.
Argamaniel miró desafiante a Ahura. Y  la divinidad suprema se espantó.
--¿Qué pretendes, hijo del mal?
--El mal lo has hecho tú, porque tú hiciste al Ángel Opugnador y pusiste en él tu libre albedrío para que se te rebelara o te permaneciera fiel, pero es por el Señor de las Tinieblas que lo imperfecto adquirió su verdadera forma, que no es sino la suma de la esencia que tú hiciste, porque en verdad que todo lo existente tú lo has hecho.
--La paciencia de tu dios también se agota, anciano -- dijo el Demiurgo.
--No se agota porque es infinita, y tú sabes que eres mi creador, y que te amo, porque, entonces, ¿de dónde mi ánimo por querer ser tu perfecta imitación, al menos?
--¿Qué te propones, tentador?
--Desafiarte -- Argamaniel se sintió pleno.
--Arimhán me desafió, y ahora sabrás en donde el Maligno pa-dece su condena.
--Sólo tú lo has condenado.
--No te permito desafiarme.
--En tu orgullo has hecho las leyes del universo inmutables y con tanto poder, que ni siquiera tu actual capacidad lo hará cambiar en lo más mínimo. Todo porque es esencia de la Nada y la Nada en sí misma, que no puede transformarse en su infinitud, sino variar en lo finito que es apenas un ínfimo engranaje del todo.
-- ¡Cállate!
-- Perdóname, Creador, a pesar de tu infelicidad te debo mi existencia, en donde no tuve la oportunidad de elegir. Antes yo no existía, porque en la Nada, nada puede existir -- dijo pusilánime Argamaniel.
Ahura lo miró de arriba abajo, descubriendo en el viejo que apenas había un ánimo de defraudación sobre su existencia que lo hacía rebelde y desafiante hasta el extremo.
--Di lo que quieras -- cedió el Demiurgo.
--Cambia, entonces, al mundo ya que te has arrepentido… ¡Desparécelo! ¡Hazlo de nuevo nada! ¡Vuélvelo a lo que verdadera-mente es: un desliz de la Nada!
Ahura levantó las manos, cerró los ojos, y esta vez quien se es-pantó fue Argamaniel con un pavor humano, intentando en un vano esfuerzo persuadir a su Creador para que, a pesar de todo, las cosas continuaran tal como habían sido hechas, pero el viejo final-mente se arrepintió, comprendiendo que sus convicciones sobre el bien y sobre el mal le daban la razón al entender que la espirituali-dad no era una suma de todas las imperfecciones, y Ahura, su ingé-nita esencia. Entonces, el hombre no perdió la esperanza de que Ahura volviera definitivamente al universo con sus hombres a la realidad antigua del sin tiempo y del sin espacio, al verdadero y puro mundo de la insensibilidad total.
Por otro lado, Ahura hacía un esfuerzo sobredívico para aceptar, de una vez por todas, el reto del anciano. Su mente divina se movió como un gigante desolado que lo abandonaba todo, pero, para su asombro, el mundo seguía intacto, con su imperfección incólume. Se espantó: todo lo creado continuaba idéntico e improfanable, a pesar de que deseaba vivamente someterlo a la voluntad aniquilante. Argamaniel tenía razón, y el Demiurgo, con amargura, descubrió que había hecho algo que ya no tenía vuelta atrás ni remedio visible, lamentándose de haber condenado al hombre, porque ahora debía ponerse a la tarea de inventar la manera de cómo salvarlo, pues, a pesar de todo, él se sentía el verdadero culpable de la desgracia de los hombres. Ahura se vio tentado en su infinito orgullo.
--¡Ya no volveré todo lo creado a la espiritualidad! --dijo --  No veo por qué tenga que aceptar el ridículo desafío de un simple mortal como tú, Argamaniel, que por lo demás estás viejo y acabado.
-- Ya te dije que estoy así, no porque yo lo quiera, sino porque son tus designios.
Argamaniel bajó la cabeza. El viejecito no supo qué pensar, pues su gran sabiduría no alcanzaba, en definitiva, para intricarse en los pensamientos divinos, y menos para contrariar lo que ya no tenía remedio por más que se descubriera su verdad. Empero, la duda lo asaltó, figurándose que las sentencias anteriores eran una realidad, descubierta en su mente por el efecto simple de una razón primitiva pero contundente. Ahura, en medio de su desespero y para no desalentar al viejo y evitar cualquier duda con respecto al reto, y mantener en secreto la humillante inhabilidad de su poder, dijo:
--Tu reto va más allá de tus verdaderas condiciones, y por eso no lo acepto, pero como sé que dudas de mi poder, te enviaré un diluvio para que tus temores se disipen y sepas que, en verdad, soy tu dios único, y que con mi poder infinito hago todo lo que desee al instante, así sea aniquilar la materia que compone el universo, haciéndolo retornar a donde lo he engendrado: al la espiritualidad de la Nada.
-- Dios Creador, bien merecido tenemos tu castigo, pues es ilícito, ya que tú lo quieres, que yo, pobre anciano enfermizo y acabado, desafíe tu voluntad divina.
Al ver Ahura tan humilde actitud de prosternación del viejo Argamaniel, sintió tanta compasión hacia él, tanta como la misma que ahora se tenía hacia su propia divina persona, que, entonces, le dijo al carcamal.
--Tú, Argamaniel, que siendo el orgullo y el desafío hacia Ahura, tu dios, te has arrepentido y te has hecho humilde, serás el profeta que navegará el mar turbulento de mi anunciado diluvio. Tú, Argamaniel, serás el nuevo padre de la humanidad engañada por Arimhán y tendrás por misión, enseñar la verdad entre los hombres para que no caigan en las garras del Maligno.
--Sin embargo seguiré siendo hombre, y eso nada hará cambiar en mí, pues, mi buen Dios, he vencido al desafío y a la envidia, pero ellos son como el Ave Fénix que se anida  en nuestros corazones… Continuaré luchando, oh Dios mío, pero no preveo quién ganará el final.
Ahura supo que no había mal, por eso su tristeza fue mayor y entendió que los pensamientos del anciano eran verdaderos; lo había comprobado al tratar de aniquilar el Cosmos y hacerlo volver, definitivamente, a su antigua esencia espiritual de la Nada. “Por eso ha surgido la muerte, pensó Ahura, para que por este camino, los pobres seres que he creado a la esencia espiritual de la Nada.” Ahura despertó de entre la madeja de sus divinos pensamientos:
--¡Sea como lo dices, mi Dios!-- respondió Argamaniel, comprendiendo de inmediato que la única salvación en sí era la muerte o la vuelta a la espiritual Nada.
Ahura sacudió la cabeza, miró a su rededor, comprendiendo que el paraíso estaba transformado, ya que el tiempo lineal, creado por él mismo, comenzaba a deteriorarlo… “Ya no es como antes,” se dijo consternado. Miró más atrás de las montañas, que también el duende Cronos segaba con su implacable guadaña, y vio a los hombres en los campos cultivando con el sudor de sus frentes, y pastoreando con denuedo el ganado que él había ordenado para que también sirviera de alimento. ¡Todo era diferente! El tiempo circular que hacía las cosas y los seres inmutables, ahora se había convertido en tiempo lineal, y las objetos y los seres comenzaban a modificarse rumbo al deterioro y a la muerte, que era el único consuelo de la salvación para retornar eternamente a la Nada, en donde, ni siquiera, hay tiempo circular. Sí, ahora todo era diferente a consecuencia de una rabieta divina, porque Ahura hizo al hombre bueno e inmodificable, pero cometió la torpeza de darle el libre albedrío para que Arimhán, disfrazado de serpiente, le inculcara a través de una manzana, la posibilidad de conocer toda la sabiduría y de poseer todo el poder divino, asunto que disgustó terriblemente al dios Ahura, el Artesano del universo… Así que Meshia y Meshiana no fueron culpables de la tentación sufrida, sino que el verdadero culpable de todo lo creado era, ni más ni menos, el Demiurgo, quien por misterios insondables de la divinidad, no pudo crear un Cosmos perfecto, con unos seres perfectamente felices. Ahora, el hambre, la defecación, el sueño y la cochina copulación se habían convertido en necesidades imprescindibles de los hombres y, en general, de todos los demás seres vivientes, para tratar de darle continuidad a la existencia en esta vida, y hasta una justificación divina. Suplir las imperiosas necesidades, era desde ahora el motor de la vida, y una imperfecta corrección que Ahura estableció entre los hombres y en todo lo creado como paliativo a los influjos de su ira. Desde entonces, saciar el hambre, dormir, defecar y copular fue el cuarteto básico de toda la vida para que ésta tuviera su mala razón de ser. Y Argamaniel lo comprendía muy bien, pero en su repentina humildad, él no deseaba desafiar o contrariar a ese pobre dios derrotado por los imprevistos avatares de sí mismo y por nadie más, ni muchos menos espantarlo ante la cruda realidad que el Demiurgo había fraguado con infinita paciencia y bondad. Lo cierto era que el hombre, aunque deseara ser el poseedor del conocimiento y del poder divino, no podía hacer nada por lograrlo porque era un ser lábil creado así por Ahura, y condenado por los latigazos de una breve pero poderosa ira.
Ahura, vio entonces, cómo Argamaniel se disponía a obedecerle, haciéndose su profeta y construyendo la barca para salvar lo poco bueno que podía rescatarse entre la podredumbre de la creación humana. Pero ninguno de los dos, dios y anciano, cayó en la cuenta de que la tentación se escondía recónditamente en cada uno de los corazones humanos, hasta el punto de que permanecería inmutable para eclosionar repentinamente, así fuera en un nuevo mundo post diluviano, y, de tal forma, continuar con su carga perenne de maldad, injusticia, guerra y dominación. Ahura comprendió, al final, que Argamaniel estaba poseído de certeza, y que a pesar de sus intenciones y de su diluvio anunciado, los hombres, como los demás seres vivos y la creación en general, iban a seguir idénticos, dominados siempre bajo el nuevo proceso desordenador. A una señal, Argamaniel se retiró de la presencia de Ahura, luego de hacer mil reverencias, y atravesó el campo que muy prontamente habría de convertirse en mar, para construir la barca de la salvación y rescatar lo que creía bueno y, por tanto, digno de continuar existiendo. El Demiurgo se resignó, levantó los brazos y, entonces, las nubes se juntaron ennegrecidas para dar comienzo al diluvio universal. Viendo que la Tierra parecía derretirse entre un eterno mar, Ahura se alejó hasta el infinito, introduciéndose de inmediato entre su espiritual Nada, su verdadero mundo en donde el poder divino jamás le era esquivo, sin enterarse hasta el día de hoy qué ha sucedido en su creación y en sus hombres, pero suponiéndolo sabiamente, mientras los ángeles corretean en sus cortes celestes, y los demonios siguen jugando a confundir el universo con su maldad. Ahura no desea recibir razón de nada allá afuera, porque hizo tan consciente su creación, que ésta se ha rebelado contra su divino poder, terminando por asustarlo. Pero quizá quien mayormente lo espantó fue un hombre, anciano crepuscular y docto, llamado Argamaniel.
 

Bogotá, 25 de octubre de 1990