ALEQS GARRIGÓZ -MÉXICO-

Aleqs Garrigóz (Puerto Vallarta, México; 1986) escribe poesía desde los 15 años. Publicó su primer libro de poesía en 2003: Abyección. Posteriormente aparecieron La promesa de un poeta (2005; Premio Adalberto Navarro Sánchez), Páginas que caen (2008, 2013; Premio Municipal de Literatura de Guanajuato) y La risa de los imbéciles (2013, Ganadora del I Concurso Internacional de Poesía de Emergente Nauyaca) y El niño que vendió su alma al Diablo (2016). También han sido premiadas sus obras Galería del sueño (Premio Espiral de Poesía  2011, de la UG), En la luz constante del deseo (Premio Espiral de Poesía 2012, de la UG), Despiértame en otro mundo (Mención Honorífica en el I Concurso de Cuento y Poesía de la Universidad Marista de Querétaro, 2013),  Penetrado por el amor (Mención Honorífica en el V concurso editorial “El mundo lleva alas”, 2012), Resplandor del oro amanerado (Tercer premio en el VI Concurso Nacional de Poesía María Luisa Moreno, 2014),  Ha publicado poemas en medios impresos y electrónicos de México, España, Colombia, Estados Unidos, Colombia, Argentina, Honduras, Perú, Nicaragua, Chile y Suecia. Poemas suyos han sido traducidos a cinco idiomas.
 
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PÁGINA 20

Ensayo y error. Cuatro prosas poéticas


 


NO ES LA CAMA LUGAR SEGURO PARA QUE EL AMOR ANIDE
 
Coincidimos por accidente en la mesa de una cantina de mala vida. Me sentí atraído como sólo se es atraído por un victimario. Cuando él se fijó, finalmente, en mí, me reconoció: una presa tan fácil que incluso se puede congeniar con ella. Yo participé en ese juego tal como se está concebido. Le invitaba las libaciones, lo mantenía interesado.
 
Fui aproximándome sutil pero seguramente a su forma más profunda de practicar la camaradería. Perro al fin, reconoció mis bajos instintos. Primero fue una parte del cuerpo, luego la otra. Habiendo hecho la amistad, hicimos durante meses la lascivia.
 
Nos divertía el rito de los cuerpos que se rinden a la ligereza del alcohol y lo que éste gana para los sentidos los días de descanso. Yo lo buscaba con un ímpetu  feminoide. Conquisté así su frágil probidad. Pero nunca un buen beso en la boca. Su corazón, tosco, aunque con algunas fibras nobles, no estaba hecho para contenerme: ese lugar lo ocupaban los vicios, la calle, el riesgo.
 
Luego de hacerlo eyacular, empezamos a bostezar estando juntos. La última noche, porque es más fuerte la cocaína que la virtud, me robó los últimos billetes que estaba dispuesto a apostar por él.

Fue casi un acuerdo mutuo. Su lugar en mi cama quedó a la espera de un nuevo advenedizo. ¿Cómo podría ser de otra manera a mis veintiséis años? 
 
 *    *   *
 
 
CRÓNICA DE UN TE QUIERO
 
Como animal nocturno que entra a una casa a robar un bocado, llegaste a un pecho defendido con pasos silentes, y mordiste el trozo del corazón en que había una ternura que aguardaba aún madurar; de allí te alimentaste. Despertaste las rutas hacia la inocencia tibia de probar la piel con las garras sin romperla. Sentado en mis piernas, con mis manos en tu cintura, la respuesta a lo mutuo era conocida, mas ninguno quiso pronunciarla por no ahuyentar la placidez regalada ni el bosque neblinoso del domingo.
 
Mi boca apuraba tus labios, luces de otoño. Pero la plata segura del día eran las manos acariciándose a toda hora; y la extensión total de tu piel que recibí como a una hostia.
 
Cuando mis dedos sobaban tu vientre mientras dormías, tu respiración se aceleraba presintiendo mi nombre, que acaso te hubiera marcado con un signo terrible del que no habría escapado sin culpa.
 
Tu visita fue el aire limpio que entra a una habitación en ruinas. Cuando te fuiste, la melancolía se derramó de nuevo en los espacios conquistados. Y la pregunta, la misma, es: ¿pueden los hombres amar?
 
Son suficientes tres días para resucitar a un muerto. Son suficientes unas horas para derribarlo otra vez.
 

 

*   *   *

 
 D. A. S 
 
Viniste –lo creo así– de un concilio de ángeles. Un niño con cabellos de nube y rostro arrojado. Tus palabras fueron como las canciones de una edad dorada vivida antes de nacer. Sencillas y luminosas, cayeron adentro de mí como una lluvia tibia en un pozo oscurecido.
 
Sin saberlo te amaba desde antes de conocerte. Interviniste en la estructura del dolor; el de vivir desatento a la bondad. Tan pronto el designio despertó la hondura donde dormía, profundamente cansada, la ternura. El mundo, trasfigurado, se volvió abrir como una cortina.
 
Y me desesperaba no poder arrancar una estrella para ponerla en tu frente. Porque en el toque de esa gracia se convulsionaba la razón.
 
Lentamente disciplinaste mis actos para empatarlos al bien, como una dulce melodía que hubiera quedado prendada en el espíritu. No ha faltado por ti ya el almíbar que da a la hora la consistencia del gozo. Encanto de energías cómplices. Más la alianza del hombre con los cielos.
 
Cuando mi mano busca la tuya, en el saludo cotidiano, he sentido algo deteniéndome en ella: porque de algún modo siento que, en lo profundo, me perteneces. Cuando celebramos con otros, es tu risa un momento bien esperado. Y, aunque traías para mí otro don que no es la pasión que arrasa en llamas y extenúa al mártir, te honra el pecho al escuchar tu nombre, entre los favoritos apartado.
 
Das a mi corazón el cariño sin peligro para el que había nacido.  Nada podrán los años… Siempre serás, en mi corazón, un niño. 

 

*   *    *

 
 
TE LLAMABA CARIÑOSAMENTE “OWY” EN MI PENSAMIENTO

Ya la primera vez que te miré quise prenderme de ti. Como un halcón a un blanco conejo, mas benévolo, te me acerqué. Así te conocí mejor, me conociste. Hasta llegar, con naturalidad portentosa, a congraciarnos: la escuela, nuestras casas próximas y los fines de semana. Para su salud, te abrí mi corazón mil veces suturado como a un azar generoso. Cada momento contigo era una flecha de luz que más me reblandecía.

Te buscaba y esperaba paciente, como la raíz al agua. Tu cercanía suavizaba la despreciable grisura de los días. Mi inquietud se domaba en tu casta voz. Y entonces pastabas tan confiado en mí; que no supe alguna vez si te quería como a hermano conquistado. O como a un príncipe. En todo caso, yo te habría venerado como a un dios efebo.
 
Flaco y rubio como espiga, todo fuiste de consolación y ternura; placentero dulce de leche del que habría anhelado emborracharme con la voluntad y sabiduría de mis años, poco a poco. “Eres hermoso”, te hice notar por tanto. Y esperé que reconocieras en esa frase un dictamen irrevocable, eterno.
 
Yo sólo podía acceder a ciertas zonas de tu ser, robando gotas de sangre de tu corazón para alimentar al mío. Mas te amaba a cada instante como amigo fiel, pendiente de ti de un modo familiar y seguro. En tanto, ambicionaba tu abrazo. Y en la intimidad mi instinto se rendía a la admiración furtiva de tus pies: frutos de oro, dechados perfectos.

Pero luego ya te habías ido: de pronto, como llegaste. Una ardua distancia de países se volvió a erigir entre nosotros que este verano no sabíamos que el otro existía. Me siento amputado de ti. Recónditos filamentos fueron tirados con brusquedad doliente.

Mas ensanché por ti con, esclarecido y caro ímpetu, el volumen de mi depreciada bondad. Y eso fue verdadero regalo sideral.

El invierno está muy cerca. Sin ti lo sentiré más frío. He comenzado a enfermarme.