RAFAEL JOSÉ DÍAZ -ESPAÑA-

 
Nació en Tenerife (España) en 1971. Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de La Laguna. Fue lector de español en la Universidad de Jena (1995-1998) y en la Universidad de Leipzig (1998-2000). Dirigió entre 1993 y 1994 la revista Paradiso. Ha sido invitado a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México), a la Fundación Neruda (Chile) y a la Feria del Libro del Oeste de Caracas (Venezuela), así como a lecturas en los Institutos Cervantes de París y de Fez. Ha obtenido becas de traducción en Arles y Burdeos (Francia), Looren y Raron (Suiza) y Tarazona (España).
Como poeta ha publicado los siguientes títulos: El canto en el umbral (1997), Llamada en la primera nieve (2000), Los párpados cautivos (2003), Moradas del insomne (2005), Antes del eclipse (2007), Detrás de tu nombre (2009) y Un sudario (2015). En 2007 apareció Le Crépitement, un volumen que recoge una selección de sus poemas traducidos al francés. En 2012 tuvo ocasión de reunir toda su poesía publicada hasta entonces en un libro titulado La crepitación. También ha publicado entregas de su diario, entre las que cabe destacar La nieve, los sepulcros (2005) y Dos o tres labios (2018).
Ha realizado traducciones de los siguientes autores: Arthur Schopenhauer, Hermann Broch, Philippe Jaccottet, Gustave Roud, Maurice Chappaz, Pierre Klossowski, Fabio Pusterla, Ramón Xirau y William Cliff. Su labor como ensayista se ha concretado en el libro Rutas y rituales y numerosos artículos en suplementos y revistas.
Como narrador, ha dado a la luz una novela, El interior del párpado, dos libros de relatos, Algunas de mis tumbas y El letargo, y dos de prosas misceláneas: Insolaciones, nubes y Las transmisiones (Veinticuatro lugares y una carta).
Actualmente es profesor de Lengua Castellana y Literatura en el IES Teobaldo Power de Santa Cruz de Tenerife y presidente de la Sección de Literatura y Teatro del Ateneo de La Laguna.

 

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DOS POEMAS INÉDITOS
LA LUZ NO ES BIENVENIDA

 


 
I
 
Quiero recordar ese momento en que la luz entraba
hasta la habitación donde dormía,
o donde había dormido hasta hacía un rato,
ese momento en que la luz llegaba
de frente y de costado
y entraba por los ojos, los oídos,
la luz de la mañana,
pura en exceso, y engañosa,
por los oídos, por los ojos, hasta que traspasaba la frente
y quería anudarse allí con el dolor,
la luz de una mañana
a la que alguien le habló desde donde mi cuerpo dormía
con la más extraña súplica
que hubiera oído nunca la luz de la mañana:
aquí no, no entres aquí,
luz demasiado temprana,
luz que traes la misión de inaugurar el día,
aquí no eres bienvenida,
los cuerpos de mi cuerpo te indesean, vete.
 
                II
 
Otro día
podría considerarte hermosa
o incluso desnudarme para sentir tu abrazo
como quien en la cama,
después de despertarse, se despereza
junto a un amante dormido
y desea fundirse una vez más con aquel cuerpo
aunque sepa que el tiempo del amor ha terminado;
otro día
los haces que, infiltrados, llegan
como un milagro hasta los cuerpos,
tendrían su oportunidad,
recibirían un merecido homenaje
y el alborozo del día que comienza
no sería pospuesto
ni denostado, como ahora.
 
                III
 
La luz no es bienvenida.
Por mucho que, como ayer,
como todos estos días transcurridos,
se asome en la ventana desde muy temprano
como un gato que quisiera entrar
para subirse a la cama y dormir junto a nosotros,
la luz no es bienvenida.
Los cuerpos de mi cuerpo la indesean
porque prefieren hoy la oscuridad,
allí donde el dolor, al menos, no es visible
y se puede seguir durmiendo
para saber si, al despertar,
era un sueño la vida,
no era una pesadilla lo vivido,
otra vida esperaba junto a esta que ha muerto.

 

 

*     *    *
 
RÍO
 
Ya no sé qué escribir,
pero algo habría que decir sobre este río.
No porque el río no pueda
seguir corriendo sin lo que habría que decir,
ni, mucho menos, porque lo que habría que decir
pudiera detener el curso del río,
no, no es por eso,
es simplemente porque entre el río y yo
hay algo que se ha abierto,
algo que no reconozco todavía
pero que tiene el olor de las palabras.
Hay un hueco entre el río
y el cuerpo que camina a su lado,
un hueco que es como el envés del río,
con un agua que fluye pero del revés,
hacia el nacimiento o el origen,
como un reflejo del río en un espejo,
un hueco que es como el vacío del cuerpo
que se sabe ocupando un espacio que no le pertenece
y lo libera al andar como si se confundiera con el río.
Las palabras no serían aquí
sino todo lo contrario del comienzo del mundo,
no un lugar prístino donde
no ha sido aún contaminada la vida,
sino un hoyo, un muladar al que tirar
todo lo que nos sobra,
la incapacidad de entregarse simplemente a la visión de un río entre los árboles
o el deseo de tocar con las manos el agua
a sabiendas de que o las manos o el agua
terminarán ensuciándose a raíz del contacto.
El agua es verde. Cada día
el agua es de un verde diferente.
El río
está desnudo por dentro
y si el cuerpo
bajara hasta él, se desnudara
y se introdujera en el agua, sentiría
un cosquilleo entre la nuca y los pies,
como si unas manos, dentro del río,
lo acariciaran e intentaran
arrancarle la piel con delicadeza.
El río es verde
como todo lo que refleja, pero lo reflejado
no se ve nunca en la superficie del agua:
reflejar es aquí como comer o beber
y el río se traga todo lo que a él se asoma,
a pesar de lo cual, cuando me miro las manos,
veo transparentarse en ellas el silencio del agua
que fluye sin detenerse nunca
a la espera quizá de una palabra
capaz de acompañarlo
en su doble misterio de mudez y de flujo;
una palabra que, callada, en la orilla,
sepa saltar de pronto a lomos del agua
como una piedra tirada que no pesa
o como un barco de papel que un niño lanza
o, salvo que fuera muy cursi lo que digo,
como una hoja que cae
verde sobre verde.