EL PODER DE LA PALABRA ESCRITA

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TRINANDO

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DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - EDITORES: PATRICIA LARA P. (COLOMBIA)  - CARLOS AYALA (MÉXICO)

JUNIO DE 2015

NÚMERO

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Mariana García Luna

 

AGUA VA

 

Extraído de La hora del té. Cuentos líquidos.

 

Como una cubeta de agua helada sobre la cabeza, así le cayó la noticia. Sin previo aviso, sin indicios, sin ni siquiera imaginarlo, menos sospecharlo. No, no hubo nada de eso. Sin decir ni “agua va”, Libertad se enteró de la peor noticia de su vida.

Libertad tenía la necesidad de decir las cosas como van, como son, sin preámbulos ni eufemismos, por lo que siempre estaba metida en líos; fue así desde niña. En la adolescencia empeoró y cuando llegó a la adultez la cosa no había cambiado mucho. Algunos la tachaban de bocona, otros, de honesta y otros más, no sabían cómo clasificarla. Ella siempre decía que a las cosas hay que llamarlas por su nombre, que hay que tener más miedo de lo que no se dice que de lo que se pregona a viva voz, porque en lo oculto va el verdadero mensaje o las negras intenciones. Para ella no había medias tintas.

Libertad nunca se había topado con alguien que fuera tan honesto (o tan bocón) como ella, o por lo menos que se le pareciera, así que cuando conoció a Justo Benavente, un tipo espigado y de mirada penetrante, comprendió que había encontrado al hombre de su vida.

Todo empezó como en una competencia de a ver quién dice más verdades. No fue algo planeado, más bien fue algo que a los dos les resultó de lo más natural.

Se conocieron por casualidad en la clínica veterinaria a donde suelen llevar a sus perros.

—Tu perro sí que es feo, ¿eh? —le dijo Justo a Libertad después de un buen rato de estarlo observando. Él había llegado unos momentos después que ella y se había sentado justo enfrente a esperar que lo llamaran para atender a su can.

—Pues el tuyo es grande y gordo —le contestó Libertad con los primeros adjetivos que le vinieron a la mente en cuanto lo vio, pero sin darle mucha importancia al comentario.

—Dirás musculoso y fuerte —se defendió Justo, un poco sorprendido por la indiferencia que ella mostró.

—¿Ahora le llaman así a los bofos?

—No es bofo, es un mastín napolitano.

—Pues a mí me parece que está bofo y además tiene una cara de espanto.

—Pues la rata con correa que tienes sentada en las piernas no es ninguna lindura.

—Eso ya lo dijiste. Y yo no tengo a Chiquis conmigo porque sea una “lindura”.

—¿Ah, no?... ¿Entonces por qué?... ¿Para que te defienda de los hombres malos?

—No, para que los hombres buenos o malos se pregunten cómo una mujer tan guapa puede tener un perro tan feo.

Justo no supo qué contestar. En verdad Libertad era una mujer muy guapa, el cliché de las mujeres guapas: alta, rubia, de ojos azules, cabello largo y cuerpo atlético. Cuando la vio sentada ahí, con esa cosa rara acostada sobre su regazo, fue precisamente lo que pensó. Su comentario honesto e idiota acerca de la mascota fue lo primero que se le ocurrió para iniciar la plática.

El llamado del enfermero lo salvó del silencio incómodo que quedó después de la frase dicha por Libertad. Ella se levantó, puso a Chiquis en el suelo y las dos caminaron contoneándose detrás del enfermero; una con la seguridad de ser muy bella y la otra sintiéndose bella, pero ignorante de la verdad.

Justo se quedó callado, como nunca en su vida, acariciando a su bofo perro.

 

Pasaron un par de semanas para que se volvieran a encontrar. Esta vez no fue en la clínica veterinaria, fue en una exposición de pintura. Libertad contemplaba un cuadro de dimensiones gigantescas en donde el rojo sangre predominaba ante los trazos negros y grises que surcaban el lienzo sin orden ni mesura, y una mano sangrienta salía de la pintura como pidiendo auxilio. Ella hacía anotaciones en una libretita morada, cuando una voz que le pareció conocida se le acercó.

—Es horrible, ¿verdad? —dijo Justo, sintiendo que su franqueza en esa ocasión sería bienvenida.

Libertad volteó a verlo, lo observó unos cuantos segundos como reconociéndolo, le acomodó el corbatín y después señaló:

—Sí, lo es. Pero expresa el desgarro de la sociedad, de la lucha, del terror de ser una víctima más del mundo y sus injusticias.

—¿Acaso eres la autora? —preguntó Justo, tragando grueso y rogando que no hubiera metido las cuatro una vez más.

—No, soy crítica de arte —contestó Libertad con esa indiferencia que a Justo empezaba a fastidiarle.

—Pues a mí me parece que esa pintura es horrible, que los artistas de ahora, que además suelen denominarse artistas por hacer cuatro garabatos, cinco manchones y exponerlos como el reflejo de la guerra de Afganistán, son la nueva escoria de la sociedad, que sólo la embrutecen más con sus propuestas vanas y absurdas.

—Yo creo que tú no sabes nada y que sólo hablas porque tienes boca —contestó Libertad sin muchas ganas de entrar en una discusión sobre lo que es arte, y se dirigió a la puerta.

—Y yo lo que creo es que desde que te vi he querido invitarte una copa —se apresuró a decir Justo, intuyendo que lo estaban invitando a irse.

—Pues por ahí hubieras empezado y no estaríamos hablando pavadas.

 

No fue nada más una copa, fue la botella entera. No sólo conversaron de sus feos perros, del arte contemporáneo y sus propuestas sin sentido, de la influenza AH1N1 y la muerte de Michael Jackson, sino de la necesidad tan grande que sentían de decirlo siempre todo, con honestidad brutal, con la verdad por delante, sin reparar en las consecuencias. Y con esa misma honestidad, a las dos de la mañana, cuando ya estaban por cerrar el restaurante al que habían ido después de la exposición, se dijeron sin preámbulo que querían pasar la noche juntos.

Esa misma pasión por la honestidad los llevó a ahorrarse el tiempo en que dictan las normas sociales que hay que esperar para conocerse, porque hay que tomar las cosas con calma y no decisiones arrebatadas, conocer a las respectivas familias, los defectos del otro (porque ya se sabe que para cualidades el objeto del afecto las tiene todas) y un montón de chucherías más que únicamente retrasan el inevitable momento de vivir juntos (cosa que se desea desde un principio) y la ocasión en que la realidad “dura y pura” se presenta sin máscaras, sin rímel y barbas sin rasurar. Así que con estos pensamientos, que ambos compartían, al mes rentaron una bonita casa y ahí construyeron su nidito de amor. No se casaron porque no quisieron, los dos pensaban que el matrimonio no era más que una idea estúpida creada por la sociedad para matar el amor y que terminaba con toda la sinceridad que en un principio unía a las parejas.

El mastín y la Chiquis también congeniaron muy bien: ambos sentían lástima por la fealdad del otro.

Tuvieron sus peleas y no fueron pocas; nadie dijo que fuera fácil aguantar tanta honestidad todo el tiempo: que si roncas como locomotora, que si la celulitis te está llegando a la cabeza, que si estás echando panza y te estás quedando pelón, que si la comida te quedó horrible y esa falda te ensancha las caderas. Pero la honestidad camina entre los dos bandos, de igual manera se decían lo mucho que se amaban, lo que se admiraban: “Ese artículo que escribiste la semana pasada es lo mejor que he leído sobre arte neoliberal posmoderno kitsch”, “Eres el mejor abogado del bufete y el cretino de tu jefe lo sabe”, “Eres la única mujer a la que he amado”, “Eres el único hombre al que he amado”, “Eres un tigre”, “Eres una diosa”.

Pero las cosas no suelen durar para siempre, aunque hay sus excepciones, y las cosas cambian, a veces para bien y otras para mal, dependiendo del punto de vista. Y las cosas para Libertad y Justo cambiaron cuando una mañana, inesperadamente, la bella rubia amaneció sin habla, sin poder decir ni pío.

A señas le hizo entender a Justo lo que le pasaba, y a señas logró que la llevara al médico. A señas le hizo ver al doctor que no podía pronunciar ni una “A”, y a señas le dijo a Justo que estaba aterrada.

El médico la observó detenidamente, la revisó de arriba bajo, buscó cualquier indicio que le pudiera dar la respuesta a la incipiente mudez y después de haber realizado la auscultación en un silencio que tenía a la pareja con los pelos de punta, sin decir ni agua va declaró: “Libertad, usted se ha quedado muda. Nunca más volverá a hablar”.

Libertad enmudeció doblemente. Justo la abrazó y le pidió explicaciones al médico. Éste les dio un discurso sobre las posibles causas: que si por un susto muy grande, que si por algún trauma, que si por problemas neurológicos, en fin, la lista era larga. Pero también había un motivo, el peor de todos que podía provocar la mudez: no había motivo. Así, sin avisar, sin prevenir, sin dar algún indicio, la mudez se dejaba venir. No se sabía por qué, además eran muy pocos los casos conocidos en el mundo, por lo que no se habían hecho exhaustivas investigaciones. El único dato que tenían en común y al que habían podido concluir los investigadores era que las personas afectadas por este mal eran personas calificadas como: extremadamente honestas, obsesivas de la verdad o bocazas. “¿Sería por eso que no era una enfermedad muy generalizada?”, se preguntó el médico rascándose la cabeza y mirándolos fijamente como si ellos pudieran responderle.

Salieron del consultorio arrastrando los pies y el alma. Callados, una porque no podía y el otro, por solidaridad.

 

Actualmente, Justo y Libertad siguen la terapia que el médico les indicó para que Justo no se contagie: disminuir las dosis de honestidad brutal y decir una que otra mentirijilla al mes. Abstenerse de decir verdades cuando éstas puedan ser ofensivas o dolorosas y tomar mucha agua. El agua es sólo para mantener ocupada la boca.

Originaria de la Ciudad de México, México. Radica actualmente en Monterrey, Nuevo León, México. Es escritora y correctora de estilo. Cofundadora del grupo Escritores Independientes Capítulo Monterrey (EICAM). Autora de los libros: Frutario. Cuentos de frutas, amor y desamor, Cuentos del más allá, para vivir en el más acá y La hora del té. Cuentos líquidos.

 

Su columna Las cosas que nos inspiran se publica actualmente en la revista BCM Woman. Imparte clases de escritura creativa en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO). Forma parte del grupo Escritoras del Norte. http://www.escritorasdelnorte.org.mx/2013/05/29/mariana-garcia-luna/

 

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