EL PODER DE LA PALABRA ESCRITA

DISEÑO, HOSTING Y ADMINISTRACIÓN OFIMÁTICA PC-BERMAR MÓVIL 312 5809363 BOGOTÁ -COLOMBIA-

TRINANDO

TRINANDO

DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - EDITORES: PATRICIA LARA P. (COLOMBIA)  - CARLOS AYALA (MÉXICO)

JUNIO DE 2015

NÚMERO

3

PUBLICACIONES DE ESTE NÚMERO

CONTÁCTENOS

Diego Ortíz Valbuena

  

 

HACIA NINGUNAPARTE

 

Es imposible que olvide las razones por las que me fui de la ciudad, Doctor. Me da risa recordar que por una idea que en principio parecía ingenua e inocua terminara por esconderme en un rincón húmedo y algo nauseabundo a pocas horas de esa ciudad que tanto amo y detesto. Y apenas llegué acá me juré que regresaría pero han pasado cinco años y ya no le encuentro ningún sentido a volver. ¿Por qué cambié de decisión en este tiempo, Doctor? Por los recuerdos. No solamente esas pocas imágenes que mi cerebro guarda en algún rincón de mis neuronas con alquitrán, sino por eso que el sistema límbico me trae de tanto en vez: sentimientos. Las últimas veces que caminaba hacia el centro ya no representaban más que pasos perdidos en el asfalto. Con cada calle que cruzaba miraba a ambos lados deseando que un carro me atropellara. Me quedaba mirando el cielo y solo distinguía en él el vacío. Los encuentros, las citas, el sexo, el licor, todo tan amargo y tan ajeno. Apenas escucho el reverberar de mi voz en el rostro de quienes me acompañaban. Nada, Doctor, nada recuerdo de lo que me decían. Y preciso en esos días me cruzo con el documental de Andrés Caicedo y veo en el rostro de Carlos Mayolo y escucho en sus palabras el designio de nuestro tiempo: después de Caicedo no quedó nada. Tan cierto como lamentable. Hace muchos años que me leí “Angelitos empantanados”, Doctor, y a veces pienso en esa Cali que jamás he conocido pero es como una Bogotá con mucho calor y mucha menos ropa. Fuera de eso, las mismas rumbas, las mismas drogas, los mismos sonidos distorsionados, las mismas niñas pueriles con ganas de succionar el mundo con sus vaginas, algunas dentadas otras no. Caicedo se suicidó el año en que yo nací, ¿sabía eso, Doctor? Me pasé por mucho tiempo de la edad a la que se quitó la vida. Suicidarme hoy sería un acto de mal gusto. Igual, en este pueblo tengo lo que necesito: comida, trago y pornografía. No, Doctor, ya no follo con mujeres. Tampoco con hombres. Mucho menos con animales. Le he entregado toda mi energía sexual a la autoestimulación y a la Red. Era lo mismo que tenía en aquellos días de la capital, pero con más frío, con mucha más gente, con una enorme soledad que me hacía escupir sangre. Fueron días de encías inflamadas y de mucha sangre en la boca. Fueron días de gordura y de hambre. Fueron días de licor sin borrachera. Fueron días de nicotina que me procuraba dolor de espalda. Entre más buscaba por los caminos del Placer menos obtenía. O, mejor dicho, obtenía lo que no me interesaba: caminar, cafés, charlas con el volumen reducido, atardeceres sin justicia poética, noches en vela. Usted y yo abandonamos la ciudad por la misma razón pero por diferentes circunstancias. Íbamos a perder la vida, la diferencia es que yo quería que me la arrebataran. Usted es todo un campeón de la vida, Doctor. A usted se le notan las ganas de vivir hasta deshacerse en el tiempo. Yo cargo mi peso día tras día y esperaba que la ciudad me atravesara con su puño de plomo y me arrancara las tripas. Ya no podía seguir esperando esa mano enguantada, necesitaba alejarme porque no hay que vivir de promesas sin cumplir. En este pueblo no hay mayor promesa que la de sudar quieto. Antes de que usted se fuera recuerdo que me dijo que debíamos emprender el viaje hacia La Vega, que no debíamos separarnos sin conocer el mar (usted ya lo conocía). Pero Doctor, usted siempre olvida que hace muchas promesas y las termina abandonando cada vez que se encerraba en el baño de su apartamento a lavar en las uniones de las baldosas y de los azulejos hasta que recuperaran su color original. Ahí era cuando usted dejaba de escribir, de leer, de respirar literatura. Creo que ahí usted volvía a ser usted. ¿Quién es usted, Doctor? No lo sé, no tengo la menor idea. Tantos años escuchándolo en nuestros talleres y nunca supe de sus anhelos, de sus sueños. Apenas sabía de dónde venía y lo que quería hacer en las siguientes horas. Fuera de eso usted era como las últimas presencias de mujeres en mi camino: fantasmas. Éramos una muy buena sociedad porque usted hablaba y yo callaba. Porque yo ordenaba y usted lavaba azulejos. Porque usted encantaba y yo amedrentaba. Porque usted siempre demostró confianza y yo siempre demostré apatía. No importa ya eso, Doctor; han pasado muchos años desde aquello. He cambiado de decisión por la ausencia de sentido, pero tengo en mis manos el pasaje hacia la ciudad. ¿Por qué regreso, entonces? Porque es en la ciudad donde debo ponerle fin a todo. Es precisamente ahí donde debo aniquilar el último resquicio de ilusión, la última mujer que jura amarme, los últimos familiares que siguen vivos, las últimas amistades que no me han olvidado. Debo segar y no recoger. Ese fue mi mayor error la última vez, Doctor. Me llevé esas espigas cortadas porque soy un bastardo que añora el pasado como si me alimentara. Le digo esto justo en este momento porque sé que debe estar mateando en algún lugar de la Pampa. En apenas cuatro horas pisaré de nuevo el suelo hollinado de una ciudad que se fagocita. Y usted, Doctor, no alcanzará a llegar para evitar que haga mis consabidas estupideces. Yo sé que las recuerda, porque usted se ensañaba en mi ignorancia, en mi torpeza, en mis pésimos chistes. No, Doctor, ni crea que voy para quedarme. Si debo dormir en alguna calle lo haré. Nada pueden arrebatarme. Este tiquete me lleva hacia la ciudad pero ahí no termina mi camino, es apenas una de las muchas estaciones que seguiré haciendo hasta que logre cruzar una calle y yo deje de mirar hacia los lados y un conductor misericordioso me golpee con su flamante vehículo y me destroce los huesos y pase sobre mí y que estalle mi cráneo como cuando uno pisa cucarachas. Usted sabe cómo es esto, Doctor. Mis últimas historias, esas que le he hecho llegar por correo certificado, no van hacia ningunaparte.

 

 

 

MEMORIA DE ACCESO ALEATORIO

 

Todo estaba premeditado, aun así lo inesperado viene adjunto. El encuentro lo habíamos establecido un par de días antes pues ya había pasado más de siete años sin vernos. No negaré la expectativa de actualizar nuestras vivencias posteriores. ¿Cuánto habríamos cambiado? En principio, es como si me hubiera dormido junto a ella, como en su tiempo lo hicimos, y al despertarme me hubiera dicho, “oye, te dormiste siete años”. Reparo en sus manos, los mismos dedos largos y un tanto huesudos. Tienen algunas manchas de nicotina, supongo que adquiridas durante mi prolongado sueño, pero aún se sienten igual de suaves. Un poco más corto y teñido, su cabello se mece con el mismo ímpetu. La misma piel blanca que siempre me atrajo, ahora con un par de tatuajes en su espalda y sin piercings. ¿Es la misma?

Realmente, no.

Nuestra charla fluye con la velocidad de nuestros pasos por la ciudad, como en aquellos días. Caminábamos como poseídos por una necesidad innombrable. Los pasos pasados eran acompañados por nuestras vivencias comunes, los de ahora se dejan llevar por las nuevas aventuras. Su sonrisa inocente aparece de nuevo con esa naturalidad que le caracteriza. Siento que ese largo sueño no ha sucedido, sin embargo me sorprende su renovada seguridad. Mi mente de nuevo me juega una extraña pasada. El rumbo lo conocemos ambos, pero ella no sabe hacia dónde nos dirigimos. ¿Qué tanto hemos cambiado?

A veces la confianza funciona como un ancla que asegura lo permanente pero cada gesto que surge durante nuestro encuentro parece traído por una nueva embarcación. Mis conexiones nerviosas, o tal vez eso que llena mis costillas, me confunden. Hay tanto de familiaridad pero también hay tanto de extrañeza. Mis recuerdos parecen desconfigurarse con cada nueva imagen, con cada frase. Hay algo en todo esto que comienza a generarme incertidumbre. Me siento arrojado al mismo vacío de mi soledad. ¿Quiénes somos?

Mis recuerdos entran en conflicto con mis sentimientos.  Parece que pueden más esas emociones previas al Gran Sueño que cada uno de los detalles que ella me va brindando con cada paso que nos lleva hacia lo inevitable. La tarde nos engaña con una de sus lluvias pasajeras, así que el final del encuentro se enmascara con un falso atardecer. Esa voz interna que a veces me aconseja pero a veces me confunde parece decirme “tienes que decirle lo que nunca fuiste capaz de mencionar”. Pero, ¿por qué decirlo precisamente hoy si apenas nos hemos dormido unas cuantas horas?

“No somos lo que fuimos”, corta ella con su clarividencia. Y la herida que queda en el aire parece que debe sangrar hasta la muerte. Su frase se ha anticipado a mi deseo, así que mi voluntad de palabra queda poco más que desdibujada sobre el asfalto húmedo. Como el ahogado más desesperado del mundo lanzo mi última ironía para saber si nos volveremos a ver antes de otro largo Gran Sueño. Ella no dice nada.  Yo caigo, nuevamente, en el vacío de mi imposibilidad de dar un paso más para no consumirme en mi misantropía.

¿Cuánto puede doler la memoria?

De regreso a casa arrastro cada paso con el enorme vórtice que crece hasta arrancar todo lo que de ella he tenido guardado en todos estos años. Cada dato que busqué en mi memoria de acceso aleatorio se ha corrompido con la contundencia del presente. Aquella voz latente me asevera lo que ya sé. No hay marcha atrás, pero tampoco hay marcha hacia adelante. Seguramente nuestros caminos se cruzarán una vez más, pero no podremos recorrerlos. A lo sumo nos sentaremos en un costado y, como hoy, nos acercaremos como los dos extraños que de nuevo somos y cada gesto y cada caricia caducará con la velocidad con que termina el día. La memoria duele lo suficiente como para no haber podido decirle lo que sentía y lo que aún late por ella,  por la incapacidad de ser sincero conmigo mismo.

 

Licenciado en Humanidades y Lengua Castellana

Ganador del I Concurso de Escritores de la comunidad Arihua.net (2005) con el cuento Géminis Libra

Ganador del concurso Bogotá: Historias Paralelas (2008), proyecto de Bogotá capital mundial del libro, con el cuento Conversación 39: Un mundo en llamas

Bibliografía:

 

Umpalá II Concurso Literario – Antología (2006)

Cenizas en el andén – Antología de cuento urbano colombiano (2009)

2