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LILIA W. DENISSE -MÉXICO-

Lilia W. Denisse nació en Monterrey, Nuevo León en 1987 estudió Derecho, pero se dedica a los Sistemas Computacionales. Escritora que apenas empieza, esta es su primera publicación.
 

SÍ NOS QUERÍAMOS DE VERDAD
 
 
Hace cinco años me invitó a salir…
 
Pasó por mí a la oficina ubicada en Mordor Godín. Me subí por primera vez a su Patriot color gris, de esos grises que son casi negros y bromeamos de cómo podíamos ser asesinos seriales. Eran nuestras primeras citas de Tinder; ni siquiera era awkward; lo primero que nos unió fue su tatuaje de Pink Floyd y Mars Volta. De mis (y sus) favoritos desde hacía varios años.                                                                                                                                        We hit it right off.
 
“¿Ya nos habíamos conocido antes?” me preguntaba por eso de la familiaridad.
“Tal vez en otra vida”, le dije.
 
Nos dirigimos a Polanco, parando en un Oxxo para comprar cerveza. Nada se sentía raro, a pesar de ser la tercera persona con la que salía en una “cita” después de estar seis años con mi ex. Compró un doce de Dos Equis, no me dejó cooperar y nos fuimos al depa de su amigo. Sí, era la primera vez que nos veíamos y pensó conveniente llevarme a una reunión con amigos suyos. Nunca antes, y nunca después me volvió a suceder.
 
Nos la pasamos muy bien y fumamos y platicamos, y nos llevamos genial, incluso con sus amigos en la periferia. Recuerdo que estábamos sentados en la mesa separados del grupo de la sala, armando un porro mientras me hacía las preguntas típicas de cuando conoces a alguien
 
--¿Qué te gusta?
-Uy, muchas cosas: películas, música, leer, viajar, museos, ciencia, tecnología.
--¿Tecnología? ¡Qué loco!
-Ja, ja ¿por qué?
--No sé, es raro ¿no?
-No lo creo, a eso me dedico.
(risas)
Fue base para un chiste local que surgió más adelante en nuestro tórrido romance.
--Tú tan tecnológica y yo tratando de conquistarte al estilo del siglo XVII.
Y es que él es pianista, de los que estudian a los clásicos ocho horas seguidas al día.
 
Cuando me quedé en su departamento, casi cuatro y cinco años después también, no me sorprendió en lo absoluto el minimalismo con el que te topas al entrar. Lo primero que observas es un ventanal, los pisos prístinos de duela y un espacio amplio con un piano elegantemente hermoso posicionado contra la pared, un clavicordio en mi color favorito (una de las muchas tonalidades del azul), y una pintura de Beethoven perpendicular a éste. También hay una mesa, que parece más de adorno que utilitaria. Aún recuerdo el olor: una mezcla de incienso fino con notas ligeras de hash y cannabis que siempre permeaba su cuarto negro de música en el que me dio mi primer concierto, entre otras cosas.
 
Seguido de la reunión con sus amigos, en la que hubo un momento incómodo porque al parecer una chica ahí había tenido algo con él, nos fuimos a su casa. No estaba preparada para lo que sucedería.
 
Para empezar, vivía en una mansión. Ni siquiera en mis tiempos de escuela privada donde me juntaba con gente de dinero, vi semejante demostración de riqueza. Fuera de mi padre, nunca nadie antes había tocado música para mí, y tengo que admitir que su habilidad para tocar el piano me embelesó. Si hubiese elegido aprender a tocar un instrumento musical, definitivamente habría sido ese. Me senté a su lado, lo observé tocando por no sé cuánto tiempo, y después de todo eso, por fin nos besamos. En ese momento, te juro que creí en la magia. Lo que pasó después, no lo puedo describir con tanto detalle sin sonrojarme o herir sensibilidades, pero cabe destacar que yo no iba preparada para nada, porque estaba en mis días complicados del mes, pero fue la primera persona a la que pareció no importarle en lo absoluto.
 
And he dove right in.
 
No lo podía creer, y él tampoco. Éramos perfectos. Termine colapsando encima de él, en sus brazos, y dormí como si no hubiera dormido en meses.
 
Me enamoré de él perdidamente. Pero no queríamos una relación formal, yo tenía muy poco tiempo soltera después de una relación de seis años, y él también salía de una relación un tanto tormentosa. Otro detalle crucial en el desarrollo de nuestra relación que no era relación, pero sí era…Él es judío y yo, agnóstica irreparable de cero alcurnias. Jamás se convertiría en algo real o duradero, y estaba bien: ninguno de los dos queríamos tener pareja. Pero yo sí lo quería a él. Y lo quise mucho. Y siempre va a tener un lugarcito en mi corazón donde le guardo el cariño y el amor que le tuve.
 
Esa primera semana nos vimos tres veces. La siguiente, solo una. Se asustó, porque él también se enamoró de mí. A partir de ahí, fue un estire y afloje que solo nos lastimó a los dos. Pero vaya que las experiencias fueron increíbles. Tanto que, cinco años, un matrimonio fallido, una relación abusiva internacional, y comunicación esporádica después, me hace saber en sus momentos más vulnerables, como soy la única mujer a la que ha amado en realidad.
 
Y sigue amando.
 
Sí lo creo. La última vez que nos abrazamos y besamos sentí latir su corazón a mil por hora, justo igual que el mío.
 
La última vez que estuve sentada en sus piernas, mientras contemplábamos cómo la juventud se nos ha escapado de las manos, me preguntó: “¿Crees que cuando ya no tenga pelo, mi barba y cuerpo estén llenos de canas, y tu pelo sea todo blanco, nos seguiremos viendo?” Y le contesté honestamente con un rotundo sí. Sí lo creo.
 
Qué vínculo tan más raro.
 
Y te cuento por qué, no es un caso aislado. La noche que decidí hacer una parada en Ciudad de México, unos días durante mi periodo de viajes no planeados, pensé en buscarlo. Teníamos al menos seis o siete meses sin contacto, yo hasta lo había borrado de mis redes por celosa, y tal fue mi sorpresa al despertar que en mi teléfono tenía una notificación que parecía ser mil veces más grande que todas las demás.
 
(He) has requested to follow you.
 
Me tomó varios segundos confirmar que no se trataba de un sueño, que él parecía haber escuchado mis pensamientos y me buscó. O lo llamé.
 
Y ni siquiera era la primera vez que algo así pasaba entre nosotros.