JESÚS ANTONIO GUTIÉRREZ RODRÍGUEZ-COLOMBIA-

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Evento cultural: 4 Convocatoria de cuentos y relatos: Rincón Poético
Título de la obra: Pasatiempo.  

                                          
Correo electrónico: jarguti@outlook.es
 
    Tengo escrito cuatro libros inéditos:
-Cuadritos libro de cuentos inéditos
-Muchachadas, libro de cuentos inéditos.
-Distancia, novela, en proceso.
-Pinceladas de mi pueblo, pasajes pueblanos inéditos
Publicación: mención de honor con el relato El recado en el primer concurso de cuento “Gobernación del Quindío: año 1979 publicado por Instituto Colombiano de Cultura   con el título de 17 Cuentos Colombianos
     Mención de honor en el género cuento corto con la obra “Espejismo”, 13 de agosto de 2018, otorgado por el Segundo Premio literario Internacional “LETRAS IBEROAMERICA; México, 2018, convocado por la revista En Sentido Figurado y publicado ella misma.
     Publicación del cuento Desvelo en la antología Lugares Imaginarios, Valparaíso, Chile, Julio, 2021.
Cuento titulado Mi Mascota, seleccionado por Red de Escritores y Escénicas Potosí, Bolivia, agosto, 2021
Publicación de Variados textos en la revista Arrierías, Caicedonía, Valle, Colombia.
 

     Hay una frase en el común de la gente que dice: A todos nos llega temprano o tarde “la Hora Boba”, y a mí me tocó. Me hubiera acontecido también en mis años otoñales. Menos mal que su efecto pagó un valor pobre, ojalá me sirva de medida o de experiencia, aunque algunos de nosotros somos tercos como un jumento, porque no sólo caemos una vez sino dos y tres veces (eso parece que fuera un rito), aunque se comenta que hasta la tercera, y no más.  De ahí en adelante, la copa rebasaría a una ingenuidad crónica.
     Este personaje tradicional, crónico, en nuestro medio, dueño de este modo astuto, aprovechado, censurable, de apoderarse de las vainas ajenas, viene paseándose con mucha familiaridad entre nosotros, pues fue una de las herencias que nos dejó el descubrimiento de América hasta hoy en día y diría por siempre.
     Y no se queda en el mismo accionar, sino que crece en sus artimañas. Él Entra en cualquier clase social, y con mayor realce y dividendos en la política. Este modo negativo ha ido creciendo con técnicas mentales más sofisticadas e incluso supera la tecnología moderna.
     La codicia humana no tiene lindes para lograr dinero en un mundo donde lo poseen pocos y donde él es Dios espiritual y material.
     El introito de “la Hora Boba” me despertó temprano, se vistió en una tarea de cada mes, hoy era el plazo de pago de la tarjeta de crédito de uno de mis hermanos que vive en el extranjero, en una entidad bancaria situada en el centro de la ciudad. Sin demoras había que cancelar dicha obligación o si no pagar intereses sin ningún sentido, simplemente por un leve descuido, y darle más plata al que la tiene
     Abordé el bus. Siempre tengo la costumbre de hacerlo cuando salgo de casa, y regresó a pie, esto por el ejercicio, recomendaciones del médico. Aunque a veces echo pata venteada en ese ir y venir.
     La ciudad es pequeña, y se puede hacer esta gracia.
     De manera pues que después de pagar el valor de la tarjeta, y de suerte porque no había fila larga, emprendí el pisotear del pavimento chupándome un cono doble.
     Mi casa estaba retirada. Doce o quince cuadras, y un mortificante calor no típico de la localidad, tal vez debido a la mano de nosotros.
     El recorrido, por lo regular, lo hago a paso medio, pero esta tarde, no sé si presionado por la canícula que estaba en todo su esplendor, activé los pasos, llegando con la lengua afuera al supermercado, tres cuadras antes de llegar a mi vivienda, donde compararía una chuspa de parva, un paquete de manzanas para la ensalada, un kilo de papada para los frijoles, un par de paquetes de arepa y unos plátanos verdes.
     Salí llevando las cuatro bolsas.
     A cada paso que daba parecía que mi figura descendía unos centímetros de mi talla normal, aunque no pesaban toneladas.
     Todavía faltaban cuatro cuadras para llegar a mi casa. Bordeaba la acera de un concesionario de venta de autos viejos y nuevos, cuando atrás, oí tamaño grito. Volteé la cabeza y vi un casco montado en una moto haciéndome señas con una mano.
     La moto y otros vehículos estaban detenidos por el semáforo. No puse cuidado. Pensé que el saludo no era conmigo, tal vez con algún empleado del concesionario. Seguí con mis pasos lentos.
     Al cabo de un minuto los motores me dejaron atrás, menos la moto que se detuvo a unos diez metros donde yo venía dando pasos. Pasé indiferente el vehículo de dos llantas, pero el hombre viejón y gordiflón me detuvo por mi nombre. Lo miré con sorpresa fatigada.
     “Hola, Inocencio, ya no me reconoce”, me dijo con una sonrisa de viejo amigo y quitándose el casco protector.
     Sinceramente no, respondí.
     “Yo voy todos los días al billar donde usted va”, dijo reforzando lo dicho anterior.
     Puede ser. Lo que pasa es que hace un tiempito que no voy. Algunas caras parece que se me han olvidado.
     “Sí, eso es cierto, pero yo sí lo tengo en cuenta, me acuerdo que me daba veinte carambolas, y me ganaba por cuarenta. Que garroteras la que me daba”, luego añadió: “Pero bueno, mientras eso viene a su memoria, le cuento que mi padre, que un día se lo presenté en el café, estaba muy enfermo, y de un momento a otro se alivió, esta curación tiene que ver mucho su férreo ánimo de vivir, ayudado por las oraciones con mucho fervor. Se pasó de la católica a la cristiana, y de ahí el milagro.”
     Me alegro, amigo, yo que pensé que las religiones curaban solo en la biblia, interrumpí.
     Él sonrió nomas, y cambio la ruta de la conversación.
     ¿Y para dónde va?”, preguntó.
     Para mi casa. Ya estoy cerca. 
     No le pesa bastante las chuspas”.
     No del totazo, pero si un poco por la dificultad de cuatro chuspas en dos manos, pero bueno, ahí vamos, y creo que no hay riesgo de una hernia.
     “Cambiando la charla”, “cuando va ir a la finca para que tome leche de vaca pura hasta que se canse y le dé daño de estómago (jeje, sonrió. En ese momento no le puse sentido al significado de su risa. Fue después, pero ya para qué), y se traiga unos quesitos, y por ahí derecho salude a mi familia”.
     Gracias, un día de esto los visito, respondí siguiéndole la corriente 
     Tenía la costumbre de hacerlo cuando no me acordaba muy bien de la cara que tenía enfrente. El preconsciente se despierta al rato o al otro día, después de devanarse uno la materia gris tratando de traer la secuencia.
     “Vea amigo”, dijo metiéndose la mano al bolsillo, extrayendo su cartera.
     Ella estaba atiborrada de billetes de cincuenta mil. Entre los billetes sacó uno de veinte mil, doblado hasta en sus dibujos.
     “Tenga le regalo cinco mil pesos para que apenas llegue se tome una gaseosa o una amarga fría para que calme la sed y también atenúe el agotamiento. Y me devuelve quince”, dijo colocándolo sobre una de mis manos.
     Lo recibí sin saber por qué, además me lo metí al bolsillo tal como me lo daba, sin míralo, dejé caer dos chuspas de la mano derecha sobre la base del andén, al lado de mis pies. 
     Gracias. Y añadí un poquitín azarado:
      No tengo devuelta.
     “Escúlquese, de pronto la tiene”, dijo medio sonriendo, y con una discreta insistencia.
     Como un muñeco robot, saqué de mi bolsillo la devuelta que me sobró del mimimercado que había hecho. Siete mil pesos distribuidos en un billete de cinco y uno de dos mil.
     No tengo más.
     “Mire a ver, sacuda el bolsillo”, insistió el hombre ensanchado la risa.
     Con suavidad volví a introducir la mano en mi bolsillo. Había seis monedas de quinientos.
     Apenas me quedan estas.
     “Démelas”, dijo Alargando su mano más de lo acostumbrado, como si fuera de resorte. Luego adjunto: “Después me da el resto”.
     Bien. Mañana, los cinco mil que faltan, se los dejo en la portería de donde vivo.
     “¿Y dónde vive?”.
     Miré, allí, señalé con el dedo índice. Ya estamos cerca.
     Le di el nombre del condominio, el bloque y la placa del apartamento, casi le doy mi cuenta bancaria que no tenía. Apuntó los datos en una libretica.
     “Y como mañana es sábado, pues yo paso, y por ahí derecho le dejo un bulto de plátanos, bananos y yuca para que coma sancocho toda la semana”, dijo saboreándose los labios.
     Gracias, gracias, dije por su generosidad tan amplia.
     El señor se puso el casco con una tranquilidad pasmosa, prendió el motor.
     “Pase le llevo las bolsas”, dijo.
     No, gracias. Yo las llevo.
     Él insistió casi quitándomelas. Accedí no con voluntad. Las puso sobre una cesta que estaba colocada más allá de los manubrios.
     “Si quiere venga conmigo, nos vamos despacio”.
     No, váyase y deja las chuspas en la portería.
     “Nos vemos, pues, y no se olvide de lo que le he dicho”, dijo finalmente.
     Vale, pues, y otra vez gracias.
     La moto se alejó con parsimonia. En ese soplo sentí que me quitaba de un peso de encima y una porción de sudor, pero también tuve el efecto que se iba algo de mi malicia indígena.
     La portera, amable como siempre, me abrió la puerta. Le pregunté si un señor bajito, viejón, en moto, me había dejado cuatro bolsas. Ella respondió rotundamente no. 
     Qué raro. Y amplié: Sería que pensó que la dirección quedaba más arriba o debajo de otro condominio.
     “¿Y quién era la persona?”.
     Un amigo, pero que no recuerdo ahora y quién sabe si después, además no lo tengo apuntado en mi libreta de amistades.
     “Esto me huele a mal”.
     De todas formas, voy a esperar un rato. De un momento a otro llega, dije animoso.
     “Espero que sí, aunque lo dudo”.
     El hombre no apareció. Sin embargo, insistí, y visité el condominio que estaba antes que el nuestro, por si de pronto el encargo lo hubiera dejado en esa portería por equivocación, pero no encontré ni siquiera la publicidad de las bolsas. Regresé. La portera, cómicamente me dijo:
     Amigo, Inocencio, que buena frijolada con pata van a comer mañana. Y se va a quedar chupándose los dedos.  
     No fregués ni por charla.
     Entré a mi vivienda no con muy buena cara. Mi hermana estaba con tres compañeras haciendo un trabajo referente a sus compromisos universitarios. La monita apenas me vio, preguntó:
     ¿Te pasó algo?
     Me tumbaron, respondí no con ánimo.
     Seis orejas se alertaron. Mi hermana me dijo:
     Y quien fue y te Aporreaste.
     No, fue otro tipo de tumbada.     
     Les conté la película. El trabajo de ellas terminó momentáneamente porque se inició un festival de risas, que todavía se aviva cuando me ven. Una de las niñas me dijo:
         “Ante ese bello panorama, no sospechaste nada”.
     Ni pizca, dije como disculpa boba. No sé, parece que me dio una burundanga espiritual con sus palabras que parecía de culebrero, me envolvió la sorpresa del cansancio, sus gestos, conocía mi nombre, el lugar que frecuento, aprovechó el momento climatológico ardiente, mi mente sudorosa que tardó en reconocer la trampa para verla desnudada en sus verdaderas intenciones, y que sé yo de que cosas más. Lo bueno fue que logré recuperar algo de dinero sin pensarlo, pues al darme el billete de veinte no le devolví el valor que él quería. Y yo que pensé que lo había tumbado, pero sin querer. Haciendo cuentas, el mimimercado costo diez y nueve mil pesos, más la devuelta que le di que fueron diez mil pesos, el total fue veintinueve mil pesos. La pérdida final fue de nueve mil pesos. No es un ladrón fino sino mierdero.
     Mi hermana y las tres chicas estuvieron de acuerdo de mi meticulosa y pomposa contabilidad. Pero no dejaban de reírse. Me levanté e introduje una mano al bolsillo. Saqué el flamante billete de veinte mil. Lo desdoblé, abaniqué, mostrándolo, casi asomándolo por la ventana, y vaya sorpresa, los rayos de sol descubrieron el billete más falso que manos tramposas hayan hecho, también lo corroboraban seis ojos que estaban sentados en la mesa del comedor más los míos. No había necesidad de usar una lupa o maquina especialidad o trucos. El resto de la tarde fue apañada en carcajada.
     Todavía repican en mis oídos adornos de este evento, y este se estimuló por unos días cuando salía y entraba del condominio porque la vigilante con su jajaja pícara y recochera, me reconstruía la secuencia como si me sucediera todos los días:
     “Oye, mompita Inocencio, te llevo las dos bolsas con gusto, pues yo no tengo afán de nada. Y así dejas de hacer fuerza. Y cuidado con una hernia… Y pienso que el tal amigo tuyo, hoy en día, todavía estará eructando los platados de frijoles con pata y unas buenas cucharadas de ají, rascándose la panza de la llenura, cagando menudencias chorreadas, tomando pastas para el daño de estómago, y quien sabe si le pasa estas vainas porque como es ingenioso para robar también debe tener una la tripa comilona para devorar y no hacerle daño”.
     Una amiga que vive en el condominio de más arriba, le conté la película mía, me dijo:
     “Fresco, Inocencio, usted no es el primero que cae. Muchos son víctimas de estos vivos, y no más ayer una amiga, que es abogada (y si esto le pasa a una abogada, pues ni hablar, pues), me contó que le pasó la misma jugarreta, pero en la puerta de su casa, casi en la sala, y es el mismo por la descripción que hiciste. Está amañado por estos lados, son varias las víctimas. El amigo de lo ajeno despertó con mayores ganas, y hay que estar pilas para pillarlo”.
     Siempre hay una primera vez, pensé, tal vez como un consuelo tonto.
     Hoy hice el mismo itinerario de esa vez, era normal hacerlo de vez en cuando, por supuesto, tomé los correctivos para que no me volviera a pasar la cómica tumbada. Y en el mismo sitio, a la misma hora, en el mismo color del semáforo, pasó un amigo en su moto. Este si era un verdadero mompita de vieja data, no había necesidad de pedirle la cédula. Y apenas me vio, me gritó:
     “¡Inocencio te llevo las bolsas!”
     ¡Las güevas!, respondí en tono amistoso.
     “¡También te las llevo!”
     Y su risotada se barajó con el ruido atronador de la moto que echaba humo por doquier, nublando esa parte de la calle. Y pensé, Qué tal que le contara el cacharro que me pasó. Creo que se hubiera estrellado de la risa