YOLANDA FELICITA RODRÍGUEZ TOLEDO -CUBA-

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PÁGINA 13

Licenciada en Estudios Socioculturales. Escritora y Artista de la Plástica. Su obra aparece en diversas Publicaciones Periódicas y Antológicas de Cuba y el extranjero, así como en Revistas de Literatura y Artes.
     Tiene publicados los poemarios Kilómetro 12, Reina del Mar Editores, Cienfuegos, Cuba, 2008 y Dóminus, Editorial Adarve, España, 2018. Con Wendy no conoce el mar, obtuvo el Premio Nacional Eliseo Diego y fue publicado por Ediciones Ávila, Ciego de Ávila, Cuba, en el año 2005, y cuenta con una reedición por la Editorial Luminaria de la provincia de Sancti Spíritus, Cuba, 2019. La  Editorial Primigenios, de Miami, Estados Unidos,  ha publicado sus libros: Salmos por Denisse (2019), Poesía para adultos;  Cosas que vienen del cielo (2020), Cuentos para adultos,  Luna de Aire (2020; Poesía para niños; y Porque la lluvia no cesa (2020), Décima.
     Tragavueltas, libro de poesía para niños, Editorial Quaestio, España y El Canto de los Caballos, Novela para niños y jóvenes, Uniediciones, Sello Editorial, Bogotá, Colombia, son sus publicaciones más recientes; y tiene en proceso editorial:  La Isla de Los Cangrejos Gigantes, álbum Ilustrado, cuento para niños de 0 a 100 años, y Lechuzhadas, poemario ilustrado para niños, a cargo del sello Grupo J3Veditorial, de Murcia, España.    
 

 

 

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CUANDO SE OCULTA EL SOL

 
KANKALÁGUI TÚNAL (CUANDO SE OCULTA EL SOL
NUYÚLU, NUYÚLU CHÚGA… MI CORAZÓN, MI CORAZON LLORA…)

 

                                                                                             Cita del   POEMA EN NÁHUAT  PIPIL,
                                                                                             de Manuel de Jesús Cortez Azenon.
                                                                                           EL SALVADOR, CENTRO AMERICA 2013.

 
 
Extiende los brazos para alcanzarme
pero no me encuentra;
roza al descuido mi rostro
con la punta de los dedos y se asusta.
El ojo fijo en mí, aunque no me está mirando:
Un fantasma deforme y desdibujado habita en su cuerpo.
Tomo su mano abierta y no me reconoce,
tengo sed, dice.
Voy por agua a la cocina y sostengo la jarra de cristal.
así transcurre una eternidad entre nosotras.
Quién es usted, me enviste, mientras bebe desordenadamente
y  le converso bajito aunque no presta atención
ni entiende una palabra.
…un día de paseo, una señora,…
casi un soplillo de aire mi voz como temiendo lastimarla
cuando la peino y mueve al compás de los sonidos la cabeza.
Está fija,
escucha las voces y las mismas conversaciones que ayer me contara
como si yo fuera otra persona que acaba de conocer.
Cruzaba la carretera hasta la acera del frente.
y ella vigilaba todo el entorno
para aguardar mi regreso.
Teníamos una casa pequeña de paredes muy bajitas
y los ladrillos estaban recubiertos con cal y cemento,
aunque muy poco.
La entrada hasta la puerta del frente hecho con cantos de piedra,
Al paso los canteros de brujitas blancas.
Las cercas del patio en primavera se llenaban de flores silvestres
y campanillas azules que olían muy fuerte.
Le gustaba poner jazmines en un vaso de cristal al centro de la mesita
junto a la radio siempre encendida.
Prefería los Crotons de hojas rojas y torcidas.
Soñaba un vestido largo de color oscuro
para salir por las tiendas del pueblo;
contaba historias muy raras y antiguas
para que no fuera hasta el puente de la carretera central
y me metiera en el arroyo  en busca de peces y jaibas
que luego escapaban
y que aún habitan donde los manantiales,
debajo de las casas del barrio.
Lo que más le asustaba eran las arañas y las serpientes
que metía en pomos de cristal para verlas de cerca;
y también cuando me iba más allá de la loma del cementerio
o me sentaba  sobre los hierros viejos de la herrería
para escuchar como el metal crujía
con los golpes de martillo sobre el yunque.
La fragua escupiendo chispas encendidas
y los hombres empapados de sudor
que conversaban y me miraban de reojo,
preocupados por  mi vestido de tul
y mis zapatos tan blancos entre tanto fierro.
 
A ti debo todo lo que soy y no,
por eso tengo miedo de quitar mis ojos de tu frente,
y paso horas separando las pastillas para cada día;
escucho si toses durante las noches
o te quejas dormida, cuando dices frases entrecortadas
y roncas casi siempre.
 
Abuela Victoria quiere un balde de agua tibia en las mañanas,
un sorbo de café fuerte y el vaso de leche en la cama,
perfumes con olor a lavanda o mariposas
y la sábana de flores para taparse las piernas;
exige que venga a sentarme a su lado y me habla
de la nieta a la que me parezco y ella recuerda,
no me dejes sola, insiste,
mientras el regocijo de dar sin guardar ni una migaja
me postra a su cabecera
como si fuera el último día de nuestras vidas.
Agradece algunas veces el alimento
y vuelve a su lengua torpe, a los caprichos,
y yo al disfrute de su compañía ausente.
Come temprano y se recuesta en la almohada.
Son las tres de la madrugada
y aún le ofrezco todo lo que pide,
a esta hora pautada en el descanso
el silencio es una señal que no descuido.
Los perros están en calma
cuando el sol se oculta
y ansío la llegada del día para abrir las puertas
y dejar que llegue la luz a todos los rincones.
Me complace su cara de alegría
mientras recuerda la rutina y la enumera,
entonces me pide el peine otra vez,
se detiene a mirarlo largamente,
“vez, era de mamá, ella me lo regaló”.
asiento con un gesto,
y paso la mano por su pelo negro y brillante,
cosa rara para sus ochenta y nueve años recién cumplidos.
Estás hermosa, digo,
y ella parece aquella muchacha de la foto:
“Recuerdas hija, nuestra mata de mango,
eran los más ricos de por aquí,
y la otra de atrás, la de ateje, y la de Anón,
todavía sigue ahí, o la cortaron”,
total si lo único que hacía era echar hojas,
Sí, me acuerdo de los mangos y de las matas,
no las hemos cortado porque guardan recuerdos muy queridos,
contesto, mientras vibro como un pez profundo,
libre y satisfecho;
todo lo demás carece de connotación,
este disfrute.