RAQUEL PIETROBELLI -ARGENTINA-

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PÁGINA 15

Raquel Pietrobelli, profesora de inglés. Trabajó durante 33 años, en escuelas públicas y privadas.
Egresada del Instituto Dante Alighieri. Resistencia, Chaco.
Estudiante de Francés, en la “Alianza Francesa”. Resistencia, Chaco.
Egresada de Coaching Ontológico, de la “ Fundación Instituto Argentino de Coaching “, Resistencia, Chaco.
Ha obtenido innumerables premios y distinciones dentro del país y en el extranjero.
Seleccionada por el “Instituto Cultural Latinoamericano”, de Junín, Buenos Aires, para el Intercambio Cultural de Literatura y teatro entre Cuba-Argentina, en el año 2.014.
Seleccionada por el mismo Instituto, para el Intercambio Cultural, Colombia-Argentina, en el año2.015.
Seleccionada por el mismo Instituto, para el Intercambio Cultural, Brasil-Argentina: Barranquilla, San Salvador de Bahía. Año 2.016.
Integró el grupo de escritores, de varias provincias, que representó a la Argentina.
Tres libros publicados. Narrativa: “El mundo sigue girando, Baby” y “La muerte me anda buscando”. Poesía: “Versos otoñales para dormir sin frazada”.

 

E-Mail:rakelpietro@hotmail.com.ar
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TORMENTA DE VERANO         

 

 


Llegó el gran día.
El aeropuerto era una gran fiesta. Por lo menos, para mí.
Era un lugar de una descomunal sinergia… Los carritos, las maletas viajeras, los carteles luminosos, las gigantografías, con  modelos de ensueño, tomándose un whisky on the rocks, en una playa paradisíaca…O una Barbie increíble, con un vestido fucsia ajustadísimo, fumando un habano cubano, recostada en una Ferrari brillante… Todo era irreal, en ese mundo de ansiedades, cámaras  ultra preparadas, miradas expectantes, relojes exigentes y miríadas de ilusiones.
La tripulación de distintas compañías, presurosas, impecables y elegantísimas, marchaban en patota, a embarcarse en sus aeronaves.
Yo admiraba a las azafatas. ¿Cómo podían soportar los vuelos? ¿Aguantar a la gente? ¿Sobrevivir sonrientes y magníficas a los sobresaltos de una tormenta en el aire, a miles de metros de la tierra?
No me lo quería ni imaginar.
Yo siempre le tuve terror a los aviones. Pero al fin me decidí. Era mi primer viaje sola, y me sentía algo desamparada, con la misma aprensión de siempre, pero a la vez me felicitaba por haberlo decidido después de muchas incertidumbres.
Ya iba a mandar mis valijas. No había vuelta atrás. Si bien mis manos, ni mis ansias no estaban muy normales. Se me caían las cosas, las revisaba por milésima vez…Observaba mis maletas (no vaya a ser que huyan antes que yo), los documentos, el pasaje, los anteojos, el celular, los documentos…En eso… Sí, se me cayó el pasaporte…
Y unos ojos maravillosos me lo alcanzó.
Quedé impactada. Ojos entre soñadores, maliciosos, seductores… Buen augurio, me dije para mis adentros. Un Brad Pitt en el aeropuerto. Para mí solita. Ja, ja, ja…
Luego, se me pasó el hechizo, e hice los trámites pertinentes. Me olvidé de mi Adonis.
La hora “D”  había llegado. Siempre terminaba descompuesta en los aviones. Sabía que los accidentes ocurrían mayormente en los despegues y en los aterrizajes, así que cada vez que el monstruo rugía para carretear, y levantar vuelo, automáticamente me transpiraban las manos, y mi pulso también se aceleraba a la par del avión.
Lamentablemente, esta vez me tocó sentarme casi en la cola del avión, donde dicen que se sienten mucho más las turbulencias.
Pero…  No ha de ser este un mal viaje, ¿no?...No ha de ser.
Cuando me estaba acomodando, miré por décima vez dónde coloqué mi maletín, vigilé mi cartera, mi cinturón de… ¡Cuando lo vi!...  ¡Brad Pitt en persona se estaba acercando a mí!... ¡Ay, por Dios, no me digas que se sienta conmigo, porque me moeroooooo!
Efectivamente, se sentó nomás al lado mío, y me sonrió.
Yo me derretí  instintivamente, e intenté devolverle la atención. Pero estaba crispada, sellada al asiento, clavándome las uñas en las palmas de la mano.
¡Buen augurio!...  Igual pensé.
Cuando el avión inclinado, iba abriéndose paso al cielo, yo estaba cosida a los apoyabrazos, con las manos ya irremediablemente húmedas. Él parece que se dio cuenta de mi miedo, y me volvió a sonreír.
Con esta sonrisa, nada me puede pasar. Nada me puede pasarNada me puede pasar. Me dije, para convencerme.
A los cuarenta minutos, más o menos, cuando ya me había calmado…Sentí que nos caíamos bruscamente en un pozo. Mi corazón hizo ¡Plop!
_ Señores pasajeros…Les rogamos que no se levanten de sus asientos…
Una persona que salía del baño en ese momento, se cayó de bruces sobre el pasajero sentado en la primera fila.
Las azafatas, a duras penas trataban de avanzar por el pasillo, para dar indicaciones nerviosas, nos conminaba a permanecer sentados, o que volviéramos a nuestros asientos urgentemente.
Esto no puede estar pasando. Pensé. Casi con  unas ganas irrefrenables  de bajarme del avión. O de arrepentirme una y mil veces de haberme subido. Fluctuaba entre esas dos  estúpidas ideas.
Ya no podía  manejar mis manos  súbitamente húmedas, o me agarraba fuertemente del asiento.
_ Pasamos por una zona de fuertes turbulencias, las cuales desaparecerán en unos minutos. Se ruega…
Yo ya no escuchaba ningún consuelo de nadie. Ya no podía respirar casi. De pronto, se me fue el aire.
De repente, el avión comienza a vibrar y agitarse, de arriba abajo, con movimientos fuertes y  violentos.
_ Estos vientos se originan por tormentas, o corrientes de aire, o en zonas de corrientes en chorro. Las corrientes en chorro, se dan especialmente al cruzar el Océano Atlántico. En este momento, estamos a 9.800 metros de altitud, sobre el Atlántico…
Ah bueno, me quedo más tranquila.
Intenté yo misma reírme de mi completo pánico. Inútil. No tuve el menor resultado.
Las luces parpadearon, amenazando dejarnos a oscuras…Esto no hizo más que aumentar el terror, y suscitar algunos grititos histéricos.
De pronto, el carrito que traía el  auxiliar de abordo, corrió, desbocado, y se estrelló contra la pared del baño, al fin del pasillo, causando un estrépito de botellas y copas, ante el estupor nervioso de la gente.  El aire ya estaba impregnado de un miedo atávico, infernal, que sentíamos todos. A miles de metros de tierra firme. De la vida, tal vez. De un refugio. De la salvación.
Me pellizqué para comprobar que no era un mal sueño.
El altavoz seguía tratando de calmarnos. Cosa que ya era imposible. Los gritos vocingleros, los rezos, los suspiros ahogados, ya habían ganado el ambiente, como una descomunal  serpiente venenosa, bestial… No parecía real. No podía ser. Todos mis miedos se hicieron realidad, de repente, como en una gran, siniestra pesadilla.
_ Por eso, reduciremos la velocidad, y cambiaremos de altitud…
Lo que faltaba, que me expliquen lo que iban a hacer para no morirnos

Una azafata, a quien se le adivinaba el terror que tenía, por más que hubiera querido disimular,  porque le temblaba la voz, nos trataba de  enseñar a ponernos las máscaras de oxígeno, los dispositivos de flotación, y reconocer las marcas de las Salidas de Emergencias.
Como yo, creo que nadie podía escucharla.  El espanto era superior. Hagan lo que hagan, si teníamos que morir, íbamos a morir… Sin que nadie nos pudiera ayudar, sin rezos que valgan. Éramos totalmente un ínfimo juguete en este inmenso y desolado mundo.
En un nuevo, fragoso, diabólico zarandeo del avión, las luces finalmente  se apagaron, y se escucharon gritos desesperados, de chicos, de grandes…Era un pandemónium.
Yo cerré los ojos, temblando alocadamente. Y no pude evitar que las lágrimas me saltaran, incontenibles. Pensé que el avión era ahora una pobre marioneta del viento, y empecé a sentir náuseas, a la vez que se me nublaba la vista. También notaba que el cinturón me apretaba cada vez más.
En eso, siento el calor de un pañuelo en mi mejilla, y unos dedos cálidos, tratando de secar mis lágrimas. Levanto la vista…Y allí estaba él. Ojos hermosos…Mirándome, preocupado.
Lo miré, y noté que esos ojos eran mi tabla salvadora, era un ángel enviado por Dios, era un milagro en medio de ese fárrago total. En ese infierno.
Vi esa mano cálida, generosa. Me así a ella, como a la vida misma. La apreté fuerte contra mi pecho, y no me importó que él sea un absoluto desconocido. Era un humano, un ser humano que me estaba brindando un colosal gesto de cariño, quizás el último que recibiría en mi vida.
Su voz grave, pero suave y calma, inundó mi alma…
_ Quedate tranquila… No va a pasar nada. Yo estoy con vos. Estoy con vos…
Y  me abrazó fuertemente.
Me  mareé en su subyugante olor a hombre recio; en sus brazos protectores, que me prometían la vida. Y le creí.
Nuestros corazones latían al unísono. Sentí que ese era el momento más perfecto de mi vida. Pensé que ya nada me pasaría, estando con él; y si me pasaba, moriría feliz porque estaba en el nido de esos brazos.
Poco a poco, todo fue volviendo a la calma.
Hubo algún herido, con cortes, hematomas y contusiones, desvanecidos…  Los médicos acudieron prestamente a   socorrer a esa gente.
_ Les damos las gracias por su cooperación y su paciencia, le pedimos mucha calma y seguridad…
La odisea había terminado, por fin.
Me separé de él, mirando esos ojos color mar, donde me  había hundido sin pensar por unos minutos, y me interné en el oleaje de esa mirada grandiosa.
_ Gracias, gracias
Solo acerté a decir, todavía tiritando. Ahora sí, con un poco de pudor por haberme comportado como una niña.
Solo atiné a correr al baño.
El espejo me devolvió una mirada agotada, estaba pálida como un papel.
Cuando abrí la puerta para salir… Allí estaba él. Me atravesó su mirada de olas encabritadas. Acuciantes. Allí mismo, allí mismo supe que iba a ser suya. Irremediablemente suya. Sin preguntas, sin acertijos. Supe que iba a amarlo con locura e insanía. Supe que no sería capaz de resistirme a nada. Porque él me abriría las puertas de un paraíso perdido, pergeñado ya en las oscuridades de la desesperación, en  esa fatídicas soledades de sentirnos tan indefensos, en el medio de la nada.
Nos amamos atrevidamente, con urgencias, con incontinencias, con sordidez. Atropellando las ansias que explotaron de golpe, como un huracán indomable. Sin palabras, sin permisos ni anuencias…Nos amamos desesperadamente, festejando el estar vivos, tal vez. Prolongando ese abrazo maravilloso, desinhibiendo hasta las últimas barreras, como presagiando esa locura deliciosa de poseernos, sin etiquetas, sin estigmas ni tiempos.
Lo amé con fruición y ternuras rezagadas, como una salvaje, como una sedienta en un mundo errante, y él se entregó sin retaceos, bebiendo de mi copa de vida, dándome su caliente elixir, su perversa inocencia de hombre íntegro y totalmente entregado.
Cuando volví a la vida, me entregué a un sueño profundo, soñé que había estado con un hombre extraordinario, con el hombre más cautivante que había visto en mi vida. Y que él me amó con infinita pasión esa noche, en la soledad de un baño de avión. Y sonreí, como nunca en mi vida.
Cuando me desperté, las luces potentes, hirieron mis ojos. Ya habíamos aterrizado en Barajas, Madrid.
Miré al lado, él no estaba… ¿Habrá sido tal vez solo un dulce sueño? ¿O fue verdad?...
¿Fue verdad que me había abrazado en el horror de las  turbulencias? ¿Fue verdad  que hicimos el amor? ¿Fue verdad que me enamoré locamente de él?...
Pues sí. Aún tenía su perfume en mi piel, en mis sentidos. Aún me dolían en  los labios sus besos apasionados.
Pues sí. Fue real.  Prodigiosamente real.
Y me sentí feliz. En una burbuja. Como se sienten todas las personas tocadas por una varita de  alguna extraña alquimia y encanto.
Cuando estábamos haciendo la engorrosa cola, para salir, lo veo, unos metros adelante. Una mujer se abalanzó a sus brazos, y dos chicos se colgaron de él.
¿Qué?...Pero… ¿Quéééé?... ¿Cómo puede ser?  Fue un mortal estilete clavado en  mis venas… Anoche fui la mujer más feliz de la tierra… ¿Y ahora? ¿Es que él…era casado?
La garganta se me secó, y mi mundo se hizo trizas en un instante. Cuando estábamos haciendo cola en Migraciones, se me acercó y me puso una tarjetita en las manos.
_ Llamame, por favor… Me dijo, como suplicándome. Pero noté que el almíbar adictivo en los verdores de sus ojos, estaba perdido. Era otra persona.
Ya en el taxi, me sentía desgarrada. Mi “gran” amor duró muy poco. Se estrelló, allá lejos, en las turbulencias, en las profundidades del Océano Atlántico.
Agradecí al destino, igual, el haber encontrado un calor protector en esos  fuertes brazos de hombre, en las penumbras, entre los gritos de horror y los estertores de un avión abatido por los vientos.
Fue un amor exprés, portentoso y sanador.
Cerré los ojos…Y aún sentía su aroma, su deleite voraz en el ensañamiento con mis labios, sus ojos entrecerrados, exhaustos de placer, el marasmo de caricias…
Una daga fina, cruel, penosa, me penetró suavemente en el corazón. Supe que estaba irremediablemente herido.
Aun así, tomé la tarjetita que me dio. Ni la leí. ¿Para qué?...  La rompí en mil pedacitos, y la tiré por la ventanilla, al viento…
Fue tan solo una hermosa, inesperada tormenta de verano. Una dolorosa y mágica tormenta de verano.