EDUARDO OMAR HONEY ESCANDÓN -MÉXICO-

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PÁGINA 28

 

 

(México, 1969) Ing. en sistemas. Participante desde los 90s en talleres literarios bajo la guía de diversos escritores. Publica constantemente en plaquettes, revistas físicas, virtuales e internet. Textos suyos fueron primer lugar (Teresa Magazine 2020, Nyctelios 6ª. Ed.) o finalistas (XVIII Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2020, 1er. Concurso de Cuento Breve Plétora Editorial 2020, Mención de Honor del Jurado, Quequén 2020, Supraversum 2021, Novum 2021, VIII Concurso Internacional de Microrrelatos "Jorge Juan" 2021, Madrid Sky 2021, II Concurso Literario "Relatos legendarios" 2021). Ha sido seleccionado para participar en diversas antologías. Imparte talleres de escritura para la Tertulia de Ciencia Ficción de la CDMX. Pertenece a la generación 2020-2021 de Soconusco Emergente. Prepara su primera novela.
 
Correo electrónico: eohoneye@gmail.com
Página personal: https://www.facebook.com/eohoneyewriter
Twitter, Instagram: @eohoneye
 

 

LA SILLA ROJA

 
¡Bienvenidos todos! ¡Hola, Señor Conejo! ¡Mucho gusto, Señor Snoopy! ¿Cómo sigue de sus costuras Señora Oso! Si, también yo estoy inquieto por la desaparición de la Señora Gato y de otros pero, ¿qué le vamos a hacer?
Primero, antes de cualquier cosa, favor de tomar asiento y acomodarse bien. ¡Señor Snoopy! Déjeme levantarlo y ponerlo en su lugar. Esto que nos reúne no debe llevarnos mucho tiempo. Y les pido que debemos ser muy, pero muy breves. Como saben ustedes, hemos sido convocados para tomar cartas en un asunto que nos atañe. Tenemos una situación por solucionar y lo saben ustedes. Han sido usados y torturados al igual que yo.
¡No! No es motivo de risa señora Oso. Debería dejar de sonreír de esa forma que por algo se salió su relleno. Si, mejor le doy vuelta para que ni usted ni yo nos incomodemos. Ya hemos compartido secretos bastante cercanos que más vale que los otros peluches no los deben escuchar, menos saber.
 
          Bueno, como les decía, gracias de nuevo porque están aquí a pesar de ser informados de urgencia. Les agradezco de todo corazón que hayan estado listos y al pendiente. ¿Qué? ¿Qué me dice Señor Conejo? ¿Que dónde está el juez?
          ¿Es que no ha notado cómo visto? Esta hermosa peluca rubia, esta toga hecha con sábanas nuevecitas y recién entregadas a domicilio, deberían ser una pista más que suficiente. Claro que si, hoy llegaron, ¿por qué lo duda Señor Conejo? No, no diga que me veía tan horrible que cuando recibí al repartidor de Amazon este casi se muere del susto. Deje de estar de impertinente, usted no estuvo allí. Todo lo que dice que dijeron son sólo rumores sembrados por el hámster de Ya-sabemos-quién.
Regresando al tema... ¡muchas gracias por sus piropos Señor Snoopy! Con gusto le paso mis datos cuando terminemos. Decía, regresando al tema, hoy se cumplen 648 días de la cuarentena y nos hemos reunido para escuchar los argumentos a favor y en contra de nuestro gran enemigo y traidor.
¡Señora Oso! Mejor gírese que verla así me distrae. Muchas gracias. Si, Señor Conejo, también estoy en el papel de fiscal. Para esto precisamente me puse los zapatos de charol. Son lo suficientemente formales, ¿o no? ¡Déjese de reír! El que sean tacones no impide que sean formales y de charol, ¿entendido? Sume comentarios así y será enjuiciado como ocurrió con el hámster. ¿Quedó claro? Gracias.
Como les decía, este es un juicio de todos nosotros contra nuestro gran enemigo y traidor: ¡la silla roja!
Señora Oso, no es motivo para que le aplauda a pesar de lo que bien le sabemos usted y yo. ¡Señor Snoopy! Hagamos el favor de ir por ella ya que, para evitar su huída, se tuvieron que tomar medidas extremas y se le encerró en el cuarto de al lado. Si, está oscuro el pasillo pero no es motivo para que no quiera ir. Ya-sabemos-quien ya no estará esperándolo para tomarlo de rehén, no debe preocuparse más. Está bien, lo acompaño para escoltarla a la acusada.
 
Esta silla roja, tan inocente a primera vista y que muestra humildad excesiva en sud desgaste, en verdad es un ser diabólico como les demostraré. Deben ser cuidadosos en no caer en la tentación de pensar que no tuvo nada que ver con los sucesos desde su llegada. No, no pequen de inocentes. Escuchen, reflexionen y juzguen. Estoy seguro que con los elementos que expondré será condenada a la máxima pena.
Eran los primeros días del encierro cuando, entre broma y emoción, nos enviaron de la oficina a esta casa, la casa de ustedes. Si Señor Snoopy, usted no había llegado aún.Todos los demás ya estaban presentes y vivían en diversas partes del departamento. ¿No es así Señora Oso? ¿O usted Señor Conejo? ¿Los demás? Bien, me da gusto que estemos de acuerdo.
Ya-sabemos-quién estaba al pendiente de ustedes como de mi. Claro que primero le importaba que no estuvieran descosidos y los mandaba bañar cada mes, máximo mes y medio. Señor Snoopy, igual que usted también extraño su blanco absoluto luego de que usted llegaba de la tintorería y si, le juro que ella no tuvo la culpa del cierre del establecimiento. Cuando pase esta contingencia y recuperemos la libertad claro que lo llevaré a una limpieza total. Mientras (y que no se enteren el resto del jurado), confío en que sabrá cuál es el veredicto correcto, ¿estamos? Bien.
          Ya-sabemos-quién nos recibió con los brazos abiertos emocionada que estaría con ella sin necesidad de llamarme cada quince minutos a la oficina o echar ojo a los mensajes que llegaban a mi celular. La mañana en que empezaría el trabajo remoto, ¡me hizo el desayuno!
          Era algo increíble. Por primera vez en dos años se había levantado antes que yo y no pidió algo de comer por Über Eats. Claro que hubo varios detalles como el que no supiera cocinar. Señor Conejo, yo no tengo la culpa de no haber preguntado antes a la que luego fue mi suegra, así me la entregó. Les decía, no sabía cocinar y, tras dos años de matrimonio, nunca se había dado cuenta que me asquean los huevos con tocino. Se lo había dicho una y otra vez pero creo que olvidé enviarle ese detalle por el whats.
          Así que yo estaba allí, sentado en la mesa del comedor frente a un plato frío con algo que parecía una masacre de huevos con tocino sangrante. No me pregunten cómo logró ese aspecto pero lo consiguió. ¿Suerte de principiante? No, no lo creo. Estoy seguro que era una profecía pero, distraído con el contenido del plato, el olor que despedía y su presencia junto a mi a la espera del primer bocado.
Señor Snoopy, en efecto, también su aspecto delataba algo más. Estaba embarrada de los pelos a la cintura por restos de cascarones, trozos de yema y clara a medio cocer. Pero lo imposible de soportar era su mirada dizque inocente, aguardando a que empezara a desayunar.
Todavía me importaba ella en ese entonces Señora Oso, tal como se lo he confesado antes. No quería romperle el corazón después de tanto esfuerzo así que tomé el tenedor, pinché un buen trozo del menjurje y, tras cerrar los ojos, me lo llevé a la boca.
Hice uno de mis mayores descubrimientos de mis escasos 30 años: el hedor tiene sabor. Dentro, como película de aliens queriendo salir de tu interior, las arcadas anunciaron su presencia. Rápidamente, aparentando una falsa discreción, tomé el vaso de jugo para que al beber su contenido tragara la aberración.
Con ese cuestionamiento Señor Conejo me permito señalar que parece que se está poniendo del lado del Ya-sabemos-quién. Le recuerdo que ha sido juzgada y condenada con todos los requerimientos de la ley de esta casa. Así que le pido que cuide más su lengua o podrá sufrir las consecuencias a pesar de todo lo que hemos vivido juntos. Y no, no estoy perdiendo el tiempo. Sólo estoy poniendo al tanto al jurado para sentar el precedente de que todo lo planeó de antemano. Si, es lo que demostraré: que hubo premeditación, alevosía y ventaja. Así que no le juege al abogado ya que no le queda Señor Conejo.
La mezcla que tragué bastó por un instante para deshacer las arcadas. Todavía quedaban en el plato como cuatro quintas partes de la atrocidad. Ya-sabemos-quién, con esa vocecita que vestía de falsa inocencia, dijo, “Amor, ¿no te gustó?”. Al mirar su rostro era clara la verdad: o me acababa lo que hizo y de buen modo, o tendríamos una versión doméstica del Apocalipsis.
He de aclarar que en la vida ocurren milagros y así ocurrió. La computadora del estudio empezó a sonar con los clic-clics de mensajes seguido del sonido de que me estaban llamando a junta. Pero los milagros no vienen solos, necesitan ayuda así que, a la par que tomaba el plato y tenedor, le decía “Amor, me llaman. Me lo terminaré en el estudio. Ya sabes que no le gusta esperar al Señor de los Godínez”.
Desaforado entré en estudio y cerré la puerta. Abrí la ventana que da al barranco para evitar que el hedor a huevo impregnara el pequeño espacio. Activé la laptop y me firmé en la sesión del Zoom de la oficina. Debo aclarar que requirió de bastante esfuerzo estar en cámara, apagarla por un segundo, correr a la ventana, arrojar un trozo de esa comida del demonio, sentarme, reactivar la cámara y hacer ruido con el tenedor sobre el plato.
Como me lo supuse, Ya-sabemos-quién entreabrió más de una vez la puerta para verme y, supuestamente, lanzarme un beso. En el fondo, lo pueden asumir correctamente, hacía eso para vigilar si efectivamente me estaba comiendo su “excelso” platillo. En una de las vueltas dejé el plato en la mesa cuando me preguntaron algo, activé la cámara y el micro al tiempo de sentarme de golpe y ocurrió el desastre: mi amada silla negra, compañera de aventuras por dos décadas, desfalleció rompiéndose y haciéndome caer hacia atrás.
Claro que está el video en YouTube, Señor Snoopy, allí lo puede consultar. Debo asentar que nunca lo he visto ni lo haré aunque me dijo el gato pardo, ya ausente entre nosotros, que había cruzado más de 200,000 espectadores hará unos quince días. El jefazo, nuestro querido Señor de los Godínez, no pierde una y si le pasa, pues arrebata. Todavía estaba rodando en el suelo cuando ella abrió la puerta para preguntar “¿Y tus huevos están bien?”.  Suspiró tranquila al ver el plato en la mesa todavía con un trozo en el tenedor y nada tirado en el suelo. Por fin, mientras los cuarenta asistentes a la junta reían a pierna suelta, se da cuenta del percance y sólo alcancó a expresar lo evidente “Amor, ¿te caíste? ¿No les pasó nada a tus huevos?”.
No tengo forma de demostrar si ella saboteó la silla o no, Señor Conejo. Varios sospechamos que quizás tuvo algo que ver y preparó el escenario para lo que vendría luego. Cabe mencionar que, antes del juicio de ella, encontramos un desarmador en la cosmetiquera que fue su regalo al primer mes de casados. Usted mismo hágase, la pregunta: “¿Qué hace un desarmador en medio de los cosméticos de una mujer?”. Si, es sospechoso, muy sospechoso y lo remarco: un-desarmador-en-manos-de-una-mujer.
Sea como sea, logré ponerme de pie y, guardándome el orgullo como pude, ajusté mi corbata, me fajé y seguí en la junta por dos horas más. Era tanto el regusto de la adrenalina que, distraído, me comí el pedazo restante ante su sonrisa. No dejaba de observarme desde la puerta.
Para evitar más desaguisados desayunísticos, me forcé a despertarme cinco minutos antes que ella para correr a la cocina y preparar lo que fuera, de su gusto y del mío, antes de que hiciera acto de presencia. Claro que ella contraatacó y ponía su despertador unos minutos antes la alerta que yo dejaba en el celular. Supongo que bajo cualquier pretexto quería ganarme la cocina para repetir su primer y único “éxito”. Por fortuna lo descubrí a tiempo. Se iniciaron las hostilidades de poner más y más temprano la alarma hasta que le gané cuando cruzamos el límite de las cinco de la mañana. Desistió a partir de allí.
Señor Snoopy, me temo que tiene razón. Lo más probable es que fuera una trampa psicológica con el fin de agotarme y tomarme con las defensas bajas. ¡Claro que lo aprovechó! No supe el día en que hizo el pedido porque prácticamente no se apartaba de mi lado bajo el pretexto de “Qué lindo eres con lo del desayuno, eso demuestra me amas. Quiero estar contigo para siempre”. De seguro fue en algún momento en que me quedé dormido en la mesa o acurrucado sobre sus piernas en la sala.
De lo que si tengo certeza es que a los quince días de que empezara la cuarentena, la acusada, la infame silla roja, hizo acto de presencia. No, no venía como la vemos en este momento. Extrañado, ese día salí de bañarme porque ella no me había vigilado desde la puerta como siempre. Además había sonado el timbre de la entrada a una hora que no era común.
Cuando salí sólo con una toalla en la cintura, vi a la mitad de la sala una enorme caja del doble del tamaño de la acusada, coronada con un enorme moño rojo. Ella, sonriente, esperaba a un lado de ese objeto. Intrigado le di la vuelta a ambas y me topé con un sobre pegado que por fuera decía “Con todo mi amor”. Lo tomé y dentro estaba una nota que era una larga lista de recuerdos que supuestamente ambos habíamos vivido pero que juro que yo no tenía memoria. Debo aclarar que al final había tres equis antes del “Te Amo”, un corazón y su firma.
De nuevo tiene razón, Señor Snoopy. Era claro el mensaje: damas y caballeros del jurado, las equis son un elemento común en el manga, anime y emojis. Significan que el personaje o emoji en cuestión ha fallecido. No le crean a lo que dice el Señor Conejo, no es cierto que asustado solté la hoja y, cuando ella se acercó para preguntarme qué pasaba, le dije esas equis eran sospechosas. Tampoco es verdad que ella contestó “¡Qué tonto eres! Así se escriben los besitos, mira una equis y seguida de una O, lo haces tres veces”. Y quiero que así conste en actas: sólo estaban las equis, nada de “O”s. ¿Me cuestiona, Señor Conejo, que dónde está la carta que serviría como prueba? ¿No recuerda que antes de que enjuiciáramos a Ya-sabemos-quién ella tuvo la osadía de arrojarla por la ventana como muchas otras cosas? Veo que guarda silencio ahora que toma esto en cuenta. Más le vale.
Tras esa explicación que no venía al caso, me pasó un cúter para que cortara la caja siguiendo una línea punteada. Cuando terminé bastó un ligero movimiento para que se abriera como una flor mostrando al centro, envuelta en plástico transparente cual vestido de novia, ¡a la infumable silla roja!
Por favor acalle sus aplausos Señora Oso, ya habíamos quedado en eso. Gracias.
Ya-sabemos-quién, con su vocecita, dijo antes de darme un beso no solicitado “¿No es hermosa amor? Un regalo de aniversario aunque falte aún. Sé que la necesitas”.
De inmediato, con esos movimientos que alguna vez creí que eran poesía pura pero que me consta ahora que eran brujería, abrió la bolsa, sacó la silla y la empujó. Si, mucho ojo, ella la empujó para llevarla al estudio. Como antes, Señor Conejo, pregúntese usted, ¿qué mujer libre de interés haría este tipo de labores? Guarde su respuesta por el momento ya que para nosotros es clara y única: tenía un plan.
Aún mojado y con la toalla alrededor de la cintura la seguí al estudio. Por minutos me quedé contemplando al intruso de color tan llamativo. No cuadraba en el espacio que ahora ocupaba y menos con ese tono ¡ intenso. La silla negra, viejita y todo, era discreta y anónima. Esta silla no, reclamaba la atención y, tras el mote que me dieron en la oficina como “el tipo de los huevos caídos”, no me atrevía a adivinar el siguiente sobrenombre. Hundido en mis pensamientos sonó una videollamada: ¡era la hora de la primera junta!
Me puse la camisa que estaba a un lado de la mesita y, temeroso de manchar el regalo nuevo, dejé caer la toalla para sentarme en la silla.
 
¡Fue una sensación placentera, impresionante el aposentarme allí!
 
Damas y Caballeros del Jurado, una disculpa. Me dejé llevar por un recuerdo falso. Pido su anuencia como la de la Señora Oso, el Señor Snoopy y el Señor Conejo para que borren esta frase del acta de la sesión. Gracias.
Decía, me senté en la silla y activé la cámara. Claro que el Señor de los Godínez se dio cuenta de inmediato y, sin importarle los otros cuarenta asistentes, me dijo “Quite esa cara de pendejo que se ve que anoche le fue bien y preste atención”. Ya-sabemos-quién enrojeció y se burló de mí cuando se rió por lo bajo. Yo sentí cómo subía el rubor por mi rostro a la par que descubrí que la silla tenía una trampa oculta: algo me presionaba aquí tiempo que algo como que penetraba acá.
Por más que insista, Señor Conejo, no haré mi declaración mucho más explícita. Ya señalé que aquí es aquí y acá es acá. Suficiente y deje de repetir que el aquí son los tompiates y el allá es el fundillo. En este lugar, ante estas eminencias, este lenguaje no está permitido. Es la segunda advertencia y, si surge una tercera, ya sabe que no se le enjuiciará sino será condenado de forma directa. ¿Entendió? Muchas gracias.
Entonces hallábame sentado con semejantes incomodidades, sin poder apagar la cámara y vigilado por el Jefazo. No podía levantarme por las razones previamente descritas y tenía más por delante dos o más horas de junta. Apechugando, evitando moverme de más porque esas trampas se encajaban profundamente haciéndome gemir, aguante lo que fueron largos minutos.
En la puerta, regodeándose, Ya-sabemos-quién tapaba su boca para ocultar la enorme sonrisa y las ganas de carcajearse. Estoy seguro de esto Señor Conejo, para nada era un rostro lleno de asombro y sin saber qué hacer. Yo fui testigo y sufrí esa tortura en vivo y directo todo ese tiempo.
Apenas terminó la sesión me levanté y fui a vestirme antes de que entrara la siguiente videollamada. Ella, sin perder oportunidad ni burla, me siguió sólo para asestar como puñalada “Amor, ¿verdad que es bien cómoda la silla?”.
 
Así, sin posibilidad de rechazar el regalo o buscar otra alternativa ante la posibilidad del Apocalipsis doméstico, tuve que sentarme en ese objeto del diablo por doce o más horas diarias, seis días a la semana a lo largo de más de 600 días.
Claro que con el tiempo y el peso de la situación. Dije peso de la situación, Señor Conejo, no mi peso. Usted bien sabe que estoy pasado un poco y no los cien kilos que dice que tengo. Cuando guste le podemos preguntar a la Señora Báscula. ¡Ups! Tiene razón, ya fue ejecutada la sentencia sobre ella y no contamos con su presencia. Bueno, es un tema que no atañe a este juicio.
Sigamos, con el tiempo la infausta silla roja aquí presente develó su verdadera esencia. El respaldo, curvo y que acariciaba la espalda, se hundió y ahora parece la dentadura de una bruja centenaria. La mullida y limpia superficie del asiento que alguna vez tuvo, se hundió e hizo que las imperfecciones sobresalieran más y más como pueden apreciar. Está, la del frente, fue la que estuvo presionando aquí y la que está en medio, de forma cilíndrica, fue la que se entrometió con el acá.
Como notarán, ninguna otra silla o asiento que se encuentre en esta cada incluyendo la finada silla negra tiene semejantes monstruosidades. Por eso es fácil señalar que fueron puestas allí a propósito sin lugar a duda. No es posible otra explicación. No es excusa el Made in China que estaba escrita en la caja ni su bajo costo según argumentó Ya-sabemos-quién al momento en que presentó su defensa. Menos un supuesto y nunca demostrado defecto de fábrica, ¿o me equivoco Señor Conejo?
Ya veo que quiere contraatacar saliéndose por la tangente. Claro que la infernal silla roja no presentará defensa o contraargumentos por su cuenta. ¿No ha notado que es una silla y las sillas no hablan? Está bien, estoy de acuerdo con usted en cuanto a que no he levantado cargos.
Tras esta exposición de antecedentes y hechos directos que involucran de forma directa a la acusada me permito señalar los siguientes cargos con el fin de solicitar la máxima condena si así lo consideran:
Primero, la acuso de que me robó la hombría al presionar aquí de forma inmisericorde por todo este tiempo hasta que se desinflaron y se extinguieron totalmente.
Segundo, debido a lo anterior, Ya-sabemos-quién dejó de prestarme atención al mismo nivel que al principio de nuestro matrimonio y cuando recién empezó la pandemia tras los sucesos del desayuno que le preparaba.
Tercera, es una traidora ya que también aceptó en su seno a Ya-sabemos-quién en esos momentos en que se suponía que yo dormitaba y permitió que me engañara con el Señor de los Godínez.
Por lo tanto, les pido que se le condene sin más dilación. Solicito la pena máxima.
¡Basta Señor Conejo! Es mentira el que Ya-sabemos-quién perdió el interés en mi por mi sobrepeso, que no tengo, como por decir que se me volvió vicio estar en la silla a toda hora durante la semana y que no le hacía caso. Y no, ella no estaba buscando ayuda con mi jefe preocupada por la situación. Claramente escuché la conversación a mis espaldas planeando deshacerse de mi persona. Además, andaba de ofrecida mostrando mucho escote y gozando de la silla, mi silla frente al desgraciado ese que decía ser mi jefe.
Qué bajo está cayendo, ¡avergüenza a todos y más a la Señora Oso! Ya-sabemos-quién nunca me cachó haciendo cosas indebidas con la Señora Oso, aquí presente. Por dignidad debería callar y autocondenarse. Claro que todo lo expresado por Ya-sabemos-quién eran mentiras dichas durante su juicio. Cualquier condenado dirá lo que sea en su favor para buscar perdón y evitar la pena máxima.
Y se lo advertí: ¡Señor Snoopy, hágame el favor de arrojar por la ventana al Señor Conejo! Fue la última de sus impertinencias, él solito se lo buscó. Señora Oso, su honor queda resguardado y todo lo que dijo semejante peluche será borrado de las actas.
Por lo tanto, de vuelta al tema que nos atañe y tras todo lo expuesto, solicito la máxima condena para esta silla de la traición: su defenestración al igual que se hizo con el hámster, Ya-sabemos-quién y otros que no vale la pena mencionar.
Gracias, sabía que así sería. Señor Snoopy, haga el favor de ejecutar de inmediato la sentencia.
¡Señora Oso! No llore, ya pedí otra silla que le arrancará aplausos y mucho más.