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ASTRID G. RESENDIZ -MÉXICO-

Astrid G. Resendiz (Tamaulipas, México) 1995. Asiste al taller Alquimia de palabras. Participó en la antología de cuentos y relatos Alquimia de palabras, Cuentos cortos para noches largas y El Narratorio #53 y #55. Ha colaborado en blogs y revistas digitales como Pluma edición XII, Collhibrí, Elipsis, Teresa Magazine, El guardatextos, De la tripa y Cisne.
 
Pagina en facebook: R.G Astrid
(https://www.facebook.com/astrid.g.resendiz )
 

LA GELATINA

 


Con el tiempo, Santiago y yo nos veíamos cada vez menos y comenzó a distanciarse de mí, hasta que no llegó a dormir. Han pasado dos meses desde que desapareció, pareciera como si... “la tierra se lo hubiera tragado”.
 
Cada noche, antes de dormir, pienso en mi amado Santiago. En lo felices que éramos; la forma en que tocaba mi rostro con sus manos cálidas; el brillo que había en sus ojos al verme y la sonrisa que se dibujaba en sus labios al pronunciar mi nombre o al decir “Te Amo”.
 
Nuestras familias nunca estuvieron de acuerdo en nuestro matrimonio. Pero eso no importaba; mi amado y yo siempre supimos cómo resolver nuestros problemas, o al menos así era hasta que Minerva, mi “amada suegrita” se mudó a nuestro hogar; la excusa perfecta fue su enfermedad del corazón.
 
Desde aquel día, las cosas comenzaron a cambiar, nuestros gastos fueron en aumento y, por lo tanto, el estrés y las discusiones igual. Doña Mine se entrometía cada que podía y nunca desaprovechaba cualquier oportunidad para desacreditarme, criticaba mi comida, mi ausencia en el hogar a causa del trabajo y resaltaba ese apoyo que nos brindaba con su presencia.
 
Cada día que pasaba parecía una eternidad. El hecho de no saber el paradero de mi amado era una tortura constante. Mi angustia aumentaba cada vez que escuchaba las noticias, pues había muchos hombres reportados como desaparecidos; eran encontrados sin vida en extremas condiciones de putrefacción. De pensarlo, aunque sea un minuto, sentía un dolor indescriptible en el corazón. Prefería imaginar que se había ido de inmigrante a Estados Unidos con la finalidad de buscar algo mejor para nosotros y que llegado el momento me llamaría por teléfono, se disculparía por su extraña desaparición y su ausencia paulatina.
 
Después de varios meses en que Santiago duró desaparecido empecé a creer que jamás lo volvería a ver. Una tarde, cuando llegué a casa, lo vi parado en la entrada; corrí hacia él, lo rodee con mis brazos, pegué mi rostro en su pecho e intente besarlo; sin embargo, no reaccionó. Lucía extraño, parecía ido en sus pensamientos y no respondía cuando le hablaba.
 
Durante el día no ingirió ni un solo bocado; por la noche se quedó sentado en el borde de la cama. Lo llevé a consultar y le hicieron diferentes estudios y exámenes; a pesar de ello, los doctores no encontraron el origen de lo que ocurría. Pensaron qué tal vez había sufrido algún trauma psicológico o algo parecido, por lo que lo derivaron con él psiquiatra.
 
Con el pasar de los días su piel comenzó a tornarse de un color café ocre; sus ojos se veían grises y sus labios lucían pálidos, sin vida. Al llegar la noche, después de una larga jornada de trabajo y deberes del hogar por cumplir, ejecutaba la misma rutina, bañarlo y cambiarlo. Una noche, tras quitarle la ropa, noté que estaba humedecida con una exudación verdosa y gelatinosa que emanaba de los poros de su piel; desprendía un olor nauseabundo, semejante al de aguas de drenaje. Dicho acontecimiento se exacerbó con el pasar de los días; plagas de moscas, ratas y cucarachas comenzaron a invadir nuestro hogar. Sin importar mis esfuerzos por mantener la casa limpia, me era imposible deshacerme de las plagas odiosas y ese olor a drenaje penetrante que se había vuelto tan característico en nuestra casa. Debido al estrés y hartazgo que esto me generaba, empecé a dormir cada vez menos; aunque deseaba buscar otras opiniones médicas, nuestras deudas hacían de eso algo imposible. Cada noche pensaba en alguna solución; el psiquiatra parecía no notar lo que, para mi era evidente, sobre la apariencia de Santiago.
 
«A decir verdad, me sorprende que mi suegra parezca ausente, todos los días se levantaba y se sentaba en el sofá a ver el televisor y no emitía ninguna palabra»
Cada mañana me levantaba sin energías y aunque me sentía cansada, me era sumamente difícil conciliar el sueño; al principio tardaba un par de horas extras en dormir; llegue al punto de permanecer despierta hasta las cuatro de la madrugada, durante todo ese tiempo, me empecinaba en mantener mis ojos cerrados, ignorando cualquier sonido proveniente del exterior, incluso ese escándalo de la cocina que se había vuelto tan común, a decir verdad me encontraba, casi siempre, perdida en mis pensamientos, tratando de encontrar una respuesta o solución a todo lo que acontecía y ruñía cada aspecto en mi mente, desde el momento en que Santiago regresó a nuestras vidas.
 
«El día de ayer, cuando llevé a mi amado con el psiquiatra, no pudo atendernos; su secretaría nos dijo que se había enfermado y que su esposa llamó para cancelar todas sus citas. En la orilla de la puerta de su consultorio salían cucarachas, incluso aquel hedor, que se había vuelto tan característico de nuestro hogar».
 
Un día me decidí a averiguar qué ocasionaba ese estridente sonido proveniente de la cocina. Temerosa, bajé por las escaleras y vi una silueta agachada en un rincón de la cocina. Encendí la luz, era Santiago; estaba hurgando en la basura y tenía cáscaras de plátano en la boca, me miró, parecía poseído. Se abalanzó sobre mí lanzando mordidas; forcejeamos un rato, cuando abría su boca para morderme, se asomaba una masa viscosa de color verde que pretendía salir de su boca.  Me empujó hacia la estufa con tal fuerza que se me escapó el aire, tomé un sartén que estaba cerca y le di un golpe en la cabeza. Cayó inconsciente. La sustancia viscosa, mal oliente comenzó a salirle por la nariz, los oídos y boca. Desesperada llamé a la policía y la ambulancia. Los paramédicos llegaron y comenzaron a revisarlo. De la nada, uno de ellos gritó.


— ¡No puede ser! 


Razón por la que se acercó su compañera a observar, estando ahí, casi se vomita. Me acerqué a Santiago y noté que un olor a muerte se había apoderado del lugar.
El oficial se acercó y preguntó extrañado. Le comentaron lo sucedido, nadie entendía lo que estaba pasando. Me miraron. Se acercaron a mí y dijeron.


—Lo siento señora, pero no podemos llevarnos a su esposo al hospital, pues él está muerto.
Comencé a llorar desconsolada, seguramente me llevarían a la cárcel por asesinato, mis hijos y mis suegros quedarían desamparados.
 
«¿Cómo es posible? ¿Lo habré matado?»


—Señora, su esposo lleva días muerto, tiene datos de descomposición extrema — Entonces recordé la viscosidad que había salido de su cuerpo cuando le pegué. Les conté mi versión de los hechos, pero nadie me creyó. Me esposaron. Ninguno me creía mi versión de los hechos, pensaron que estaba loca o tal vez drogada.
 
Resignada me subí a la patrulla, la oficial se sentó a mi lado y cuando su acompañante subió, aquella sustancia extraña que había visto antes, salió de la nada y brincó a su rostro para luego entrar por su nariz. Acto seguido dejó caer su cabeza sobre el volante. La oficial que me acompañaba se acercó para ver y segundos después, el oficial se transformó en una masa verdosa que comenzó a expandirse. Aterradas salimos de la patrulla, la cual se desintegró frente a nosotras. Aquella masa viscosa se arrastró hacía uno de los paramédicos que se encontraba cerrando las puertas de la ambulancia, lo sujetó de un tobillo y le arrastró llevándolo consigo, desapareciendo en la oscuridad de la noche.