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KATTIA MARÍA SOTO KIEWIT -COSTA RICA-

Kattia María Soto Kiewit, artista plástica y escritora que nació en San José, Costa Rica en 1975, y desde el año 2002 hasta el 2018 residió en la Ciudad de México. Actualmente se encuentra en Costa Rica realizando estudios en Bellas Artes.
Algunos de sus cuentos como: La princesa de hielo, El rescate y Taly necesita su caparazón, han formado parte del proyecto solidario de La Catedra de Lenguaje visual en Ciudad de la Plata, Argentina, durante 4 años. Otros de sus escritos que han llegado a ser libro son: Noviembre un cielo inventado (poemario juvenil), Unas alas para Emma (cuento infantil), ambos ilustrados y editados por ella. Algunos otros de sus escritos han formado parte de revistas literarias, en diferentes países como, Costa Rica, México, Colombia.
También se ha desempeñado como ilustradora de sus propios cuentos, y pintora de su propio mundo, exhibiendo algunos de sus cuadros en galerías de México.

 

 

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La Reina de las estaciones del año
 
Rodeado de un fuerte y oscuro muro, en las afueras del bosque de Lunzo, en un viejo castillo en ruinas, casi olvidado –víctima de la venganza y el odio– hubo alguna vez un reino de amor, próspero y lleno de belleza, dirigido por una bella reina, quien, guiada por las estaciones del año, llenaba de vida todo a su paso. Pero, un día, bastó solo un instante para que casi todo desapareciera… Casi todo.
 
Los límites del reino fueron cubiertos por muros de gruesas ramas enredadas, secas y resistentes a quien quisiera traspasarlas, lo que llenaba de curiosidad a muchos viajeros que rondaban por esos límites, siempre queriendo saber qué había más allá: sólo un vago pensamiento de curiosidad, pues nadie se aventuraba al intento de cruzarlas por miedo a volverse parte de aquel oscuro silencio.
 
Todo sucedió un día en que se festejaba la llegada del invierno al reino, y se preparaban a los animalitos más desprotegidos del bosque para no sufrir frío ni hambre, y la reina cubría su jardín con las tupidas ramas de los pinos, para que al pasar el invierno y regresar la primavera, despertaran nuevamente las flores. Ese día, de pronto se escuchó el agitado aleteo de unas palomas que venían muy de prisa a avisarle a la reina de una bruma que viajaba desde el norte a gran velocidad; pero la bruma ya estaba demasiado cerca y había alcanzado los límites del reino, cubriéndolo de una espesa neblina gris y el frío soplo de la venganza e ira de un fuerte hechicero oscuro, quien resentía no haber sido el motivo de los suspiros que salían del corazón de la reina: hizo que todo lo que existía ahí, y quienes vivían en aquel reino, se extinguieran más rápido que un suspiro.
 
Y así, el hermoso reino de las estaciones del año se convirtió en susurro de terror. Poco a poco con el pasar del tiempo, empezaba a ser casi olvidado, convirtiéndose solamente en el reto para muchos valientes, que, al llegar a las afueras del reino, se reusaban a seguir la aventura de querer saber qué había más allá de aquellos oscuros muros.
 
Muchos inviernos después, al amanecer de un azulado y tibio día, cuando el sol empezaba a salir en el horizonte, un pequeño unicornio que huía de una cacería descontrolada, de ambiciosos cazadores que querían su cuerno como trofeo de poder sobre las criaturas mágicas, sin percatarse de su veloz galopeo, atravesó aquel muro de enredaderas, manteniéndose lejos del peligro que lo acechaba. Cansado y adentrándose en el reino, en una ahogada agitación, el pequeño unicornio se recostó sobre unas rocas azules que estaban a la orilla de lo que en alguna ocasión fue una enorme laguna llena de vida. Y en medio del cansancio, el unicornio se quedó dormido.
 
Al despertar, algo desorientado, volteó a ver los alrededores, y sintiéndose perdido al no reconocer aquel lugar, el unicornio se dio cuenta de que estaba en las tierras del tenebroso reino desaparecido; asustado, galopó velozmente en todas direcciones intentando buscar una salida que no existía; entonces recordó que del otro lado lo esperaban los cazadores, y ahí solo parecía estar él, seguro, resguardado por aquel imponente muro de enredaderas sin nadie a quien temer.
 
El unicornio regresó a las rocas, al primer lugar que llegó, y empezó a recorrer con sus asustados ojitos todo el reino que aún era hermoso, cubierto de una bruma de un color gris azulado, pero hermoso. Enormes valles, donde alguna vez habían crecido árboles y flores, se imponían detrás del castillo en ruinas; los cielos despejados, sin aves de colores, pero profundamente azules esperaban la vida que las estaciones del año traían consigo, la vida que se extinguió por el odio y el amor.
 
En un profundo suspiro lleno de desolación, una lágrima rodó de los ojitos del unicornio y cayó sobre una de las rocas; no era una lágrima cualquiera, estaba llena de compasión, de amor, de anhelo, de magia, de vida. La lagrima entró en el corazón de la roca y despertó a una pequeña pero profunda lágrima de amor, la última lágrima caída de la mejilla de la antigua reina, muchos inviernos atrás… la lágrima que había estado resguardada en la roca como la más preciada joya, contenía el alma de la reina, esperando ser despertada por un ser puro y compasivo.
 
El pequeño unicornio seguía mirando con gran tristeza el reino, cuando una fuerte luz salió de la roca y cubrió todo de ese brillo extraño que da el amor; por un instante, se empezó a ver algo diferente en aquel reino, la poca bruma que aún quedaba empezó a desaparecer y, ante sus asustados ojitos, se delineaba la figura de una joven reina que vestía el más encantador vestido que jamás se hubiese visto, un hermoso vestido largo, muy largo, tan largo que llegaba hasta los imponentes valles, y, plasmadas en él, muchas flores, de muchos colores, tantas flores de primavera y verano como necesitaba el reino desaparecido, arboles del color del otoño y árboles verdes como el color del verano, y tanta nieve como podía caber en el mundo al llegar el invierno; el cabello de la reina crecía en pequeñas motas hasta el cielo, peinado con nidos de aves de bellos colores y diferentes cantos, adornado de hermosas y coloridas mariposas de todos tamaños.
 
La reina, agradecida, hizo una reverencia al pequeño unicornio que seguía asombrado de tanta belleza, y éste fue envuelto en la magia de las estaciones del año; su cuerno empezó a brillar como un diamante, concediéndole el poder de dar vida a cada lugar árido que voltease a ver…
 
De las azuladas piedras de aquel lago inerte, empezó a brotar agua del más puro tono cristalino que se hubiese visto y, pronto, el reflejo del cielo azul se podía ver en él; muchas criaturas mágicas empezaron a surgir nuevamente, regresándole la vida al casi desaparecido lago.
 
La reina, al caminar, rozaba sobre la tierra su largo vestido, llenando de verdes prados todo a su paso… En aquella verde alfombra crecían margaritas, sobre ellas volaban mariposas color rosa, otras en color turquesa y algunas blancas, que las hadas pintaban con soplos de polvo de amaneceres.
 
Con el suspiro de la brisa, salieron volando del vestido de la reina: claveles que el aire soplaba por todo el prado, volaron palomas, libélulas, gigantes dientes de león… y la brisa acariciaba sus mejillas en los pétalos de las rosas.
 
El castillo fue rodeado por un jardín de lunas y corazones que silbaban trinos de canarios. La vida regresaba al reino. Sus fuertes muros cedieron ante la belleza de la naturaleza, y nuevamente fueron hermosos rosales; en ellos se podía escuchar el canto de las aves.
 
Por fin, el odio desapareció. La magia del amor a la vida había hecho regresar a la reina con el vestido más largo del mundo, la reina de las estaciones del año, con sonrisa de perlas.
 

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