OSCAR RAMÍREZ CORTÁZAR -MÉXICO-

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PÁGINA 23

 

Bautizado como Oscar Ramírez Cortazar, nació en mayo de 1987, bajo el signo de Tauro. Abrazó desde la infancia el gusto por la lectura, en especial algunos comics -Astérix, Garfield, Charlie Brown- y cuentos infantiles y de hadas, que probablemente lo llevaron a ser aficionado cinéfilo a temprana edad. Ya en la preadolescencia sobre todo las lecturas de Arthur Conan Doyle y su Sherlock Holmes, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, libros de arte, enciclopedias, artículos de revistas y diarios fueron guía en su quehacer como escritor aficionado. Pasó con algo de gloria las asignaturas de literatura en el bachillerato y luego en la universidad eligió la carrera de licenciado en historia del arte, donde por cuenta de algunos profesores afianzó con más pasión el gusto por los libros y ciertas manifestaciones artísticas. Pasan algunos años y concluye el máster en letras iberoamericanas con una tesis sobre el escritor mexicano Álvaro Enrigue. Escritor por hobby, y consciente de que está haciendo sus pininos en el arte de contar historias, en la actualidad escribe artículos y ensayos en una revista cultural llamada Pueblos de la Mixteca, editada en la ciudad de Huajuapan de León. Cuando ha encontrado alguna convocatoria, participa en diversos certámenes literarios de poesía y cuento, siempre en publicaciones digitales de revistas que difunden la literatura. Aficionado a los poemas haikú, participó en un concurso y fue seleccionado, por lo que su poema fue publicado en una antología española. Actualmente es maestro en un bachillerato en el estado de Oaxaca, con la asignatura de taller de lectura.

 

PEDRO EL NEGRO
 
 
 
Pedro el negro
Puedo escucharte, pero no puedo verte
¿Le darás mis saludos a San Nicolás?
Deja algo en mi zapato vacío

Canción del día de San Nicolás
 

Con el diablo adentro
Cada uno de nosotros con el diablo adentro
INXS
 

Antes de desanudar la correa del ancla unida a la lancha, Roberto Carlos volteó la cara en dirección al soplido del viento. Por primera vez desde que llegó de su natal Huajuapan se sentía acoplado, una sensación de estar como en casa. En la caída del anochecer a mediados del gélido diciembre se sentía indeciso. Y también emocionado, como no recordaba haberse sentido.
Desde lejos Roberto levantó la cabeza hacia el barandal del bungalow que rentaba y vio las tintineantes series navideñas contra un cielo ya oscurecido. Por un momento fantaseó con renos en el cielo jalando el trineo de Santa Claus. En esa noche una luz oscilaba. Era la lámpara del celular que traía en la mano. Con la otra mano sostenía dos objetos que hubieran parecido tubos de madera, pero en realidad eran remos hechos de madera tosca. Roberto puso el celular con la lámpara encendida en el bolsillo de la camisa, así tenía las manos libres para maniobrar con los remos.
«Ojalá que pueda llegar al famoso islote del amor antes de que caiga la madrugada para tomar fotos y poder conocerlo.» pensó para sí.
La cara de Roberto quedaba en la sombra, detrás de la luz de la linterna que iluminaba la superficie del agua. «Sí puedo y lo voy a lograr. No importa que los pescadores del pueblo me llamen la atención por tomar una lancha sin permiso.» pensó.
En medio del pasar del viento y bajo aquel cielo de estrellas navideñas Roberto no se arrepintió de la decisión que había tomado.  
Cuando ya había comenzado a remar hacia el islote, una vez -tal vez dos- le envío mensajes de voz por whatsapp a Memo diciéndole que iba a conocer el islote del amor, pero este lo dejó en visto. Sentía una calma extraña a pesar de las circunstancias. Una calma que parecía emanar de todas partes. La percibía en la fatiga de utilizar dos remos toscos. También la percibía en el viento frío que erizaba los vellos de su cuerpo que estaban al descubierto, en los propios árboles que rodean la presa de Yosocuta e incluso en la luz de la lámpara del celular.
Roberto sentía la presencia indiscutible, absoluta y magnética de un misterio siniestro.
Dejó atrás la zona donde se alcanza a ver la tierra y en la que apenas se había borrado la humedad de la llovizna decembrina. Había llegado a una zona semioscura donde se adivinaba el leve indicio de un olor a agua podrida.
«Voy a hacer un alto para descansar.» pensó. Puso el celular en el piso de la lancha y dejó descansar los remos. Se secó el sudor de la frente con la mano. «A lo mejor falta mucho para llegar» se dijo a sí mismo. Distinguió la espesura de los lirios acuáticos que tanto abundan en el agua. Roberto estiró medio cuerpo y apoyó los brazos en los muslos.
En ese momento Roberto se sentía sereno y lleno de energía, intrigado y dispuesto a afrontar todo. Recordó de pronto el día que habló con Memo. ¿Qué le había dicho? «Hay que sobreponerse.»  Llegó a la conclusión de que sería mala idea quedarse dormido dentro de una lancha.
La luz de la lámpara iluminó un montón de ramas flotando. La capucha de la sudadera en su cabeza parecía rodear una cavidad y por un momento se veía como un espectro, como un monje siniestro de una típica película de terror. Al fin había llegado.
La batería del celular no dio para más. Sin luz, no miraba bien dónde pisaba. Sin saber por qué, tenía la certidumbre de que la lancha permanecería a la orilla del islote sin moverse. Era una tontería, desde luego, como la confianza del que cree no hay peligro alguno en conducir sin prudencia siempre que lleve la imagen del santo de su devoción.
Caminó ligeramente hacia la izquierda. Alcanzó a distinguir levemente un par de árboles viejos en el islote.
Sin detenerse ni por asomo y sin siquiera cerciorarse de a donde debía dirigirse, Roberto empezó a andar a tientas en la oscuridad total. No caminaba con el cuerpo derecho, como el que asciende por una cuesta empinada o una loma. Parecía estar bajando una escalera. El que baja escaleras se preocupa de mirar abajo, porque ha de mirar donde está cada escalón. Con el torso medio erguido Roberto estaba seguro de dónde ponía los pies. Pero no dio resultado.
***
Hace tiempo Roberto Carlos murió ahogado en la presa de Yosocuta. Sucedió en la víspera navideña. Aunque tuviera poco dinero por despilfarrador, Roberto sucumbió a la tentación de ir durante el gélido diciembre, rentar un bungalow y ver el concurso de pesca en el anonimato vespertino del pueblo. Yo sabía que en su adolescencia se subía a las bananas acuáticas en el mar; pero ahora a los treinta y seis y tan ojeroso como se le veía, ¡robar una lancha para cruzar el trecho entre el embarcadero y el islote del amor!
Su casera permitió que se le velara en la casa por ser un inquilino tan antiguo. Esa noche organizó un rosario en el patio mientras Roberto esperaba muy rígido, envuelto en una colcha, a que saliera la camioneta Datsun que fungió como carroza y pasó rodeado de mosquitos la primera noche de su nueva vida.
Cuando llegué muy deprisa a vigilar la recogida del cuerpo, Roberto estaba bajo una palapa de palmas. El chófer dijo que lo pusiéramos acostado en la batea y que lo cubriéramos con una sábana grande para que nadie lo viera durante el trayecto por la carretera.
Salimos de Yosocuta a la hora del crepúsculo matutino. Hasta Santa María Xochixtlapilco nacieron lo templado y la luz total. Mientras desayunaba pozole y un café abrí la mochila de Roberto recogida hoy al mediodía junto con sus otras pertenencias en la casa del matrimonio anciano. Una invitación del museo regional de Huajuapan, la cartera con credenciales y doscientos pesos, un encendedor Zippo, un preservativo. Y un diario hecho de manera artesanal con tapas de madera y hojas rayadas.
Me aventuré a leer una parte del diario a pesar de su olor a humedad, mi cansancio y el sentimiento de culpa por inmiscuirme en la vida privada de mi difunto compañero. Sólo entonces sabría definitivamente porqué fue entorpeciendo sus labores, porqué hacía oficios mal redactados, sin número y sin «Honorable Ayuntamiento de Huajuapan de León». Incluso olvidó recoger el cheque de su aguinaldo. En fin, nuestro jefe le había levantado un acta administrativa. De su época como empleado Roberto anotó cosas sobre su trabajo en la oficina del ayuntamiento.
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“Fui a hablar con mi jefe para ver si aún podía firmar la nómina que no firmé la semana pasada. Pero no lo hallé, creo que estaba desayunando y se tardó bastante tiempo. Me dije a mi mismo que no debía enojarme y decidí ir al Italian Coffee del palacio municipal.”
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“Memo me vio salir del palacio municipal y nos fuimos a platicar al parque. Cada fin de semana voy a la ciudad de Oaxaca. Le comenté sobre mi colección de antigüedades, postales y piezas de procedencia europea, y que en Oaxaca voy a comprar la estatuilla de Pedro el Negro que vende un anticuario. Es un anciano que desde siempre ha vendido antigüedades. Me comentó que Pedro el negro, que él llama Black Pete, viene de Holanda y que es un personaje típico de las navidades en aquel país.
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“Es sábado y aproveché para ir a Oaxaca. Por suerte logré ver la estatuilla de Pedro el Negro en la vitrina de la tienda del anciano. Pude constatar perfectamente que es una reproducción de casi cuarenta centímetros de alto, madera maciza y pintado con colores diversos. Afortunadamente lo compré a precio de remate. Además lo puse en mi mochila envuelto en plástico de burbujas, pues al principio pensaba que era muy delicado, pero no le pasó nada durante las tres horas de viaje.”
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“Llegué a la oficina con mucha modorra. No pude concentrarme en hacer bien los oficios, a cada rato me tallaba los ojos como si tuviera demasiadas lagañas.”
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“La cara negra con barba blanca de Pedro el negro que coloqué en la repisa me mira de frente. Su postura me recuerda a la figura tiesa del muñeco Pinocho, por el cuerpo algo delgado y porque es como una marioneta. El foco ilumina muy bien la estatuilla. Mientras tanto puse mis otras piezas adentro del armario para luego reorganizar toda mi colección de una vez por todas.”
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“Observé algo raro en la estatuilla: tenía pelusa en el pecho y las suelas de sus botas estaban llenas de mugre.”
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“Desperté a las tres de la madrugada, pues oí una voz que me intranquilizó. Al principio pensé que la pantalla estaba encendida. Pero no era así ya que siempre la apago.”
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“Anoche volví a oír una voz, sin embargo no debería estresarme. Para mi mala suerte no pude dormir bien.”
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“Desperté y al momento de ir al baño vi que la harina de la caja para hot cakes que siempre dejo en el aparador estaba regada por el suelo. Rápidamente tomé una escoba y logré barrerla.”
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“Me acerqué al Pedro y despedía un olor desagradable. Me dio un poco de preocupación y pensé que era la humedad que luego enmohece las cosas.”
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“Cuando le conté a Memo que algo o alguien me había asustado en la madrugada, me respondió que tenía que sobreponerme a la situación. Estuve gran parte del día pensando en el rostro ajado del Pedro. Caí en la cuenta de que está tallado de manera muy tosca. Su atuendo es similar a los de muchos personajes de los cuadros medievales y renacentistas.”
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“Memo se acercó a mi escritorio. Me preguntó que si estaba sugestionado con la voz que había oído. Le respondí que no. Como es bastante curioso halló desde su celular un artículo de la página web de la Enciclopedia Británica sobre Pedro el negro. Se quedó un poco serio al momento de leérmelo.
Efectivamente Pedro es conocido como Black Pete. Según el artículo los holandeses de antes creían que Pedro el negro vigilaba desde las chimeneas de las casas el mal comportamiento de los niños. De acuerdo con una tradición es un ser de piel negra esclavizado por su captor: Santa Claus. A los niños que se portaban mal Pedro les regalaba carbón y papas. A veces la historia lo representaba como un demonio encadenado y quemado por el fuego, y en ocasiones como ayudante de Santa Claus. Y que es equivalente al hombre del saco que amenazaba con raptar a los niños desobedientes.”
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“En ocasiones me asaltan los recuerdos de las películas de terror que veía en mi infancia y de mis lecturas juveniles del maestro del terror Stephen King. Sobre todo el libro Pesadillas y alucinaciones, que me dejó pasmado. De ese libro me atraía en especial un capítulo de estilo bélico que fue llevado al cine, donde unos soldaditos de juguete literalmente entablan un combate contra un señor encerrado en su apartamento, hasta que lo hieren de muerte.”
Después hay una extraña anotación.
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“Anoche me desperté a causa de un grito. Prendí la luz al lado de mi cama, allí estaba parada la estatuilla de Pedro el negro. Lo primero que vi fue su gorro de tipo medieval. Me paralizó la mirada penetrante de sus ojos, incluso su ropa delataba vida.”
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“Quiero descansar de esta fea situación. Necesito olvidarme de la preocupación por Pedro el negro. Voy a aprovechar el viernes para ir al concurso de pesca que se lleva a cabo en la presa de Yosocuta. Sí me rodeo de gente a lo mejor puedo desestresarme. Pero nada más me quedan mil pesos en la tarjeta de débito.”
Hasta aquí termina lo que leí del diario de Roberto. Cuando en la tarde fui a solicitar el acta de defunción, apenas si podía explicarme el comportamiento errático de mi compañero. Luego contraté una funeraria que trasladaría el féretro a su pensión para cuando llegaran los dolientes a rezar, y por último ordenar que su cuerpo fuera cremado.
Cuando saqué la llave de mi pantalón vi que la puerta de su recámara estaba entreabierta. Aparte de que la luz del foco estaba opaca, oí unos pasos detrás del sillón. El pequeño pino navideño estaba recargado en la pared, señal de que alguien lo empujó, pues las esferas estaban hechas añicos en el suelo. El aspecto de la recámara era repulsivo, olía a humedad y a quemado, los frascos de la alacena estaban abiertos y desordenados, aparte de los trastes tirados la basura del bote estaba esparcida por el suelo y llena de cucarachas.