ABRAHAM CAMPOS -MÉXICO-

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PÁGINA 28

 

 

Abraham Campos, Hidalgo, México colaboró en la antología de cuento hidalguense, Editorial Vozabizal, en la antología de poesía: Voces minerales, Editorial Vozabizal y la antología de minificciones: flores que abren de noche coedición La Tinta del silencio y Fóbica Fest. Así como en revistas digitales.
 

EL INDOLENTE


¡Nací especial! Siempre vociferaba Madre para referirse a nosotros dos. Fue un 14 de Febrero en algún hospital de aquella ciudad titulada: “La bella airosa”.
Papá amaba tanto a Xochitl (Madre) que ese día éramos su San Valentín. Regalo entre sangre y  placenta con  piernas abiertas y diez horas de parto. Sorpresa tal que el médico que nos recibió dijo: ­ — ¡Santa Virgen! —  tomándonos con sus manos trémulas y ojos desorbitados. Si que éramos especiales porque un  silencio con tonos  lapidarios invadió  el sitio y a los presentes que hacían caras de horror. Pero creo que era de sorprendidos, no siempre hay regalos tan hermosos como el que relato. Mis padres se regocijaban al derramar lágrimas y gritos por nosotros. Personas afables mostrando apoyo a mi Madre con ligeros toques de palmas sobre su hombro y un sutil: “lo lamento mucho”, simplemente una escena riquísima, que más se puede pedir en un día así, que meros chocolates y rosas rojas o incluso la prueba del amor.
Siempre me pregunte porque el amor es rojo como la sangre. Un día mí Madre nos dijo que cuando dos personas se aman y se han unido con la bendición del cielo, en la noche se crea el amor y que es tan tangible que en la mañana se presenta a los vecinos en forma de una sábana blanca con manchas de sangre, prueba de la pureza. El hombre en ocasiones grita a los cuatro vientos  ­— ¡Virgen! — Celebrando con más varones ahí presentes. Supongo que Papá mostro aquel amor cuando nos abandono y golpeo a mi Madre hasta sangrarla, incluso ella suplicaba que no la dejara. Ese es amor del bueno. El que se sufre hasta el color rojo. Hasta la sangre.
Nunca comprendí ese amor de mi Madre hacia nosotros, porque se dirigía en singular, como si solo fuéramos una persona o un hijo.
 Nacimos siameses mi hermano y yo, compartiendo el estomago,  las piernas sin mencionar el ano. Hacíamos todo juntos, pero la regla se quebraba a la hora de los alimentos. Siempre era así. Yo comía  mientras el observaba.  La razón era que mi Madre era muy práctica. Teniendo un mismo estomago solo bastaba una garganta por donde bajara esa masa regurgitada por los dientes de aquellos manjares que nos preparaba. Casi estoy seguro que ella decidió en un volado dejarlo a la suerte, quien percibiría la ingesta de los alimentos, porque en una Madre solo hay amor.
Como cualquiera que tenga hermanos. No todos se llevan bien. Con él no era  excepción. No soportaba su actitud y su olor, incluso podría jurar que escuchaba hasta sus pensamientos. No lo odiaba. Solo era mi forma de amarlo, como papá amaba a mi Madre y ella a su vez practicaba el amor todas las noches. ¡Amar hasta gemir! Siempre tenía hombres en su alcoba de muchos sabores, estudiantes del amor, amantes, al menos así  lo expresaba. Algunos de estos amantes solo estaban un instante con ella y se escuchaba un grito de parte de ellos, otras veces los gritos eran por parte de ambos, otras ocasiones el amante en turno gritaba:  ­ — ¡Gime perra! ­—  Mientras ella hacia los gemidos tan fuertes como si la mataran. Algunas veces más eran palabras dichas por otro tipo de amantes que decían: — ¡Así, mi amor, así! Comprendí en esas noches que el amor tiene sinónimos incluso hasta con sonidos, además el amor es gratificante porque mi Madre siempre tenía dinero por las mañanas. Lo único molesto de las enseñanzas del amor, es que mi hermano algunas ocasiones se tapaba los oídos y se ponía a llorar. Eso me irritaba mucho. Ya que Madre nos decía que en las noches permaneciéramos ocultos en nuestro cuarto sin hacer ruido, y el traicionaba ese amor con sus incesantes sollozos y me llegaba a perder la enseñanza.
Nuestra Madre nos amaba tanto que protegiéndonos nos dio la oportunidad de educación en casa. Contratando maestros, infinidad de ellos que no recuerdo. Muchos se iban el mismo día, otros duraban más de dos días, pero de ninguno tengo noción de sus rostros ya que siempre había una cortina blanca que nos apartaba de los ojos fisgones. Así que solo escuchábamos las enseñanzas a través de ese manto blanco, pero siempre nos ganaba una curiosidad enigmática de ver quien nos enseñaba, así que por más que Madre nos gritaba que nunca corriéramos la cortina, terminábamos exponiéndonos y aquel mentor jamás volvía. Cierta tarde se presento un hombre con un traje verde y un fuerte olor a tabaco. Mi hermano y yo espiábamos por una puerta cerca del comedor donde Madre platicaba largamente con él. A simple vista era un hombre sucio, gordo, calvo y con marcas en la cara, su nariz roja y grande con una cantidad enorme de pequeños cráteres, sus dientes todos de oro eran lo que de alguna manera lo hacía especial. Aquella tarde entre risas y palabras  Madre consumía un pacto con aquel hombre conveniente, de manera singular se convirtió en nuestro nuevo mentor. Era el que más había durado, con quien no existía aquella cortina blanca. Recuerdo que el primer día que nuestra Madre no lo presento. El nos miro con alegría y pronunciaba con gozo ­ — ¡Que maravillosos son, justo lo que buscaba! — Tocándonos con ternura ya que con su dedo pulgar e índice pellizcaba nuestras mejillas. Era su forma sutil  de enseñar la que me atrapó ya que no incluía libros ni nada en donde hubiera que hacer anotaciones. Él usaba ejemplos, tomaba unas naranjas y la aventaba hacia arriba pasando entre su manos sin que perdiera el ritmo. Nos decía que a eso se le llama malabarear, que era importante que lo domináramos, porque éramos especiales. Nunca supe cuanto tiempo nos enseño, pero aprendimos varios trucos. El nos amaba también, quizás no como papá, pero luego nos decía ­ — Condenados  fenómenos, acaso no lo pueden hacer bien, vuelvan a intentarlo­ — A veces nos golpeaba con una vara o una escoba, pero solo eran golpes  amorosos, cuando no lo hacía sentía que estaba enojado con nosotros por no aprender bien.
Así que un día, nos fuimos con él a una escuela, al menos así lo afirmaba. Claro partimos con la bendición de nuestra Madre. Mi hermano lloro todo el camino, nunca supe con certeza a qué lugar llegamos, pero sí de algo estoy seguro es que era en otra ciudad, porque en aquella camioneta, se viajo por algunos días. Aquel lugar era fantástico, había jaulas con animales. Sobre todos aquellos tigres de mirada triste. Se levantaba una enorme carpa amarilla que se me figuraba algún castillo medieval. Me pregunte si aquí habría príncipes y reyes. Era uno de mis sueños ser nombrado caballero. Montar un corcel fuerte, blandir una espada. Mi hermano seria mi fiel escudero. Sin más, nuestro adorado profesor nos dijo que este es un circo, que seriamos parte de una más de las atracciones, que éramos una especie de mina de oro. Así se confirmaba una vez más lo especial que resultábamos ser.
Extrañamente en este lugar con lo días no me sentía así. Todos nos veían con naturalidad. Teníamos un cuarto pequeño donde solo entraba un catre, pero no había problema siempre dormía con mi hermano y aquello era de lo me gustaba disfrutar con él, porque no compartíamos sueños. Era muy hermoso nuestro cuarto, un catre y unas paredes sucias con aquel embrujante aroma de humedad. Lo mejor es que no había ventana, solo cuatro bellas paredes, sin duda nuestra Madre nos encomendó al mejor lugar y nuestro maestro era excepcional.
El circo, nuestra nueva casa y escuela era dirigida por un señor un tanto altanero, que todos llamaban: “el patrón” de barba perfectamente recortada, un semblante que pondría a un león con los bigotes de punta. Aquella vez que lo vimos a los ojos, esos ojos de fuego. Nos miro con bastante entendimiento diciendo — Buen espécimen, un gran número será para el show estos dos. Para ser alguien que no se veía muy viejo, siempre caminaba con aquel bastón negro de cedro. Creo que de alguna manera, aquel soporte debía significar un tesoro, porque jamás lo dejaba incluso cuando lo llegamos a espiar en su cuarto mientras dormía, lo abrazaba como si fuera una damisela.
Nuestro mentor y ahora nuestro protector, mostraba un lado oculto que jamás lo vi cuando estábamos en casa de Madre. Un amor hacia nosotros depositado en aquel látigo de caricias enrojecidas sobre nuestra piel. Qué manera de amarnos. Nos levantaba a las cinco de la mañana a limpiar la mierda de los animales, en especial de aquellos paquidermos. Era una tarea bastante agradable pero a mi hermano que suele ser un pesimista, se quejaba del olor, incluso un día vomito. Limpiar esos desechos era poético, sí, en la mierda había poesía, un movimiento sinfónico y a la vez sin regirse de la forma. Lo comprobaba cuando defecábamos, sí, era una tarea que también compartía con mi hermano, ya que teníamos el mismo ano. Un ritual de placer, incluso el dolor de la mierda dura que se deslizaba por el recto era placentero. Ver las sutiles formas que la mierda obtiene al ser evacuado, las tonalidades, los olores, nunca una era igual que otra, pero solo yo podía leer la mierda, como aquella adivina que leía el futuro en los asientos de una taza de té. Yo leía poesía en la mierda y me era vasta. La contemplaba en el retrete mostrándome aquellos versos encadenadados al bailar de mis pupilas, pero a mi hermano, él que jamás entendía nada, esto era algo que también no compartíamos.
Entres las demás actividades que realizábamos era  alimentar al tigre, aunque se manifestaba como un gato miedoso, su tiempo había pasado, más bien el tiempo lo había recorrido mostrando una efímera imagen de poderío. Ahora ya era viejo y no lo amaba, sentía lastima por él. Creo que ahí empecé a sentir el odio, sí, ese sentimiento derivado por la compasión que radiaba  mi corazón, del mío, no de mi hermano, sino el mío que palpitaba la sangre a mi cuerpo. Había aprendido del amor y ahora aprendía de su otra cara, ambos unidos, tan diferentes, como mi hermano y yo, unidos por la comida y la cagada. ¿Qué unía al amor y el odio? Era la pregunta que se venía a mi cabeza. Yo lector de poesía de baño, de la mierda, hacedor de versos originales, no podía encontrar quien me enseñara.
Las noches aquí eran de sueños lejanos, tanto adiestramiento debían de algún modo dar su fruto. Así que al caer el sol, esta escuela se convertía en otro mundo, era como si aquel castillo se abriera entre una glamorosa apertura para los plebeyos que pagaban por vernos. Aquella noche fue nuestro examen de graduación, la voz del patrón retumbo en un rugido y nuestro acto se anuncio situándonos a la mitad del círculo al que se le llama “la pista”, solo para revelar  todo lo que nuestro mentor con su amor nos había tatuado con sangre en la piel. Las miradas se centraban en nosotros, un murmureo alrededor, nuevamente ese sentimiento, nuevamente éramos especiales. El acto, soberbio decía el patrón y la algarabía de la personas retumbaba la carpa en aplausos. Esa noche comprendí que hay algo de menor intensidad que el amor, el cariño, a mi mente y a mi cuerpo venia la incesante duda, ¿Habría cariño, amor u odio por mi hermano? Eran tres cosas que de alguna manera estaban sujetas, como él a mí. El cariño es respetable, incluso el furor de las personas contagiaba a mi hermano, quien es sus tontos movimientos agradecía sus halagos. Nunca pensé que mi hermano pudiera enseñarme algo, en cierta manera me hacía sentir una placida calidez ese alboroto e imitaba los ademanes de él, pero al mirar su rostro, veía como se dibujaba una tímida pero incandescente sonrisa, una sonrisa insidiosa, esa sonrisa, todas las noches.
Era una fruslería el andar entre los actos, con el tiempo el aplauso se volvía una monotonía, era mejor cuando en las noches llegaba nuestro protector con dinero. Recordé que el amor podía tener valor monetario, era como un sube y baja. En ocasiones escaseaba y sentía malestar, en otras era un tanto menos precario y hacia que se me dibujara una sonrisa. Cuando mas pensaba en el dinero, mas imaginaba que él era como una especie de genio de la lámpara y que podía conceder cualquier deseo, y en mi mente ya se venían conjuntando las variables para la formula que desmascararía mi sueño. Mi hermano empezaba a menguar. Sus incesantes quejas, reproches, malestares su gran inconformidad y su deseo por estar con nuestra Madre en casa. Muchas noches lo escuchaba orar, pidiendo hacia el firmamento oscuro, su inocuo deseo, quería que ambos regresáramos.
Una noche la formula se empezó a completar. Solo hacía falta una variable y tendría mi sueño, y el dinero me lo concedería. Empezaba amar el dinero,  eso lo aprendí solo.
Nunca percibí en que instante del tiempo, padre de lo eterno y forjador de la mente, nos  acrecentó a jóvenes adultos. Habíamos acumulado un puñado de aplausos, éramos la atracción del circo, incluso teníamos carteles donde en leyendas, sin caer en la soberbia, sobrepasábamos a un rey. Convertidos en una deidad, simplemente especiales. Cuantas personas no depositaron su precioso dinero solo por nosotros. Cuantas personas vinieron de lugares lejanos solo para estar con nosotros, ¿Cuántos? Que no importa. Nunca importaba la cantidad de aplausos si no la cantidad del dinero.
Estuve un tiempo envanecido con el dinero y mi sueño, que no había percatado, que mi hermano  empezaba a ganar más que el cariño de las personas.  Eran sus corazones, detonando en mí, pensamientos absortos, abjurare de nuestra unión como un fracaso. Si de algo me había dado cuenta, era que amor no sentía por él, un poco de cariño, pero de forma tajante, lo odiaba.
Me daba cuenta que compartir todo con él me frustraba y mas lo que ahora tenia, que no solo era el público, lo cual me provocaba celos, un nuevo sentimiento de carencia. Me encelaba  ver que obtenía otros tipos de recompensas, como aquella amistad con la nueva adivina. Una joven de cabello negro un tanto crispado, trigueña de aspecto agradable para cualquier hombre,  que mantenía largas conversaciones con mi hermano, aunque yo me resistía a estar en ellas, no lo podía evadir. Observaba el impulso como un embrujo de mi hermano hacia ella y ella hacia él, entonces vi a Madre en ella, mostrando ese amor, como si solo se tratase de un ente, y era él, ¿Dónde estaba yo? Desaparecido en algún extraño paraje. Comprendía un poco más del amor de nuestra Madre, comprendía un poco más del desprecio hacia mi hermano. Veía la ligadura que se empezaba a gastar, aquella relación de casados, esa simbiosis entre nosotros comenzaba a morir y florecía otra mas, ella y él unidos místicamente.
 Me invadía una desesperación algo que nunca había sentido, que no quería aprender y pululaban ideas que antes no venían. Se dibujan como espesos pliegos de simbologías. Que de escenas abstractas cobraban el matiz del entendimiento, discerniendo lo verdadero de lo falso. Un trueno de verdad, más bien un rayo divino iluminando solo mi rostro, mostrándome por fin la realización de mi sueño. Al fin se levantaba el telón, y aquella obra de teatro que muchas noches se exhibió en mi mente tenía un significado. Sí, el dinero seria coparticipe con mi deseo. Por fin, sabía que era tiempo de separarnos. Le mostraría un último impulso de mi amor y compasión, que más que darle su libertad de mí, un cuerpo de dos corazones no podría estar más sujeto por la carne, nos liberaríamos por fin, cada cual tomaría su camino y puliría su destino. El dinero me lo daría.
La inopia en el carácter de mi hermano, se mostraba como un obstáculo, el desistía de la idea de separarnos, cuestionando que no era lo que necesitábamos, pero no era lo que él suponía de nuestras necesidades, si no el furor de mi ser por independizarme. Ya lo veía como un parasito alimentándose de mi amor, de mi odio, de mi registro en el tiempo como ente independiente que daría amor y odio, alguien que lee en la mierda versos, un poeta, un defecador de literatura, un hacedor de sueños, una deidad en proceso, eso era yo, pero solo había un impedimento, mi hermano, habíamos perdido la comunicación, nuestra simbiosis murió.
Una noche, postrados sobre nuestro catre en la oscuridad de cuatro gélidas paredes. Sin equivocarme, era diciembre, una época de sueños y deseos, propósitos esperados al cantar de doce campanadas y la ingesta de uvas. Las ideas como una revolución queriendo derrocar al tirano, no me dejaban conciliar mis ojos al descanso. Los ronquidos placenteros de mi otra mitad arrancaban de mi el infecto impulso de tomar mis dos manos y retorcerle el pescuezo hasta que dejara de suspirar, para después cercenarlo con algún cuchillo y ser libre, sin embargo como todo, hubo una contraparte, la razón que me contuvo. Haciéndome fraguar un plan.
Todo lo que necesitaba era romper el corazón de mi hermano y para ello se requería de la intervención de nuestro protector, ahora mi compañero, mi cómplice.
Fue un trabajo arduo, la comunicación con mi compañero, había que esperar a que mi otra parte durmiera en profundidad, mientras como un ladrón nocturno, escribía una nota pequeña, nunca quise escribir todo de un solo tajo, tenia precaución que él despertara y me interrogara. Intricado fue convencerlo de porque había arrancado pedazos de papel de un cuaderno. Nunca pensé que en las mentiras mi corazón sintiera algo de tranquilidad y un cierto momento de satisfacción. La nota debía ser breve y solo podía escribir bajo el amparo de la oscuridad y el descanso de mi contraparte. Además me había percatado de algo, inusual en mí, un sentimiento vacuo que siempre pensé que los demás llegaban a tener, era esa desconfianza que rondaba mis pasos, ese secreto que debía sacar para completar mi sueño, solo compartía cosas con mi otra parte ahora debía compartir con alguien más, supongo que era una bifurcación mas del amor.
El recibir y poder dar las notas a mi cómplice fue un gran y devastador desafío, implico tomar bastantes planes que terminaron frustrados en un principio hasta que terminaron realizados, nunca fue muy difícil convencer a mi cómplice, solo basto decir en una primera nota que habría dinero para él, pero la desconfianza nunca dejo de menguar crecía cada día más en mí, la sentía crecer dentro de mi corazón como un gran árbol y sus raíces retorcidas se movían en mi mente. Amor y odio quedaron olvidaos de mis pensamientos, atrapados siempre porque maquinaba opciones a mis múltiples planes, solo planes, planes, planes… pero al final todo termino en traición por parte de mi cómplice que no vio con buenos ojos el querer que sacaran a la adivina del circo, pero inevitablemente el patrón la exilio.
El corazón de mi otra mitad se estrello y su mente la podía moldear, estaba a merced, más bien ahora sus pensamientos eran barro, les podría dar forma, entonces dudaba si era odio lo que sentía por él o quizás era el amor disfrazado de algo mas, para ser un amor más puro, suelto y libre. Nunca supe como hile las palabras una tras otra como un bellísimo verso, volando entre el aire y convertirse en la mentira más convincente sin carecer de sus toques de verdad. El había aceptado no solo el hecho de irnos, además estar de acuerdo en nuestra división, afrontando todo. Ahora ya tenía el mismo sueño, uno que yo le sembré. Buscaría a su adivina, conmigo no lo podría hacer. Una acción loable que había profetizado en días anteriores.
Abandonar el circo fue muy fácil, nunca el patrón pensó que partiríamos, nunca nadie pensó que nos moveríamos de ahí, estaba eufórico y no había sentido ese nuevo sentimiento, “la revancha” y todo gracias a una. No había contemplado como se mueve el amor, fue ese sentimiento que me había revelado un plan para cualquier contingencia y fue el dinero quien me abrió el camino.
Nos fuimos con los ahorros y buscamos. Una búsqueda extensa. Cuantos especialistas habremos visto, ninguno tenía una ligera esperanza de hacer aquella cirugía, no eran más que médicos plásticos, insípidos, sin aquella curiosidad de arriesgarse, no eran más que unos cobardes, hasta que, en la capital de nuestro país, hubo uno quien auguraba un pronóstico fantástico, ese sentimiento volvía. El de cuando vivíamos con nuestra Madre, entonces comprendí que algo más que amor había, “la felicidad”, era más fuerte, producía explosiones en cadena dentro de mis entrañas, maravilloso ese sentimiento.
Llego el día de nuestra desunión, que había esperado por tanto tiempo, sentía una calma tan reconfortante, creo que ese momento había una cierta paz. Tras nuestra transformación, el tiempo se perdió en la recuperación, horas de cama, con un silencio envolvente, la mirada borrosa y la mente divagando entre sedantes y visitas de enfermeras, con sigilo llegaba la calma y el respiro. Entonces fue ese instante en que me vi solo sobre la almohada, era extraño, sí, seria la palabra, pero encantador, sonreía, pero como un acto atroz, las ideas se llenaba con el rostro de mi hermano, cuando súbitamente había llegado un cirujano que sin vacilo, pronuncio las palabras —Tu hermano no resistió la operación, murió en terapia intensiva. Se habían convertido en palabras sin significado, ausencia de algún sentimiento.
El tiempo dibuja todo. Me dedique en cuerpo y alma a buscar a Madre, creo que fue una cruzada exhaustiva, pero desistí, había fracasado, había buscado Madre en cada lugar donde las mujeres dan amor a cambio de un pago y termine queriendo sentir el amor de Madre entre ellas, pero les  resultaba repulsiva esa cicatriz  donde alguna vez estuvo mi hermano.
Cansado de las evasivas de aquellas mujeres por esa cicatriz me dedique a vagar sin rumbo hasta desaparecer de la memoria de los que alguna vez nos conocieron, pero nunca  deje de sentir, no estar completo.
En algún lugar en un periódico local, se contó sobre un suceso que dejó perplejos a sus habitantes. La nota decía que un hombre maduro con ropas de indigente había solicitado los servicios de una sexo servidora y que en el lugar se encontró un par de cuerpos, el de una  mujer madura de nombre Xochilt, desnuda yacía sobre el piso de la cocina, decapitada y en otra habitación, el cuerpo de un hombre desnudo del dorso que no llevaba identificación,  el periódico mencionaba la presencia de una enorme y deforme cicatriz en este hombre presuntamente el agresor, que murió por las heridas que se infligió después de tal acto,  y es que en esa escena este hombre se coció la cabeza de la victima sobre el pecho cerca de corazón, también se encontró entre sus dedos llenos de sangre un papel que contenía algo escrito y que este periódico lo hizo público:
“Madre tu hijo ha vuelto a ti, si un cuchillo me separo de mi hermano otro nos volverá a juntar; estará culminando una obra maestra, me restaurare. No es así, Mamá, ya solo seremos un ente individual, ya estaré completo, mi amor al fin estará concreto, mientras termino de cocer tu cabeza a mi  pecho con este dolor de dicha, y tu rojo pasión recorre mi piel. “El rojo sangre del amor”.