SONIA ARRAZOLO REYNA -MÉXICO-

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EL SEÑOR DANTE

 


Durante la época de los cincuentas y principios de los sesentas, la mayoría de las familias estaban formadas por un mínimo de cinco hermanos, yo crecí en una de ocho. Nuestra niñez transcurrió en un municipio el cual en ese entonces la población apenas rebasaba los cien mil habitantes y donde caminando, en unos cuantos minutos podías llegar a la casa de los Tíos, a la iglesia, a tu escuela, a la casa de tus amigos o al centro del pequeño pueblo.
Durante la época en que uno a uno mis hermanos y yo fuimos iniciando el nivel de educación básica, la ciudad solo contaba con dos locales que ostentaban el nombre de librerías. En realidad, en estos lugares solo podías adquirir material como cuadernos, lápices, plumas, cartulinas entre otros y algunos libros de texto. Tanto nuestra generación como las anteriores debimos adquirir muchos de nuestros libros desde una ciudad cercana, o en su defecto acudir a la biblioteca con el fin de complementar las materias sobre todo las de nivel medio, el más alto disponible en aquellos años.
Como no recordar esas obscuras bibliotecas, la más grande del pueblo en ese entonces estaba ubicada a un lado del teatro de la ciudad localizado en la avenida principal. A medida que la población crecía más espacios como ese fueron abiertos, pero a través de los últimos años han ido desapareciendo debido a que como todos sabemos, en la actualidad la disponibilidad de información a través de otros medios y para todas las edades es abundante.
Así que a pesar de nuestro enorme deseo de leer algo divertido, algo diferente a lo que nos ofrecían nuestros libros de educación, las bibliotecas no eran para nosotros un lugar atractivo sino espacios obscuros, muy silenciosos, atendidos por un bibliotecario que comúnmente era una dama, la mayoría de las veces una persona mayor, y quien con el mínimo ruido que hicieras volteaba a verte como diciendo, o se callan o los saco. Por lo que la visita a ellas por parte de algún compañero o cualesquiera de nosotros, era considerada como una última opción.
Para las nuevas generaciones “leer para divertirse” quizás sea algo inusual, pero ¡imagínense!, después de jugar horas y horas en el patio a todos los juegos que pudieras inventar con solo una pelota, una cuerda, un balero y quizás muchas canicas, entrabas a tu casa y dentro de ella no había ninguna televisión, cero juegos electrónicos, no iPods o celulares. Aburrido, ¿verdad?
Quizás fuimos niños muy tranquilos o teníamos que serlo, ya que los padres de entonces practicaban una disciplina muy férrea con los hijos, por lo que la lectura siempre era nuestra opción de entretenimiento preferida además de que no se contraponía con la orden de “traten de no hacer tanto ruido”.
Cuando lográbamos ahorrar algunas monedas caminábamos emocionados al centro del pueblo, el cual estaba a solo unas cuadras. En aquella revistaría la cual tampoco exista ya, comprábamos las increíbles historietas con personajes tan maravillosos como Lulú Mota, Toby Tapia, el Pato Donald, Porky y sus amigos, el Pato Lucas, Memín Pinguín, y muchos más.
Para cuando llegaban nuestras apreciadas vacaciones de verano teníamos una enorme caja llena de ellos, los cuales leíamos y volvíamos a leer y cuando ya conocíamos casi todas las historias de memoria, nuestros libros de texto principalmente el de español, pasaban a ser una muy buena segunda opción.
Aquellas lecciones de Pepe tira la pelota, la pelota salta alto, la lección del gigante egoísta, puestas ahí para practicar las sílabas, nos las sabíamos de memoria de tanto repasarlas. Cuando finalmente tuvimos acceso a una televisión a finales ya de los sesentas, el horario en que retrasmitían eran de solo dos o tres horas, nada que ver con los canales abiertos de siete días veinticuatro horas que hay en la actualidad.
Un día y no recuerdo como, cayó en nuestras manos un fabuloso regalo, un libro de nombre “Corazón” de Edmundo di Amicis, ¡de pasta dura, en color rojo obscuro!¡lo adorábamos! Releíamos con la misma emoción cada uno de esos relatos escritos en un diario por un niño de nombre Enrique, el cual incluía además varios cuentos, donde los protagonistas eran todos niños, pequeños héroes que mostraban la mayor parte de las veces el amor a su patria o su familia, nadie se aburría de leerlos una y otra vez.
Como niños nos sentíamos identificados con el protagonista, comparábamos sus maestros y compañeros con los nuestros, deseábamos ser Deroso el niño inteligente, y odiábamos a Franti el acosador. Después de un tiempo el libro estaba tan maltratado que llegamos a forrarlo no una vez, sino varias veces para que no luciera tan viejo porque claro, cuando llegó a nosotros ya no era un libro nuevo.
Como no rememorar la emoción cuando poco a poco fuimos incorporando a la secundaria, ¡fue lo máximo!, ahí si contaban con una biblioteca. Me acuerdo que cuando llegó mi turno de ingresar, la mayor parte de las horas correspondientes a la clase de español nos la pasábamos en esa área, quiero creer que a nuestro profesor de esa materia también le encantaba leer y que no era que quisiera evitar impartir la clase. A partir de entonces todos tuvimos la oportunidad de leer clásicos como “Marianela” de Benito Pérez Galdós, “El llano en llamas” y “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, “El Periquillo Sarmiento” de José Joaquín Fernández, “Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes, “El viejo y el mar” de Hemingway y muchos más.
Pero permítanme compartirles algo, un poco antes de esta etapa tan especial para nosotros conocimos al señor Dante Alighieri. Un día, cuando la mayoría estábamos todavía en la primaria ya que la diferencia de edad entre algunos de los hermanos era de solo un año y medio, nuestros padres nos sorprendieron con el regalo de una pequeña enciclopedia. Se trataba de dos tomos de pasta dura en un brillante azul claro con el título en color dorado, “La Divina Comedia”, la cual estaba dividida en tres partes, infierno, purgatorio y paraíso.
Dudo que nuestros padres hayan preguntado si era una lectura adecuada a nuestra edad al comprarla, o quizás al recibirla como un regalo para nosotros quienes como siempre arremetimos su lectura de inmediato, con el entusiasmo que nos caracterizaba.
Ya como adultos nos enteramos que la conclusión de la misma le tomó al señor Dante más de diez años de su vida, durante los cuales estuvo desterrado por problemas políticos de esa época. A pesar de que la Divina comedia de acuerdo con los expertos está inspirada en la literatura existente en esa época –la literatura de viaje, la de visión del otro mundo, la cristiana medieval y el comportamiento humano−, lo cual claro supimos también posteriormente, creo que los sentimientos provocados por su situación personal y la de otros personajes incluidos los culpables de su destierro, deben haber influido en su redacción pero sobre todo en las imágenes, mucho más que la literatura de esa era.
No obstante que el objetivo final de ese terrible viaje emprendido por él en compañía de Virgilio antes de llegar al paraíso, descrito además en forma muy poética era salvar a su amada, o sea un final feliz y de ahí el nombre de comedia, estoy segura que a unos niños con la mentalidad de finales de los cincuentas y principios de los sesentas, sin contacto alguno con el exceso de información actual, cruzar todos aquellos tenebrosos valles y montañas en busca del amor, no era algo todavía tan emocionante.
Cuando iniciamos la lectura de la primera parte, el infierno, donde el primer círculo mencionaba que las almas de las personas no bautizadas irían ahí y nunca gozarían de la vida eterna nos sentimos tranquilos, porque todos habíamos sido bautizados. Pero a medida que avanzábamos en la lectura nuestro primer círculo a favor se fue minimizando con los siguientes sobre todo con el de la lujuria, tanto el contenido como las imágenes de este eran un total misterio ¿y las imágenes? ¡inentendibles!
Creo que nuestro acostumbrado afán de finalizar cualquier lectura era lo que nos impulsaba a continuar día con día, pero estoy segura que mis hermanas y hermanos se quedaban con las mismas dudas que yo, interrogantes que nunca nos hubiéramos atrevido a hacer debido a que la comunicación en ese entonces entre padres e hijos era mínima o como se creía “de mucho respeto”, esto es, ciertos temas estaban totalmente vetados.
Al llegar a la segunda parte, el purgatorio, donde se describían los castigos relacionados con los siete pecados capitales las escenas eran horripilantes, las imágenes de sufrimiento eran impactantes y aunque a esa edad poco podíamos saber de la soberbia, envidia, ira, pereza, avaricia, gula y lujuria, nunca antes habíamos recibido una explicación tan detallada ni por parte de nuestro sacerdote acerca de los castigos que podíamos recibir por esos pecados.
Cuando llegamos a la tercera parte de la obra, el paraíso, creo que nos comenzamos a tranquilizar y emocionar, debido a que las recompensas muy específicas que se mencionaba podían recibir todos aquellos que en lugar de pecar se esforzaron por defender la fe, por ser buenos gobernantes, aquellos que dejaron grandes obras de acción o pensamientos para la posteridad, o aquellos amantes que lograron dominar su pasión, eran espectaculares.
¿Que si terminamos de leer esa gran obra? −considerada todavía entre las mejores cien en el mundo– ¡por supuesto!, pero no tan rápido como solíamos hacerlo con cualquier otra lectura que emprendíamos, a medida que fuimos avanzando lo hicimos más lento, no estoy segura si era debido a los sentimientos inciertos que despertaba en nosotros o a mucha de la terminología inentendible para nuestra edad. ¿Nos habíamos divertido? No creo, a diferencia de nuestro libro preferido “Corazón”, nunca escuché de mis hermanos identificarse o desear ser alguno de los personajes.
¿Nos había impresionado? ¡Sí! ¿Nos había aterrado? ¡También!
El grado de credulidad cuando tienes menos de diez años es bastante alto, por lo que al observar las escenas de los terribles castigos que podíamos recibir por las diferentes faltas nuestro temor ahora era mayor, siendo esto en realidad nuestro mayor aprendizaje y no andábamos tan desacertados, ya que precisamente ese era uno de los objetivos del libro.
Así que cuando cada domingo, al finalizar las diferentes lecturas el sacerdote exhortaba a todos sus feligreses a ser buenos cristianos, o cuando nuestra madre nos regañaba y decía, “¡pórtense bien, porque si no lo hacen se van al infierno!”, a nuestra mente acudían en forma muy clara las terribles imágenes de la “Divina Comedia” relacionadas con ese lugar.
Estoy segura que ninguno de mis hermanos o yo volvimos a releer la “Divina comedia”, como era nuestra costumbre con cualquier lectura que cayera en nuestras manos.

Actual representante legal y fundadora del Grupo de
Asistencia y Protección para Animales, una AC sin fines de
lucro, reconocida con el galardón “Solo por Ayudar” de
la periodista Lolita Ayala en el 2007
 
LIBROS PUBLICADOS
Saga: La casa de abril. BENITO, un guau por ti y todos tus amigos (2020) y NICOLASA (2021) 
GOTITAS de amor para nuestro corazón (2020)

COLABORACIONES PUBLICADAS EN
Fanzine de Chile, la Gata roja, Buenos relatos, el Guarda textos y Melancolía Desenfrenada.

TALLERES
Escritura Creativa “letras cuánticas” – Jorge Luis Caballero – 2019
Alquimia de letras – José Rodolfo Espinoza – 2021
 

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