DIANA MESA LEVY -CUBA-

PÁGINA 17

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Nací en La Habana, Cuba, el 14 de agosto de 1969. Nacionalidad: cubana española. Graduada universitaria en Dra. en Estomatología y Especialista en Prótesis Estomatológica. Profesora Asistente de la Facultad de Tecnología de la Salud en La Habana, (2009- 2014). En el 2014 retomé mi afición a la creación literaria y he realizado varios cursos de formación de escritores y Técnicas Narrativas. En la actualidad, estoy en el Laboratorio de Escrituras “Encrucijada” de la escritora: Elaine Vilar Madruga. He recibido premios y reconocimientos literarios. En 2019, Encuentro de Talleres Literarios de Adultos, 2do lugar, categoría Cuento; 3er lugar, categoría Minicuento. X Certamen Literario Dan Simoniescu, 1er lugar en la categoría Cuento. En 2021, I Premio “Laboratorio de Escrituras: “Encrucijada”, Mención, categoría Relato. He sido publicada en:  Editorial Ciencias Médicas: Implantología Dental, Selección de temas. ISBN 978-959-212-586-5. (2010). Antología “Ellas VI” REF 00137, (julio/2021). Revista Herederos del Kaos, (agosto/2021). Revista Entre Lusco y Fusco, (octubre, 2021). Libro "Flores que sólo se abren de noche", antología de minificciones en coedición con La Tinta del Silencio y Fóbica Fest (noviembre, 2021). Estoy en la preparación editorial de mi primera novela.
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A SU DEBIDO TIEMPO
 
Jolie salió de la ducha y fijó su mirada en el espejo del lavamanos. Se contempló el rostro durante unos segundos, una gota se le deslizaba por una mejilla. Con el movimiento rápido de una mano la barrió, pensó podría ser una lágrima y lo último que quería era sentir lástima de ella. Sin embargo, estaba triste y furiosa a la vez, y el desencaje en su mirada era la muestra de no haber podido olvidar la actitud de su amor.
Sí, Nicolás era el causante de tanta desazón. No entendía que él llevara días distante cuando bien sabía cuánto lo amaba. Amor que le demostraba a diario con un sinfín de cariños, atenciones y con noches de entregas apasionadas, a pesar del tiempo que ya llevaban juntos. Vivía pendiente de él y tenía la convicción de que eran un matrimonio feliz. Solo la falta de un hijo en común mellaba la felicidad. El ansiado bebé no había sido gestado hasta el momento y ella empezaba a sospechar que él la culpaba, de alguna manera, por eso. Lo amaba demasiado y no deseaba perderlo, pero lo último que permitiría era volver a sentirse presionada o acosada. «No le debo nada y si piensa que por yo ser mayor debería agradecer su amor, está muy mal. Siempre creí que nos gustamos mucho y si ahora me echa a un lado... ¿No se da cuenta que no dejo de desearlo a pesar de lo malhumorado y engreído que es? Si no averiguo lo que pasa voy a enloquecer», los pensamientos se le arremolinaban e intensificaban su pesar. 
Un sentimiento de ira y agravio se le acumuló en el pecho al recordar que lo había sorprendido revisando su celular y hasta sus gavetas. «¿Por qué lo haría? ¿Creerá que le soy infiel? ¡Ah, no! Esto tiene que aclararse y ahora mismo va a ser…», se dijo decidida. Agarró la toalla a su lado y empezó a secarse, pero la imagen de William, su anterior esposo, tomó protagonismo en su cabeza. Él le había hecho la vida un infierno con celos que casi la volvieron loca, la golpeó y hasta le quebró la autoestima y la esperanza de ser feliz. Pero también ella era muy joven y se había enamorado como una tonta. Cuando se dio cuenta de quién era en realidad ya estaban casados, con dos hijos y ella con mucha dependencia económica. Sintió frío en el alma y rabia, mucha rabia. «No se portó bien conmigo el maldito, menos mal que murió en aquel accidente aéreo y me lo quité de encima sin guerras», dijo para sí mientras el escalofrío le recorría la espalda.
La vida le había dado otra oportunidad y la felicidad que vivía ahora tenía que defenderla. No podía volver a lo mismo, no lo soportaría. A Nicolás lo amaba, casi como a ella misma y por nada del mundo lo perdería; así que haría lo que fuera. No le dio más vueltas, agarró el desabillé, se lo puso sobre su cuerpo desnudo y salió del baño dispuesta a aclarar las dudas. No era su intención provocarlo y esperaba que él no se percatara de su desnudez, solo no quería perder el momento. Pocas veces podían estar completamente solos, sin hijos, amigos, parientes o alguna doméstica dando vueltas en aquella casa inmensa.
Se sintió segura en el silencio de la soledad. Buscó a Nicolás sin llamarlo, confiaba que lo encontraría trabajando en algún caso, como siempre. Al llegar al despacho aún tenía dudas de cómo abordarlo, por eso entró sin hacerse notar. Él estaba sentado al buró frente a varias carpetas y papeles desordenados y no se percató de la presencia de Jolie hasta que no la tuvo con el escritorio de por medio y oyó su voz.
―Nicolás, cielo, ¿es mal momento para hablar?
―No, dime, estos papeles son casos atrasados… ¿Qué quieres? ―dijo él, primero sin mirarla, pero luego levantó los ojos y al verla tan “informal” se levantó y fue hasta ella.
―Es una lástima, pero no es lo que estás pensando. Solo quiero aprovechar que estamos solos para que me digas de frente qué te sucede conmigo…
―¡Bah! ¿Es eso? Tú lo sabes bien…
―No, no lo sé, si lo supiera no estuviera aquí. Vamos, habla, me vuelve loca ver que me evitas..., sin contar que te vi revisando mis cosas. ¿No me vas a decir?
Nicolás llegó hasta ella, le pasó una mano por el cabello húmedo y luego la cercó por la cintura para atraerla hacia él apretándola con fuerza.
―Sí, te voy a decir porque te mereces que te lo diga. Eres una traidora, me engañas con algún artilugio para no salir embarazada. No sé qué es: si pastillas o algún anticonceptivo de esos, pero no puede ser que llevemos cinco años y ni una vez te hayas embarazado ―dijo despacio, pero con voz firme, muy cerca del oído de ella.
Jolie trató de zafarse, arrepentida de no haber mantenido la distancia. Algo muy raro le sucedía cuando lo tenía tan cerca. No importaba lo molesta que estuviera con él, al sentir su calor, su aliento, su fortaleza, su hombría…, los pezones se le endurecían y una sensación de deseo le comenzaba en el pecho y le recorría todo el cuerpo. «Lo odio, lo odio y lo quiero, ¡uf!, cómo lo deseo. Este hombre me descontrola…», intentó racionalizar la respuesta incontrolada de su cuerpo. Dio un paso hacia atrás. Así no podían tener una conversación seria y ella lo sabía. No obstante, por unos segundos, aprovechó para besarlo y recibir con agrado las caricias de su amor.
Luego, sin ser descortés, se alejó. Él no hizo resistencia y ella aprovechó para arreglarse la casi transparente bata y cubrirse, mientras intentaba ocultar sus cachetes encendidos. Los ojos de Nicolás no podían ocultar su lascivia y eso la perturbaba. Tuvo que mirarlo serio para poder continuar:
―Me duele que pienses así. ¿Cómo puedes creer en eso? Te amo y lo que más quisiera en el mundo es darte un hijo, pero eso no depende de mí. La culpa la tiene la naturaleza, la vida, no sé…, pero mía no es… Yo tengo dos hijos y tú, que se sepa, ninguno. ¿No serás tú?
―No, no soy yo. Pensé lo mismo y no tuve reparo en analizarme y te puedo asegurar que estéril no soy. Tal vez es todo el tiempo que pierdes metida en las tiendas, solo compra que te compra…
―¿Y eso qué tiene que ver con lo que estoy hablando? Ya veo que ni ahora dejas de criticar mis gustos. Pero, bueno… nada me dijiste de ese examen y me tratas como si yo fuera la desleal. Pensé que nuestro amor era transparente; y veo que no. Mira, te prometo que voy a ir al médico y haré lo que haga falta para saber qué es lo que pasa. Veremos después. Lo único que te pido es que me respetes, te mantengas lejos de mis cosas y que te cuides de no herirme. Yo te amo, tú lo sabes, así que no dejes de amarme tú y, sobre todo, no me hieras, ¿sí? ―no dijo más. Sin esperar respuesta, escapó del despacho a cambiarse la ropa.
Al quedar solo, Nicolás pensó en lo que acababa de suceder y una sonrisa de malicia apareció en su rostro: «Si ella supiera que no le creo. Me harté de esperar el hijo que nunca llega y ya estoy muy grandecito para resolverme la vida. Existen otras mujeres interesantes, ricas y mucho más jóvenes a las que les encantaría compartir mis genes. Es verdad que la amo, pero amo más mi futuro y a mi carrera política. Ella que se siga ocupando de gastar dinero y en abarrotar su armario, que yo pensaré qué hacer...»
Jolie en el cuarto, de pie entre los enormes compartimentos de su walk-in closet y mientras buscaba el conjunto que se avenía a su estado de ánimo, pensó en Nicolás cuando no era su esposo, hacía cinco años atrás.
Él era un abogado más trabajando para el bufete que llevaba los asuntos legales del fallecido esposo.  Allí lo conoció. Al morir William, necesitaba la ayuda de letrados para recibir lo que le correspondía como herencia. Fue a Nicolás el que asignaron para el traspaso de los bienes y su trabajo fue por demás encomiable. El proceso los acercó, pero en un inicio él no suscitó ningún interés en ella. Lo sufrido durante el matrimonio y la muerte repentina de su yugo la habían dejado tan abrumada que solo tenía cabeza para pensar en su bienestar. Además, él no era su tipo de hombre: más joven, más bajo de estatura, solo un par de centímetros, pero que se acentuaba cuando ella calzaba sus preferidos stilettos y la fuerte sensación de que él era un solapado prepotente. Ella se volvía rica, quería disfrutar de su libertad y no tenía intención de mantener a un abogado en ascenso, inteligente y capaz, pero con mucho aún por demostrar.
Lo que Jolie no sabía en ese entonces era que Nicolás no era un simple abogado inexperto. Él ya llevaba unos años trabajando para la firma después de haberse graduado con honores de la universidad de Columbia en Nueva York. A partir de ahí, y con tan importante punto en su currículo, se propuso ser el mejor de los letrados, tener su propio bufete y llegar hasta a un alto cargo en el gobierno. Ser el presidente del país era su mayor ilusión.
Pero a diferencia de ella, él se había enamorado tan solo al verla. La tristeza en el rostro de la mujer y la aspereza en el trato, solo fueron incentivos para hacerla suya. Él no era de los que las situaciones complejas lo hicieran titubear. Pero solo al terminar los asuntos legales y luego de una demostración de desinteresado amor, no logró la aceptación de Jolie. Para ese entonces él estaba muy enamorado y ella de él, aunque se resistiera a aceptarlo. Sentían que no podían vivir el uno sin el otro. Jolie volvió a sonreír y Nicolás no tuvo dudas de que el futuro de ambos estaba ligado y por siempre. Los amigos y familiares no podían creer que en menos de seis meses se dieran el sí en la catedral de San Patricio convirtiéndose en el acontecimiento social del año.
Jolie terminó de vestirse, añoraba aquellos días de incomparable felicidad, ahora tenía que resolver la duda que los estaba alejando. Ella misma llevaba tiempo extrañada de que no se hubiera embarazado, no se protegían de ninguna forma y casi cada noche se amaban como si el tiempo solo hubiera aumentado el gusto y el deseo. Había preferido dejárselo a la vida, muy hondo deseaba retrasar más la maternidad y disfrutar un poco de la juventud que había desperdiciado, ahora que sus hijos estaban más grandes, pero también temía ser ella la culpable y que él dejara de quererla.
En seguida se ocupó de cumplir con su palabra. Separó una cita con el mejor ginecólogo que le recomendaron y se sometió a cuanto examen este indicó. Los días se le volvieron una tortura esperando respuestas, solo que al momento de estas no recibió resultados concluyentes. El especialista no había encontrado la causa a su incapacidad de gestar, aunque no descartó el estrés vivido durante el matrimonio anterior. Solo debía buscar hacer alguna terapia que la liberara de aquellos traumas, aferrarse a la felicidad y dejar que el tiempo se encargara de curarla.
Por su parte Nicolás, mientras a Jolie la examinaban y casi la ponían debajo de un microscopio, continuó con su plan de futuro en el trabajo y la política, y… a divertirse con amantes. No pretendía complicarse y para eso se cuidaba, pero le era importante demostrar su hombría durante el interminable estudio de su mujer. Sin contar que, le dedicaba muchos de sus pensamientos a cuestionarse qué hacer en caso de que ella resultara incapaz de darle el hijo que necesitaba.
Con el informe en la mano, Jolie no supo si enfrentarse a Nicolás con la verdad o si era mejor seguir escondiéndose detrás de la mentira de la ilusión. Ya no era una jovencita para eludir las realidades de la vida, pero, por otra parte, moría de terror al pensar perderlo. Prefirió retrasar la mentira un poco más. Después del tiempo en que habían estado alejados, se merecía unos días en paz y amor junto a él, mientras aún lo tenía.
Nicolás sospechó que algo no estaba bien. Ella se inventaba torpes historias para entretenerlo cuando el tema salía, luego culpó al doctor y a los laboratorios por el retraso de los resultados, hasta que se vio sin opciones para enfrentar la verdad. Mientras todo esto sucedía, comenzó a atenderse con un psicólogo, mejoró su alimentación y hasta se sometió a un tratamiento hormonal. Todo a espaldas de él.
La vida entre ellos aparentemente continuó igual, sin embargo, aumentaron los roces. Lo que antes era risas y felicidad se volvió la antesala del infierno. Ella justificaba sus ausencias con compras y encuentros con amigas. Él reaccionaba con irascibilidad e intolerancia, las pocas veces que coincidían. Se inventaba reuniones fuera del horario de trabajo, cenas con presuntos clientes y hasta viajes ficticios, solo buscando evitarla. Llegó el momento en que no quedó otra alternativa que hablar.
Jolie lo esperó una noche en la alcoba, vestía un nuevo negligé de seda con el que dejaba al descubierto buena cantidad de piel y sus atributos femeninos se veían convenientemente provocativos. Era su mejor idea para que la noticia que debía dar su marido no se la tomara ni tan definitiva, ni tan a la tremenda. Después de los varios meses que llevaba tratándose, se sentía lo suficientemente fuerte para enfrentarlo y aceptar la decisión que este decidiera tomar. No obstante, prefirió regalarse lo que podría ser la última noche con Nicolás.
Él llegó de buen humor. Había tenido una de esas noches donde su ego masculino había sido elevado a la puntuación más alta, así que venía cargado de paciencia. Al entrar a la alcoba, la imagen de Jolie en la cama vistiendo la delicada lencería renovó en él la añoranza de su mujer. Sin comentar la impresión, fue directo al baño a liberarse de su olor a lujuria y enseguida regresó renovado a no perder la oportunidad de tenerla en sus brazos. La noche fue maravillosa y, al igual que cuando empezó el romance, la entrega fue total. Exhaustos y felices la mañana les dio los buenos días, sin embargo, pronto el relajamiento de sus cuerpos se convertiría en tensión y ellos tendrían la conversación más definitiva de sus vidas. Jolie comenzó:
―Cielo, tenemos que hablar. ¿Recuerdas la discusión que tuvimos por llamarme traidora y que te iba a demostrar lo equivocado que estabas…?
―Claro que recuerdo Jolie y he estado esperando por ti. Eso dijiste, pero nunca más supe del asunto, ¿ya tienes qué decirme?
―Pues sí, solo que probablemente no es lo que esperábamos ―dijo ella despacio mientras se levantaba de la cama. Quería verlo a los ojos, de frente, mientras le contaba toda su odisea y la conclusión del doctor―. Luego de todo lo que pasé, el médico no tiene idea de por qué no me embarazo…
―¿Qué?  ¿Tú estás jugando conmigo? De qué sirve todo el adelanto tecnológico de hoy día: ultrasonidos, TAC, Resonancia Magnética, etc., etc. ¡Todo carísimo!, para que me digas que no se sabe. Mira, yo sí sé. ¡Estás vieja, Jolie…! ―gritó él descontrolado mientras también salía de la cama.
―¡Me ofendes!, y además no sabes de lo que hablas. ¡Oye, que yo nada más tengo treinta y siete años! ―dijo ella mientras sentía que los ojos se le aguaban.
―Para mí es igual. El cuerpo no te funciona y no me sirve. Lo siento, pero es la verdad. Yo no puedo, no puedo.
―¿Qué no puedes?, habla. Pensé tener tu apoyo, tu amor, porque eres mi marido, ¿no? Yo también estoy devastada, triste, temerosa de perderte y parece que eso es lo que va a pasar. Tú no me quieres, solo te interesas por ti. En este mundo no existe nadie más que tú, ahora lo veo…
―No, Jolie, espera, yo te quiero, pero entiéndeme. Yo también quiero ser padre, sueño con tener a alguien con mis propios genes a quién dejarle todo por lo que trabajo y me esfuerzo. ¿Eso me hace egoísta? Lo siento...
―No sientes nada, pero me haces un favor. Mira, no te esfuerces con justificaciones banales que solo me hieren más. No te preocupes que yo voy a estar bien y tú eres libre de buscar a la mujer que te dé el hijo que quieres. Pero nunca imaginé que nuestro matrimonio fuera a terminar así.
Era Jolie la que ahora se sentía traicionada, ni en su matrimonio anterior se había sentido tan descartable. Le quedó claro que todo el amor profesado había sido mentira, que el gusto y el deseo podían ser sustituidos por otra; si no existía ya. No quiso sentirse más pisoteada, pudo suplicar, aceptar situaciones o condiciones, pero se dijo que no. Mucho había sufrido con anterioridad, pero había aprendido a salir adelante y lo volvería a hacer todas las veces que fueran necesarias. Luego de varias noches de insomnio y de ver que él no mostraba intención de disculparse o cambiar de parecer, le pidió el divorcio.
Nicolás también se debatió en contradictorios pensamientos. Quería a Jolie, sí, pero más quería tener su propia familia. «Lo perfecto hubiera sido tenerla con ella, a pesar de pensar que su frivolidad en un mal ejemplo para los hijos. En fin, la vida se impone. Es bella y la amo, pero el jueguito a las casitas se acabó. Mañana empieza la separación», se dijo mientras recogía algunas de pertenencias y se marchaba a un hotel.
El tiempo que siguió a la partida de Nicolás fue como volver a vivir otro luto, solo que a ese hombre que perdía sí lo amaba. Pensó que enloquecería de tristeza y hubo días en los que no pudo de la cama. Lloró a su amor sintiendo que se le desgarraba el alma. Fueron sus hijos los que la sacaron de su miseria. A pesar de que su corazón estaba hecho añicos, ellos la ayudaron a pegar los pedacitos y volver a ver los colores maravillosos del amor.
El trámite del divorcio fue sencillo al casarse cada uno en régimen de separación de bienes. Nombraron un abogado para que se encargara del proceso y al cabo de los siete meses ya tenían el día de la firma final. Jolie estaba nerviosa por el reencuentro, no sabía cuál sería su reacción y menos aún la de Nicolás, pero se esmeró por estar más bella que nunca.
El día de la cita se levantó temprano para darse un baño. En los últimos tiempos le había aumentado el insomnio, y después de dar vueltas y vueltas en la cama despertaba sudada. Al salir de la ducha fijó su mirada en el espejo del lavamanos. Se contempló el rostro durante unos segundos, una gota se le deslizaba por una mejilla, la dejó correr. Estaba feliz, algo asustada, pero feliz pues vería a Nicolás. Siguió con la mirada a la gota y le divirtió verla resbalar junto a otras sobre su cuerpo desnudo, pero más que todo, por sobre su enorme barriga de siete meses de gestación.
 

 

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Diana Mesa Levy