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                   Marisa Emilce Arana nació en Lomas de Zamora, Provincia de Buenos Aires, el 28 de Diciembre de 1965. Cursó su nivel primario en la escuela “Fray Justo Santa María de Oro”, del barrio de Barracas; y la secundaria en la Escuela Normal “Próspero Alemandri”, de la ciudad de Avellaneda. Su vocación por la escritura se manifestó desde muy niña, cuando a los seis años ganó su primer premio por una redacción en un concurso escolar. Cursó su Profesorado en el Instituto Nacional de Enseñanza Superior N° 1 “Alicia Moreau de Justo”, ubicado en las calles Córdoba y Ayacucho de  la Ciudad de Buenos Aires. Allí se recibió de Profesora de Castellano, Literatura y Latín. Hace 24 años que ejerce su profesión docente en diversas escuelas secundarias, actualmente en la ciudad de Tandil, donde reside desde hace diez años.
Ha ganado varios premios y menciones por sus escritos. El mayor de ellos fue el conseguido en el año 2012; en el Concurso Internacional de Narrativa Breve de la Editorial de los Cuatro Vientos, donde obtuvo el Primer Premio por su relato “La Mujer Deforme”
Igualmente, es Profesora de Francés recibida en la Alianza Francesa de Buenos Aires, en el año 1992; y dicta clases de dicho idioma. Nunca dejó de escribir y participa en revistas literarias internacionales, como El Axioma, de México, dando siempre continuidad a su pasión por la literatura.
 
CONTACTO:
MAIL: aranamarisaemilce@gmail.com
RED  SOCIAL. FACEBOOK. Figura como Marisa Arana. El perfil tiene una foto de la bandera argentina
CELULAR:  2494519993
 

 

MARÍA EMILCE ARANA -ARGENTINA-

CENIZA  Y   FÉNIX
 
No te conviertas en sal, atrás no hay nada:
sólo sepias y amarillos hechos polvo;
sólo azufres abrasados en nostalgias;
sólo un agónico acorde desteñido.
El futuro acecha entre las bambalinas.
Adelante. La esperanza, la certeza
de alcanzar todos los cielos no nacientes,
de abrir cerrojos, de abatir encierros
Ceniza y fénix. ¿Qué tanto somos
sino fénix y ceniza, sal y néctar
páramos de luces y tinieblas de ambrosías?
Sé el néctar y no la sal; el fénix, no la ceniza.
Sé la conciencia entusiasta de todos los porvenires
No habita la libertad entre las rejas
del espejo de un pretérito imperfecto.
La marea se renueva. Lo perdido
por haber sido vivido, se ha ganado.
Anuncia alegre a las alondras alboradas;
que el dolor no infecte nunca
ni se enquiste en nuestras viejas vendas
No te conviertas en sal, atrás no hay nada;
Somos lo que hemos sido, y más que eso;
el dictado de aquello otro que seremos
 
Cada mañana del mundo, cada una
Cada mundo del mañana, cada mundo
 
 

 *     *      *

 
ESPEJISMO
 
Grises ojos en el místico suspiro
de una noche turbulenta se congelan.
¿Dónde van los ruiseñores olvidados;
dónde el infinito prado sin estrellas?
 
¿Quedó algo de aquel frío que abrasaba
hasta los últimos pliegues de mi llanto?
Espejismos solamente. Vil mentira.
Ilusiones engañosas del pasado
 
Hay quien dice que el amor es niño ciego.
Lo confirmo y lo reafirman mis fracasos.
Luciérnaga sin luz, corona muerta;
vano símbolo sin fe, sol sin ocaso
 
Temblor de la liviandad desesperada,
aleluyas de sinfónica armonía.
Todo en vano: cieno ausente de quimeras
Todo inútil: falso coro de alegrías
 
Espejismo impertinente, ilusión vaga
de tus ojos en el místico suspiro.
Espejismo de la vida, flor de muerte
en la noche del recuerdo que no ha sido

 

 

*     *      *

 
PUEDE…
 
Puede que no sea el conjuro sino un truco banal;
Puede que los miserables presagien futuras mieses
O que el párpado insolente de tu ciénaga mortal
Multiplique los inviernos, resucitando estrecheces.
 
Puede que los mandamientos se cumplan al fin del tiempo;
Puede que toda mentira guarde un dejo de verdad;
Puede que para ti un beso constituya un pasatiempo
En el cual dejas de lado ejercitar la lealtad
 
Puede que el pecado absorba átomos de la virtud;
Puede ser que en los defectos de la luz yazga la sombra;
Puede que los criminales se topen con la virtud
O tal vez que a todo enfermo lo redima cruz de alondra.
 
Puede que la duda sea sólo certeza alienada;
Puede que la valentía juegue con dados cobardes,
Puede que la noche augure censuras de madrugada
Puede que tu último adiós extinga el sol de la tarde.
 
Mas no puede ser que el muro desoiga su Jericó,
No podrá pasar que el trueno forje risueñas postales,
No podrá nunca ocurrir que no suba el que escaló
Con su fe siete babeles, siete becerros letales
 
El recuerdo del olvido y el olvido del recuerdo
Puede que en lo obligatorio de mi libertad proclame,
Pero no pienses jamás en que, ni loco ni cuerdo
El amor revocará la orden de que te ame
NOSTALGIAS
 
Me fumo las nostalgias
Se disipan visiones en el humo sofocante del recuerdo
La ciudad parpadea
Bajo Júpiter fiero que a su alma atemoriza
Practican esgrima las gotas
Con el cemento guardián de sequías ciudadanas
El cigarrillo me lleva
A dibujar en el éter de la tormenta devastadora
Con sus brumas confusas los contornos vividos
Buenos Aires no tiene el impermeable del Sol y se moja grisácea
Sentado en la nada,
En el vacío compinche de algún bar atestado,
El cenicero recibe
Los trozos de mis imágenes que descarto una a una
En cada nueva pitada.
Alguien habla del dólar,
Otro analiza ensimismado el periódico infaltable
Y entre la multitud
De esta vida colmada de luchas, sonrisas y pesares,
Hago un mural en mi mente
De nostalgias ya idas
Mañana lo dejaré. ¡Qué promesa reiterada!
Cuando vuelva al presente, cuando pare la lluvia,
Tal vez sí tenga fuerzas para abandonar su charla
Pero ahora que la luz No cumple su tarea de alegrarnos las calles,
Y las ruedas rezongan por no tener patines;
Me fumo las nostalgias.
Es un rito el momento en que exhalo una imagen.
Veo remotas infancia y celestes añoranzas.
Mas ya acabó.
Mi cigarrillo muere descuartizado entre mis dedos verdugos
Y el presente se eleva
Caminando andaré las baldosas empapadas
Y observaré alegremente
Cómo la toalla áurea echa a Júpiter del cielo.
Todo es luz ya. En la vereda no hay duelos
Me he fumado mis nostalgias

 

 

*     *      *

 
VALIJAS  DE  PASO
 
La semántica tiene sus rarezas interpretativas; y es una ciencia a todas luces, blanda, o por mejor decir, subjetiva. Las palabras tienen su vuelo propio, desbordan de connotaciones; y significan aquello que uno quiera que signifiquen. Por eso, su uso depende de las convenciones sociales y de la cultura de una época donde estas palabras estén inmersas.
  Por ejemplo; ¿porqué se llaman terminales esos enormes terrapuertos donde estacionan una vez y otra grandes micros que escupen millones de personas cada día para volver a engullir igual cantidad otras tantas veces en sus fauces señalizadas?
¿Por qué se sobreentiende que en una Terminal todo termina? No es del todo así. Los viajes pueden finalizar, pero también empiezan con una despedida y un gesto; las valijas se cargan para irse; pero también se descargan al volver. ¿Por qué no hablamos con propiedad e inventamos una denominación más acorde con este vaivén de idas y venidas? Propongo algunos nombres un tanto bizarros: Terminicial, Inillegada o Partivuelta. No. No suenan bien. Es necesario, o bien, buscar otras opciones; o bien dejarse vencer por el cliché semántico, el que, seguramente, ganará la pulseada.
Mientras se suceden estas intelectualizaciones abstractas; hablemos de esas valijas de paso que serán las protagonistas del relato aquí presente.
No hay nada mejor en el mundo que contar con un tiempo muerto de tres o cuatro horas entre un micro y otro para darse a la interesante tarea de contabilizar las valijas que desfilan delante de uno. Las hay de todas clases: de cuero en formato redondo como la luna llena, o rectangular; modelos marca Mastodonte Jurásico con carrito de ruedas (¡menos mal!) con capacidad suficiente para traer la base del Uritorco desparramada en el interior y los bolsillos externos, como mínimo; bolsas arpillerosas de feria de tamaños descomunales, con dos manijitas diminutas que no guardan proporción con el peso que deben soportar; por lo que no me confiaría mucho de su resistencia.
Valijas, valijones, valijitas, bolsos al hombro; mochilas de mochileros a la espalda; todas ellas guardando los tesoros transportables y utilitarios más imprescindibles para los aventureros del camino.
Allí estaba mi humanidad, tomando un agua mineral, con lo que yo calculo serían unos 60 insoportables grados a la sombra, en un febrero despiadado; tratando de matar las tres horas de calor mediterráneo que me quedaban para abordar el micro que me devolviera a casa. Plataforma 24, leí por enésima vez.
Me entretenía tratando de adivinar que llevaría esa familia que arrastraba cinco bolsos de mano y un valijón de última generación con carrito transportable. Dicen que tal persona, tal valija. Eso se aplica a los grupos familiares. ¿Irían al Congo? No creo que los llevara ningún micro desde Córdoba Capital
Un policía de seguridad ayudó a sentarse a un muchacho ciego, a mi lado. Dos norteamericanos comentaron el hecho en un spanglish chapurreado. Me apené. Pero no pude estar en ese estado mucho tiempo, porque me llamó la atención un personaje muy curioso, que se plantó delante del bar; con una enorme valija celeste; desplegable hasta el infinito, y empezó a arengar a turistas y empleados, que se daban vuelta, sorprendidos:
- Señoras y señores; niñas y niños. Como representante de la Última Terminal Grupo Edén los invito a depositar aquí su recuerdo más preciado. No se aceptan seres vivientes, desde ya. Sólo objetos inanimados. No pierda su oportunidad de reencontrarlos en donde no se perderán, y de disfrutarlos para siempre
Su traje de astronauta Momo estaba ilustrado con todas las banderas de todos y cada uno de los países y regiones del mundo, al igual que la valija, de un fulgurante cuero azul brillante. Su escafandra semejaba la bacía de Don Quijote.
Atraídos por el imán de su voz, la gente comenzó a acercársele y a requerir más información detallada sobre la insólita propuesta.
No se trataba de un comerciante, ni pedía moneda alguna por sus servicios. Tan sólo se trataba de despojarse de un objeto, bobería o no, muy querida para las personas, y depositarlas en la Valija sin Dimensión. El individuo garantizaba garabateando un certificado, que cuando todos los viajeros, cada uno a la hora señalada, llegaran a la Última Terminal, donde esta vez sí sólo se parte, pero no se regresa; les serían restituidos aquellos recuerdos tan caros al corazón, para que nunca más tuvieran que recordarlos.
Alguna gente dijo que allí, en ese instante, no tenía ese objeto querido..El astronauta de paso respondió:
- No importa. Hay muchos como yo en todo el mundo, en todas las ciudades y pueblos. Desde hoy vamos a estar las veinticuatro horas a su servicio, así que pueden depositar en las valijas sus recuerdos, a cualquier hora y cualquier día, incluso los domingos.
Noté que los más ansiosos rebuscaban entre bolsillos, forros de camperas, compartimentos ocultos del equipaje, y demás intersticios, una foto, un anillito o la estampita de la Virgen que habían heredado de la abuela y que llevaban para que protegiera el viaje. Otros dijeron que vendrían después. Una señora se preocupó porque no creyó posible que en las dimensiones de la valija pudieran guardar la máquina de coser de su madre.
Sin embargo, y para dejarla estupefacta, el equipaje de la Última Terminal se expandía a medida que se llenaba. Rosarios, cadenitas, aritos de primera comunión, eran parte de las menudencias.
Hubo gente que se fue y volvió en minutos con fotos, bordados, manteles de época, herramientas del padre, nostalgias en color sepia, diapositivas, cartas de amor, discos vinilos, radios capilla, cámaras de fotos digitales descartadas por el avance tecnológico vertiginoso, ropa y hasta una computadora antigua, carricoche. Un mercado persa que aquel pobre enviado tenía que reunir y etiquetar por nombre y nacionalidad, para prevenir extravíos indeseables.
 
El plazo para este depósito de materia del alma es, al parecer, y según  lo escuché, hasta la aparición del Micro Fugaz, que será anunciada con señales premonitorias en todas las terminales del universo. Hasta ese entonces los seres humanos tendrán oportunidad de resguardar sus más caras posesiones espirituales. Después, las valijas serán despachadas hasta el Centro de Equipajes de la Última Terminal del Viaje Obligatorio. Lindo nombre para un pasaje muy peculiar.
No sabía qué hacer. Rebusqué en mi bolso verde que ostenta el nombre de un país al que nunca he ido; y en mi cartera gris. Pero allí no tenía nada que hubiera querido volver a poseer fuera de la vida. Y me apremiaba el tiempo. Me faltaba media hora nada más para abordar el omnibus hacia mi hogar de elección
No sé si hice bien. Total, hasta que se vislumbren las señales premonitorias del arribo del Micro Fugaz, creo que tengo algún tiempo para cambiar de opinión o para agregar alguna posesión que duela mucho perder, eso si el gerente de turno me lo permite.
Pero en ese instante, en esa primera Valija de Paso, sólo podía poner una cosa. Y lo hice.
Un nombre en un papel. Nada material. Un nombre de alguien para reencontrar. Un nombre inmaculado. Y un beso. Y una plegaria.
Anuncian el arribo de la unidad a la plataforma 24. Despacho mi valija. Una partida para un regreso. Ya vuelvo a casa
 
 

*     *      *

 
RENEGADO
 
Lo maté y lo enterré en el jardín de mis viejos. No necesité un revólver ni un cuchillo, ni un veneno. Nada de esas porquerías. La indiferencia me bastó para consumar el hecho
Papá Zorzal y Mamá Calandria envejecieron diez años a causa del crimen. Ya me tenían harto con su cantinela, así que no hice caso. Yo, el renegado, sólo tuve la deferencia de cubrir con tierra y echar una flor sobre la tumba de mi víctima.
Me fui días después. No soportaba el tufillo a acusación y a reproche que había en el ambiente. No me buscaba la policía, y ni siquiera estaba imputado, pero de todas maneras decidí marcharme
Papá Zorzal se negó a despedirme, lanzándome improperios indignos de ser citados en un tesauro; mientras que mamá Calandria me vaticinó en un abrazo que no terminaba nunca.
 

  • Vas a volver cantando
Me fui detrás de la seducción  irresistible de las sirenas electrónicas y las bacantes irresponsables de la juventud. No me hice atar al poste. Sucumbí por decisión propia. Conseguí trabajo como musicalizador en orgías de ritmos divertidos y alocados; y me enamoré de las figuras despampanantes y desenfrenadas de los compases libertinos
Y fui muy feliz. Un día bailaba tan bien como el genio de Graceland; otro, como los marginados del Bronx. Otro, como los mitos de un barco de esclavos. Y fui feliz. Me afloraron rebeldías sin fronteras, no me importó ser hijo pródigo, y ya no recordé que en alguna parte de mi jardín, bajo un rosal, mi crimen me estaba esperando.
Volé y corrí por todas las tierras. Conocí nuevas armonías y pentacordios; nuevos intervalos amelódicos, insultantes arpegios. Desaté mis pasiones en las alegrías de claves foráneas. Y fui feliz. Todas ellas me hicieron feliz. Y olvidé mi crimen.   
Pasaron muchos años, y más años. Más y más. No deseaba volver. Embriagado por los espejitos de una identidad ficticia, me quedé en mi rebeldía y me perdí para los míos. Ni un llamado, ni un mail. Y pasaron los años.
Me cansé de mi locura. Ya no había sabor en seguir embrujos que no tenían mi sabor. Algo comenzó a faltarme, aunque me resistiera a reconocerlo.
Cuando necesité consuelo, ningún compás ni pentagrama de aquellos que admiraba y había albergado desde siempre me consoló. Cuando quise darme cuenta, me quedé solo, y descubrí la nostalgia.
Por eso volví. Lo hice, paradójicamente, sin tristeza, y cantando…
Cantando ese tango enterrado en mi jardín y al que algún día pensé que había asesinado.