YAIMA HERNÁNDEZ LÓPEZ -CUBA-

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PÁGINA 30

Miembro del taller literario  “El Rincón de los Cronopios” perteneciente a la provincia Ciego de Ávila, lugar de residencia actualmente. Licenciada en Instructora de arte de teatro como profesión. Curso una maestría en Educación Especial con vistas a una mejor formación profesional. Publicaciones recientes: en la Antología digital “El hombre “publicada por La REED Potosí –Bolivia, en  noviembre de 2021 y otra publicación en Ediciones Ávila En la antología “Habitación sin Ángeles”, de la editora Carmen Hernández Peña. Actualmente cuento con 30 años de edad. Vivo en Cuba.

 

 

VUELA ALTO NICOLÁS


Vuela alto Nicolás; una y otra vez le retumbaba en la cabeza la frase como la letra de una canción y una vez más se sentaba de golpe en su cama de sábanas blancas como motas de algodón,  justo a las tres de la mañana. A su lado, en la alcoba, el espacio vacío que dejó su esposa una tarde de invierno luego de un terrible aguacero. La cama le parecía tan grande como el mismo universo; se llamaba Lucía y tenía el cabello rubio como los campos de trigo que atravesaba a diario para ir a trabajar,  le recordaban a su amada, tan linda y tan fastidiosa a veces,  era indómita e  impulsiva  lo que  fue causa de muchas peleas mientras estuvieron juntos, Nicolás  la adoraba  así, con sus virtudes y sus defectos, tan agridulce como la vida o tan increíble como era su amor.
―Pero no importa, Nicolás, vuela alto… a veces los días grises son los más alegres.
Se repetía cada vez que quedaba absorto en sus pensamientos y tenía que regresar a la realidad.
El hombre salió temprano ese día, de un portazo salió de  casa, hoy también  iba  a trabajar molesto, otra vez tendría que coger el ómnibus de transporte público apretujarse todo contra cualquier multitud de personas sudorosas y bajar en la penúltima parada, la que lo dejaba justo en frente de su fastidioso trabajo. Había perdido su miserable auto rentado en una pelea con un oficial de policía, lo dejó mal aparcado y ahí la ley jugó su papel principal, la multa se le fue de las manos al menos evitó ir a prisión por desacato a la autoridad, la verdad Nicolás tenía muy malas pulgas. Siempre estaba hablando incoherencias y había descuidado un poco su higiene personal, él pensaba que  para llenar el tanque de los demás autos y vender cualquier chuchería a niños mal criados, no hacía falta estar tan presentable, era ayudante en una gasolinera.
Ese día en particular no fue como los demás. Era lunes por la mañana , no había mucho sol o al menos no al punto de derretir el asfalto como muchas otras veces en aquel desgraciado pueblucho metido en el fin del mundo, eran las diez de la mañana cuando conoció a aquella señora con gafas de cristal oscuro, pamela extremadamente grande, zapatos de tacón y un tutú rosado, cosa poco común en una señora de más de setenta años a ojos de buen cubero, como dicta la frase popular, con la piel más blanca que la cal y extremidades largas y flacas en discordancia con su cuerpo flácido de  algunas libras de más para sus metro cuarenta, parecía una niña arrugada con un fuerte hedor a  naftalina; no olvidaría ese olor por el resto de su vida le recordaba al closet de su abuela; cuando tenía seis años de edad y vivía metido en el medio del campo apretujado con su numerosa familia como nido de ratón , era el más pequeño de sus siete hermanos, una madre difunta un padre desaparecido y cuatro de sus hermanos prófugos de la justicia por contrabando de drogas.
―No importa Nicolás, tú vuela alto, ―balbuceó delante de aquel personaje salido de la caracterización más barata de Alicia en el país de las maravillas, como si de su sombrero en cualquier momento fuesen  a salir la Reina de corazones con conejo y mesa del té incluidos.
Limpiando sus gafas oscuras  luego de haber desmontado de aquella miniaban azul, la señora pidió el tanque lleno, Nicolás no quería que hablara ni media palabra más, su voz sonaba como las turbinas de un avión aterrizando, la pasión de su tío abuelo, un piloto de guerra americano que murió en la guerra de Vietnam; le llenó el tanque sin apenas levantar la vista y rogando para que  el olor a gasolina se llevara aquel horripilante hedor a naftalina.
 ―Me llamo María como la madre del señor Jesucristo.
Dijo haciendo demasiado ruido y ubicando su parlamento como si diera un discurso bíblico.
―Usted debería tener más fe, de todos modos el mundo se puede acabar en cualquier momento.
Continuó hablando con esa voz irritante y al hablar hacía grandes gestos con sus largas manos de alienígena como si estuviese dando el discurso de su vida, y movía la arrugada boca con movimientos articulatorios redondos, lo que permitía discernir las amalgamas negras de empastes mal hechos que tenía en las escasas muelas que le quedaban.
―Por supuesto además tiene que estar ida de mente, en total correspondencia con su apariencia personal; ―no dejaba de pensar en eso.
Cuando terminó de llenar el tanque de la mujer, sintió un alivio tremendo, no sabía por qué se sentía tan nervioso ante aquella cosa que todo el mundo llamaría señora.
 Le pagó con un billete más grande que el héroe que comúnmente estaba acostumbrado a obtener por ese tipo de servicio, lo tomó y su rostro se relajó un poco, estuvo a  punto de sonreír cuando la señora le dijo que guardara el cambio de cien dólares por un servicio que solo costaba veinte
 ―El dinero no lo es todo en la vida, _dijo María al notar que se le dilataban las pupilas a Nicolás; fenómeno que pasa cuando estamos excitados o nuestro cuerpo da un cambio brusco por alguna nueva emoción o por miedo en el más común de los casos.
―Noto que está usted un poco nervioso, ¿lo puedo ayudar en algo?,
Continuó hablando mientras las tripas se le revolvían constantemente al muchacho,  quería que se fuera y no verla nunca más en aquellos día y con suerte nunca más en la vida, quería hasta devolverle la propina pero realmente necesitaba el dinero así que tragó en seco y disimulando su mejor sonrisa, le dio las gracias le dijo que no se preocupara , que todo estaba bien, que solo estaba un poco triste.
―Pero no es tristeza lo que veo en sus ojos grises.
Dijo María con un aire de misticismo, quitándose sus lentes oscuros y esta vez en puntillas de pie para alcanzar el mentón de Nicolás que casi llegaba al metro noventa.
No quería que le hablara, no quería olerla y esta vez tuvo contacto físico, pudo verla más de cerca, sus dos senos arrugados como pasas flotaban al libre albedrío bajo aquel ridículo vestuario sin ni siquiera tener un sostén para disimular la casi inexistencia de los mismos, pero algo llamó su atención y se quedó quieto como petrificado.
Dentro de sus ojos  vio algo que le llamó la atención. Otra vez las pupilas dilatas y esta vez sintió como se le erizaban todos los pelos de su nuca y bajaba hasta su brazo derecho, cosa que siempre le pasaba cuando tenía miedo.
―Todo está bien María, muchas gracias.
Logró decir Nicolás mientras se formaban en su frente pequeñas gotas de sudor  y retrocedía un paso atrás tratando de analizar la información que había llegado a su cerebro.
―¿Será posible?
Pensó mientras se pasaba sus grandes manos por el pelo donde ya asomaban algunas canas,
―Devuélveme a mi Lucía, vieja arpía.
Gritó sin creer lo que sus palabras significaban, impulsado por el  deseo de lo imposible.
―Ahora ella está con el señor y él me ha enviado a por ti.
―No puede ser, Lucía está muerta, yo mismo vi cómo murió en el accidente.
  Pensaba en voz alta y caminaba de un lado a otro, cada vez más rápido y más nervioso.
―¿Cómo es posible que esto me esté pasando a mí?, la estoy viendo ahí, dentro de sus ojos pidiendo a gritos que la deje salir, ¿Qué tipo de brujería es esta?, démela por favor. ―Grita muy alto como si de un objeto estuviese hablando.
―Ella ya no es tuya, ―dijo muy calmada la desproporcionada señora en total discordancia con el tono totalmente fuera de sí que estaba tomando Nicolás en esa conversación.
En el establecimiento que quedaba al  frente se habían aglomerado más de treinta personas observando el espectáculo, la gasolinera ardía como si fuera de papel  y un hombre en llamas daba manotazos y gritaba nombres al viento y reía con la misma facilidad que el fuego devoraba su cuerpo, como si estuviese conversando con alguien más, nadie se atrevía a acercase, el lugar podía explotar en cualquier momento, solo atinaban a llamar por teléfono y pedir auxilio a los bomberos.
―¿Qué tengo que hacer para estar con ella?; ― preguntó envuelto en lágrimas.
―Usted solo sierre sus ojos y déjese llevar. ―dijo la anciana tomándolo del brazo. Al abrirlos nuevamente estaba en su casa el reloj marcaba las tres  y a su lado descansaba Lucía dormida como un ángel. En su meza de noche el periódico del día anterior yacía abierto en una página que contenía una  particular noticia: “SE QUEMA UNA GASOLINERA CON EMPLEADO DE CUARENTA Y DOS AÑOS DENTRO DE UNA MINIBAN AZUL”.
―Parece que ya no tengo trabajo,  gracias María.
Dijo Nicolás mientras miraba el retrato de la virgen colgado en la pared sobre la mesita de noche, donde reposaba verticalmente un retrato de su tío abuelo montado en un avión.
―Un día, un día voy a ser como tú ―dijo mientas serraba los ojos otra vez para ya nunca más despertar.