RAQUEL PIETROBELLI -ARGENTINA-

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PÁGINA 40

 

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Profesora de Inglés. Trabajó durante 33 años en escuelas públicas y privadas.
Egresada del Instituto Dante Alighieri. Resistencia, Chaco.
Estudiante de Francés, en la “Alianza Francesa”, Resistencia, Chaco.
Egresada de Coaching Ontológico, de la “Fundación Instituto Argentino de Coaching”. Resistencia, Chaco.
Ha obtenido innumerables premios y distinciones dentro del país y en el extranjero, colaboró asiduamente en diarios y revistas, y actualmente en revistas  Digitales, impuestas por la pandemia.

 

 

EL CADÁVER
 


Me desperté, por fin. Pareciera que dormí doscientos años.
Lo primero que me asaltó, fue un fuerte olor a alcohol, a lejía, a formol… ¿Dónde estaba?
Vi los guardapolvos azules, barbijos, camisolines… Mesillas repletas de instrumentos quirúrgicos, pinzas…Lámparas enormes… Camillas con sábanas azules tapando… ¿Muertos?... ¡Sí!...Muertos, que horror. Más allá, una enorme heladera de varios compartimentos.
¡Síííí!...Definitivamente era una morgue.
O sea… Yo, en una camilla, como mis compinches, con un cartoncito marrón en el dedo gordo… ¡Yo también estoy  muerto!   ¡Qué novedad!...
Viene alguien.
Aparecieron dos personajes extraídos de una película de Stephen King. Uno, era el auténtico Largo, de los Locos Addams. Alto, feísimo, cejudo…El otro, me hizo acordar a Igor, el secretario del Dr. Víctor Von Frankenstein. Chiquito, desgarbado, con el pelo largo y lacio, que le caía entre los anteojitos ridículos; con dientes de conejo.
_ ¿Y este boludo?...Con los ojos abiertos… ¡Cerrá los ojos, ñeri!... ¡Para lo que tenés que mirar,  boludo!  Me dijo.
Boludo, las pelotas…
―¿Supiste lo que le pasó a este? Le preguntó a Largo.
―No.
―Le encontró a la mujer con otro. Vino antes del trabajo…Y   ahí nomás pichó. ¡Qué boludo!
Y a tu mujer, la come todo un cuerpo de bomberos, y nadie dice nada. Si yo soy guampudo, y a mucha honra… Vos sos el rey de las guampas.
Se acercó Largo a investigarme…
―Vení, Comemuerta, atále un pañuelo a la cabeza, para cerrarle la trucha…
Y sí… Así es… Cuando la vi a mi mujer con mi mejor amigo, dije….”Ohhhh”. Y así quedé.
Largo e Igor, alias “comemuerta,” iban y venían. Tenían que vestirme, para mi funeral.
En eso… La bolilla que faltaba, cae mi mujer. Hija de puta. ¡Tiene cara…!
Vendrá a comprobar que esté bien muerto, por las dudas.
Tiene un vestido ajustado. Seguro que ya empezó a festejar… Y yo apenas estoy empezando  con el rigor mortis.
―¡Ay Alfredito!... ¡Ay Alfredito!...Me dijo, falsamente compungida. Pasándose cada tanto el pañuelito por los ojos. Seco, por supuesto.
―¡Qué muerte más injusta!...Te juro que yo pensaba contarte todo. Te juro… ¡Por nuestros hijos, te juro!...
Sí… Hija de puta…Y la re puta madre que te pudo parir. Te escucho, malandra…
―¡Ay, Alfredito… Siempre serás el amor de mi vida…
¡Glup!... Esta no es más cínica porque no puede, atorranta…
―¡Tantos años de casados, mi amor! Y ahora estás acá…Muerto. Muert-tooooo…
Ahí sí… ¡Casi, casi se le cae una lágrima!…Pero no…Falsa alarma
―Ay, Dios, por qué tanta injusticia… ¡Justo que te ibas a jubilar…y cobrar tanta plata!... ¡Ibas a cobrar como cincuenta sueldos juntos! ¿Por qué nos hiciste esto, Alfredito?... Dicho sea de paso, Alfredito, yo sé que vos siempre guardabas plata… En dólares. Maldito sea, Alfredito, qué cabeza dura que fuiste…Jamás me dijiste dónde guardabas  los dólares… Sé que adorabas a tus hijos, y no querrás que esa platita no se encuentre… ¿No es cierto, amor? Vos jamás lo permitirías, ¿no?... Por el bien de la familia, te ruego, amor, que nos guíes por los senderos del buen camino, y nos hagas encontrar esa plata. Ya fui al Banco, y no está. ¿Dónde la pusiste, tesoro? ¿Dónde?...
 Le salió de adentro como un plañido doloroso y triste.
―Perdoname esta infidelidad… (Volvió a retomar su antiguo discurso…)
Tantos años de casados…Yo pensé que era un objeto a tu lado. Yo no quería… No quería… Sucedió, nada más.
No te preocupes, cabaretera…Yo también te quería mucho… Pero me comí a la vecina del fondo, a tu querida comadre, a tres compañeras de oficina, a  dos de la parroquia, de la Liga de Madres de Familia, y a tu hermana, casi, casi… No me dio el suficiente calce, nomás… “No sé qué me pasó”… Ja,ja,ja,ja…
―¡Ay, Alfredito!...¡Lo importante es ese amor que nos tuvimos siempre!... (Siguió con su discurso, la Licenciada en Dramaturgia).
Algo tengo que hacer… ¡No la soporto más!
De pronto, flexioné la rodilla…Y elevé mi brazo derecho, lo suficiente, como para que la sábana celeste se corriera, y yo virara la cabeza hacia ella, y la mirara fijo, con mis ojos de muerto…
El grito que pegó  mi amorcito, se escuchó en toda la cuadra… Salió corriendo, atropellando un carrito lleno de pinzas, cinceles, grapas, agujas y jeringas, sierras, clamps y cizallas.
Creo que no dormirá por unos buenos años. Es lo que se merece, la muy ladina. Bien ahí. Espero que te acuerdes de mí, por el resto de la eternidad., sinvergüenza.
Igor estuvo como una hora explicándole que un cadáver puede tener espasmos o movimientos  involuntarios de músculos, hasta que se acomoden y que el cerebro sigue funcionando, entonces todo lo que me haya dicho, seguro que yo lo oí, le dijo para tranquilizarla.
Luego, vienen Largo e Igor, a querer enderezarme la pierna.
―Che, Comemuerta, el guampudo ya se está poniendo frío. ¡Qué macana!... ¿Cómo vamos a vestirlo?... Esto va a ser un dolor de cabeza, cumpa.
Es verdad. Siento que me estoy endureciendo. Y me pongo contento. Cuanto más trabajo les dé a estos dos carniceros, mejor. ¡Quién les manda a tratar con muertos, por dos pesos miserables!
Yo sigo, cabezadura, con la mandíbula abierta. Ni pienso cerrar la boca. Que se jodan. También me estoy poniendo violáceo. Qué suerte. Siempre me gustó ese color.
―Vamos a llamarle a Vicente, que él reza por los difuntos. Según él, los fiambres lo escuchan, y aflojan el orto…
Estos dos son unos desalmados desgraciados… ¿Cómo se van a dirigir a los muertos en esos términos tan despectivos? No tienen corazón, estos hijos de  la chingada…
Entonces, para desquitarme, largo unos ronquidos, como de alguien que se está ahogando…
Se pusieron pálidos, estos miserables cagones.
Viene Comemuerta, al borde del infarto, y me destapa. Las manos le temblaban. Me escruta la cara, detenidamente, receloso…
Yo tenía ganas de cagarme de risa .Lástima que no puedo.
 Largo está atrás, expectante…
―Este hijo de puta no quiere irse, seguramente. Y está haciendo su show. Ya, llamale a Vicente, para que le rece che… Todavía tenemos que prepararle…Y así, yo no voy a poder.
Y te voy a hacer cagar, desgraciado degenerado. Por todas las mujeres que violaste, aquí, en este mismo lugar…
Lo que  los vivos no saben es que al estar muertos, nos volvemos, sabios, poderosos, omnipotentes, hechiceros…Sabemos las historia de todo y todos. Lo que sí…Dura muy poco, cuando el cerebro apaga sus luces, allí sí…Opama la fiesta.
Cuando viene Vicente, el Doctor metafísico… Fue el summum… Me tomó la mano tiesa ya, y me dice, despacito:
―Alfredo…Querido amigo…Sé  que ya está reposando en el Más Allá…
Todavía no me fui… Mequetrefe.
―Ya estarás en las campiñas del Señor… En esta instancia, te pedimos bendiciones para todos, los que estamos aquí, en el plano terrenal…
En eso, para divertirme nomás, mi pitilín tuvo una erección…
Esto descolocó a Vicente…Se le cayó el rosario de las manos, y quedó tieso, (no tanto como yo).
Se persignó, ignoró la sábana lujuriosamente elevada, justo allí… Y siguió hablando, como si nada pasara.
―Sé que estás aferrado a este mundo. Pero este mundo ya no te pertenece. Sé que fuiste un hombre bueno, buen esposo, buen padre de familia. Por eso,  te ruego que colabores con estos doctores, pobre gente que debe ocuparse hoy de vos, que están haciendo su noble tarea, por el pan de todos los días.
Menos Comemuerta, que se garchó a todas las difuntas de  esta morgue…
Tengo ganas de decir, que se estaba olvidando de eso. Pero no puedo.
―Te pido, en nombre de Jesús, y mío, que soy tu amigo…
Amigo, las pindongas. Yo no te conozco, imbécil.
―Te amamos, y te bendecimos, para que puedas despegar en paz, con la bendición de todos nosotros, los que te conocimos en esta tierra. Amén.
La verdad, me convenció. Fue el único que me habló con el corazón, después que me morí. Es educado, y me trató como se debe tratar a un muerto. Por lo menos, no me dijo guampudo.
Mientras él iba rezando un Padrenuestro, yo aflojaba los músculos, todo lo que pude.
Al rato, los dos mercenarios vinieron con mi traje favorito, el gris a rayitas. Seguro que la bruja lo dispuso así. El pañuelito de seda, que estrené cuando se casó mi hija más grande, y un souvenir de mi casamiento, que me lo clavaron en el ojal,  el cual no me pude sacar, ni hacer nada. Tampoco soy Superman. Me estaba  debilitando cada vez más. Estoy muerto, carajo.
Me maquillaron. Me dejaron una pinturita.
A las dos horas, me vinieron a buscar.
Cuando Largo entró a la morgue, hizo un gesto de disgusto, tapándose la naríz, enloquecido.
―¡Apurate, Comemuerta…! ¡Este desgraciado se está pudriendo!
Yo, como despedida, le lancé un flato estruendoso, y, sobre el pucho, me hice popó. Para que aprenda, mierda, que con los muertos no se juega.
Ah… Y si la ven a mi mujercita, díganle que no siga buscando los dólares.  Me los llevé en el forro de mi traje preferido.
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Raquel Pietrobelli