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ANA LUISA BRAVO PINTO -MÉXICO-

nació en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; México en el año de 1973. Es egresada de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Chiapas.
Incursionó en la poesía a temprana edad, pero no es sino hasta mayo del 2020 que comienza a publicar en una plataforma digital bajo el seudónimo de Felina.  En julio del 2021 resulta finalista en el concurso internacional de micro relatos “Letras Románticas” y posteriormente en el de “Letras De Suspenso Y Thriller” de la editorial Winged.  Formó parte del grupo de escritoras del  Novelette “Que nada nos limite”, conmemorativo al día de la mujer de la editorial  Winged. Actualmente pública de forma periódica en su perfil de Facebook.
 
PAN Y ROSAS PARA TI
 
Empezaba la jornada laboral desde las cinco de la mañana, hora en que me tenía que levantar para preparar los alimentos que me llevaría para disfrutar en el trabajo. Llegar a la fábrica de textiles en la que laboraba me llevaba cuarenta minutos pues se encontraba a las afueras de la ciudad; cada mañana era lo mismo, hacer el desayuno de todos y de ahí abordar el bus que me dejaría a orillas de la carretera, para después comenzar a caminar por aquellos parajes desolados, no había luz de día todavía, únicamente el sonido de los grillos se alcanzaba a escuchar, mi mente permanecía alerta ante cualquier ruido extraño; era muy común que en los periódicos locales se informara sobre la desaparición y muerte de obreras, vivía con el temor de que algo como aquello me sucediera y que mis pequeños hijos y mi madre se enteraran de tan desagradable noticia. ¿Valia la pena arriesgar tanto por un salario medianamente bueno? ¡Claro que no! Pero era eso o seguir caminando por horas en busca de algo mejor y mi familia no podía quedarse sin comer. No podía permitirme esos lujos, no por ahora, necesitaba trabajar sí o sí.
 
Llegué a la fábrica y expulsé todo el aire conteniendo en los pulmones por largo rato, y me sonreí pues había llegado a salvo. Mis compañeras de trabajo llegaron poco a poco, desafortunadamente no vivía cerca de ellas, de lo contrario podríamos llegar juntas. El encargado del turno comenzó a asignarnos las áreas de trabajo de esa semana, me tocó la del trazado de patrones de los pantalones; dentro de lo que cabía era una labor bastante fácil de hacer, sin pensarlo más me dirigí a la mesa que me correspondía e inicié con mi labor. Teníamos prohibido el uso de los móviles en el horario laboral, trabajábamos en total silencio y sin música, salvo que alguna de nosotros se aventurara a cantar algo, cosa que gozábamos cuando ocurría; el día transcurría en total normalidad, salvo cuando llegaba a ocurrir algún accidente con la cortadora, por lo regular se suspendían las labores hasta que la persona accidentada recibiera atención médica, de eso nos encargábamos todas, de hacer que se prestara la ayuda necesaria y a tiempo.  Llegado el momento de descanso, cada una buscaba un lugar para comer, en ocasiones compartíamos los alimentos entre todas, lo importante es que nadie pasara hambre; una vez que terminábamos cuidábamos de no tomar más tiempo del establecido, ya que de hacerlo nos podíamos ganar como sanción, la suspensión por un día y todas necesitábamos el salario.
Al culminar el día el regreso era distinto, caminábamos juntas hasta llegar a la carretera y ahí cada una de nosotras abordaba un transporte diferente. Trabajar en esas condiciones no hacía más que recordarme a aquellas pobres mujeres que perecieron en una fábrica de algodón en Nueva York, sí, pese a que llegué hasta la secundaria, siempre me gustó la historia, en particular esa, en la que un grupo de mujeres perdieron su vida porque el dueño las encerró con la idea de que con eso ellas desistirían de sus peticiones, provocando sus muertes. Pensaba en la diferencia de condiciones entre las actuales y las de entonces, y la que siempre venía a mi mente era la inseguridad para llegar al lugar.
De camino a casa, procuraba comprar víveres para disfrutarlos con mi familia, siempre llevaba pan y rosas entre esas cosas. Ver las caritas felices de ellos al regresar, me decía que valía la pena pasar riesgos y temores, con nada pagaba esa sensación de tranquilidad. Cené con ellos y sin darme cuenta me quedé profundamente dormida en la mesa. El ruido de cosas cayendo en la sala me despertó, era Miguel mi hijo menor que traía en sus manitas una frazada para cubrirme, al ver que me había despertado corrió a abrazarme con una enorme sonrisa en sus labios y se sentó en mis piernas buscando mis brazos.
— ¿Qué haces despierto tan noche? —le pregunté dándole un beso en la frente.
— Mamita te esperé para que me dieras mi beso de buenas noches y no llegaste, por eso vine a buscarte— me respondió con su voz angelical.
Ver la nobleza de corazón de mi niño de seis años, me hizo renovar las fuerzas, lo levanté en brazos, lo llevé hasta su cuarto y lo arropé en su camita, junto a su hermano mayor. Ellos eran la razón de mi lucha día con día, no importaba las condiciones laborales en las que me encontraba, claro que si me preguntaban que si quería cambiar de trabajo, obviamente mi repuesta era un sí, deseaba hacerlo, pero cómo si a donde fuera que iba me pedían experiencia o un nivel escolar que no tenía y eso me desalentaba, pues si bien mi intención siempre fue la de estudiar, nunca logré hacerlo pues mis padres no contaban con los medios para apoyarme y al contrario tuve que comenzar a trabajar desde muy pequeña. Pensando en eso estaba, cuando llegó mi mamá, las noches eran los únicos momentos que teníamos para platicar y nunca desaprovechaba las oportunidades que teníamos.
— Tania, ¿cómo estuvo tu día?
— Mamita linda, me tocó trazar, así que hoy estuve menos presionada— le respondí suspirando mientras la abrazaba y nos encaminábamos al comedor nuevamente y la ayudaba a sentarse en lo que ponía agua a calentar para prepararnos café.
— Tania, me preocupa que te pueda pasar algo malo de camino a la fábrica.
— Mamita Dios primero nada malo me pasará, llevo ya dos años con la misma rutina y nada ha sucedido. No te preocupes, ya vendrán tiempos mejores. — le serví su café y tan solo se quedó viendo al vacío para después susurrar.
— La hija de tu madrina ya no volvió ayer de la fábrica.
— ¿Cómo? Pero si la vi salir antes de que yo lo hiciera— respondí preocupada.
— Sí, tal vez, pero nunca llegó a su casa; ahora están buscándola por los alrededores de la fábrica.
— Pobre de mí madrina, ha de estar desecha. —dije con un tono triste.
— Tania, ¿y si buscas trabajo en otro lado mija?
— Mamita, lo he intentado y bien sabes que por mi condición no me dan trabajo en otros lados. — le dije desanimada— si por mi fuera mañana mismo renunciaba a ese trabajo que te mantiene estresada, lo mismo que a mí — le dije y besé su frente a modo de despedida y nos fuimos a dormir.
A la mañana siguiente, cuando estaba por abordar el camión que me llevaría a la fábrica, recordé que no le había dejado el gasto a mi madre y regresé rápido, pero antes le pedí de favor a Mary, mi compañera que avisara al encargado que llegaría un poco más tarde por problemas personales, ella accedió y se quedó esperando sola. Hice rápidamente la entrega del dinero, volví a besar a mis pequeños y me despedí de mi mamá nuevamente; cuando estaba por llegar a la parada pude notar que había patrullas estacionadas a la orilla de la carretera y un cuerpo de mujer tapado con una manta. Alcancé a ver el pantalón de la víctima y supuse que era Mary, mi compañera a quien había dejado una hora antes en el lugar, corrí inmediatamente y para mi sorpresa se trataba de ella.  Los oficiales al enterarse de que la conocía procedieron a realizarme preguntas, que si conocía dónde vivía, dónde trabajaba, que por qué se encontraba a esa hora en la parada, entre otras preguntas; tras responder a todos sus cuestionamientos me enteré de que la habían tratado de secuestrar y al poner resistencia la habían asesinado. Me pidieron que les ayudara a llegar a su casa, pues era un lugar de difícil acceso, que ellos se encargarían después de regresarme a mi casa; por lo pronto no podía volver al trabajo después de esto. Al verme llegar la mamá de Mary con los agentes, supo que algo malo había ocurrido. Me mantuve lejos, pues no me correspondía a mi darle la mala noticia, la vi desmayarse y solo entonces me atreví a acercarme, me puse a pensar en mi madre, de no haber regresado quizás a esas horas sería a ella a la que le estuvieran dando las malas noticias y un dolor profundo en el pecho hizo que recordara su insistencia en que yo consiguiera otro empleo.
Con los ojos llenos de lágrimas regresé a mi casa, me prometí que trataría de buscar algo mejor, en el que mi vida no estuviera expuesta y mi familia estuviera tranquila, si tan solo se nos diera la oportunidad de acceder a mejores empleos a las mujeres y sobre todo bien remunerados, pero era claro que para eso tendría que existir un cambio en las conciencias de aquellos para los que trabajábamos, habiendo eso las cosas seguramente comenzarían a mejorar y yo podría tranquilamente llevar pan y rosas a mi mesa.