ALEXANDER PASCUAL ESTRADA -CUBA-

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Soy escritor e investigador cultural. Radico en Cuba en la provincia Las Tunas, municipio Puerto Padre donde ejerzo como Subdirector de la Dirección Municipal de Cultura. Mi obra permanece inédita. Fundamentalmente escribo poesía. También crónicas de carácter investigativo. Actualmente trabajo en tres proyectos poéticos uno de verso libre, otro de prosa poética y un tercero en décimas espinelas. Soy gestor de un proyecto sociocultural de rescate de tradiciones autóctonas nombrado Arte y Memoria en la comunidad donde resido.

 

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Día primero, año cero
 
Hube de soñarte después del encuentro matinal. Un sueño insipiente. Bastó el roce cálido de tu textura, el aparente pulular del viento acosando las hojas, la ternura de los vocablos esgrimidos a la sazón del paisaje: imagen surrealista en movimiento. Hube de entrecortar el silencio, trasmutar la mirada, inclinar el oído. Hube de sentirte en la música de los pájaros, las sirenas de los coches, la ausencia de la prole enmascarada en los nidos de las hormigas. Soñarte ha sido el principio de arrumacos, la tesitura de una melancólica canción barroca, los versos de poetas enamorados. Bendita hora matinal de bañada esperanza. Hora de embrujo, música y síncopa. Hora de ensueños, taciturnas melodías, ensordecedores misterios. Hube de soñarte tras ese encuentro matinal para deshojar la desesperanza.
 
Día segundo, año cero
 
Regresé al banco de tus palabras. Al recuerdo vivido. A las nubes esparcidas en la memoria. Regresé al recuerdo. Al instante único. A la placidez de tu presencia. Anduve tras las huellas de tu verbo, a cada palabra descrita, a la relatoría de ilusiones. Mistifiqué tu cuerpo. Lloré junto al lago de la emociones. Describí, en un intento mordaz, la secuencia de cada gesto. La sonrisa. Los hechizos. Las verdades. Renegué de los proscritos ideólogos. Volqué el destino al ardor de la espera. Regresé al banco y encontré el silencio de tus palabras.
 
Día tercero, año cero
 
Esperarte ha sido el retorno a las ansiedades. Un ciclo muerto con los últimos ardores de la memoria. Música, letra, verbo. Confianza de sonrisa, luz de cénit antiguo, poema encriptado en alguna bóveda milenaria. Esperarte anida sentimientos, difumina inconstancias, renuncia de acalorados alaridos, pasión de engendros. Esperarte avista otras tierras, otros horizontes, otras vendimias. Esperarte, por cierto, enmudece la teoría de los amaneceres.
 
Día cuarto, año cero
 
Pienso en el silencio que dejó tu mirada. El vacío inconstante de tus ojos. La secuencia adjudicada a la pobre semántica adolorida por el pasado. A los versos no escritos, los estatutos de la piel, la música del viento. Pienso en la riqueza del lenguaje, los pasos perdidos, la anuencia de las golondrinas. Relato los universos paralelos, la abdicación beligerante, los sentimientos opuestos. Pienso en el cálido saludo de tus labios, los amotinados recuerdos de tu sonrisa, la intrepidez de tu carácter. Pienso en todo lo que soñamos antes de perdernos en el bosque de la espera.
 
Día quinto, año cero
 
Me inquietó tu desaliento. La ironía de las pisadas, el sometimiento de la duda. Retuve los vocablos, disipé la lujuria de sentirme pez. Me preocupó tu silencio. La ingravidez de tu rostro. El senil desamparo de las respuestas. No quise observarte. Entablé batalla con los arbustos clonados de la avenida. Subyugué los desaires a la simpleza de un cariño futuro. Estuve allí mientras tu bondad discurría entre indecisiones razonables.
 
Día sexto, año cero
 
La felicidad me desborda, los pájaros del parque, las florestas multicolores, los versos de tu boca, la sapiencia del pelo, los vocablos derramados en torno a tu sonrisa, la brillantez de tus dientes. Me desborda la ilusión, el sentido común, los sueños, la prisa de tus olores, la burocracia del transeúnte, el optimismo de los niños, el presente con sabor a futuro. La felicidad me desborda. Tu imagen soñolienta, tu pelo en perpetua danza, tus ojos acallados, la música de tu boca. Me desborda. El cáliz, el ardor, la paciencia. La felicidad ancla y nosotros corregimos el vaivén de las olas.
Día séptimo, año cero
 
Lloré el cansancio de tú ausencia. Los sobresaltos, las ilusiones, los carismas. Sentado en el banco de las contrariedades absorbí la pesadumbre de la distancia. Hoy no estás y las golondrinas emigran a otros paisajes, la luces se tornan opacas, los sueños truncos. Esperé el acorde melancólico sentado al borde del camino. Deslumbrado ante la insólita ingratitud del crepúsculo, amotiné los deseos, desmentí la ignorancia, me perdí en tus atajos. Lloré el cansancio de tú ausencia y morí en el remordimiento de las promesas.
 
Día octavo, año cero
 
Te necesito con la mesura que me envuelve, con la pasión enamorada de un jovenzuelo, con el sabor a mieles en los labios; con la premura de un grito de guerra, con la dulzura de un recién nacido, con la ilusión de un sueño de verano, con la paciencia de los elegidos, con tú olor cubriéndome las sienes. Te necesito antes que el tiempo implore otros recuerdos, antes que el cielo destile otros insomnios antes que la prudencia me gane este juego pirotécnico, antes que Dios muera en el próximo disparo.
 
Día noveno, año cero
 
Anduve tras tu silencio. Con la paciencia de los energúmenos. Azolado de vicios, estertores, ausencias; víctima de crueles batallas, protagonista de teatros vacíos, opulento ante los amaneceres. Anduve taciturno, como encontrándote luego de algún concierto. Dispuesto a vender esquirlas multicolores. Así anduve. Caminante sin camino. Luz tenue. Sombras aterciopeladas. Vendedor de objetos sin nombre y tú, perdida entre la espesura del recuerdo. Callando verdades, ingenua cómplice del exilio. Anduve tras tu silencio, interpelando la mudez del libro olvidado por tu prisa.
 
Día décimo, año cero
 
Si estuvieras las playas venderían espuma y las rosas cambiarían su paleta de colores. Si estuvieras los crisantemos abdicarían, los jardines fueran de plástico y la luna un bombillo rojo. Si estuvieras los crepúsculos, las lluvias y las nieves trasmutaran a los confines de un país imaginado. Si estuvieras, por supuesto, inventaría canciones, escribiría poemas, descubriría sonidos en las grutas de la aurora. Si estuvieras no tendría necesidad de soñarte.
 
Día onceno, año cero
 
Cuando te fuiste perdí la ausencia, los colores, las dudas. Canalicé ilusiones amotinadas en un rincón. Así las luces tejieron hologramas, los pinceles dibujaron figuras amorfas, el cielo despertó con un fugaz aguacero. Lloré el siniestro que fueron mis palabras, dejé junto al césped, el sueño que jamás aterrizó en la irrealidad y los dolores de la piel que no llegaron a estertores. Cuando te fuiste sembraste uveros de nostalgia en los atardeceres del otoño.
 
Día duodécimo, año cero
 
De nuevo estás presente, en la ilusoria magnificencia del destino, entre los besos acallados de las musas, en la orgía de acordes gastados por el tiempo. De nuevo tú, con la insistencia preñada de cataclismos, con la burocracia de otros tecnócratas de corbata gris, sin la verdad como estandarte. Tenue. Semitransparente. Ungida. Misteriosa. Siempre tú. Adoquinada de sinsabores, extrañeza febril del viento, atolondrada figura esculpida en los anocheceres sin cavernas. De nuevo estás presente mientras muero en la exigencia de aquellas madrugadas, cuando el tiempo era solamente hojas.
 
 
 
Día decimotercero, año cero
 
Al volver se resume la vida. El instante regresa en la memoria. Los sueños dejan de ser tardíos. El cansancio desvela la espera. El recuerdo se hace música. La luz enmudece al encono. Los vitrales trasmutan a otras especies. Los peces ahogan su grito. Los enjambres su silencio. La dejadez su pesadumbre. Al volver tu alegría se torna quietud y la paciencia sencillez.
 
Día decimocuarto, año cero
 
Tengo tu paz en mis ojos. La sonrisa minimizada en tu cintura. Siento nostalgias por los pasos sobre las hojas. Renuevo cataclismos como si el tiempo fuera estadía. Retorno a los desvelos, a los veranos, a las cálidas palabras mudas. Tengo tu paz, la estrofa, las cenizas y el beso de tu mirada.
 
Día decimoquinto, año cero
 
Paso el rocío de tu boca. Tejo amaneceres impíos. Renuevo la catarsis en esta soledad adoquinada de crepúsculos. Tus crepúsculos.
 
Día decimosexto, año cero
 
Alejado de todo pienso en los amaneceres telúricos, las estrellas bondadosas, las epifanías de los sabios, las gruesas líneas del firmamento; olvido las dudas, las mágicas estaciones tardías, los sueños infames, las tertulias nocturnas, los paseos citadinos. Recuerdo al silencio de las algas, su humedad, sus olores, su pavura. Pienso. Revivo amores de paso, husmeo en el retorno de la aurora, meso la estampa de algún rostro sin nombre. Alejado amparo el remordimiento de los amaneceres telúricos, las estrellas bondadosas, las epifanías de los sabios. Alejado de todo pienso sin ti, sin mí, sin nada.
 
Día decimoséptimo, año cero
 
Caminé tus desiertos como si te hubieras difuminado. Inoculé cada molécula. Advertí cada espacio. Anduve tras las virtudes expuestas en las arenas. Tenue, volví al siniestro de tus verdades, allí esparcí olores al universo, rocío a los parásitos, verdor a los horizontes. De nada sirvió rezarte, entonar himnos a tu ausencia. Tus desiertos ahogaron la magia preñada en la algarabía del silencio.
 
Día decimoctavo, año cero
 
Encontré tus vestigios en la edad del sol. Entre sus cráteres se fue diseminando tu andadura. Allí los insectos fungen multicolores. Los desmayos dejan huellas en las plataformas de los espíritus. Las auroras cambian a estaciones más lejanas, y tú, perdida entre la sórdida maleza estelar. Trasmutando a otro rumbo, escudándote de las palabras. Siempre en silencio. Ausente. Perdida entre los porqués y las desventuras de los otros. Encontré tus vestigios en la edad del sol mientras en la espera amanecía, callada la esperanza.
 
Día decimonoveno, año cero
 
Insisto y la anuencia colma los pesares. La soledad y yo cambiamos el arco del tiempo por quebrantos de la piel. Así los musgos ahogan sus angustias, los versos acompañan la síncopa, los deudores sus caprichos. La anuencia colma y yo insisto en los pesares futuros, como si el destino ya no fuera manifiesto, como si las dudas acamparan en mi bosque. La soledad me dejó ante el sobrio desaliento de las lluvias.
 
 
Día vigésimo, año cero
 
Nuevamente me amparo a tus cruces, a los desatinos, a las exequias por la vida. Otra vez me alcanza el delirio, los tormentos y los antojos. Nuevamente sordo ante el renacer del día, de las escarchas, de la lumbre. Otra vez despierto entre olores de lirios y encantos de muerte.