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SERGIO GARCÍA RUBIO -ESPAÑA-

Nacido en Badajoz capital, Extremadura, España, es un escritor novel, cuya primera obra fue publicada con el título 《A voz escrita, palabras relatas》 (Relatos).
Los comienzos en el mundo de la literatura narrativa fueron de la mano junto con su vocación sanitaria, estudiando enfermería en la actualidad.
Cursa EGB y el bachillerato BUP, y en esos años de adolescencia sufre en sus propias carnes lo que es verdaderamente la palabra acoso escolar, o también llamado «bullying» y tal situación hace que su carácter se vuelva introvertido refugiándose en las letras.
A principios del año 2020, participa en una tertulia literaria que cada 15 días se celebra en el casino del casco antiguo de Badajoz: “Los poetas del jueves”.
A partir de la presentación en tal tertulia, participa en varios eventos tanto de manera presencial como virtual dentro y fuera del país.
Aborda temas en donde recibe reconocimientos a modo de diplomas por sus aportaciones tanto en contra de la violencia de género, día de la mujer, conmemoración a la vida y obra del poeta y dramaturgo español Federico García Lorca, todo ello con relatos de su propia autoría, dentro y fuera del país y la provincia de nacimiento.

 


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Sergio García Rubio.
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AROMA DE OLVIDO
 
Por la mañana muy temprano, ella mantenía la sonrisa bien puesta en su cara, con el fin de que ni el más fino brillante rayo de sol que osara entrar por entre la ventana de su habitación, le eclipsara parte de su gran belleza.
Y es que Cori, que así le llamaban las damiselas del pueblo, era de una belleza natural bastante increíble, y muy pocas veces se veía algo así por aquellos lugares.
Cuando salía a hacer algún mandado de la señora Cipriana, iba despidiendo a cada paso que daba, un olor a jazmines con toques de hierba recién cortada que, a la mayoría de las personas, sobre todo chicos, que se encontraban muy cercanos a ella, se quedaban obnubilados ante tal cuadro y lienzos tan perfectos, por así decirlo.
Cori, era la sobrina de una jornalera y de un pastor muy humildes de aquella zona de la sierra extremeña, y desde muy pequeña, por designios de Dios, hizo que llenara de alegría la chabola de sus dos tíos en lugar de la de sus padres biológicos, que sufrieron grandes atrocidades y murieron a manos de unos vándalos con ansias de hacer daño.
Al margen de ello, la chiquilla creció como cualquier otra niña de su edad, llena de todo el amor que le podían profesar sus padres adoptivos, es decir, sus tíos, y a medida que iba haciéndose algo mayor, estos le fueron inculcando los valores esenciales para que, en días venideros, pudiera comportarse como una señorita de bien, como se decía en aquella época.
No fue muy lista, pues tampoco los reales que entraban en aquella casa daban para gozar de la mejor educación posible y lo poco que ella supo, fue enseñado por las manos y bocas de sus tíos, por lo que las cuatro reglas principales sí que las tenía bastante dominadas.
Cori, sabía más del campo, de como ordeñar vacas y ovejas, de cuando la leche se fermentaba para transformarla en quesos, sabía de que tipo de hierbas debían comer ciertos animales para enriquecer así su leche, pero a pesar de tener conocimiento de estos términos tan sumamente toscos para una señorita, su belleza y humildad hacía que todo pareciese nada a su alrededor.
Una mañana, muy temprano, Cori iba con un cántaro en la cabeza de camino a la fuente del pueblo a por agua fresca, ya que su tío tenía que aviarse para salir de pastoreo y en casa se había acabado.
Bajando la calle empedrada hasta la fuente no había nadie, solamente las casas cementadas, las losetas del suelo y la chica deseosa de llegar ya a su destino, cuando de pronto alzó la mirada y vio a un mozuelo que con cara y gesto bastante tímido, cogió su cubo y sin pronunciar media palabra se fue en dirección al castillo señorial del pueblo.
En los sucesivos días, Cori estaba como tonta, como que todo le parecía encantador, hasta el panadero le metió cuatro bollos mohosos en la taleguilla y no hizo cuentas de ello, ¡estaba enamorada!
Pero apenas podía ser, pues ni tan siquiera habían hablado y aun así ella sentía un escalofrío intenso cuando por su mente se dibujaba la mirada de aquel chico con aspecto angelical y carácter tímido, y por ello decidió intentar saber quién era.
En la cena, la chica preguntó a su tío sobre quién era ese chico que solía ir a buscar agua a la fuente a la misma hora a la que iba ella. En general, toda la conversación giró en torno a él a partir de la pregunta, puesto que le explicaron que era un chico muy adinerado, que nació en Francia a pesar de ser español y que estaba aquí por problema políticos en su país o algo así… cosa que nunca entendió Cori y tampoco hizo ningún ademán por querer entenderlo. Sus padres estaban viviendo aquí por miedo a volver a su país, o eso decían las malas lenguas, y por ello se estaban hospedando en el castillo señorial del pueblo, puesto que perteneció al abuelo del padre del chico. Vamos que, en resumidas cuentas, era un niño rico.
Al contarle esta historia a Cori, miró hacia abajo y se le desdibujó un atisbo de tristeza, puesto que, si él pertenecía a una casta bastante más alta que ella, jamás querría ni tan siquiera mantener una conversación con una chica así, con una chica pobre.
Pasaron dos meses y la rutina era la de siempre, pero esta vez iba a pasar algo distinto a lo demás.
Cori llegó antes que él a la fuente y con su cántaro metálico se dispuso a acercarlo al grifo de agua, pero sus manos tan delicadas hacían que se le resbalara el recipiente, y por tanto el agua caía en todos los sitios menos en donde tenía que hacerlo.
Por detrás, comenzó a sentir un calor un tanto suave, como el que se desprende cuando estás siendo acompañada o una presencia extraña está en el mismo lugar sin que te des cuenta, a priori. Y así es, porque alguien tomó la mano de Cori y la acercó junto al brazo de este alguien hacia el grifo apagado y una vez colocado todo, la presencia abrió el grifo y el agua caía velozmente hacia el cántaro de metal.
Se miraron, se sonrieron y se dijeron todo lo que se suele decir en estos momentos. Nunca llegaron más allá puesto que la inocencia de sus almas no les dejaba ver ese tipo de cuestiones y casi al final de la conversación, cuando el agua del cántaro ya estaba rebasándolo por completo, se sobresaltó cerrando el grifo y la imagen masculina se despidió de ella con un: «Mañana son las ferias del pueblo y me gustaría ir contigo, no acepto un no como respuesta, ponte lo más guapa que puedas y te recogeré en la colina de los llorones». Se fue caminado rápido para su casa y Cori se quedó maravillada ante tal situación hasta que volvió en sí, y tan rauda y veloz igual que el chico del que todavía no sabía su nombre, despegó en una carrerilla hasta su humilde morada para hacer acopio de un bonito vestido que le sirviera para deslumbrar a tan señor lozano.
Después de la fiesta, llegó el primer beso, y después del primer beso llegaron las confidencias en días posteriores y alguna que otra discusión, pero es que así es como se forjan las mejores relaciones entre dos personas hasta llegar al amor puro.
Después de un año de complicidades varias, Cori estaba sentada en la piedra con forma de pico de águila a la espera de que su querido Saúl, pues era así como se llamaba, llegara y le obsequiara con infinitos besos, caricias en el pelo y algún que otro presente que la naturaleza le ponía a sus pies.
Pero ese día no fue tan igual, no hubo presente y ni tan siquiera parecía que Saúl estuviera presente a pesar de que su cuerpo sí lo estaba.
Cori, abrumada, preguntó si existía algún motivo por el cual estuviera tan distante y tan poco cariñoso y la respuesta que le dio estoy seguro de que era la última que ella hubiera querido escuchar, pues la dejó marcada tristemente para siempre… tenía que irse a luchar al frente en la guerra y no podía negarse.
Se juraron amor eterno, lloraron e incluso maldijeron a Dios por qué tanta felicidad siempre traía consigo algo tan sumamente doloroso.
Se prometieron que jamás se olvidarían el uno del otro y que por nada del mundo dejarían de esperarse allá donde estuvieran… y al poco tiempo, él cogió su gran petate y ella tras la ventana sin abrirla demasiado, acercó su cara pálida y falta de consuelo, derramó una lágrima y con la mano abierta despidió tímidamente a Saúl, que montó en un carro verde y arrancó moviéndose rápidamente y haciéndose más pequeño cuanto más lejos corría y menos se escuchaba el motor.
Durante los años consecutivos, hubo mucha tinta en papel llegada a su destino y otra que no tuvo la suerte de llegar, hubo desesperación, enfermedades, desapariciones, y el cuerpo de Cori se iba transformando en una mujer mucho mas experimentada y cauta que la que años atrás dejó aquel chico tímido, tanto así, que ajena a lo que le depararía el porvenir y harta de estar esperando un imposible cedió ese amor a un comerciante de vinos que la pretendía desde hacía varios meses atrás y consiguió llevarla al altar.
Su vida era bastante acomodada y no le faltaba de nada, pero cuando tenía un rato para ella sola, se sentaba en la cómoda y de entre los ovillos de lana, sacaba una caja de galletas de cartón un tanto deteriorada y de ahí extraía alguna foto que con mirada melancólica contemplaba tímidamente de su primer amor, quizá caído en la guerra tras no saber más nada de sus cartas.
El paso del tiempo, cruel y violento, hizo que la hermosa y maravillosa Cori se tornara envejecida y delirante en ocasiones, por lo que la poca familia que le quedaba, presos de la avaricia por el legado de la pareja y por tanto con ganas de pudrirse entre tantas monedas y billetes de papel, tuvieron que internarla en un hospicio para ancianos enfermos. Cori había perdido la memoria por momentos y ya no sabía ni tan siquiera quién era ella misma.
El tren de las 2.30 entraba por el anden de la estación en su momento justo y las gentes salían veloces con el fin de coger otro medio de transporte que las llevara a su lugar correspondiente.
Pero él no, puesto que a cada paso que daba, paso lento, se le iba haciendo un nudo mas fuerte en el corazón y los ojos se le cristalizaban mirando todo su alrededor: todo lo que él había pisado cuando era niño, todo lo que él había sentido y cómo no, su amor de siempre.
Aún le quedaba la esperanza de volver a encontrarla con vida, al menos…
Preguntó por la zona y casi nadie sabia decirle dónde se encontraba, pero una señora con aspecto de alcahueta le comentó que hacía unos días se llevaron a la casa de socorro a una mujer envejecida, dando gritos de desesperación y que cumplía las características de la mujer que él antes estaba describiendo a otra vecina del pueblo.
Sin más ni más, salió para la casa de socorro y una vez allí, le mandaron ir al hospicio para señores mayores enfermos.
El pobre hombre temía por lo que se iba a encontrar, y estuvo esperando cuatro minutos… los cuatro minutos que más largos se le hicieron al viejo Saúl hasta que por allí, en una silla de ruedas y con una señora de cofia blanca se venían acercando a paso ligero.
A la altura del señor Saúl esa mujer con aspecto moribundo se le quedó mirando. Él se agachó para poderle dar un beso y en ese momento ella le posó su mano en la cara… olía a perfume de señor de bien y eso a ella le gustaba mucho. Le preguntó al mismo tiempo que quién era ese buen mozo que venía a verla. Él se maravilló porque muy poco quedó de aquel buen mozo, pero no solo por ello, sino más bien porque daba la sensación de que no se acordaba de él, lo cual podría ser normal llevando tanto tiempo sin verse después de sus amargas despedidas.
Siguió tocándole la cara y el pelo mientras él la tomó del brazo y le dijo: soy yo, ¿no me reconoces?, ¡soy Saúl!
Ella entonces empujó de muy mala forma a ese señor y dirigiendo su mirada a él le dijo a la señora con la cofia blanca: «Por favor, lléveme de nuevo a mi habitación porque este que tengo aquí enfrente, es decir, tú…
¡Tú no eres mi amado, al que yo quise esperar toda la vida, al que yo prometí que jamás olvidaría! ¡Tú no eres quien yo quiero, vámonos de aquí! Y entre sollozos delirantes, se fueron desapareciendo del lugar.
Saúl salió cabizbajo del hospicio, aun a sabiendas de lo que se encontraría allá, pero es que jamás pudo pensar que, al irse tanto tiempo, todo su mundo se inundara de un aroma a veces cruel, que te rompe en dos… A un aroma de olvido.

 

 

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DIARIO DE UN FALSO AMOR
 
Me levanté muy temprano y con legañas en los ojos, me miré al espejo del baño, horrible silueta la que veo de mí mismo.
El agua de la ducha se me antojaba demasiado caliente y penetraba los poros de mi piel convirtiéndolos en antorchas que lejos de querer guarecer el frío me incomodaban más y más.
Como segunda piel el albornoz y pies descalzos por la casa, llego a la cocina un tanto desordenada, un plato aquí y un vaso allá, montones de ropa sucia esperando que el aparato que de pequeño yo creía que era un tren que por sus raíles iba a mil por horas, esperando un tanto de jabón para poderla usar de nuevo.
La nevera llena de esos absurdos imanes de lugares a los que jamás has visitado y no hay intención de hacerlo, que al abrir está llena de táperes de comida y otras diversas cosas.
Me llamó la atención una botella de agua de cristal como el que ve por primera vez un cuadro de Goya o Velázquez, y al lado algo de whisky y me pregunté, hoy es sábado, no me espera la mesa de oficina, por tanto, lo que no mata engorda.
Como comprenderéis, a las diez de la mañana no es muy normal un whisky con agua acompañado de una tostada con mantequilla y algo de mermelada, pero ¿quién tiene la vara que dirime lo que es o no normal?
Pasé de comer más que un solo un trozo de esa tostada, pero no dejé gota y media del vaso con agua llena de lo que algunos llaman misterio.
Derecho tras «desayunar» hacia la alcoba no pintaba tampoco muy acogedora al levantar las persianas y mucho menos el olor que desprendía un tanto peculiar, a sudor mezclado con alcohol, sustancias psicotrópicas y ya es bastante.
Lo busqué, bien sabe Dios que lo busqué hasta incluso debajo de la cama por muy descabellado que parezca. No entendía nada.
Tanta promesa, tanto viaje en caballo blanco al mundo, tantas palabras que verdaderamente no se confundían con una noche de pasión por mucho alcohol y otras sustancias hubiera, tanta lucha por ambas partes por dar felicidad a quien carecía de ello, tanto dar la mano para ayudar desinteresadamente a quien se ama, pues así debía de ser y sin pedir nada a cambio, ¿y ahora?
«Querido Moisés, todo fue bonito y con mucha pasión, te estaré eternamente agradecido por lo que me has dado y sobre todo por haberme amado, pero si tengo que ser fiel conmigo mismo y mis sentimientos no es ni será recíproco por mi parte. He sido un cobarde, pero nunca te amé, sino me aproveché de tu buena fe y aunque ahora que estás leyendo no cabe en ti más que simple y coherente odio o asco, te doy las gracias por todo y deseo, aunque no lo creas tu felicidad absoluta que yo encontré, un abrazo fuerte, Jorge».
Apreté el puño que llevaba esa nota de negro sobre blanco, estrujándola cada vez más fuerte y se me venían recuerdos a la cabeza y música que habíamos escuchado juntos.
Acostumbrado a poner banda sonora por así decirlo a los momentos que he pasado en mi vida no sabría si decantarme por Perales y su Quién es él o Lolita y su Estúpido, pero decidí vestirme, con el móvil en mano llamar a los amigos, ya tenemos que hacer hoy y por tanto plan, es difícil y sé que caeré, pues cuatro años de relación falsa, jode por muchos motivos, pero como la letra de la canción de Lara Fabián, Otro amor vendrá. Y con el pulverizador de perfume echándomelo en mi pelo y cara, en el mismo lugar en donde me miré por la mañana, en el baño juré no volver a mirarme en el espejo y no reconocerme.
«Adiós pasado, bienvenido futuro».

 

 

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A UN PILAR DE LADRILLOS
 
Fue un acierto el pensar que en una tarde de estío de paso al oro otoñal algo allí le estaba esperando, y fiel a sus pensamientos, esclavo tal vez, no vaciló a la suerte y a ese lugar se encaminó.
Su cara era el reflejo del alma, del momento en definitiva que estaba pasando, y ni por asomo se tornó ligeramente alegre, sino más bien todo lo contrario.
De camino al lugar, solo le acompañaba el ruido del motor de su coche, y el paisaje que poco acogedor se le antojaba le hacía más aún tener la cabeza en otras cosas que ni tan siquiera en el volante de su auto.
No llovía y tampoco se atisbaba un simple acoplo de nubes en el cielo, todo estaba al descubierto y el manto azul teñido con los débiles rayos de un sol tardío, dejaba entrever un poco la luz antes de llegar la noche.
Serían las siete de la tarde, cuando a golpe de freno de pie y de mano, el coche paró en su destino, un destino casi automático para él.
Bajó del coche y torciendo levemente la cabeza hacia su lado derecho, pudo ver cómo el gran portalón pintado de un verde oscuro le aguardaba impaciente para acogerle la entrada.
Una vez traspasada la barrera de lo humano, del dolor, y de todos los males del mundo por así llamarlos, tras el portalón pasaba a la hectárea del descanso eterno, del fin de un camino, unos demasiado pronto y otros demasiado rápido tal vez, y que con sus flores de varios colores daban la bienvenida.
Tras un momento de silencio absoluto, ya que no había ningún alma (viva, en aquel lugar) dirigió sus pasos al módulo B que estaba a unos cuantos metros de la entrada al cementerio.
A medida que iba llegando, su cabeza se iba llenando de más y más tristeza, y se confundían con recuerdos de la infancia y que de algún modo u otro querían hacerse notar ahí. Varias lápidas aguardaban en sus parcelas, algunas comidas por el polvo aguardando que alguna vez llegara quien les diera un agua de vez en cuando, más solo recibían la visita de varias avispas atraídas por el color del mármol y poco más. Otras, en cambio, había flores de todo tipo, pero ligeramente secas, y otras estaban en proceso de ser construidas ya que no por mucho tiempo, dejarían de estar desocupadas.
Después de haber andado un tiempo por ese parque temático de la muerte, con todos los debidos respetos, llegó a un palé de ladrillos rojos en donde se encontraba el ser que en su momento significó algo importante en su vida, y como tal tenía sentido el ir a visitarle. Esos ladrillos eran la cárcel, la morada, la estancia de su cuerpo del que le fue arrebatada su alma y que por extrañas cosas de la vida y de las convicciones religiosas para algunos sigue vagando entre los vivos y para otros está presente en el cuerpo de otro ser nuevo que nacería.
Las hojas de los cipreses caían encima de su pequeño panteón no construido ni lucido y con un ligero movimiento de su mano repasó un poco lo que esas hojas fueron manchando.
Por un momento pensó que lo estaba acariciando y que al llegar a ese lugar donde descansaba en paz, le estaba hablando a modo de saludo, como él siempre solía hacer al verlo entrar por la casa.
Hubo tiempo para derramar una sola lágrima, pues siempre fue muy suyo para dar a demostrar sus sentimientos, pero se le escapó a traición.
A lo lejos, el sonido que parecía ser de una campana un tanto estruendosa y grande, hizo que el momento que allí se estaba fraguando quedara roto por completo y con una rapidez débil, llegó el momento de la despedida no sin antes pedirle algo vital en su vida, para ello quizá egoístamente que por su parte había ido.
Una vez terminada la petición, volvió a sobrecogerle el silencio absoluto, se giró y con paso ligero como si se tratase de jurar bandera, no volvió la vista atrás y de nuevo una lágrima fue resbalándose por su cara hasta llegar a la loseta empedrada.
De nuevo en el gran portalón, tras él, le esperaba el ruido de los coches de la carretera contigua, la gente con sus bolsas de compra de un lado para otro, la agitación diaria… pero se fue con la esperanza de que su plegaria hubiera llegado a buen puerto. ¿Se cumpliría?, quién sabe, solo tendrán fé de ello él y el pilar de ladrillos.

 

 

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COMO SI DE UNA HOJA SECA SE TRATARA
 
Despierto y no he descansado, no hay ganas ni de un café siquiera, prefiero beberme a sorbos la pena de una soledad que quema.
¡¡Bah!!, eso les pasa a los otros, estoy muy por encima de tal cosa, soy inteligente y muy fuerte, a mí nadie me hundirá en la más sepulcral miseria.
Qué incredulidad maldita, el pensar que soy invencible, cuando del yugo de una sombra que no es la mía, me acompañó día tras día.
Normalizando voces del ser de enfrente, situaciones cuanto menos deshonestas, sin agachar jamás la cabeza, pues eso para mí fue siempre la respuesta.
En mi cuerpo no cabía el odio, nunca he dejado que existiera y aun cuando llamaba tal sentimiento a mi ficticia puerta, al mirar tras la mirilla, se iba por mi indiferencia.
Cuanta tranquilidad intranquila, qué miedo no solo en mi cuerpo, ojalá no hubiera silencio alguno, al entrar en la zona de confort o llamémosle su hogar, su morada, su vivienda.
Sobrepasaste líneas que no se ven siquiera, porque hasta un humano inmaduro quizá se diera cuenta, de que un beso tuyo se transformará en una lesión muy grave y tensa.
Facilite que de mí mismo supieras, aquello que pudiera dañarme para no volver a revivir mi penitencia y como si de un arma se tratara, lo que salió de mi boca por desahogo sincero bien supiste utilizarlo en mi contra.
Cuánto sentido tiene el dicho de quién no hay más ciego que el que no quiere ver o sordo que no desea oír, cuántas veces utilicé frases disuasorias que siempre con un «por favor» por delante, ni él entendía y yo ya perdí toda esperanza de que quisiera este entender, pues ya no había mucho que ganar sino más bien todo que perder.
Quizá yo sea mala persona, todo puede ser y siendo así no sé hasta cuándo tendré que estar pagando los daños, que mis actos colateralmente, a alguien hiciera sufrir.
Negar que me siento un despojo, sería de ser muy injusto, pues aún no han cicatrizado las heridas, y eso hace que te siga queriendo.
Es una contradicción infinita el sentir afecto por alguien que me prometió salir de un infierno y lejos de la realidad que él mismo decía, yo desemboqué en otro y cuanto más me atrapaba en una telaraña de intensos minutos de inquina absoluta, a golpe fuerte con su puño contra una mesa, como si de un juez se tratase, por miedo a reprenderlo consiguió cerrarme la boca.
A veces los cuentos infantiles, se convierten también adultos, tanto así que los idealizas tanto que hasta yo mismo me creí protagonista de un final feliz que no lo fue, no lo será ya nunca.