JESÚS OMAR RODRÍGUEZ AGUILAR -MÉXICO-

PÁGINA 16

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Joven autor nacido y actual residente en la ciudad de Saltillo Coahuila, México. A sus dieciocho años (18) actualmente es estudiante de la carrera de Ingeniería Industrial, en el Instituto Tecnológico de Saltillo, enorgulleciéndose de admitir que está a la mitad del proceso de obtener su apreciado título. Omar descubrió su cariño hacia las letras hace poco más de dos años, durante los cuales ha sembrado un conocimiento de narrativa del cual se siente orgulloso, y que ansía poder seguir mejorando a lo largo de todo su desarrollo e inacabable aprendizaje. Actualmente no se dedica a nada más que a sus estudios ingenieriles, además de invertir su tiempo en la lectura y con mucho cariño empezar a poner en práctica lo que tanto ha admirado de los autores que ha leído. Una de sus primeras historias es esta, que tiene por nombre: Estas paredes. En sus próximos años planea seguir con su aprendizaje en las letras, proponiéndose estudiar la carrera de Licenciatura en Lenguas Españolas. Durante el último año ha experimentado con la literatura que se apega más al horror que a cualquier otro tipo de relato. A lo largo de su aprendizaje en el arte de las letras ha escrito dos relatos y está en el actual proceso de una novela que planea dar por hecha en el mes de agosto.
Nacionalidad:
Mexicana
Redes sociales:
Facebook: Omar Rdz / Instagram: username_roma_ / Wattpad: S_Lorenzo
 

ESTAS PAREDES
 
 

Seudónimo: S. Lorenzo.
 

 

El pensamiento es importante, ya que de él los hechos surgieron. Como fiel agricultora la visión sembró una idea y sus negras raíces se extendieron, desembocando en la inevitable desgracia. La capacidad, siempre ahí; ocupando un espacio que la mayor parte del día desatendía por efecto de natural omisión.
Propongámonos apartar de nuestra mente ideas erróneas y prejuicios insanos, ya que tu reacción con respecto a lo ocurrido podría no ser muy diferente a la de ella, Elena Ríos.
El surgimiento apreció la brillante luz desde hacía mucho tiempo, y en aquel lejano instante convencerse de que ese sentir, constituido por una multitud de diminutas patas que apresuradamente se extendían por toda su figura, no se trataba de nada más que una idea suspicaz, influida por los hechos que constituían su vida o por las películas de horror que veía, formulando una burda parodia que lograba erizar sus pelos y hacerla despertar en medio de la noche.
Antiguo, pero extrañamente familiar, esta sensación de experimentar una insaciable hambre invadía mayormente en sus lívidos sueños, adueñándose de su reflexión por el resto del día.
Ocultas estaban, y en ello no existía problema. ¿La propia especie? Despreciada en cualquier sitio, provocadoras de gritos cuando se les haya deambulando en un hogar. Pero ciertamente en conjunto hallan la manera de subsistir. Llegando a ser calladas y serenas como una misa.
Hallábase una pequeña familia compuesta por una cariñosa madre, que llenaba de atenciones y afecto a su pequeña hija, de nombre Lizet Ríos. Fue este par el que desafortunadamente se vio obligado a abandonar la vivienda en la que residían, para dedicarse en el necesario acoplamiento de su nuevo hogar, notoriamente más viejo que el anterior.
Las viviendas construidas con paja prensada han existido desde hace más de cien años, en países americanos como Estados Unidos y Canadá, europeos como lo son Francia, Inglaterra y Alemania; se han empleado las balas de paja como recurso en la construcción de residencias. Su económica edificación permite un aislamiento térmico, acústico y ahorro energético, propiedades notablemente mayores que las del convencional hormigón. El nuevo hogar de nuestras protagonistas presentaba esta misma construcción.
Las paredes se encontraban revestidas por un revoco blanco tanto por interior como por exterior, muros a los cuales no se les suministró una cuidadosa pintada, por lo cual presentaban el natural color blanquecino. En la vivienda existían aires que susurraban a sus inquilinas el comienzo de un cambio interesante, un interior que extrañamente inspiraba frescura en su característica vejez. Disponía de lo necesario: dos habitaciones, cocina, sala, baño. Toda estancia ocupaba un tamaño respetable sin que se le considerase minúsculo.
La infancia destacaba sobre la corta edad de Lizet, y fue su dócil e inocente actitud, desconsolidada de los exagerados problemas que un adolescente suele exhibir, la que propició que a día de hoy ninguna de las dos comentara inconveniente alguno en compartir el sueño en el mismo lecho.
La pobre Elena, que anhelaba que el cambio de residencia implicara el desvanecimiento de la extraña visión que atormentaba su sueño, se halló devastada por el descubrimiento de la vil mentira en la que cayó engañada. Era la siguiente:
Era una emoción desconocida, que la hacía experimentar el flujo viviente de un ser oculto. Sentía su precipitada caminata y el aliento caliente que por el hocico despedía. Tarde que temprano comprendió que no era solo uno, sino cientos. Cientos de especímenes conducidos por una hambre arrasadora, de insaciable apetito. Una especie dispuesta a devorar lo propuesto y más. No obstante, existía una conexión ignorada, que la hacía combatir un estremecimiento de lo más aterrador, puesto que descubrió que ella regía el rumbo de esta hambrienta multitud, y solo después el fatigante sudor efectuaba presencia al percatarse de que su cuerpo era el festín con el que la peluda manada se nutriría.
Despertar entre madrugadas aullantes se convirtió en algo usual, pero, convenientemente para ello, su fiel acompañante se hallaba a un lado suyo para apaciguar el asustadizo corazón que parecía salírsele del pecho por el repentino arrebato que la visión provocó.
Como podrás imaginar, desde la llegada del dúo al hogar, se hallaron con el inconveniente con respecto a los arreglos que requerían una inmediata solución. Fue por ello que tanto la responsable adulta como la pequeña niña, emplearon los primeros días en realizar una implacable limpieza y exhausta reparación de ventanas rotas, reemplazos de focos, instalación de ciertos contactos, cambios de pomos, etc.
Sin embargo que no se te ocurra suponer que durante éste lapso no existió tiempo dedicado a jugar. Siempre conseguían espacio en su laboriosa agenda.
Muchas de esas veces visitaban el parque de extenso césped y lago lleno de bellos patos de plumaje brillante y blanco. Lizet, la pequeña sonriente, disfrutaba con entusiasmo pasar el rato alimentando a estos animales, y consideró un divertido pasatiempo arrojándoles granos de maíz, minúsculas porciones de arroz y uvas partidas.
No obstante, uno de esos días, lo inevitable en cualquier relación terminó por ocurrir, y Lizet se sintió defraudada y la tristeza la inundó, pues su madre parecía no estar de acuerdo con ella en asuntos que no desgastaré en describir. Un enojo acrecentado se formuló en su pequeño y tierno corazón, que determinó: ya no dormiría en la misma cama con su madre. Obligándose a ocupar la segunda habitación.
Elena, analizando el berrinche que su pequeña exhibió, no conservó complicaciones ni reprimió la osada actitud de su primogénita, pues asimiló que Lizet arribaría de vuelta en medio de la noche tarde que temprano. Pero no fue así. Y fue ahí cuando la maldita sensación se hizo presente. Una inexacta abundancia de fieras determinadas y ansiosas.
Extremadamente codiciosas en la ocupación, empezaron a desplegarse en la faena, abriéndose paso en el espacio estrecho y por demás excluido de toda luz, para con mordeduras destapar y abrir un agujero. Sin embargo esta vez la visionaria no empleó esfuerzo en reprimir a la deseosa horda, siendo la única vez que pudo concebir el sueño con tal tranquilidad.
A la mañana siguiente, después de llevarse una sorpresa al comprender que Lizet sí durmió en la habitación contigua, se levantó para analizar su estado. ¡Pero que horrenda sorpresa halló al abrir la puerta de madera! ¡Una revelación de magnitudes terribles y grotescas!
El cuerpo de su pequeña se hallaba infestado por una orgía de alimañas que pacientemente devoraban su piel, carne y músculos. Su pecho y cuello estaban descubiertos, y los ojos de la pequeña, despojados de color y brillo, permanecían abiertos. Inerte, sus labios exhibían un silencioso grito. Descubriendo en el techo un agujero por el cual perpetraban las bestias de peluda apariencia y cola larga, ¡eran malditas ratas!