FERNANDO ARRANZ PLATÓN -ESPAÑA-

PÁGINA 21

 

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Nacido en Valladolid el 27 de mayo de 1941 (80 años)
Diplomado en Marketing y Publicidad, Estudios de Dirección de Empresa, Derecho y Relaciones Públicas. Técnico en Accidentes, durante cerca de 40 años trabajando en Multinacional del Seguro, suiza.
 
Bibliografía:


*¿Qué nos dice la Biblia?   *Álbum de historias * Déjame que te cuente.
* El Contador de Historias (I-II) * Cerca del corazón
* Relatos para una tarde de lluvia * Cuaderno de Religión, Historia y política.
* Cuentos para ti * Cuaderno: Sociología de la religión.
* Si me dejas… te cuento.  * La vida en relatos. *Yo te cuento… tú me lees.
* Historias de un año “Los 52 golpes 2018” “Los golpes del 2019” * “Los golpes del 2020” y más…
 
Novelas
La escapada/ Regreso al paraíso/ En el jardín olvidado
“Mientras la sangre baña la tierra”
 
Publicaciones colectivas:
La Fuerza de las Palabras Ed Tsedi/ Misterios para el sueño/ Palabras contadas y más…
 
REDES SOCIALES
 
“El Cuentista Enamorado” página Facebook, FACEBOOK.
 
 Participo en la elaboración de textos en “Los 52 golpes”
 

 

UNA SEMANA DE FURIA
(26.07 a 02.08.1909)
 
     Álvaro, el hijo mayor de la familia Aymerich, se encontraba sentado en un espigón del puerto de Barcelona, con la ropa mojada y los ojos enrojecidos por el llanto. Hacía unas horas él y sus familiares, habían asistido al entierro de su hermano Ramón, en el cementerio de Montjuic.
     Aquel 12 de septiembre de 1909, amaneció lluvioso y tristón, sin embargo, tampoco hubiese sido un día diferente, con un sol brillante y radiante. Para todos resultó ser, una jornada preñada de tristeza.  
     Después del sepelio, él, junto a su novia Clara, habían acompañado a la madre de este y a su cuñada Marta, de regreso a su domicilio. Una vez en la casa, Álvaro dejó a las tres mujeres y salió solo sin rumbo fijo. Pretendía ocultar ante ellas, la gran tristeza que le embargaba en aquellos momentos.
     A mediados de junio los hermanos Aymerich, al igual que otros trabajadores de Barcelona, se habían inquietado ante el cariz que estaban tomando las cosas. En las fábricas y talleres, no se hablaba de nada que no estuviese relacionado con los resultados de la Conferencia de Algeciras, que en 1906 había acordado el reparto de Marruecos.
     Mientras que Francia asumía la mayor parte del territorio, España se apoderaba de la franja montañosa del norte de aquel país. Pero tal como todos temían y así sucedió, los indígenas no aceptaron de buen grado aquella ocupación y en represalia por este hecho, provocaron acciones armadas contra las tropas españolas.
     La respuesta de los nativos fue agruparse en Las Cabilas del Rif, bajo el mando de Abd-el-Krim. Las noticias que llegaban a las redacciones de prensa sobre Marruecos, que para nada apaciguaban los ánimos.
     Muchas familias, como en el caso de Álvaro, tenían uno o dos de sus miembros con la posibilidad de verse afectado por la toma de una decisión política.
     De las ciudades importantes de España, Barcelona era donde la industrialización había tenido un mayor auge, debido a su posición estratégica: cercanía con la frontera francesa y su puerto. Sin embargo, y a pesar de una industria textil muy desarrollada, su economía había entrado en recesión.
     Los compañeros de la empresa gráfica donde trabajaba no paraban de hablar de una figura emergente en el panorama político. Este no era otro, que Alejandro Lerroux, personaje de clase media y poseedor de unas notables dotes de orador, aunque sus oratorias resultaban estar cargadas de demagogia y populismo.
     Los planteamientos políticos, que defendía, estaban más cerca de las tesis españolistas. Su posición era anticlerical y de apariencia revolucionaria. Si bien en la práctica no suponía ningún cambio real.
     Sin embargo, en una de sus intervenciones públicas, atacó al catalanismo de manera encendida. Un discurso así no iba a quedar sin respuesta. Los obreros enardecidos por sus palabras se lanzaron a las calles en múltiples manifestaciones. Todo ello culminó con la creación de la organización anarquista Solidaridad Obrera. También fue una respuesta a la burguesa y nacionalista Solidaridad Catalana.
     Pero aquellos no fueron los motivos que provocaron los sucesos que les tocó vivir. La causa detonante fue la guerra de Melilla, que estalló en 1908. 
     El día 8 de julio de aquel año y como si fuese una premonición de lo que ocurriría, su hermano Ramón le había dejado un recado. Necesitaba verle después de la jornada de trabajo, en el bar “El Loro”, que estaba cerca de su casa.
     Cuando se encontraron los dos hermanos y tal como era su costumbre, se dieron un abrazo. Luego, tomarían asiento al fondo del local pidiendo, desde allí, sendas tazas de café.
     El rostro de Ramón denotaba un cierto cansancio y tristeza. Tras una breve charla sobre diferentes aspectos de la jornada, Ramón le dijo el motivo de aquel encuentro.
     Tal y como él veía, se estaban desarrollando los hechos en Melilla, tenía miedo de que fueran llamados de nuevo a filas los reservistas.
     —Álvaro, te ruego de que, llegado el caso, procures que a Marta no le falte nada y más ahora que esperamos el bebé.
     Hacía tan solo cinco meses, que habían contraído matrimonio. Álvaro era de la opinión de que el gobierno no llegaría a tanto, pero le prometió que a Marta no le faltaría ni su apoyo ni del resto de la familia.
     Cuando marcharon a casa, Ramón había recobrado parte de su estado de ánimo. Parecía ser el de siempre, alegre y jovial, como si le hubiesen sacado un peso de encima. Dado que los dos hermanos vivían en la misma finca, subieron juntos hasta el piso de Ramón. Allí Álvaro se despidió de él, deseando no se cumplieran sus premoniciones.
     Pero las cosas comenzaron a complicarse, cuando el 10 de julio recibieron la llamada los primeros reservistas. Hombres que ya tenían cumplido el servicio militar y que, como en el caso de su hermano, habían comenzado a vivir una nueva vida.
     Dos días más tarde, la familia Aymerich sufrió un duro golpe, cuando desde el gobierno militar, Ramón recibió la orden de movilización. Con ella se cumplían sus peores augurios: ser llamado de nuevo a filas.
     Hasta Madrid llegaron un conjunto de noticias nada halagüeñas para el ejército: derrotas como la del Barranco del Lobo, los ataques de los habitantes del Rif contra los trabajadores de una compañía minera y los sabotajes a la línea del ferrocarril de Melilla.
     A estos hechos, había que añadir el excesivo número de bajas producidas, que ascendían a un millar de muertos, lo que provocó que el gobierno se viera obligado a tomar la decisión de movilizar a los reservistas.
     Todo parecía indicar, que el descalabro sé debía a que era un ejército sin la preparación suficiente, mal pertrechado y dirigido.
     El 11 de julio dieron comienzo los embarques de tropas en el puerto de la ciudad. Aunque sería el 18 del mismo mes, durante la despedida del Batallón de Cazadores de Reus, que estaba compuesto en su totalidad por soldados catalanes, cuando esta se transformó en una manifestación antibélica.
     Álvaro, junto a Marta y Clara, acompañaron a Ramón hasta el puerto. La madre había quedado desconsolada en el piso. Los dos hermanos consideraron, que la despedida durante el embarque sería muy dolorosa para ella.    
     Tan pronto llegaron al muelle, vieron que este se encontraba tomado por la policía.
     La mayoría de las esposas de los soldados lloraban desconsoladas. Los mismos reservistas que iban movilizados lanzaban desde la popa, gritos de muerte contra Maura y Romanones, sin olvidarse de la policía. Mientras, el gentío les aplaudía.
     La turbulenta despedida tuvo pronto sus consecuencias. Al día siguiente las calles de Barcelona se llenaron de manifestaciones que mostraban la oposición a la guerra. Las Ramblas, una de las vías emblemáticas de la ciudad, fue ocupada por la gente lanzando gritos contra el gobierno.
     Pero los hechos no iban a detenerse aquí, ya que el 26 de julio se declaró un paro general. Pronto, se formó un comité de huelga con representantes de sindicalistas y anarquistas, que intentaron controlar la misma, pero estos se vieron superados por los hechos.
     La huelga se convirtió en total; solo los tranvías funcionaban, conducidos por los “murcianos” que fueron traídos de Foronda. A causa de este hecho, se produjeron los primeros choques entre la fuerza pública y los huelguistas. A pesar de todas estas noticias, desde el gobierno de Madrid no dieron importancia a lo ocurrido.
     Para Álvaro y su familia, aquello les demostró, una vez más, que los políticos a veces no están a la altura de las circunstancias y no ayudan a controlar las situaciones.
     A medida que transcurría la jornada, las calles de la ciudad se llenaron de barricadas. Por la tarde y en contra del criterio de Osorio y Gallardo, a la sazón gobernador militar de esta, se declaró el estado de guerra.
     Otras ciudades del área de Barcelona se fueron incorporando al paro y como en la capital, llegó a ser total. La huelga de manera lenta se fue transformando en una insurrección.
     El día 27 de julio de aquel año, la violencia subió un grado más en una Barcelona aislada del resto del mundo. Las tropas del ejército, que el gobierno envió desde Valencia y Zaragoza al mando del general Santiago, cercaron la ciudad.
     Esto no impidió que una muchedumbre descontrolada iniciara el incendio de iglesias, conventos y edificios eclesiásticos, aunque no hubo que lamentar la muerte de sacerdotes y religiosos.
     
     Barcelona se vio envuelta en llamas por doquier. Durante la revuelta se produjeron, eso sí, varias exhumaciones en algunos lugares sagrados.
     Álvaro, hacia el anochecer, bajó a las calles adyacentes a su domicilio. Pudo reconocer entre las barricadas a Joan, su vecino y algún compañero del taller. Él no se incorporó a ninguna. Su estado de ánimo y la responsabilidad de cuidar de su madre y la esposa de Ramón, no le permitían arriesgarse.
     Aunque durante algunos días más, hubo una lucha intensa y cruel, resultó que aquel movimiento revolucionario, que había invadido la ciudad, fue perdiendo apoyo y al inicio del mes de agosto, la actividad de Barcelona se reanudaba a ritmo normal.
     Como en toda revuelta, las fuerzas del orden arrestaron a los que destacaron como cabecillas de esta, produciéndose registros e imputaciones de estos.
     En ese primer día de tranquilidad, se celebró un consejo de guerra sumarísimo contra un único acusado: Francisco Ferrer Guardia. Este personaje, sería el impulsor de las ideas racionalistas, en nuestro país. Además de ejercer como anarquista y revolucionario.
     En los días de la huelga general este se encontraba en Barcelona, lo que provocó que por sus antecedentes fuese detenido y acusado de instigador de las hordas destructoras. Si bien, algunos consideraron, que se le había tomado como cabeza de turco ante unos hechos tan graves.
     Aunque esto no evitó que, al día siguiente, se hiciera pública la sentencia de muerte contra él. La fecha de la ejecución fue señalada para el 13 de octubre en la prisión de Montjuic.
     Pero los Aymerich vivieron su especial calvario, cuando recibieron el aviso de que Ramón se encontraba herido de gravedad en Melilla. Más tarde llegaría la noticia de su fallecimiento.
     Tanto Nuria, su madre, como Marta quedaron destrozadas con el comunicado del gobierno militar. Habían perdido un hijo y un esposo en una guerra que el pueblo no quería.
     De pronto se hizo un vacío en sus vidas. Con la llegada de los restos de su hermano a Barcelona, creció esa sensación.
 
 
     La Semana Trágica ya había acabado y, sin embargo, ellos estaban todavía con el duelo en su punto más álgido. Álvaro aún se encontraba bajo los efectos de la noticia.
     El gobierno de su país, con una valoración poco sensata de la situación, había llevado a unos hombres a morir en tierra extraña, sin importarle para nada sus familias.
     De seguro les concederían alguna distinción, pero eso no compensaría el desánimo en que vivirían sus familiares, durante los próximos años de su vida. Esta ya se había convertido en un infierno.
     El llanto desconsolado que le invadió, una vez estuvo solo, permitió a su atribulado espíritu se fuera serenando. Le costó, pero fue recobrando su entereza, y su pensamiento se trasladó al hogar. Debía volver.
     Inició el camino de regreso hacia el mismo, donde le esperaba la triste realidad: una madre herida en el fondo de su corazón anciano y una viuda a la que faltaría el calor del esposo en los momentos críticos que tendría que vivir.
     Con ellas estaba Clara, la mujer con la que, en un futuro no muy lejano, él compartiría su vida. Tan pronto como abrió la puerta, las tres mujeres se le abrazaron llorando, en un intento de vaciar sus penas en él.
     Días más tarde, los rayos del sol que alumbraron Barcelona se convirtieron en un bálsamo para sus atribulados espíritus. Una luz comenzaría el trabajo de plantar la semilla de la esperanza, en el corazón de todos ellos. La realidad de la vida se imponía, a pesar de los sinsabores que ella misma proporciona.
     Pasados los nueve meses del embarazo de Marta y después de un largo parto, nació Elvira, una hermosa estrella que iluminaría el camino de oscuridad en que se había convertido la vida de la familia Aymerich, a partir de la muerte de Ramón.
     Transcurrido un año del nacimiento de Elvira, Álvaro y Clara contrajeron matrimonio en la iglesia del Pino, donde además la pequeña fue bautizada. Sus padrinos de pila serían los novios.
     Mientras Clara hablaba con sus padres, él fijó su mirada en Marta. Su cuñada había demostrado un gran temple a lo largo de aquel triste año, solo alegrado por el nacimiento de la pequeña.
   
     La vida de Marta estaría ahora centrada en el cuidado de Elvira, intentando que su nostalgia y dolor por el ser perdido, no ensombreciera el desarrollo de la niña. Ellos, por su parte, harían lo posible, porque no les faltase el calor que cada ser humano necesita, sobre todo en los momentos de tristeza.