AUGUSTO SEBASTIÁN GARCÍA RAMÍREZ-MÉXICO-

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Sociólogo por la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ)
Desquiciado por cualquier culo cubano, vivo en la Habana, Cuba.
Soy un tipo sonriente, agradable, y el más dulce del universo. En otras soy muy ojete, cruel y sangre fría.
Bien vestido con guayaberas.
Afeitado con agua de colonia Eau de Cartier y Eau de toilette Agua Fresca de Adolfo Domínguez y perfumado con Clinique.
Colaborador de LaTestaDura y Líderes de Opinión.
Ex colaborador de Tribuna Universitaria.

 

motelgarage@hotmail.com
 

 

LA MUERTE VIAJA EN ITÁLICA
 
 
El hombre nace malo y la sociedad lo empeora.
Fernando Vallejo
 
Concibe una versión de la muerte que dure tanto como el porvenir.
Macedonio Fernández
 
Que el mundo es horrible es una verdad que no necesita demostración
Ernesto Sábato  
 
 
Los vecinos no tardaron en asomarse por puertas o ventanas, porque sin pérdida de tiempo quisieron averiguar de qué se trataba. Pero no, no fue inmediatamente, le miden el agua a los camotes. Hay que medirle el agua a los camotes. Este refrán significa la precaución, literalmente se suele medir el agua a los camotes porque al hervir si la olla se queda seca podrían quemarse. Después de medirle al agua a los camotes comenzaron a asomarse. La fuerza de la costumbre es cabrona.  La misma animal costumbre de lavarse los dientes y enjuagarse la boca. La misma costumbre. Los mismos buenos días, las mismas caricias en la misma parte de la cara, el mismo frio del agua donde se baña uno, el mismo jabón, y las mismas canciones, la misma corretiza de un perro a un hombre que lo tumba en el césped y lame su cara y por ende el hombre es feliz y el perro también. O aquel que camina lentamente de regreso hacia su casa, como de costumbre, solo que esta vez decidido a arreglar las cosas. Quedaron a menos de veinte metros del viejo anuncio oxidado de un refresco “la chispa de la vida”, de una casa tienda deshabitada, vandalizada. Era la propiedad de unos que abandonaron huyendo del ¨derecho de piso¨  que les cobraban los cárteles. El asunto del “cobro de piso” o “derecho de piso” no es un asunto menor, por el contrario, es un problema de gran envergadura que debe resolverse a la de ya. De inmediato. Una pandemia que se extiende cada vez más rápido y daña el patrimonio no sólo de algunas personas en lo particular, sino de comunidades enteras, de ciudades, de estados, del país. Es algo que no quiere verse, que no quiere reconocerse; las autoridades se hacen de la vista gorda y terminan aconsejando a quienes van a denunciar este tipo de extorsión, que no lo hagan “por su propia seguridad”.
 
Más vale no meterse en camisa de once varas. No les pudieron dar lo que les pedían, tendrían que trabajar nada más para ellos.
 
En las calles, en las casas, en los hogares, en todas partes, se habla del cierre de negocios por causas de “fuerza mayor”, porque ya no pueden mantener estable su economía, porque sus ganancias se convierten en pérdidas por el acoso y la extorsión que sufren.
 
Lo que todo parecía ser un negocio redondo termina acabando en la peor pesadilla de su vida; todo lo ahorrado durante años se va rápidamente al bote de la basura. Mejor dicho, se va al bolsillo de los delincuentes, a quienes gusta estirar la mano de la manera más fácil y sencilla, para recibir ganancias no trabajadas. Muchos de ellos, quizá, digan que en eso precisamente consiste su “trabajo”, en ir a cobrar lo que les corresponde porque, a fin de cuentas, lo que están vendiendo es “seguridad” y “protección” a los comerciantes. Un auxilio no pedido voluntariamente.
 
Lo peor de todo es que a los pequeños, medianos o grandes comerciantes van y los engañan no sólo los grandes criminales que se dedican a eso, sino una bola de aprovechados, malandros, vagos que no tienen nada qué hacer, pero que intentan venderse bien. Restaurantes, farmacias, talleres mecánicos, pizzerías, vendedores de hot dog y hamburguesas, lavados de autos, misceláneas, entre muchos otros (hasta la pobre señora que vende quesadillas en la esquina), han tenido que decir ¡hasta aquí! al no soportar tanta presión.
 
Las familias son las que se verán más heridas, más vulneradas, porque si el padre o el hijo no cuentan con los recursos económicos suficientes para sostener el hogar, la ruptura será casi inminente. El asunto del “cobro de piso” o “derecho de piso” no es un asunto menor, por el contrario, es un problema de gran envergadura que debe resolverse a la de ya. De inmediato. Parece la letra de un narcocorrido de Beto Quintanilla interpretado por Los Tigres del Norte o cantada  por el mismo Beto Quintanilla.  Serpentean por la avenida Benito Juárez, a la altura de la Colonia La Popular. Iban vuelto madres en flamante moto mexicana de la marca Italica. No tenían ni dónde caerse muertos. Era claro que necesitaban darse un buen pase, una buena raya o meterse cristal que le gusta más porque pega más fuerte que la raya.  Pega más rico. Más duradero. Toda la noche se la habían pasado consumiendo chingadera y media. No medían las consecuencias. Eran muy pinches golosos. Dejaban la calle llena de botellas, colillas, hediondez y jeringas por todos lados.  
Ya no se respetan ni los derechos de frente de las casas, una desprotección total. Bueno, todas las noches eran unos escándalos y una música a niveles abusivos, intolerables. Sacó la chingadera de la bolsita. Lo frotó entre el pulgar y el índice. Le encanta sentir ese placer previo. Coloco la chingadera en la curvatura de la bombilla perforada. Le dio unos jalones a lo que quedó en sus yemas. Hizo brotar la llama del encendedor. Bailo la llama sobre el vidrio. Dejo que el humo sé destrenzara dentro de la bombilla. Puso los labios en la salida. Jalo con todas sus fuerzas para llevar el humo a sus pulmones. Exhaló lento. Muy lento, por la boca y la nariz. Le pasó la bombilla a otro. Este a otro. Este al otro. Este al otro. Se  drogaban sin parar. En esa pinche esquina no cabía un pinche cabrón más.
 
Dejaron la pinche esquina por dónde viven con el volumen a todo lo que da de esa bocina adaptada a la moto y cantando: “Ya empecé a ganar dinero, las cosas están volteadas, ahora me llaman patrón, tengo mi clave privada”. Había sido demasiada chingadera por la madrugada, pero seguían afanados en drogarse sin parar. Esa canción es el himno de esa generación que vive en un gran desorden de pocilgas, herederas del consumo de drogas, del consumismo como valor supremo de la familia, de la corrupción y la violencia, patios con tambos, aguas hediondas, tienduchas, talleres de reparación de automóviles convertidos en vendedores de partes automotrices robadas.
 
Dejaron el arrabal dónde la mayoría de los jóvenes piensa que la mejor salida es la fama y el sabor de una muerte violenta. Jóvenes hundidos en la mierda. Hundidos.  Esa  colonia es bien conocida, sobre todos por quienes buscan drogas y la policía que prefiere no arriesgarse. Van a un jale con la moral en el cielo dijeron a los demás que al igual que ellos tenían los ojos rojos y muy cansados, como si tuvieran muchas horas sin dormir. Eran tiempos de jalar. No le tienen miedo al infierno porque allí viven y creen que la cosa no es tan mala. Se gastan lo poco que ganan en droga y pisto. Ni modo que qué. La fuerza de la costumbre es bien cabrona. El mundo ideal. Solo ellos creen que nadie se da cuenta de lo que son. Pero no. Lo saben todos. A nadie engañan. No hay manera de ocultar tanta suciedad.
 
No sin antes darse un jalón de coca que uno de los presentes había sacado de una bolsita y preparo, se lo llevaron a la nariz en la esquina de una credencial de elector porque para eso ocupan la identificación oficial. Se  actuó con rapidez y de manera automática, como siempre. Bueno no tanto. Se habían metido coca, cristal   y pisto para tener otra percepción de la vida.  Se gastan lo poco que ganan en pura chingadera. Iban a la velocidad que se los permitía la moto de marca Itálica como si no existieran semáforos ni fuerza capaz de frenarlos y por supuesto, sin imaginar los escalofriantes acontecimientos que estaban por iniciarse. Dos. Dos cabrones en esa moto. El de atrás de vez en cuando con los brazos en alto, como un boxeador triunfante, riendo sarcásticamente y gritando tanto qué casi se quedaba sin voz,  qué hermosa es esta vida. No era la primera vez que tumbaban a un pendejo regettonero para comprar chingadera y media. 
 
Iban en ese ágil vehículo de dos llantas que se adaptan mucho mejor al cruce enmarañado de cruce de avenidas, calles, atravesando ligeros por espacios en los que los coches se quedan atrapados malgastando tiempo, gasolina y paciencia.  Les fue muy fácil, ni siquiera sacaron sus armas. Solo hicieron la finta de que iban a sacar sus armas. La calle estaba tranquila, había pasado el ajetreo. No se oyen pájaros ni risas de niños a lo lejos. A lo lejos se escuchaban  los rumores de lo urbano, la locura de algún claxonazo, la sirena de una patrulla, de una ambulancia y la de bomberos. Una chava en el parque estaba paseando un perro. A cierta distancia se observa un auto de vidrios polarizados estacionado con el motor funcionando y las luces encendidas. Fue un lunes, después de un feriado largo. No se logra distinguir si hay alguien dentro del auto.    Una de las zonas más violentas.
 
A esta zona la reventaron las autoridades, ya no es lo que era. Con un chingo de cambios de usos de suelo que trajo consigo la proliferación de restaurantes, bares, antros y demás basura.  Ahí estaba, a la distancia,  como un cristal precioso bajo el sol. Caminaba lento, sintiendo cada paso en las piernas. Pantalón de mezclilla, camisa de vestir, sudadera, gorra y morral Adidas.  Iba a ver a su novia. Católico practicante, serio y responsable en su vida y trabajo.
 
Caminaba y cantaba reguetón justo frente a un grafiti incomprensible, un montón de garabatos hechos con aerosol asoleado, uno encima del otro donde habían matado a una muchacha abierta en canal como a una res seis meses atrás muy cerca de donde tres meses más tarde encontraron el cuerpo destrozado de un mujer que nadie reconocía a quien le cortaron la lengua y la cabeza quedo tirada como a medio metro del cuerpo adjunto una cartulina con un mensaje que decía: ¨Para que aprendas a respetar¨ y, abajito, otro mensaje: ¨Pinche puta soplona¨. Quien sabe en qué andarían metidas, decían los presentes. En ambos casos nadie vio nada, nadie oyó nada. La  cantada no le dejaba satisfecho. Algo no le cuadraba. Un doberman de orejas puntiagudas le ladro desde una casa y el pánico lo lanzo debajo de la banqueta.
 
Paso afuera de donde estaba la estética Le Chevalier de Paris, un negocio cerrado, porque su dueño, un joto, recibió la visita de un cabrón que no fue a cortarse el pelo. Afuera un individuo con las manos en la cintura y con la actitud despectiva de los que acostumbran mandar estaba hablando con seis o cinco personas que parecen cargadores. Son cargadores, no hay duda. Y él debe ser el encargado de contratarlos. A veces la muerte se va de paseo y se encariña con un territorio. Por esos días parece que el territorio escogido era la colonia Popular. En el morir de la lluvia, aún con las ventanas sudorosas, fue a decirle con una voz amariconada: ¨Te traigo un regalo¨, saco la nueve milímetros y le disparo seis veces. ¡Como si estuviera en todo su derecho! Estaba de pie frente al cañón oscuro de una pistola, la cual era sostenida por un hombre muy joven de cara picada por la viruela o el acné o alguna de esas malditas enfermedades de la piel que le observaba detenidamente y con gestos nada amigables. Muerte e impunidad, con eficiencia y rapidez. No era nada del otro mundo.
 
El joto de lentes muy grandes y muy oscuros se aguantó uno o dos insultos; con él o ella paseaba un gato de angora blanco de ojos azules destellantes, como diamantes vivos. Parece inquieto. Estricta e invariablemente ese joto escuchaba solo a Juan Gabriel. Era la música que más le  gustaba. De sublime cursilería. Nunca canto lo que no sentía. O lo que no sabía. De México era texto y melodía. Y a más de un hombre enloquecía. A los 13 años escribió su primera canción. Cantautor homosexual sin parangón de una sociedad tan desigual. Lo que se ve no se pregunta fue su respuesta a periodista. No tengo dinero ni nada que dar lo único que tengo es amor para dar. Con amor... Para un amor... De un amor eterno por allí lo tenía a la vista de sus clientes. Fue la primera colección de Juan Gabriel que había comprado. De Selecciones del Reader's Digest, solo cuatro cds en la que venían  84 canciones. 
 
La calefacción estaba conectada y desde afuera llegaba un rumor de tráfico atascado.  Cerrando los ojos, dejándose llevar por los meandros de ese sonido dulzón atendía a la clientela de aquí para allá. Esos guitarrones tristes y crepusculares; esas destiladas trompetas, tan fuertes, tan claras, tan sonoramente tequilas; esos violines llorones, manipuladores y solemnes; esa voz amariconada, hermosa, potente y profundamente nostálgica de Juan Gabriel eran parte fundamental de Le Chevalier de Paris, porque el amor es lágrima, nostalgia, abandono, cursilería, humillación, desgarro, soledad, revancha, pérdida, derrota, drama y venganza, un desierto vacío y ponzoñoso que sólo llenan las canciones del Genio de Parácuaro.
 
Como un presagio las hojas caían, giraban y se depositan húmedas. El viento enmudecía ese día.
 
La sonriente treinteañera (a la que el asesino no dejaba  de verle el escote inverosímil más inverosímil que nunca tras el cual se atrincheran par de razones inverosímiles) movió sus manos para taparse los oídos y cerró los ojos. Los testigos y clientes que se quedaron por algunos minutos sin saber qué hacer con sus caras de párvulos regañados y sus cuerpos tiesos como extremidad de perro muerto, dicen que el asesino lo realizó con el dejo de la costumbre, es más, lo hizo como si jalar la manija de un carro ajeno fuese una habilidad impresa e implantada en su genética, algo del día a día, como lavarse las manos para salir como si nada del negocio.
 
El de los pechos grandes grandes se llevó las manos a la garganta y vio al asesino con una mirada de pánico. Los demás clientes parecían estatuas de piedra.
 
El mensaje que escribió en la cartulina era para el joto, no había duda.
 
Mientras tanto, la del escote siempre a punto de partirse en dos, morena, delgada, de piel blanca, cabello castaño claro y corto que hacía danza y tenía la secreta idea de un día volverse actriz de Televisa o ya de perdis de la Azteca, se paró y dejo ver su cuerpo trabajado en el gimnasio  y  abrió la puerta y se retiró de la escena del crimen. Era la viva imagen de la desesperación y del horror.
 
Había cerrado los ojos pero tuvo que abrirlos rápidamente porque la cara del asesino se le venía a la mente apuntándole. Sintió miedo. Un asesino que presumía sus tatuajes como si fueran letreros de sus ambiciones.
 
Se había acercado al joto que estaba inerme sobre la alfombra de "welcome" que tenía a la entrada, junto al recipiente para la basura donde había un papel mocoso y un palo de dulce pegajoso, cuyo pelo negro alborotado le caía hasta el pecho blanquecino, en donde tenía clavado un fierrote negro que le partió en dos el pecho a una cartulina rosa mexicano y con la leyenda en colores chillones: por puto. Le habían clavado un chico fierrote para que el muerto no lograra escapar de su ya segura muerte. ¿A quién le importaría si le metía un fierrote? Una rabia sorda recorre todo tu cuerpo. Ya sabía que el joto estaba muerto, pero aun así le clavo semejante fierrote en el pecho. No es justo, Dios mío.
 
El joto le devolvió la mirada casi compasivamente, como si acertara a comprender que no había escapatoria.
 
Qué mala onda.
 
Alrededor del mensaje estaban dibujados cursis corazoncitos hechos con tinta roja y cruzados con flechas. Había caído cual pieza de dominó. Se llevaban de poca madre. Como si se hubieran conocido en otra vida. ¿Adónde íbamos a ir? ¿A Chile? Les gustaba el sonido de su nombre. El joto lo repetía despacito, una y otra ve z: Chi-le. Chi-le caminando de una manera provocativa  - esto es meneando en exceso sus pequeñas caderas -  pero que finalmente movía más a ternura que a seducción. Estaba convencido de que era el chile es donde se pueden tocar los sueños. El chile es el que les gustaba, para darles más santo y seña. Es el que les daba felicidad. Y eso es lo que todo mudo busca, ¿a poco no?
 
Chismeaban de poca madre. Si el hombre estaba bien bueno: rostro atractivo, piel bronceada, chocolates  incluidos, nalgas presentables, bien equipado. Aun cuando siempre dejarán caer por allí, en hipócrita letanía: el físico no es lo más importante.  
 
La de prominentes pechos y culo negro se acercó al joto muerto y le quito las llaves del coche, la cartera y los lentes grandes y muy oscuros para luego estrujarlo muy fuerte que soltó un aullido de dolor que fue acallada por la manaza izquierda de un don con unos aires acá, a la Charles Bronson, como diciendo “yo soy de aquí” que le apretó tan fuerte que casi le rompe el hombro (que acompañaba a una doñita a esa estética parisina quien miraba siempre con recelo el lomo del gato de angora), mientras empujaba con su índice las pesadas y gruesas gafas que tiro por viaje , y más con el sudor , resbalaban por su nariz de quien ya se ve ardientemente sentado dándole el pésame al de prominentes pechos en un bar de mala muerte, que no tenía mala estampa el guey; muy buena pierna y mejor nalga, mientras les sirven whisky en las rocas, vodka, tequila después de que ella se le acercó y le embarro esos prominentes pechos en la cara al don, mientras su mano derecha se deslizaba por la entrepierna en dirección a la bregueta del don,  que ya notaba una cierta pulsión sanguínea en su sexo.         
 
En medio del silencio de la muerte, una rata gorda como un obispo, salió  disparada desde debajo del moderno sillón de cuero negro y se cruzó bajo los pies de los testigos, por lo cual exhalaron un desgarrador grito de pánico.
 
Sorpresa general, palabrotas. La rata es un animal con un simbolismo dual. Por una parte, se le asocia con la inteligencia, la astucia, la flexibilidad, el vigor, la espiritualidad y el buen desempeño síquico; además de como algo fino y precioso.
 
Por la otra, se la relaciona con la muerte, la guerra, lo oculto, la pestilencia, la agresión, la atrocidad. En China, las preparan de muchas formas: asadas, fritas, a la plancha, a la leña, sancochadas, empanizadas, gratinadas, rellenas de jamón picado y avellanas (¡ah, qué delicia!), deshuesadas, en filetes, molidas, en paté, al vino, a la ciruela, al limón, a la vinagreta, a la naranja, con papas y zanahorias, envueltas en queso suizo, en tocino y melón, bañadas en coco, en almíbar, en gelatina, en tortilla, en pasteles, en ensalada, con puré de papas y cramberry, en su propia salsa. Pero en China, porque en la escena del crimen estaban en el mismo infierno. Pinche rata corrió de la estética al gato.
 
Pinche rata, ella sí que la pasa bien. No tiene que romperse el lomo para tragar. Su vida es comer y luego escapar.  Así sin chistar.  
 
La del escote inverosímil más inverosímil al salir corriendo se llevó por delante una silla y un bulto sobre la silla. Se golpeó una rodilla y grito. El alarido de antes se hizo gemido de plañidera. Pero no sin antes mirarse en uno de los espejos. Lo que vio le asustó. Dicho sea de paso, corrió muy agitado llorando, no puede controlarse, porque hay cosas que no se pueden evitar, corrió bien cabrón, donde de vez en cuando los perros desde patios o azoteas le ladraban a su paso pero también las insinuaciones de los borrachos de la colonia, uno de los que le dicen cosas cochinas cuando la o lo ven.  Comprendió que las últimas palabras son siempre, como el ocaso del sol, las que nunca dejan de escucharse. Porque son las últimas, porque “se suele escuchar a quien pronto ya no dirá nada”, como dijo Shakespeare.
 
Corrió, pero no sin antes voltear y mandarle un beso con distancia al don aquel, como esas señoritas que tientan el agua de la alberca con la pata, que hasta la puerta la había acompañado quien continuaba en su tarea perenne de ajustarse las pesadas gafas con la mano izquierda empeñadas en permanecer colgadas de la punta de su nariz mientras en la derecha sostenía una revista Proceso.   .
 
La esposa del don que no tenía hijos con el don pero si con otro don, que tenía un auto importado a nombre de uno de sus hijos que vivía en el extranjero y dos perros entrenados, y otros más permanecieron en la estética hasta que los gritos amainaron para dar paso a un silencio tan perturbador como los exacerbados gritos que lo precedieron.
 
La puerta de la estética parisina se abrió, entrando un  satisfecho don a quien los culitos, los culitos lo volvían loco que venía ajustándose los pantalones con una sonrisa cínica y mostrando la pistola, una 45. Su mejor arma. Ya no se puede salir a la calle sin tener un rosario en la cartera y una pistola para darse de tiros con algún cabrón ratero. El país va de mal en peor. Que no se haga pendejo el gobierno. Este país dice ser una cosa y en la práctica hay otra cosa. Ya ni jodido se puede vivir en paz en este país, ¡carajo! La esposa del don que no era un don cualquiera pareció notarlo pero no hizo ningún comentario.  Pero el don no era un don cualquiera. El don vestía uniforme de gala del Ejército bajo el cual se ocultaba un hombre violento y ambicioso, con fama de buen militar. Tenía tal toque de elegancia y pulcritud que uno hubiese imaginado que sus zapatos habían sido lustrados hasta por las suelas. Está jubilado. El muy cabrón regaba su jardín todas las tardes, los sábados iba al bar y los domingos iba a misa y comía con curas pero no tiene mucho interés en cotorrear con sus vecinos, parece que le tienen envidia porque atrae demasiado su atención.    
 
El chavo reggetonero no sabía por qué pero algo  no le cuadraba. Bajo de la banqueta cuando se le atravesaron los que viajaban en una moto Itálica. Dejo de cantar. Observó los ojos siniestros de los que conviven con la muerte. Se detuvo y los miro a los ojos: fríos, rojizos, parpadeos lentos. Habían tomado el toro por los cuernos.
 
Otro más a su historial criminal.
 
También contemplo con asombro que el más flaco, que era de una delgadez excesiva, extraña, como si a su cuerpo lo hubiera devorado una enfermedad consultiva, tenía  las partículas de polvo blanco esparcidas en las inmediaciones de su nariz. No encontró la fuerza para negarse. Se le hicieron las piernas de papel de china cuando los tuvo enfrente.
 
Se le enfrió el pecho. Se puso tembloroso, inseguro, inseguro como un animalito silvestre que de nuevo es atrapado.  Trae para acá los tenis. Anda. Le ordenaron A poco crees que somos pendejos o que chingados.      
 
En  cuanto se hicieron de la  cartera, el celular, el morral y los Adidas   emprendieron la huida. Huir de volada. Ni modo que qué. Estaba hecho el tiro. Le pidieron hasta el cinturón para no dejar un cabo suelto. Lo importante de la vida es saber escoger, tanto a los amigos como a los enemigos. Habían escogido bien a su víctima.   Si no son unos pendejos  o qué chingados. La vida no es de los héroes, es de los cabrones, de los que no se doblan en la vida.  Avanzan con una velocidad demencial como si fueran en una camioneta bien perrona Lobo, de esas caras como veloces, 4X4 negra, último modelo, de varias antenas y vidrios polarizados.  Era  un arrojo kamikaze.
 
Vámonos le grito al otro, al tiempo que pisaba el acelerador hasta el fondo para marcharse con furiosa velocidad por la accidentada calle. 
 
Conducía con increíble pericia, como si en toda su vida no hubiera hecho otra cosa que conducir una Italica a gran velocidad al que ladran sin cesar los perros vagabundos. Tenían que huir de volada. Huían festejando. Reían tanto con el riesgo de asfixiarse o de tirarse de pedos.  Una mujer se quedó mirándoles con cara de perro. Otra se les quedo viendo entre confundida y horrorizada y camino volteando para todos lados.
 
Estaban ganando otra vez. Huían pero ganando. No por nada huían. Huían ganando. Cada vez que huían nacían. Otra vez con la moral más en alto. Otra vez con la idea de derrotar la pobreza de sus casas ignorando que simplemente la estaban agudizando más. Ellos no necesitaron de un curso de  superación personal, de esos que tienen por objetivo el de ayudar a las personas a comprenderse mejor, ayudarlas a cambiar para que puedan tener control de su vida, en el espacio personal y en el profesional.
 
Las palabras superación personal no estaban en su vocabulario. Cada vez que huían tenían la moral más alta. Se sienten reyes inmortales en un castillo indestructible. Ellos van de poca madre.
 
Las campanadas de la iglesia De la Luz le indicaron que iba por buen camino; sonaban una y otra vez. Eso les hizo sentir bien. Optimista, sería la palabra.
 
 
Tan de poca madre van que casi hace estrellar a un taxista que no tuvo problemas en sacar la cabeza por la ventana de su auto para mentarle la madre, ignorando por completo que acababa de firmar su sentencia de muerte. En efecto, el del volante memorizo las placas del taxi.
 
Si le quitas al coche el motor, acaso que esté cuesta abajo ese coche no se mueve. Puede que tu vida sea como un coche cuesta abajo, y no necesite esfuerzo para conseguir las cosas. Pero la mayoría de veces estamos en un terreno plano o incluso cuesta arriba.
 
Entonces necesitamos de un motor para avanzar o incluso para no ir hacia abajo. Quiero decir, que necesitas algo que lo mueva para ir en la dirección que tú quieres.  
 
Ese motor que tienen esos cabrones se llama motivación. Se sienten de poca madre celebrando el éxito del jale, otro más, por el camino.
 
Se sienten muy motivados. Gritaron vivas y dieron gracias a la Santa Muerte y al ya centenario   Jesús Malverde, el santo patrono de los narcos (aunque no reconocido por la Iglesia católica) y, a quien se le atribuye, asimismo, la protección de los pobres al enfrentar causas penales, por lo que en muchas zonas del país se le relaciona con San Judas Tadeo, patrono de las causas perdidas. Gritan y gritan a la Santa Muerte y al Malverde no de la boca para afuera, sino en lo profundo de su corazón.
 
Todo les salió perfecto. Tienen este culto alterno porque sienten en gran parte que por la actividad que realizan no pueden acceder al "perdón" divino y eso los hace sentirse rechazados por la iglesia formal.
 
Pero mientras estos cabrones se encomiendan a Jesús Malverde y a la Santa Muerte, los líderes del crimen organizado mantienen relaciones cercanas con la Iglesia Católica con Jesús en altares revestidos de oro, porque nunca se fijó en el origen de los peces. Ni pedo. Así es esto. 
 
El del volante conocido como "El Más Loco", su álter ego, confirmo por el espejo retrovisor que nadie los seguía. Vio venir a lo lejos, de frente, por el carril contrario, no una ni dos patrullas de la Policía Federal que pasaron del otro lado. Se asesina y se delinque delante de todo el mundo y a plena luz del día, es una constante estar fuera de la legalidad.
 
Todo tranquilo. No tenían de que preocuparse. El mundo ideal. Es dinero fácil. Sin dinero no hay comida, no hay drogas. No hay drogas ni comida. Los cabrones querían más dinero, mas droga, más todo. El país de las oportunidades. De la riqueza. De la justicia social. Nada de temor, ni tensiones. ¡No hay pecado! ¡No hay culpa! A pocos metros vieron a una pareja de  pordioseros que arrastraban algo en un carrito que, evidentemente, ellos mismos habían construido o reparado.
 
El pedo que se habían aventado no era más que un delito del fuero común no del fuero federal, por eso la tranquilidad.
 
Le habían llegado con tranquilidad a un cabrón que iba caminando aunque no por falta de carro, sino que a ese pendejo de gustos regetoneros le encantaba caminar, y que cuando camina escucha esa idiotez llamada reggaetón le cerraron el paso en una de las esquina de esa calle que estaba tranquila a esas horas de la tarde. Le habían monitoreado que era un cabrón que iba en la pendeja pero a veces se pasaba de pendejo, con los audífonos en los oídos y hasta cantando la chingadera reggaetononera de moda: “mételo, papi, mételo”. 
 
¨El más loco¨ y ¨la parca¨, que así es como se apodaba el otro cabrón, con un ademán le pidieron el morral y el solicitado un poco más calmado, se los entregó para contemplar cómo era esculcado con expedita eficiencia, para dar paso a entregar cartera y celular.
 
Ah, también le dieron bajón con la gorra, los tenis Adidas y la sudadera. Si la haces de pedo te carga la chingada, le advirtieron; iras directo al infierno, añadió el otro malandro con voz segura. Lo dejaron sin un pinchi peso. Qué talento tenían  esos chavos. Lástima que lo haya mal aprovechado. Hay ciertos actos en la vida que deben hacerse a toda prisa o de lo contrario no cuajan.
 
Ganas no le faltaron al afectado de mentarles la madre para aliviar un poco la furia y el miedo que sentía pero se la guardo para sus adentros lo único que lo consolaba era la obviedad de sentirse todavía vivo y respirando, así que se abstuvo y se decidió por aceptar que lo único que le daría tranquilidad sería que desaparecieran del mapa esos cabrones ¿Pero cómo? Desearlo con todas sus fuerzas no lo haría realidad. Tenía que idear un plan mientras se dirigía a la casa de su novia que estaba a unos cuantos pasos. Entonces le rogo a Dios un poco de ayuda, la suficiente para llegar a la casa de su novia estando descalzo. No se iba a quedar allí. Y los ojos se le llenaron de lágrimas. Todo fue un trago amargo.  Tenían casi un año de relación. Querían casarse y vivir juntos.
 
Van vueltos madres sin dejar de mirar recelosos hacía todas partes  y con narcocorrido hasta la madre pero la realidad les vendría distinta. Sin duda ni temores, el menor titubeo les puede costar la vida. Seguía la otra costumbre, la del pinche cabrón malandro que se siente perseguido.
 
El celular, el varo y el morral les serviría para comprar drogas y pisto como si fuese el único y verdadero motivo de su existencia. Le sonreían al futuro que se les abría como una flor. Se mueve en esa moto Italica como pez en el agua.  El dinero hace milagros. Ahí se pudo comprobar. Sentían  en verdad una fuerza y una vitalidad increíble. El peligro más grande, en ese jale, es llegar a agarrarle gusto. Ya eran casi una leyenda. De esos cabrones de hablaba mucho tanto que ya algunos querían ser como ellos. Eso lo sabe todo el mundo. Y el pueblo nunca se equivoca.    
 
Avanza con una velocidad demencial el cabrón que se está cogiendo a la Chata. Su novia. Una chava de vientre perfectamente liso, con el hoyito del ombligo ligeramente achinado; la cintura pequeña y flexible, sin sobresalientes de grasa; sus senos firmes, altos, no demasiado voluminosos, con pezones pequeños y ligeramente abultados. Una chava de catorce años que lleno el vacío que él traía. Esa nadie la desfonda.  
Una chava muy morra quien a pesar de su corta edad tenía una vasta experiencia, como la que podían alcanzar diez malandros juntos. Una chava que apareció en el horizonte de cocaína, alcohol, cristal y otras chingaderas pero que había comenzado como una posibilidad, un velado deseo que se fue arraigando dentro hasta tomarle totalmente por asalto, como si una pequeña infección se hubiese convertido en un cáncer incontrolable.
 
La Chata perdió la virginidad a manos de su padrastro a la edad de 10 años. Su padrastro era un hombre despótico. Enorme, desmañado y cruel, hacía anillos y nubes de humo, y los observaba flotar y desvanecerse como si no hubiera otra cosa mejor en el mundo.
 
Su mama se había separado del padre de la Chata que creía firmemente que golpear a las mujeres era ley de vida.
 
Su mama la señalo como mentirosa a las quejas y le golpeó con su cinturón cuando le dije que su padrastro le hacía cosas en las mañanas cuando ella salía a trabajar.
 
Dos tres años más tarde la Chata a respuesta de su mamá de porque no había ido a la escuela, le respondió que había mandado a freír espárragos a la escuela porque no le gustaba, que no se iba a pasar 10 años más, metida entre bibliotecas desesperantes, aulas calurosas, baños pestilentes, uniformes horrorosos, y mucho menos si a diario era confinada a un solitario mesabanco en la parte trasera del salón, que mejor se quedaba en la casa para ayudarle en los quehaceres de la casa.         
 
Cada dos o tres cuadras aparece una casa deshabitada, banderizada. Algunas incluso  quemadas.
 
Se fijó al retro otro vez para chequear que nadie les estaba siguiendo, pero de lo que se percató es de la trayectoria recorrida por una gota de sangre que empaña el espejo; entretanto su acompañante se le había recargado.  Lo abrazaba con más fuerza. A cada segundo se sabía más perdido y awitado. Se le salieron unos lagrimones de rabia porque eso no le debería estar pasando. ¡Chingue su madre!
 
Tan de poca madre su vida delincuencial como para estarle pasando eso. Es parte del juego y del azar. Se reta al mercado sin proponérselo. Con los ojos más pesados  que nunca. Su compa, al volante vuelve a mirar por el retro, pero solo deja un velo oscuro a sus espaldas, una mancha absorbente e insoldable por momentos sentía que se iba a poner a llorar, de tristeza, pero que no lloraba porque los hombres no lloran. Porque a su mamá le parte el alma. La vibra estaba muy densa. Un buen ejemplo de no saber con quién se junta uno.
 
Al mismo que coge y mata se le venían unas imágenes bien culeras: muertos tirados en la calle, ejecutados, desmembrados, embolsados, sardos apuñalándole, balaceras con policías municipales, estatales y federales, su compa apuntándole con su pistola, luego lo veía tirado en un charco de sangre, con la boca abierta y sin dientes, quemado de todo el cuerpo con cigarrillos, reventado a golpes, metido a un tambo que después rellenaron con cemento y la cara de ¨no me mates¨ del cabrón que no les quiso dar la camionetota del año en que viajaba a León, Guanajuato.  
 
Los dos estaban pasando por unas sensaciones bien culeras. Se habían invertido los papeles. Hay cosas que no se olvida. Era bien culero sentirse así. Pero no dejaban  de sentir una natural curiosidad por saber, entender, ¿qué hago aquí? ¿Por qué escucho todas esas voces? ¿Por qué tantas imágenes cruzan por mis ojos? ¿Estoy despierto o soñando? ¿Por qué me siento así, como raro? Esas voces…Una de las sensaciones más culeras que uno puede tener es no saber que sigue en la vida. Pero, qué se le iba a hacer, había que salir adelante, ¿cierto? Esas imágenes les aterrorizan. Les hacen sudar frio. Enrolarse en el crimen les llevo a encontrar su lugar en el mundo, a asumir retos y a vencer sus miedo pero hoy les sacan lágrimas.  
 
Las campanadas de la iglesia suspendieron sus tañidos. Si les hubieran hecho caso a los Tigres del Norte habrían aprendido que la confianza y la prepotencia son las fallas del valiente. Su compa, quien recién se estaba comenzando a coger a la culo bajito que cogía rico (quien le hacía honor a su apodo) que vive a unos metros de la casa de los padres de este cabrón, subiendo por el callejón, en la ¨vecindad¨, un extenso terreno a medio cerro con sus noventa y tantas viviendas hacinadas, rebosante de adolescentes dispuestos a lo que se ofrezca, ya no va festejando con los brazos en alto con los dedos de la mano en forma de V, como un boxeador triunfante, riendo sarcásticamente. En ese vuelto madres y en ese ojo al gato y otro al garabato el muy pendejo al volante de la moto mexicana marca Italica  subió a la banqueta y se estrelló contra un poste de concreto de esos de la luz.
La culo bajito le entrego su virginidad a su primo de Menchaca quien no solo era alto, gordo y con una indubitable vocación de hijo de la chingada que fue a pasar las fiestas decembrinas en su casa y a quien su madre, de cabello teñido de rubio, mientras se escuchaba fuertemente los narcocorridos y que eran repertorio favorito y predominante en ese hogar, le encargo que la  acompañara a la tienda a la que se llegaba atravesando una oscura cancha de futbol llamero, sin grama y convertida en lodazal en épocas de lluvia, y aquel ni tardo ni perezoso la violo con la amenaza de que no dijera nada.        
 
Se había metido en una calle perpendicular donde los bares y cantinas en ambas aceras estaban cerradas. Uno de ellos parecía haber sido incendiado, porque alrededor de las ventanas podía verse el color negro del hollín. No hubo tiempo para pisar el freno. Pinche vergazo que perdió la vida al instante. El otro cabrón instantes después perdió la vida del pinche vergazo contra el poste de concreto. 
 
Alguno de los dos sintió un sudor frio en la espalda. No habrá otro capítulo en sus historias criminales, no habrá final. Si la libraban pues ya estaría de Dios. Las patrullas de los policías federales que con gesto adusto se paseaban por la Popular portando armas de pavoroso calibre aceleraron sin prudencia. Pinche autoridades siempre han abusado de su poder donde la violencia suma decenas de miles de muertos; donde el caos y la ingobernabilidad se extiende. Ya se oían las sirenas a lo lejos. Los reporteros de la nota roja comienzan a llegar a otra escena del crimen. Otra más. Otra más. Llegan con tiento.  Le miden el agua a los camotes. Un país cayéndose a pedazos. En este caso no se encontraran con posiciones grotescas de los presuntos delincuentes, arriba de árboles  o entre arbustos, en la camioneta toda rafagueada, y con armas en las manos. Le miden el agua a los camotes. No son tan vergas. Años antes ante un reporte se  lanzaban en automático; ahora llegan con tiento a una zona medio vacía, por los muertos y los desplazados. Hay dolor, tristeza, y ganas de venganza. Zona con padres a los que les mataron a varios hijos, jovencitas viudas, muchachitas en shock porque atestiguaron el asesinato de sus padres, abuelos criando nietos. 
 
Fiscalía y Seguridad Publica  ya tenían acordonado con cinta amarilla.   Una niña, cercana a la adolescencia, recorría la escena del crimen sin traspasar la cinta amarilla, con andar perezoso, sonámbulo, como el de quien no desea arribar a ningún sitio mientras la Chata y la culo bajito, que con el vestido que traía ni se le notaba que estaba enbarcelona, machacaban unas rayas con una tarjeta de crédito.