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H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Becario del PECDA Tamaulipas (emisión 23), en la categoría de Jóvenes Creadores por novela. Finalista en el Primer Concurso Nacional de Poesía Emergente Antonio Alatorre. Finalista en el concurso internacional de minificción “Mi vía de escape” de Chile. Su creación literaria se encuentra en diversas Antologías como: Caídos (Alebrijez, 2020), Pandemials (Sangre Ediciones, 2021). Viajes en el tiempo (El gato descalzo, 2021). Liminales (Casa Futura, 2021). Libros Publicados: El regreso de los dioses, la batalla de Folkvangr (Caligrama, 2019). El demiurgo y otros cuentos fantásticos (Kaus, 2020). Los deseos de Serena (Catarsis Literaria, 2021). Tragaluz (Winged, 2021).
 

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J. R. SPINOZA -MÉXICO

 

EL ERMITAÑO

 
 
“Allá arriba, junto al camino, en su cabaña, el viejo dormía nuevamente. Todavía dormía de bruces y el muchacho estaba sentado a su lado contemplándolo. El viejo soñaba con los leones marinos”.
 
—Siempre hace falta leer un buen libro después de uno malo.
            Abrazó la primera edición de “El viejo y el mar”, acarició la portada en tapa dura con letras grabadas, subió los escalones y la colocó en el estante que tenía dedicado a grandes clásicos de la literatura.
            Bajó los escalones. Caminó hasta el escritorio. Tomó asiento. Abrió su libreta de reseñas y escribió.
“El regreso de los dioses” es un fanfic que fracasa al intentar mezclar las diferentes mitologías del mundo. Con personajes planos e inverosímiles. El lenguaje es pobre, como si de un niño de ocho años se tratase. El autor debió dedicarse a otra cosa.
            Rio al mirar la fotografía de la contraportada. Nadie leería su opinión, el autor, como el resto de las personas en el mundo, llevaba más de diez semanas desaparecido. Escribía las reseñas por gusto, para sí.
            En tiempos pasados la gente se molestaba con sus críticas. Nunca tuvo una columna en el periódico, pero desde que comenzara el siglo veintiuno dejó de importarle, una nueva puerta se abriría para él. Aprendió el uso de las tecnologías e hizo un blog, donde religiosamente publicaba a la semana. Primero fueron las lectoras de Crepúsculo, que llegó al español en 2006; estaban tan enojadas de que dijese que estaba mal escrito y que era un panfleto de adoctrinamiento mormón. Fanáticas de la localidad, tuvieron el atrevimiento de ir a molestarlo a su casa. No les abrió, ellas, ante la negativa de sangre, decidieron lanzar huevos a su puerta. Eso no lo detuvo, reseñó cada una de las nefastas novelas de la saga. Y otros títulos igual de infames (Cazadores de sombras, La selección y La reina roja, por mencionar algunos). Pensaba que, si se había tomado la molestia de comprar y leer un libro, tenía el derecho a decir lo que le placiera de él.
            Se levantó. Fue hasta la cocina. Abrió la alacena y tomó una lata de atún y otra de elote. Las vació en un plato hondo junto con una cucharada sopera de mayonesa y revolvió.
            Nunca le gustó el olor del atún, pero era un pequeño precio que pagar por estar sólo. Por fin tenía tiempo de dedicarse a leer.
—En occidente siempre se habla de la libertad, ¡qué gracioso!, la mayoría de las personas suelen odiar su trabajo.
            Motivado por su amor a la lectura, Hernando estudió la carrera en letras. Después de graduarse y tras cinco años de búsqueda lo mejor que pudo conseguir fue el puesto de encargado de la biblioteca municipal. Tenía sus encantos. Podía estar a solas con sus amados libros, siempre que no hubiese algún evento programado.
            La gente no le gustaba. Hubo un tiempo en que tenía amigos. Fue aquel verano de 1958, cuando al grupo de doceañeros se les ocurrió ir a la casa de la vieja Strega. Una mujer blanca y huesuda que leía las cartas del tarot. Era cumpleaños de Letizia y Rigo fue porque ella quería. Hernando fue por Rigo, a quien nunca le confesó sus sentimientos. Luis y Gabriel no tenían otra razón que la amistad.
            Strega barajeaba las cartas color cobre. Colocó el mazo entero sobre su palma y les pidió que tocaran la primera carta. Todos lo hicieron, y según ella, a todos les tocó una carta diferente. Le dio a Luis una carta de un esqueleto con una guadaña, a Gabriel una carta con un hombre vestido de forma chistosa en la que se leía “El Mago”. La de Rigo era una rueda con un mono, un perro y un conejo dando vueltas en ella. La de Lety era una mujer con corona, sentada en un trono. Por último, la de Hernando representaba a un anciano encorvado que sostenía un bastón en una mano y una linterna en la otra.
—En verdad me parezco al hombre de la carta.
            Si las cartas del tarot marcaron su destino o sólo lo anunciaron era una duda que no tendría respuesta para Hernando. Pero de algo estaba seguro. Strega había acertado en cinco de cinco.
            La mañana después del cumpleaños de Lety su madre se acercó a darle la mala noticia. Luis había muerto. Tuvo la mala fortuna de tomar un cable pelado con la mano. A sus doce años, y con la introspección limitada por la edad, pudo hacer la conexión con las cartas del tarot. Dos meses después Gabriel desapareció. En el vecindario corrían todo tipo de rumores, que su padre lo había asesinado y escondió el cuerpo; que fue secuestrado por una secta satánica; la que Hernando más disfrutaba era la versión en la que había huido con el circo. Pero ninguna de las teorías se pudo comprobar, era, como si se lo hubiese tragado la tierra.
—Quizá él fue el primero. Ahora sólo quedo yo.
            El recuerdo de Rigo lo atormentaría más de la mitad de su vida. Lloró cuando se fue a Texas. Lloró cuando se casó con Juana Torres. Y volvió a llorar cuando Rigo murió en 2005. Esa mañana se vistió para ir a su funeral, pero no tuvo el valor de salir de casa.
—Me quedé escuchando su música. Siempre fue tan exitoso.
            Su carta era la rueda de la fortuna. Desde ese momento supo que sólo faltaban dos. Pero aún no podía imaginar cómo se cumplirían sus destinos. La emperatriz y el ermitaño.
            Asistió a la boda de su amiga en el 98. Para entonces Hernando ya sabía que se cambiaba la edad. Tenían 52 años, él empezaba a lucir como un anciano y ella se veía como una universitaria; ese día, al leer las edades de los contrayentes, el juez mencionó que ella sólo tenía veintiséis.
—Siempre pensé que esa noche había vuelto con Strega y habían hecho otro tipo de trato.
            El caso es que su matrimonio no duró mucho. Dos años después estaría saliendo con el heredero a la corona de España. Vaya que fue un revuelo. Estaba en todos los medios la historia de la mexicana que sería princesa. Una mañana de 2014 la coronaron.
—Entonces supe que era mi turno.
            La biblioteca contaba con una bóveda donde se guardaban los ejemplares más antiguos y valiosos. El papel de aquellos libros era tan frágil que se desmoronaba al contacto de los dedos. Hernando se encargaba de darles mantenimiento una vez cada diez días. Estaba absorto en su labor. Nunca supo sí estuvo abajo por tres o cuatro horas. Cuando se dio cuenta que el reloj se había detenido revisó su celular. No funcionaba. Ningún aparato electrónico lo hacía. La biblioteca estaba desierta, pero esa no era una novedad. Fue hasta la noche, que debía irse a su casa cuando se dio cuenta que no había nadie.
            Se abrió paso entre el mar de autos abandonados en la más completa oscuridad. Comenzó a escuchar ladridos. Los perros, los gatos, las aves, todos los seres vivos permanecieron. Sólo los humanos se habían ido. Como pudo regresó a la biblioteca. Pasó su primera noche en completa oscuridad. Sería la única. Al día siguiente se dedicó a ir por comida, agua, velas y demás a los centros comerciales. La biblioteca sería su centro de operaciones.
            Colocó tres pizarrones blancos donde anotaba las obras leídas y por leer. Palomeó “El Regreso de los dioses” y fue por el siguiente libro de la lista. “El Ulises” de James Joyce.
            Pesaba bastante. La cubierta mostraba la silueta de un hombre con sombrero. Suspiró. Dedicaría el resto de su vida a leer, sin ser molestado. Sin trabajar. Sin el bullicio.
 

 *      *      *

 

EL DEMIURGO

 
He detenido el tiempo. Un mar de cadáveres está desperdigado a mis pies. El olor a pólvora, sangre y sudor ha desaparecido, igual que el soplo del viento. El guerrero frente a mí se encuentra inerte. Puedo ver en su cara el esfuerzo por mantenerse de pie.
  Observo la fotografía en el dije. Una mujer de cabello negro sonríe. Abraza a una niña pequeña. En todos los mundos y universos que he recorrido no había conocido a nadie que mantuviera la esperanza, no después de lo que le mostré.
  Toco su frente y hurgo en su memoria.
  Veo un parque. Una familia va de paseo. El padre carga en hombros a la niña. La madre toma de la mano a su esposo. Una playa. Ambos padres entierran a su hija en la arena. Risas de niño. «¿Hace cuánto no escuchaba la risa de un niño?»
   Debo tomar una decisión. Me siento en el suelo y medito. Abro los ojos.  He decidido.
 
II
  Bajé del risco. Ante mí estaba el último ejército. Eran más de cinco mil hombres y mujeres armados. Aguardaron, se veían nerviosos. ¿Habían escuchado los rumores de mi capacidad? ¿O era sólo que podían sentir el poder que emanaba de mí?
  Me dirigí hacía ellos paso a paso, lento, pero a medida que me acercaba fui aumentando la velocidad. Cuando comprobaron que las balas me traspasaban sin hacerme el más mínimo daño, se colocaron en posición de combate. Acepté el reto. Sería a puño limpio.
  Di un salto y coloqué mi pie en la nuca de uno. Escuché como se quebraba. Aterricé con la rodilla en el cuello de otro. Golpeaba y esquivaba. La mayoría, eran muy lentos para tocarme, los que llegaban a hacerlo, no me hacían daño alguno, apenas podía distinguir sus golpes del roce del viento. Alguien lanzó una granada. Yo la sostuve frente a mi cara hasta que explotó. Los soldados alrededor mío murieron debido a las esquirlas. Fue cuando retrocedieron. Todos, excepto uno.
  Su ropa era de color rojo y tenía un dragón tatuado en el brazo derecho y un tigre en el izquierdo. Se paró firme y dijo:
—Aunque seas muy fuerte, no retrocederé.
  Me abalancé contra él. Logró esquivar un par de golpes y me propinó una patada en la cabeza. Sentí un poco de dolor. Me descubrí sangrando un poco. Tenía muchos años que no veía ese tono rojo en mí. Golpeé con fuerza su estómago. Se arrodilló del dolor.
  Levanté mi mano y atraje un asteroide. El cielo se oscureció. La enorme roca se acercó hacia el planeta. Cuando estuvo a cien metros de colapsar el hombre de los tatuajes alzó sus manos al cielo y lanzó un rayo de energía que desintegró casi en su totalidad la amenaza.
 Algunos pedazos de roca cayeron al suelo, como lluvia, incendiados y destruyendo todo el paraje. El hombre que realizó la proeza estaba exhausto, yacía de rodillas frente a mí con la mirada desafiante.
—¿Quién eres?, ¿cómo obtuviste tanto poder?
  Sentí piedad por él. Toqué su cabeza enlazando nuestras mentes. Le mostré.
  Cuatro niños avanzaban en la oscuridad. Un delgado camino rodeado de zacate crecido casi al metro de altura. La luna llena y la vela que sostenían en la mano eran sus únicas fuentes de luz. No se podían ver las estrellas. Cuatro niños, cuatro velas.
—No dejen que su vela se apague —ordenó la chica, la única niña del grupo.
—Hubiera sido mejor traer linternas —dijo el niño de lentes.
—Sólo velas —replicó la chica —fue lo que mi prima me contó.
  A lo lejos se podía ver una vieja casona. Hecha de madera y pintada de un color entre el gris y el morado. Por un momento una nube obstruyó la luz de la luna y la casa desapareció. Cuando la nube pasó, regresó también la casa. Todos lo vieron, pero ninguno comentó nada al respecto.
—¿Qué te contó tu prima? —dijo otro niño con una camisa que alguna vez había sido roja.
—Dijo que ella fue con sus amigas. Habían escuchado de Strega y su don. Sólo se le puede ver cuando hay luna llena. Es una gran bruja. Criaturas del infierno rondan su casa, por eso quien va a visitarla debe llevar una vela encendida. Sólo te dejará pasar si alguno de los visitantes cumple años. Según esto, es debido a un pacto que hizo hace mucho tiempo. Por aquel entonces mi prima estaba cumpliendo trece. Convenció a sus amigas de ir con ella. Dice que te enseña una carta y dependiendo de esta será tu futuro.
  El relato se interrumpió cuando llegaron a la puerta.
  La niña tocó seis veces. La puerta rechinó y se abrió. Entraron. Había animales disecados en las paredes. Una mesa llena de frascos con líquidos de colores. Una mujer encapuchada salió de una de las habitaciones.
—Síganme.
  Los niños obedecieron. Los llevó a un cuarto lleno de velas, con las paredes de color rojo. En una mesa estaban colocadas cinco sillas. Cuatro de un lado y una del otro. Tomaron asiento.
  La bruja les pidió que tocaran el mazo de cartas. Y comenzó a repartir una por una las cartas. La muerte. El mago. La rueda de la fortuna. La emperatriz. Y el ermitaño.
Todo se oscureció.
 Un funeral. El ataúd desciende. Uno de los niños está en el interior. Los demás lloran. Uno de ellos revisa su carta. La mamá del difunto está inconsolable. La niña se acerca a darle un abrazo. Vuelve la oscuridad.
  Otro de los chicos está caminando en el parque. Se mete la mano al bolsillo y observa su carta. Un hombre con una aureola en la cabeza y la mano alzada, como sosteniendo un pergamino. “El Mago”, se lee. Cuando despega los ojos de la carta, se haya en otro lugar. Una especie de tianguis, rodeado de personas. Deambula desorientado por unos minutos, después, se acerca a un policía y habla con él.
  En la estación de policía los oficiales niegan con la cabeza. Él pregunta por sus padres, le dicen que no existe nadie con ese nombre.
—¿Ya nos vas a decir tu verdadero nombre?
—Ya se los he dicho.
—Si nos sigues mintiendo, tendremos que mandarte al orfanato.
  El chico se desespera. Extiende sus manos y todo a su alrededor se calcina.
 
—¿Tú eras ese chico?
—Alguna vez lo fui.
—Este no es tu mundo, ¿verdad?
—He recorrido decenas de mundos. Pero no he podido volver al mío.
—¿Por qué nos haces esto?
—Sólo puedo pasar al siguiente mundo cuando destruyo el actual. Creí ser todopoderoso, pero sólo estoy cerca de serlo.
 
  El hombre se puso de pie.
—Ahora entiendo quién eres y porque haces lo que haces.
—Sabes que no puedes ganar.
—Es verdad. Pero, así como tú tienes un anhelo y haces todo por conseguirlo, yo también tengo por quién luchar.
Sacó algo de entre sus ropas y me lo arrojó. Era un dije de plata. Mostraba una foto de una mujer cargando a una niña.
 Sonreí.
 Hice oscurecer el mundo.
 
III
  Cuando la luz volvió, el hombre de los tatuajes levantó su dije del suelo. Los muertos y heridos se pusieron de pie. Una enorme selva comenzó a crecer por toda la ciudad, llenando lo que una vez estuvo muerto de verde. Un río emergió de la tierra, con agua dulce y cristalina.
 El demiurgo se había ido.
Una nota cayó del cielo.
El hombre la tomó y leyó.