SAMANTHA CAROLINA TORRES -MÉXICO-

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Samantha Carolina Torres Hernández es una cándida pseudo-escritora que se dedica a la narrativa esporádica. Actualmente es añeja estudiante de la Lic. En Letras Hispánicas en el Centro Universitario del Sur. Es amante del rap hispanoparlante y odia dormir con calcetines puestos.
Nacionalidad: mexicana
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Cristina, la entrevistadora
 
I
 
Me llamo Cristina y cuando sea grande quiero ser entrevistadora. ¿Estás lista? Bien. ¿Cuéntenos, señorita, desde cuándo tiene todos estos pollos? Claro que sí, señorita, la verdad es que, desde siempre, todos los días me levanto y les doy una bola de pan y en la noche siempre les acaricio la joroba antes de dormir. Ah, ya veo, tiene razón, se ven muy gordos ¿Gordos? Si son unos rateros, ¿No te conté de la vez que casi se convierten en pollos rostizados por querer sacar la comida del fogón? No, pero, ¿Me cuentas al rato? Hay que terminar la entrevista. De acuerdo. 
¿A los cuantos años decidió que quería ser mi amiga, señorita? A los 35. Válgame Diosito, pero si usted me ha dicho que tiene 12. Sí, pero, quiero verme grande ¿Me veo grande? Mmm...Pero nomás poquito.
 
II
Todas las entrevistadoras en el mundo tienen una misión ¿Cuál es la mía? Salvar las increíbles ideas que Santos tiene de todo mal. Creo que lo peor que me puedo imaginar en la vida es a alguien adueñándose del talento que tiene, y es que siempre hay gente mala en todos lados, siempre, siempre. Esas personas se esperan poquito a que te despistes para hacer sus maldades. Y, aunque mi amiga ya está grande para cuidarse sola, a veces necesito cuidarla, por ejemplo, hay veces que se queda mirando como avanzan las nubes, o también observa cuidadosamente los granitos de tierra que hacen el suelo de su casa. ¡Ah! También ve mucho la cara de los otros niños y luego siempre sonríe como si nada después, pero, yo sé bien que en esos momentos, en los que se queda así, está vulnerable de cualquier roba ideas y de gente mala que no la conoce.
Yo creo que cuando ella sea grande, más grande aún, trabajará para una organización secreta que le pague mucho dinero por sus ideas, sería como una espía, pero de su propia cabeza, y la verdad es que si no la contactan en alguna organización serían muy tontos, porque dejar ir un talento así es solo cosa de burros. 
 
III
Entonces, ¿Sí quedó claro? Dijo la maestra. En el salón retumbaban las risas, murmullos y comentarios de los niños. ¿Sí, Ramiro? Maestra, ¿Podemos escribir de cómo queremos ser igual que nuestros pericos cuando seamos grandes? De preferencia, no. dijo sonriendo. Miren, únicamente tienen que decirme por qué quieren ser eso cuando crezcan. Procuren pensar en la gente que admiran ya sea por su profesión, por la vida que tiene o por lo que hacen, pueden ser lo mismo que sus papás, o tíos, incluso sus vecinos ¿Sí, Cristina? Maestra, Si queremos ser entrevistadoras cuando seamos grandes ¿Podemos entrevistar a nuestras amigas? Sí, pero recuerda poner en tu tarea el por qué quieres ser eso cuando seas grande. Y se dice Reportera, no entrevistadora, Cristina. Suena el timbre de salida.
IV
Santos tiene el cabello chino, la piel morena y los pies descalzos. Dice que es inmune al frío. Que de seguro es de tanto hacer el tuis encima de la ropa, a las cinco de la mañana, en la lavadora que ella solita inventó con una llantota, que por eso ya no distingue cuando el agua está fría o calientita. 
Santos arrastra más una pierna que la otra al caminar, dice que es fan número uno de hablar lento y ser clara, pero a veces se me figura que lo hace nomás de payasada. Santos es mi mejor amiga en todo el mundo y aunque a veces está triste, ella siempre me hace reír. El otro día traje a mi amiga Claudia “La fish” a que la conociera, pero, fue muy grosera y nomás se le quedaba viendo a los pies. Me acuerdo que le dije, “Ya sé que no usa zapatos, pero es que no tiene, no andes viéndola nomás a los pies, es una falta de grosería”.
Desde ese día ya no invito a Claudia “La fish” a jugar con mi amiga, mucho menos le cuento de los inventos que se le ocurren a Santos, capaz que le cuenta a alguien y le roban la idea, porque gente mala hay en todos lados, hasta donde no te la imaginas.
V
Doña Inés es la mamá de Santos, solo son ellas dos, mamá e hija para toda la eternidad. Se levantan temprano, ponen el fogón a calentar, Santos va a la panadería por el pan frío que les regalan, lo remoja en agüita y lo apachurra con la mano para aventárselo a los pollos. Tienen un gato al que Santos está enseñando a leer y después de haber desayunado la avena que prepara Doña Inés, Santos nombra lista en sus clases, es una estricta, pero, muy buena maestra. 
Siempre explica con calma las cosas de su libro de palabras, no se desespera cuando el gato no contesta, aunque si se queda callado toda la clase lo manda al rincón a ponerse las orejas de burro que pintó en la pared y ¡Ay, de él! donde se mueva y no parezca que tiene orejas de burro.
El libro de palabras fue un regalo mío. Cuando pasé a cuarto, me pidieron uno más grande y mi mamá iba a tirar mi antiguo libro, así que antes de que pasara la basura lo saqué del bote y lo metí a mi mochila para dárselo a Santos, como no puede ir a la escuela conmigo porque ya es muy grande, como ella dice, yo le enseño las palabras que me señala y ella le enseña al gato, es una cadenita de enseñanza. 
VI
Sólo una pregunta más, señorita. ¿De dónde se le ocurren tantos inventos? Pero, claro que sí, señorita, lo que pasa es que eso hago yo, siempre pienso y pienso hasta que mi mamá me grita que le ayude, luego solo lo hago, me sale de naturaleza, mire ¿De cuál invento quiere que le platique primero? Mmm… del más viejito, el primero que le hizo pensar que usted quería ser inventora para siempre de toda la vida. ¡Ah! Claro que sí, señorita, mi cama fue mi primer invento ¿Se acuerda de la iglesia “Capilla de la Santa Cruz”?  Ajá. Bueno, hace unos años, después de que fue navidad, nos trajeron toda la ropa que ya no les quedó a los niños que diario se andan durmiendo en las banquitas de la plaza, pero como era ropa bien chiquita pues ni mi mamá ni yo nos pudimos poner nada, así que se me ocurrió la mejor idea del mundo. Agarré una cobijota que teníamos allí, junto a la ventana, luego hice una especie de tamalote relleno de ropa para mí y otro para mi mamá, para que ya no durmiéramos en el suelo y también desde entonces ya no nos enfermamos tanto. Le llamo medi-colcho. ¡Vaya! Parece que usted es una genia, señorita. Así soy a veces. Si quiere le hago uno. ¿Puede hacer uno para mi maestra, también? Claro que sí, señorita, nomás necesita un montón de ropa chiquita que esté toda rota y una cobijota. 
Creo que eso va a ser suficiente, Santos, se me hace que la maestra me va a poner diez. Qué bueno, ¿Ya podemos jugar? Primero cuéntame lo de los pollos rostizados. ¿Sí?