ANTHONY FIDELINHO ROSAS SANTOS  -PERÚ-

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PÁGINA 53

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Natural de Colquijirca, Cerro de Pasco, Perú.
 

  • Egresado en la carrera de Educación secundaria, especialidad en lengua – literatura, de la Universidad Nacional “Daniel Alcides Carrión - Cerro de Pasco.
  • Además, egresado de la escuela de postgrado, de la Universidad Nacional “Daniel Alcides Carrión - Cerro de Pasco; maestría en docencia en el nivel superior.
  • Actualmente, desempeña como docente del área de comunicación, en una I.E en el ámbito de la provincia de Junín, región Junín, Perú, además de brindar asesoría para diferentes concursos educativos.
  • Ha colaborado con publicaciones de artículo de opinión, cuentos y poesías en diferentes revistas y grupos nacionales y extranjeros (desde 2014 al 2020).
  • Ha sido parte de diversos eventos literarios organizados por la Honorable Municipalidad Provincial de Pasco, La casa de la literatura peruana, la Biblioteca Municipal de Huánuco y el grupo Hacedores de fuego.

 

MALA SUERTE
 
Hace frío, el viento sopla huraño en la inhóspita noche, el cielo alumbra brillos cadenciosos, luces que se prenden y apagan, unas refulgen más que otras; el astro vespertino hoy salió temprano y reluce las calles olvidadas por el pueblo.
El péndulo bordea las 7 de la noche, andamos tú y yo, caminamos en silencio, por las aceras perdidas, aún es temprano para irnos, el clima gélido me escarapela el cuerpo, pero aun soy consciente lo que quiero, pienso en todo y en nada; esto no es frecuente cada vez que nos vemos. Te noto molesta, algo te intriga y no me quieres contar. Te pido que caminemos un rato más, haces un gesto de negación con la cabeza, emites un “no” dubitativo, sigo notando tu intriga, a pesar de ello intento convencerte; sin embargo, solo pides irte y aceleras tus pasos. El anochecer se torna más gélido aún.
 
Caminamos hasta el paradero de taxis más cercano, intenté hacerte quedar más tiempo, pero me rogaste irte, consulté el pasaje a la vez que le indicaba tu dirección, él aseveró y solicitó el pago adelantado. Subiste al auto y nos despedimos, casi al partir mencionaste que me llamarás al llegar y me contarás todo lo sucedido; anoté la placa del auto por precaución, mientras aceleraba.
 
El viento sopla con ira su frustración, abofetea los rostros descubiertos y apura los pasos de los transeúntes, el retorno a casa es lluvioso, pienso en esto; llueve, se marchitan esperanzas, un largo silencio me separa de ti. No hay cuando llegar, el trayecto es aún más largo de lo que conozco, el aguacero me moja, ¡no importa!, solo importas tú; el tiempo no espera, pasa rápido.  Miro el cielo, me moja el rostro, regreso con prisa como buscando una respuesta; estoy confundido, miro mi reloj con recelo y temor; estoy preocupado debo apurar mis pasos, ya casi son las diez de la noche.
―Ya debe haber llegado a su casa ―enuncié en voz alta― haré unas cuantas llamadas para luego llamarle ―complemento.
―Estoy tenso con la elaboración del proyecto para la feria de ciencias, y también tengo que hacer mis unidades de aprendizaje y todo para mañana. El director no quiere dar más tiempo, es medio cojudo.
―Sí, qué cólera ―hice notar mi preocupación―. Esto nos está estresando.
Mientras hablábamos, otra llamada ingresaba al celular, no pude contestar.
―Le llamé a Raúl, para que nos dé plazo, pero no quiso ―continuó Rau―, ya fue, para mañana lo terminaré como sea ―entre bromas culminó la frase―. Bueno chau, te llamo temprano cuando ya estoy en el carro, no duermas mucho, calichín.
―Ojalá logres culminar tus trabajos, Calichín.
Quedé pensativo.
Otra vez las llamadas insistentes que no cesaban. Ese número no lo tenía registrado en mis contactos.
―¡Aló, buenas noches! ―contesté con tono preocupado.
―Hola amigo, buenas noches; ya no quieres contestar mis llamadas ―se oyó desde el otro lado del auricular.
―Pero, ¿con quién hablo? ―añadí intrigado―. Antes que pueda seguir articulando, interrumpió.
―Soy, Élbert Tataje ― se notó su incomodidad― el del teatro.
Mi estimado ¿para cuándo estará el pago de mi deuda?, ser jurado no es fácil, implica sacrificio y …
―Hola docto disculpa, perdí mi celular y no recuperé mis contactos ―me excusé, para no hacer notorio lo mal amigo que era―. Respecto a tu pago no te preocupes; mañana consultaré con mi director, y le haré llegar tus saludos ―argumenté sarcásticamente al cortar su monólogo.
―Compañero, lo necesito urgente; estos días viajaré a Oxapampa, estoy de capacitador en un taller ―prosiguió con su soliloquio―, este pago me servirá para refrescar la garganta con unas cuantas chelas y todo a tu nombre.
 Soltó unas sonoras carcajadas, que retumbó en el salón del bus. Unas miradas extrañas me analizaron fijamente.
―Envíame tu recibo y de inmediato lo hago, para que mañana mi jefe lo firme.
―Ya lo tienen, ese mismo día les compartí. Por favor; me lo saludas a tu director y le dices que la deuda me lo deposite a mi cuenta. Hermano, me lo saludas a la huayrina, ya sabes a quien ―carcajeó mientras se despedía.
El bus se malogró en medio camino, se detuvo por más de media hora. La lluvia azotaba con fuerza las calles vacías y el camino a casa aún estaba distante.
 
Hace frío, las manos se me congelan, la ropa ya lo tengo chorreante, apuro mis pasos, sombras extrañas refulgen en la oscuridad de la carreta central, pienso en eso y en ti. Autos, buses y camiones van y vienen salpicando en mí su soberbia, peleo con el sueño que me hace trastabillar, uno que otro taxista aprovecha para driblear la muerte y con sus potentes luces intermitentes me alumbra en el rostro hasta hacerme tropezar con “los ojos de gato”, las bocinas de estos conductores gritan para continuar mi camino; dialogo conmigo.
―No debiste bajar del carro, hubieras esperado un poco.
―Tenía sueño, ¿qué querías que haga?, ¿qué de nuevo me pase? ―le replico a mi otro yo.
  Sigo caminando, ya falta poco, eso creo…  
 
El clima invernal no se apiadaba de nadie, menos de los transeúntes y las descargas eléctricas que tronaban con ira, intimidaban a los más temerosos y hacían temblar a los postes de alumbrado público, intenté apurar mis pasos pese al torrencial, para no toparme con mi pánico al rayo. Los riachuelos que resbalan sobre el pavimento, pasaban murmurando extraños mensajes.
―¡Ya estás cerca!, vamos tú puedes. Las luces del pueblo ya se ven al voltear esa curva, si quieres puedes correr, de paso practicas para la maratón de noviembre ―me inquieta aquel.
―Estoy muy cansado para correr, igual ya llegué tarde.
 
Después de caminar por casi una hora, por fin llegué.
 
El camino es muy largo, lo bueno es que ahora sí ya estoy acá, llego me cambio la ropa, la llamaré mientras me entro a dormir. Solo me queda sortear esta última cuadra, la gente que vive por acá debe hacer poner alumbrado público en esta cuadra, cualquiera puede caerse o hasta ser víctima de robo, uno nunca sabe.
 
Unas sombras extrañas se movían en la esquina haciendo que mi temor se encienda. Quise retroceder, sin embargo, sentí que alguien me pisaba los talones y me respiraba por la espalda y un objeto punzante apuntando hacia mi cintura. Intenté hacer un movimiento para evadir las sombras que se movían, en mi afán de retroceder pisé a alguien y este con furia se fue sobre mí, el grupo callejero oyendo eso vinieron a mi encuentro, no me dieron tiempo de nada. En esos momentos no hay tiempo para explicaciones o disculpas, solo intentas defenderte. El ataque no cesaba, pese a ello, yo intentaba dar algunos pasos sin éxito, me defendía como dice el manual de peleas callejeras, ¿a puño limpio?, no, con piedra en mano. Eso los enfurecía más, llegaron sus refuerzos y este parecía ser mi fin.
 
 
  •  
Estoy gritando en vano, nadie viene en mi auxilio. Llamaré a la policía, esto no puede quedar así, pero no puedo sacar mi celular, me tienen sujetado la mano. Entonces no me queda de otra que seguir gritando hasta el amanecer.
¡¡¡AYUDAAAAAA…!!!, ¡¡¡PROMETO CREER EN DIOS!!!
 
Ante cualquier intento de moverme, estos gruñían y mostraban entre hocicos babeantes sus dientes filudos que brillaban en la oscuridad; la noche se tornó muy larga, que conllevó a que me mordisquearan las manos, los brazos, las piernas… también me mordieron la oreja cuando intenté recoger la piedra que dejé caer. Sentí desangrarme hasta pensé en desmayarme, nadie oía mis súplicas, ni mis ruegos. Creí que las fuerzas ya no me daban para defenderme, atrapado contra la pared y preso de mi negligencia y de tu intriga solo me tocaba esperar que se libere el manto oscuro a fin de continuar mi rutina diaria. Algo lejano a donde me encontraba, sentíase ruidos que incomodó a los justicieros de la noche, ladraron para espantarlos, inmediatamente por la carretera antigua, pasó rauda una camioneta de la empresa minera, provocando la incomodidad en los canes, quienes molestos corrieron tras el vehículo. Eso me ayudó a correr pese a las pocas fuerzas que me quedaban, mi casa estaba a la vuelta, tenía que doblar la esquina antes que vuelvan los “maleantes”. Malherido, cansado, hambriento, con sueño y mojado por las lágrimas de la noche logré atravesar la cuadra dominada por los “dueños de la oscuridad”; los volví a ver, que regresaban jadeantes y a trote. Pensé en vengarme, pretendí cerrarles el paso para asustarlos, pero resbalé con el barro. Estos, espantados escaparon lanzando amenazas.
Abrí presuroso la puerta de mi casa, presioné el interruptor de la luz, seguidamente mi cuerpo sufrió remesones: por el impacto de la electricidad al tener todo el cuerpo mojado. Con un tic nervioso en el cuerpo y aún con las prendas chorreantes, te llamé al celular.
―Si desea deje su mensaje en la casilla de voz ―interceptó la operadora.
No deseé dejar ningún mensaje de voz, corté la llamada y reintenté otra vez, el celular ahora sí timbró, pero tú no contestaste. La operadora insistiéndome en dejar un mensaje de voz, intenté una llamada más, y pasó lo mismo. Eso me dejó fastidiado e incómodo.
En una noche confusa y extraña, me llamaste casi de inmediato, disculpándote y anteponiendo una excusa. Soy directo y sin rodeos ―te pregunté:
―¿Qué te pasa?, ¿Por qué estás distante?
―Discúlpame por hacerte pasar un mal día. Tuve un sueño extraño y pasaban muchas cosas insólitas, ―continúas con una advertencia―, te va a suceder algo malo.
Quise entenderte; sin embargo, no creí en tus supersticiones.
―¡Cuídate!, es cierto ―insistes―, no me contradigas. Me cuentas tu sueño.
No me convenciste, con desdén te repliqué y accedí a creerte, a fin de no enfadarte.
Intentaste ser más convincente. Me recuerdas cada sueño que tuviste y que siempre se cumplió; me recuerdas fechas y esos momentos.
―¿Te acuerdas?
―Umm, ―haciéndome al pensar, contesté―, no tanto.
―El accidente de Wilson, soñé que le iba a pasar algo y te conté ―me replicas como si estuvieras cerca―, ¡¡no me digas que no te acuerdas!!
 También cuando íbamos a trabajar lejos de la ciudad,―seguiste recordándome―
―Sí lo recuerdo ―añadí mientras meditaba―. Son situaciones que suceden de casualidad, no hay que darles mucha importancia. ―Te aclaré mientras recreaba mentalmente esos pasajes―. Ese comentario te enfadó.
―PIENSO QUE NO TOMAS IMPORTANCIA EN LO QUE ME PASA, ―gritaste muy molesta.
―Intenté tomarlo con calma―, amor no se trata de eso. Creo que mucho te atormentas con tus sueños y más te enfermas pensando en…
―Pero…
―Mucho piensas en situaciones incómodas y estresantes, además todo está en la mente y si tú crees que va a suceder, pues sucederá; pero, si no haces caso no ocurrirá nada.
―Estoy preocupada, tú sabes que siempre pasa. Pasó con los amigos, como el problema de Ronal, el de Wilson, conmigo, con mi mamá; siempre ocurrió algo.
―Lo sé, pero eres muy supersticiosa. No debes creer mucho en eso, te generas un problema en la cabeza y daño psicológico, ¡cálmate!
―Quizá tengas razón, intentaré calmarme. ―Expresó más tranquila, pero siempre inquieta.
La charla culminó ahí y el silencio comenzó con su reinado. Ninguno de los dos hablábamos, solo se oían las respiraciones de ambos, y de momentos, las interferencias de la línea telefónica.
Ese silencio era incómodo. No sabía qué decir, pero tampoco era capaz de dar por concluida la llamada. Se me ocurrió contarte lo que me sucedió antes de llegar a mi casa.
―Hoy estuve de malas, todo me salió mal desde que llegué ―concluí.
Sin embargo, por el otro lado del intercomunicador ninguna respuesta. Me percaté del celular, pero tu llamada seguía activa. Modulé la voz y aumenté el volumen a la llamada.
―¡¡Aló!!, ¿me estás escuchando?  ―repetí, varias veces―. Solo oí el sonido algo molesto e incómodo del celular; la tempestad no cesaba. Era una de esas noches frías donde reniegas de todo y esto era un motivo más.  Finalicé la llamada.
Casi al instante, recibí un mensaje tuyo.
―Si no quieres hablar conmigo es mejor que me lo digas y no cuelgues la llamada sin decir nada; me haces sentir muy mal, has cambiado mucho conmigo. Chau. ―se notó tu enojo.
Me molestó tu mensaje, pese a ello te llamé dos veces y sin éxito, intenté una vez más, contestaste incómoda; pese a ello, te expliqué que es un mal entendido y que el inconveniente está en la cobertura de Movistar, pues su señal está muy baja y en cualquier momento desaparece. ―Entramos en conflicto―. Discutimos por unos momentos intentando hacerte entender.
―Está bien, te entiendo ―me hablaste con un tono lloroso―. Bueno ya me dio sueño, ya es de madrugada, intenta dormir; pero, no te olvides lo que te conté, es cierto y tú lo sabes. ―Enfatizó al despedirse.
La nostálgica noche, fue testigo de la charla nocturna que tuve conmigo mismo y de las preguntas sin respuestas que me formulé. Me costaba creer en las supersticiones que me dijiste; pero, tenías razón y siempre que lo soñabas terminaba por cumplirse. A ello se sumaba todo lo que me pasó en esa noche, como para no creer.
El invierno se dejaba advertir con más fuerza. El cuerpo perdía energías y se me inmovilizaba, el dolor de cabeza retumbaba con tus palabras, no podía conciliar el sueño. El fétido olor que desprenden las rocas al ser perforadas se confundía con el malagüero que merodeaba las casas vacías y medio derruidas, por las palas mecánicas de la empresa minera. Lloré de dolor. Mientras las heridas sangraban de pus al mismo tiempo que el pueblo gemía en busca de auxilio.
                                         
                                                       ANTHONY FIDELINHO ROSAS SANTOS