JOSÉ ROLANDO ACEVEDO -ARGENTINA-

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Nació en Tartagal el 10 de abril de 1968.   Profesor de Historia y Letras.  Escritor y poeta. Obtuvo numerosos premios a nivel nacional e internacional. Tiene cuatro libros publicados: Eres como la hierba. Poemas. (1997) El caminante. Poemas. (2006).  Habladurías. (Cuentos para un ratito, versos para una hora) Narrativa Breve.  (2019). Dadelos, la casa del silencio. Poemas (2020).
Ganador Fondo Ciudadano de Desarrollo Cultural. Ministerio de Cultura, Turismo y Deporte de la Provincia de Salta. (2019)  y   Plan de reactivación cultural. Gobierno de la provincia de Salta. Rubro Letras. (2021). Participó en las numerosas antologías. Colaboró en  Rincón Poético - Canal You Tube y Spotify, (2021-22).  Red de escritores y escénicas. Potosí. (2021) entre otras. Participó, además  de los siguientes eventos organizados por la Secretaria de Cultura y Turismo de la Municipalidad de la ciudad de Tartagal conjuntamente con el Centro Cultural Tartagal: “Día Internacional del libro” – “Noche literaria de lectoras y autoras” (2022) - “Recital y lectura de poesía”. - “Día del escritor salteño.  (2021).
 
 
 
 
 

 

Amado Belice 
 
       Ruidos de cadenas en la noche parecen ser el mal anuncio de lo inevitable. Un rebuzno agudo y chirriante como salido del propio infierno llena el aire y crispa la piel.
Daniel Delgado.

 
    El gobernador de Santiago del Estero, dice la leyenda, se encontró en 1822 con la mulánima.  La bestia había matado a un soldado; el occiso tenia marcas de pisoteadas en la espalda y quemaduras en los brazos. Por tal motivo el caudillo santiagueño salió en medio de la oscuridad  en busca del espectro de cuatro patas.  Cuando Juan Felipe Ibarra vio venir al animal gritó: “Jesús, María y José”. El general   quitó los frenos de plata de la cabeza  de la mulánima con lo cual el hechizo se quebró, revelando así la figura humana de Eva Duarte, quien había tenido una relación incestuosa hace varios años atrás.
   Otro hecho similar sucedió en 1846.   Liza Valle, le contó a Margarita Soria y Medrano lo ocurrido en 1796.  – “En aquel tiempo era muy chica.  Era sirvienta de la señora dueña de casa, Juana Roca.  Las demás criadas comentaban haber escuchado quejidos por las noches.   Otras afirmaban haber sentido galopes por las gallerías de la casona.  Esa madrugada la cocinera me dio el mate cebado para llevárselo a la patrona.  Al abrir la puerta del dormitorio pude ver sobre la cama a la señora Juana retorciéndose con el camisón apenas puesto.   De pronto, ella dio vuelta la cara y me miró con sus ojos desorbitados y misteriosos.  Cuando observé el extremo de la cama: debajo de las sabanas había un par las patas peludas moviéndose”. –
   A propósito, unos años atrás, en mil novecientos sesenta y siete,   Carmen Tenazas se hallaba de guardia en el nosocomio de Tartagal. De un pabellón a otro, entre pasillos penumbrosos, la joven “nerds” cuidaba a los enfermos en el Hospital Zonal.   Algunos de ellos operados de apéndice, otros enyesados, algunos con tratamiento hepático,  y unos pocos pacientes en estado de   observación.    Cuando se acercó a la sala “V 5” sintió un olor a trapos chamuscados, vio un espeso humo escapándose por debajo de la ranura de la puerta. Pensó que algo se estaría quemado.   Se acercó cuidadosamente,  movió el picaporte y entreabrió la puerta de madera,  a primera vista  vio unas huellas marcadas en  la habitación, unas marcas cascos de mula en el piso,   alcanzó a escuchar  un lamento de ultratumba,  y el particular sonido de unas cadenas arrastrándose por  la sala. Cuando levantó  la mirada: allí  estaba Amado Belice incorporándose,  tenía encorvado el cuerpo y un cansancio extremo como si hubiese corrido la noche entera. Esta vez la maldición no recayó en una mujer sino en un hombre que había  asesinado  a su esposa en la  noche de bodas.
    A pesar de la respiración sostenida y cansada, Amado Belice alcanzó a gritar: — ¡Váyase de aquí, no quiero que vea así! — la enfermera cerró los ojos, pero no dijo Jesús María y José, tampoco hizo la señal de la cruz ni quitó las riendas de oro del animal. Amado Belice alcanzó a gritar nuevamente: — ¡Váyase de aquí, no quiero que vea así! —  está vez Carmen Tenazas     abrió los ojos: “Mulánima, alma en pena, vagarás sin hallar consuelo y un espectro serás”.
  — ¡Váyase de aquí, no quiero que vea así! —  se escuchó decir por tercera vez.
 
 

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La mesa  y el  mantel de hule blanco
 

      En lo alto de la pared de la galería,  una hoja gigante pegada con cuatro chinches;    una lámina  alusiva de la revista infantil   Anteojito.  El  póster que   muestra  a  los personajes de la revista  tiene  impresa la leyenda: “Feliz Navidad”.  
    Observo  como siempre he observado, con el silencio inocente  del pasado, la galería airosa, aquel  rinconcito de la casa con sabor a mango, el techo de chapa sostenido por los tirantes de lapacho,    el horno con su pala,  su  bandeja  y  su  puerta de lata, parece más una estatua que un  viejo fogón de ladrillo y barro en medio del patio.
       Miro como siempre he mirado, con la sutiliza de un niño, con la paciencia de un anciano;  ahí está la mesa rectangular de  madera sin aquel cajón, donde  se guardaba escuadras, reglas y lapiceras. La  mesa de madera    pintada  con barniz a dos manos. Recuerdo que   así   dijo   mi padre,   aquel día cuando concluyó   la tarea.   Allí se encuentra la mesa,  pero no  las sillas de junco y terciado…  No sé si   las sillas  se rompieron, se  quebraron o desaparecieron como desapareció  la  jaula gigante  donde cantaban los cardenales y canarios; la pajarera que tanto amaba mi madre,  junto a la reposera y el  juego de jardín de antaño.
      Transcurrieron  más de veintiún  años,  la  mesa aún sigue   cubierta   con el  mantel de hule blanco  con diseños  de barcos y pájaros:   — ¡No es preciso que baje,  no  es preciso, no!—

 
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Kalimán
 

      Tristán Gallardo o Gallardo Tristán es un apellido  compuesto utilizado  como seudónimo o alias, un nombre de fantasía que suelen utilizar   tanto los artistas y algunos escritores. Tristán Gallardo o Gallardo Tristán cumple sus funciones en una institución  financiera en  Miraflores del Campo.
    No se trata  aquí de identificar a un delincuente  por medio de un retrato hablado como lo haría   un dibujante experto o un  criminalista. Es más bien un proceso intimidatorio.    Tristán Gallardo o Gallardo Tristán atiende directamente a los clientes  en la  calle Buenos Aires N°  975:   
―Su nombre por gentileza.
―Escobar Sánchez.
―¿Qué necesita usted en este momento?
―Necesito un préstamo de quinientos mil pesos fuertes.
―¿Tiene una cuenta habilitada a tal efecto?
―¡No señor, aún no tengo una cuenta! Por eso vine a verlo a usted.
 
    Allí comienza el proceso. Tristan Gallardo escribe el número de Identidad Publica Personal sin que le tiemble el pulso. Anota el numeral en una hoja de papel como si fuera  un eximio dactilógrafo de la década del sesenta.  Anota el número mientras mira directamente a los ojos a Escobar Sánchez. De tal manera que ejerce un fuerte control mental en el cliente sentado frente a él.
    Escobar Sánchez comienza, entonces  a  tartamudear el número de su IPP.  Escobar Sánchez  presenta síntomas  cardiacos y cierto grado de culpabilidad, pues, el sudor sobre el rostro lo  delata.   En este caso, y sin más trámite, es negado el préstamo.
    Ahora, bien,  si el cliente supera la mirada penetrante e imperturbable de Gallardo Tristán, como le sucedió a Estela Fernández de Flores, el préstamo  es otorgado de manera inmediata y a sola firma.
    Hace más de cinco años que la casa financiera  de Miraflores del Campo tiene una cartera de clientes selectiva gracias al ejercido mental efectuado por Gallardo Tristán o Tristán Gallardo.
    Un caso singular existe en México.  En el país azteca,  existe un hombre proveniente de una civilización perdida,  heredero de la corona del reino de Agarta;  el hombre es considerado un superhéroe porque tiene poderes mentales como  la hipnosis, la telepatía,  un nombre de turbante  y vestimenta blanca   llamado Kalimán.

 

Jorge Rolando Acevedo.
Tartagal. Salta. Argentina