EDUARDO OMAR HONEY ESCANDÓN -MÉXICO-

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PÁGINA 36

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(México, 1969) Ing. en sistemas. Ha ganado primer lugar (Teresa Magazine 2020, Nyctelios 6ª. Ed.), segundo lugar (bokker Awards 2021) o finalistas (Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2021 y 2020, 1er. Concurso de Cuento Breve Plétora Editorial 2020, Mención de Honor del Jurado, Quequén 2020, Supraversum 2021, Novum 2021, VIII Concurso Internacional de Microrrelatos "Jorge Juan" 2021, Madrid Sky 2021 y II Concurso Literario "Relatos legendarios" 2021). Publica constantemente en Revista Retentiva, Cósmica Fanzine, Revista Rito, Casa del Tiempo, Hipérbole Frontera, Entropía, Phantasma, Penumbria, Teresa Magazine, Nocturnario, Trinando, Polisemia, Irradiación, Katábasis, Nudo Gordiano, Poetómanos,Teoría Ómicron, Periódico Poético, Efecto Antabús, Nocturnario, delatripa, La revista inexistente, Palabrerías, Hispanic Review Culture, Pérgola de Humo, MEUI, Celdas Literarias, Patíbulo Magazine, Revista Literaria Monolito, Doble Voz, Caracola Magazine, Página Salmón, Espejo Humeante, etc. Participa en diversas antologías como Antología de Ciencia Ficción (Vocho Amarillo, en preparación), Cuentos sobre el Necronomicón (El Gato Descalzo, en preparación), XV Antología del Premio Orola 2021,  Deathward, (Speed Wagon, 2021), Un grito que nos libera (Taika Editorial, 2021), Detrás del velo: sobre los sueños y la muerte (Editor J.R. Spinoza, 2021), Brevestiario (Brevilla, 2021), Antología Hispanoamericana de microficción “En pequeño formato” (EOS, 2021), Antología de Vampiras (El Gato Descalzo, 2021), Cuentos y Relatos (de este mundo y de otros) (Editorial Hoja en Blanco, 2021), Antología Crímenes menores (minificción.com, 2021), Fictología digital (Plétora Editorial, 2021), Un San Valentín Sangriento (La Corte Bizarra, 2021), Antología del cuento hispanoamericano sobre mundos distópicos "Y se hizo el caos” (2020), Todos somos Teresa (Teresa Magazine, 2020), Antología de Viajes en el Tiempo (El Gato Descalzo, 2020), Pandemia de Palabras (Mendieta Libros, 2020). Imparte talleres de escritura para la Tertulia de Ciencia Ficción de la CDMX. Pertenece a la generación 2020-2022 de Soconusco Emergente. Prepara libros de cuento y su primera novela.
 
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NO NOS PODRÁN DETENER

 
Hoy encendimos otra vez la hoguera en medio de la calle. Suenan por todos lados las sirenas de policía, de los servicios médicos o de los bomberos. Pero difícilmente llegarán aquí, al centro, donde todo inició.
He visto arder varios edificios durante este fin de año hereje. No nos pudieron contener en ciudades menores así que menos lo lograrán aquí, en la capital. Tras años de aguantar esta vez estallamos. No nos pudieron, ni nos podrán callar. El fuego que ha ardido como el que seguirá ardiendo, noche tras noche, sólo es la chispa de lo que les espera.
Sólo que hoy, tras encender las llamas que se alzaron decenas de metro y bailar a su alrededor, fue que lo vi. Estaba vestido con unas capas como de piel en tonos castaños. Sobresalía tanto por su estatura como porque traía un tocado en cuya cúspide estaba el cráneo astado de una bestia que no pude reconocer.
Inmóvil, no dejaba de observarme con esas cuencas vacías. Parecía estar por fuera del viento que alimentaba la hoguera y apenas movía su vestimenta. Detuve mi baile y lo miré directamente. La figura, entre llamarada y llamarada, sin moverse me decía ven. No era una orden, tampoco una súplica. Simple y sencillamente una invitación para acudir a incognoscibles abismos. A nuestro alrededor, ralentizados, todos los demás seguían con su danza ajenos a la visita. A la invitación.
Sin dudar avancé hacia él. Entonces, unos gritos que enarbolaban un “Detente” seguidos de una multitud de brazos, me hicieron caer. Los danzantes más cercanos, entre intrigados y borrachos, pararon para contemplar la escena. Molesto me giré para ver quién me había sujetado en mi camino al paraíso umbral. Estaba el Jeremías y Natalia, quienes me veían con preocupación. Varios nos ayudaron a ponernos de pie y fue cuando sentí la hornaza de calor: había estado a punto de entrar a la hoguera.
Corrí alrededor de ella para encontrarme con el astado. Por más que busqué durante la toda noche, nadie supo decirme acerca de él. 
Es la última semana de octubre y logramos que tanto la policía como la guardia nacional retrocedieran más allá del perímetro que marcamos como territorio libre. Levanto mi escudo hecho con media puerta metálica y mi bo forjado con una tubería de hierro. Celebro a la par que mis compañeros. Hemos estado días soportando las balas de goma, vestidos de las neblinas creadas por toneladas de gases lacrimógenos. Los hurras y los vivas son ensordecedores. Ha sido nuestro triunfo aunque sé que hemos tenido tanto heridos como secuestrados por las fuerzas gubernamentales.
Vi cuando Nancy cayó por el impacto directo de una bomba lacrimógena que golpeó y rompió su escudo de madera. Un trozo salió volando como esquirla y penetró el anteojo derecho que usa como protección. Alcancé a rodearla y cubrirla junto con otros compañeros en lo que los brigadistas médicos se la llevaban. Creo que el Jeremías transmitió todo. Hoy le tocaba el rol de reportear el enfrentamiento así, tras celebrar brevemente la victoria, lo busqué. Mientras la gritería sigue a mi alrededor retrocedo cinco calles y llego al punto donde están los restos del escudo y el antifaz roto. Iluminado por unas tanquetas que arden y la poca luz nocturna que ha sobrevivido, me doy cuenta que hay manchas en el pavimento. Adivino que su tono debe ser ocre. Quizás vino de las heridas de Nancy. Incluso se ve la huella de mi bota en la mancha mayor.
Levanto la vista y, flotando a unos metros, está el astado quien me contempla con las cuencas vacías, acusadoras. Frente a frente aprecio que las astas se ramifican y se vuelven largas y afiladas espinas de las que gotea un líquido del mismo tono del está en el suelo. El cráneo astado, lentamente se mueve como enfocándome mientras levanta su largo brazo izquierdo que, al salir de la capa, noto que es anormalmente largo y delgado, fibroso. Unos dedos que terminan en largas y puntiagudas uñas se cierran dejando uno sólo, el índice, señalándome. Entonces estalla uno de los autos y salgo proyectado varios metros. Cuando logro recuperarme un poco, intento mirar hacia el astado: se mantiene en su lugar y no deja de observarme. Por debajo de él, sin verlo, varios compañeros corren hacia mi, urgidos de prestarme atención.
 
Dos días después, aún sin recuperarme del todo, me propongo como voluntario para las patrullas nocturnas. Las batallas de los últimos días han provocado más secuestros por parte de los grupos especiales del ejército. Estas unidades no miden su fuerza y sabemos del fallecimiento de más de un compañero por el impacto de balas de goma a poca distancia o por el disparo de lacrimógenas directo al pecho. En transmisión nacional el consejo de ministros ha lanzado un ultimátum para que depongamos nuestras armas y aceptemos que las fuerzas oficiales tomen control de nuestra zona liberada. A cambio, no habrá cargos con la excepción de ciertas cabecillas por sus acciones que hayan resultado en muertes. El consejo promete que de la misma forma castigarán a aquellos que hicieron lo equivalente de su lado. Durante estos días la conexión a Internet es intermitente y, a todas horas, tanquetas militares con altavoces recorren nuestro perímetro repitiendo una y otra vez el ofrecimiento de los ministros. Hemos tenido muy pero muy pocas deserciones.
Sin embargo, no podemos descuidarnos y por eso me propuse como voluntario. El Jeremías me acompaña aunque viene más en su papel de reportero que de vigilante. Nos instruyen que vigilemos el cuadrante norte donde están una serie de bodegas que almacenan víveres y medicinas. Es un lugar que pocas veces se ha visto afectado por los avances ya que está lejos del frente y a sus espaldas se encuentra el río. Además, cada bodega cuenta con una guardia de los chavos que no les gusta la adrenalina de la batalla o que están a punto de quebrarse pero que serán capaces de defender un punto.
Así que debe ser una noche tranquila y pedaleo seguido por el Jeremías a donde debemos iniciar el rondín. Al llegar entregamos las bicicletas a los que cumplieron con su guardia y empezamos nuestro andar. Pasamos revista bodega tras bodega hasta llegar a la mitad de nuestro recorrido. Mientras charlamos un poco con un chico que no tendrá más de unos quince años, se me ocurre mirar al cielo y es cuando noto que descienden tropas vestidas de negro en paracaídas del mismo color. Estoy por hacer sonar la alarma cuando veo bajar al astado a la par que los paracaidistas. El cadavérico rostro y las esqueléticas manos están iluminados por un objeto que porta. En los segundos que tardo en reaccionar aparecen las bengalas que han sido lanzadas desde la otra orilla del río. Inicia el tiroteo por parte de los paracaidistas que han aterrizado. Una bala impacta a El Jeremías quien se cae hacia mi y lo recibo con un abrazo. Sé que está muerto, pero lo sigo sujetando mientras el chico de quince años huye del lugar. Las bodegas alrededor mío explotan lentamente. El astado termina su descenso y está frente a mi, inmutable, atemporal. Sin decir nada, me ciñe la corona ardiente que trae entre sus manos, inclina el cráneo y las astas como saludo. Deposito a El Jeremías en el suelo y, en silencio, sigo al astado quien me guía entre los paracaidistas. Cada uno de ellos viste de negro de pies a cabeza. Son tropas especiales del ejército y sé, de alguna forma, que no se irán mientras no terminen de destruir nuestros alimentos y medicinas. Sin que vean al astado, sin que perciban mi presencia o la de la corona en llamas que flota sobre mi, cruzo esa zona y apuro a todos los compañeros para que huyan de una batalla desigual. En algún momento el astado se desvanece pero no me importa, hay trabajo por hacer. 
Las hogueras se han vuelto a encender en todo el perímetro y, en una de ellas, El Jeremías arde igual que los otros ocho que fueron asesinados en el ataque a las bodegas. El consejo de ministros acaba de avisar que, ante nuestro comportamiento, tenemos hasta medianoche de hoy, 31 de octubre, para deponer las armas y rendirnos. Nos han acusado de que no somos capaces de poner orden en las zonas que supuestamente liberamos y que nos estamos asesinando entre nosotros. Mientras el portavoz anunciaba lo anterior, pasaron videos completamente manipulados para que pareciera que fue obra nuestra el incendio y los muertos. En uno de ellos aparezco brevemente, borroso, mientras sostengo al Jeremías y miro al cielo.
Desde esa noche ya no hubo más deserciones y se nos han unido muchas otras personas que cruzaron subrepticiamente el río. Traen el único armamento que permitimos: tubos y resorteras. Piedra hay de sobra a nuestro alrededor. También trajeron escudos. Por lo que dicen, no estamos solos: la capital está preparada.
Nancy, con el ojo completamente vendado, nuevos anteojos y un casco de ciclista, está a mi lado. Estamos aguardando a que los granaderos inicien la carga apoyados por sus vehículos. El griterío de los compañeros es brutal pero calla de repente al igual que los altavoces de la policía y del ejército.
Todos me miran o, más bien, miran a mis espaldas. Nancy, intrigada me ve y luego da un brinco para retroceder. Volteo y allí está el astado a mis espaldas, flotando, mirándome. Con un gesto rápido, golpea mi bo con una espada flamígera que apareció entre sus manos y la lanza lejos. Luego me ofrece su arma, que acepto y me doy la vuelta encarando el futuro. Con un grito que se vuelve un vocerío más allá del cerco, nos lanzamos contra ellos. No nos pudieron, ni nos podrán callar. Menos nos podrán detener aunque tenga que arder el mundo.