MESHO BAUTISTA BETETA -GUATEMALA-

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Nacido en el país de la eterna primavera, en los albores de los noventa, amante de la cultura en sus diferentes manifestaciones y de la naturaleza en su magnífico esplendor. Observador y admirador de los detalles de la vida que a simple vista pasan desapercibidos, pero que trata de plasmar en una hoja de papel. Indígena por herencia, Abogado, Notario y Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, de profesión, saxofonista por vocación, orquideofilo por pasión y escritor por casualidades de la vida. Todo ello bajo el halo de una gran imaginación sin límites que se refleja en sus escritos. Colaborador en la redacción de artículos del Boletín Oficial de la Asociación Guatemalteca de Orquideología, publicó en la Revista Orchidiarium, No. 9, artículo intitulado: “La Monja Blanca. Un viaje a través de su historia y su influencia cultural” Parque Botánico y Orquidario de Estepona, Málaga, España. Participó en la redacción de artículos relacionados con temas de cultura. Revista Cláusula Oro, publicó género prosa en sección artística, Revista Studium Natura Biología Para Todos, ganador del segundo lugar del concurso artístico &quot;El Arte de ser Abeja”, del Centro de Estudios Conservacionistas (CECON), Facultad de Ciencias Químicas y Farmacia, Universidad de San Carlos de Guatemala.
 
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LA ORQUESTA DE LA PRIMAVERA


Recuerdo que una vez alguien me preguntó ¿Por qué los acontecimientos más bellos se desarrollan en abril?, nunca me había detenido a pensar en ello y precisamente así es. Y no me refiero quizás a fechas importantes para la historia universal, sino importantes para el universo individual o particular.
Y pensando detenidamente en ello, quizás es porque en ese mes la primavera expone sus mayores tesoros ante los ojos del ser humano. Así sucede, aunque muchas veces pasa desapercibido para los ojos comunes, no así para entendido de la vida – y con esto me refiero a quienes se atreven a soñar y vivir su vida al máximo, con pasión y entrega en cada instante-.
Precisamente un ocho de abril, sucedió uno de los acontecimientos más bellos de mi vida y aunque seguramente más de algún incrédulo dirá que estoy loco y que todo es producto de mi loca imaginación, mi perro y yo podemos dar fe de lo acontecido. Sin más preámbulo, le contaré lo sucedido.
Aquel sábado ocho de abril me levanté a eso de las cinco de la mañana, salí a caminar con mi compañero peludo –mi perro Pastor Alemán. Luego de unas vueltas bastante agitadas y que exigieron un gran esfuerzo de nuestros cuerpos oxidados por la falta de uso constante, nos detuvimos en un pequeño y bohemio café que servía las primeras tazas acompañadas de pan de manteca y huevitos estrellados, frijol y tortillas, para mi peluda pedí una porción de longaniza que se pasó en un abrir y cerrar de ojos.
Luego de cancelar la cuenta y beber lentamente el último sorbo de café, nos levantamos y seguimos la rutina, retomando el camino regreso a nuestro hogar. Mi casa, una pequeña residencia de unos cien metros cuadrados, está rodeada por un enorme jardín que me empeñé en formar y cuidar desde hace ya unos veinte años, diez de los cuales he dedicado más tiempo pues me jubilé del trabajo. Lamentablemente por cosas ajenas a mí, debo dejar este maravilloso lugar en manos de mi hijo, quien naturalmente en su juventud no tiene el mismo interés en las plantas. Antes de proseguir le describiré brevemente ese espacio en el que he dejado mi corazón.
A los costados de la entrada principal, tengo dos enormes buganvilias rojas que forman naturalmente un arco y que cubre a manera de techo, la parte de plantas de sombra. En otra parte hay dos majestuosos encinos que estaban en el lugar cuando llegué hace unos sesenta años, junto a cuatro aguacatales que me brindan sus frutos sin falta, sobre estos árboles que tienen una corteza rugosa y húmeda, coloqué unas guarias moradas que con el paso de los años se fueron extendiendo hasta cubrir la mitad de los troncos, creando un espectáculo morado en su época de floración. Al centro una frondosa jacaranda, facilita enramado donde hay cuatro helechos que caen majestuosamente; en el lado en que el sol pega más, hay sembrados girasoles, en otra parte hay hortensias, cintias, amapolas, begonias, margaritas, rosas, violetas, jazmines; no faltan por supuesto varios durazneros, dos nísperos, que dan un poco de sombra a unas exóticas heliconias o aves del paraíso;   como detalle una fuente de piedra rústica les brinda humedad constante. Mientras se puede apreciar el espectáculo de color y aromas sentado en la silla vieja de madera. Así como lo hice tantas veces junto a mi perro.
Regresando a lo que le contaba, pues emprendimos el camino a casa y llegamos en poco tiempo; cansados entramos a casa y me pareció escuchar un ruido como similar al intento de afinación de un instrumento, el sonido de unos platos o tambor, como cuando se traslada una batería de un lugar a otro; escuché uno que otro chillido de violín buscando la nota perfecta; sin embargo pensé que era solo un desatino de mis viejos oídos. Pero me llamó la atención la actitud sumisa que adoptó mi perro, como tratando de disimular que escuchaba lo mismo que yo, cuando normalmente haría un relajo por los extraños ruidos. 
Preparé los implementos para arreglar el jardín, pala, tijera, regadera, aspersores, rastrillo etc. Mi perro a la par me seguía misteriosamente. Al asomarme por la puerta, me asusté al ver que la buganvilia había cubierto toda la entrada, pero casi mágicamente se abrió de par en par como una puerta de doble abatimiento, pasamos con mi perro y de un tropezón caí sentado sin lastimarme sobre la vieja silla. Sin darme cuenta había cerrado los ojos como con miedo, pensando que algún ladrón había entrado para hacer de las suyas.
Un silencio impresionante me dio la sensación de tranquilidad, así que abrí lentamente mis ojos, por increíble que parezca, en posición perfecta se encontraba formada una orquesta sinfónica con todos sus instrumentistas, cada una de las secciones, las flores y los árboles eran los artistas. En ese momento recordé la historia de un amigo profesor que me contó de una experiencia que tuvo cuando se perdió en un bosque y que le habían hablado los insectos y le dieron un mensaje para los humanos, hasta ese mismo momento siempre pensé que era otra de sus charlatanerías de científico en busca de fama.
La organización de la orquesta era la siguiente, los primeros violines, estaban a cargo de las chatías, siendo el concertino la de más vivos colores, los segundos violines estaban a cargo de las hortensias, las violas eran tocadas por amapolas, los violonchelos por girasoles, los contrabajos por unos arbustos de romero que había olvidado que existían, había un arpa y la sujetaba una buganvilia de las que me abrió el camino al asomarme un rato antes; luego seguía la línea de viento madera, que contenía, una flauta que calmadamente sostenía un flaco y joven papayal, un oboe bajo la guarda de un pálido rosal, fagot y contrafagot estaban en las ramas de unas curiosas heliconias, había tres clarinetes que eran acondicionados por tres jazmines, la línea de metales, es decir corno francés, trompetas, trombones y tuba eran tocados por un grupo de cactos bastante robustos y por último la percusión estaba organizada entre varias matas de banano.
Me limpiaba los ojos, pensando que era un defecto de mi vista, me di tirones en el cabello, pero seguía viendo esa fantasiosa escena, hasta me vacié la regadera que llevaba; pero no me desperté de lo que yo creía un sueño. No recuerdo haber comido hongos alucinógenos en el desayuno y tenía como cuarenta años de no beber ni una sola gota de alcohol.
Voltee a ver a mi perro, quien estaba parado elegantemente en dos patas, y con una vos de tenor al pecho decía: “Señores y Señoras con ustedes, el Maestro Director, Profesor Encino. Mientras el resto del jardín, aplaudía con sus espinas, hojas, ramas o con lo que tuvieran disponible para esa faena.
Así el enorme y viejo encino se movió, caminó frente a la orquesta y le extendió una de sus ramas a la chatía concertina, luego se colocó frente al atril, en donde había treinta hojas, que contenían una reducción de un concierto bajo el título de "Vals de las Flores", Tchaikovsky.
Por su parte mi perro nuevamente tomó la palabra y presentó el acto, -a continuación a modo de homenaje a nuestro amigo de años, nuestro cultivador, admirador y compañero de tertulias a veces más monólogos que otras cosas, quien derramó lágrimas y compartió sonrisas con cada uno de nosotros, quien podó nuestras hojas, abonó nuestros suelo y bebió sus tazas de café junto a nosotros, “El Vals de las Flores”, interpretado por la orquesta de la primavera-.
Así terminando esas palabras, el encino se inclinó a modo de saludo a mi persona y las demás plantas, sostenía una rama delgada y pelona de jacaranda con la que dio seis golpecitos sobre el atril. Levantó las manos y en forma automática todos se acomodaron con sus respectivos instrumentos. Hizo dos compases de tres cuartos de muestra y al finalizar el último, (Se suplica al lector, reproducir dicho vals a partir de este momento) inició la armoniosa pieza con el sonido del corno, el fagot, el clarinete y el oboe, respondiendo la buganvilia con unos celestiales arpegios en el arpa; un impresionante solo que demostraba la habilidad y constancia de la buganvilia, luego de ese solo de arpa de casi un minuto; el director hizo una mueca como pidiendo la atención de todos y agitó su barita lo que impulsó la aceleración de la música, el sonido del corno se unió a las cuerdas, la flauta, la percusión sublime. Por un costado aparecieron unas hermosas orquídeas moradas, cuyas flores asemejaban a vestidos vueludos de antaño, tomaron de pareja a unas violetas y bailaron al ritmo de vals; los girasoles se movían ignorando la luz del sol a diferencia de lo que hacían a diario.
Otras flores se abrían de forma intermitente y emitían sus fragancias con mucha intensidad. Los árboles se balanceaban sobre sus raíces sin perder el compás, mientras uno que otro pajarillo se asomaba a ver el espectáculo. Todos los músicos verdes eran impresionantes, pues dejaban ver la pasión con la que interpretaban y ejecutaban sus instrumentos. Los vegetales del huerto crecían en forma desmedida y los aguacatales dejaban caer sus frutos en gran cantidad sobre el pasto que les servía de colchón. Los helechos se mecían elegantemente, una esbelta palmera enana me colocó una flor cortada de jazmín y me la puso en la bolsa de la camisa. Momentos después, una planta joven de níspero me tomo por el brazo y me sacó a una improvisada pista de baile construida con corteza de árbol y hojas secas, así trascurrieron los minutos, entre el tutti, el cantábile, entre crescendos y decrescendos, pianos, fortes y fortísimos. Fue todo un espectáculo digno de admirar por la sincronía, la afinación, la exactitud, la pasión, los matices, el sentimiento impregnado en cada sonido que emitían. No me pregunten, cómo le hicieron para ensayar, para entrar los instrumentos, para organizar todo, porque no tengo explicación; además nunca me había puesto a pensar en la sinfonía que cada año las flores me brindaron, en cada primavera. Me despedí de ellas con un hasta pronto.