EL PODER DE LA PALABRA ESCRITA

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TRINANDO

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DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - EDITORES: PATRICIA LARA P. (COLOMBIA)  - CARLOS AYALA (MÉXICO)

JULIO DE 2015

NÚMERO

4

PUBLICACIONES DE ESTE NÚMERO

Las Chivas. JesúsAntonio Báez Anaya (Colombia)

Réplicas de Madera

Antonio Carlin Lynch

PÁGINA 1

 

SUZANNE

 

 

Inspirado en la canción de Leonard Cohen - Suzanne.

 

Suzanne despertó de sus sueños escatológicos. Abrió sus ojos color almendra al notar cierta humedad entre sus piernas. Se halló tumbada boca abajo, con un diminuto short color morado hecho con los retazos de una cortina interpuesta entre la única ventana de su choza, y los rayos del sol. Era lo único que traía puesto. Y en ese momento, era lo único que hacía lucir sus largas piernas. Aún tenía en su boca el sabor a semen. No giró la mirada buscando a nadie, sabía de antemano que el marinero se había ido. Bebió un largo trago de bourbon directo de la botella, luego la dejó en el suelo. No tenía costumbre beber lo que ella no pagaba con su dinero; pero esta vez no importaba, el marinero se había ido. Pero no el sabor a semen de su boca.

 

Suzanne huele a sudor, a vino barato, cohíbas caros, pero, sobre todo, huele a sexo. Un clásico de la poesía escribiría: “Sexo huele a Suzanne, entre sus firmes muslos se abre la dicha plena… del hombre, la felicidad”. Y es que Suzanne ama la poesía, (pero “felicidad” hace tiempo no aparece ni por la puerta, ni por su única ventana). Seguramente ha fornicado con un montón de poetas; y ellos le han contado, los que suelen hablar de sí; que no son muchos: “Trabajo por mi cuenta”, “soy ingeniero nuclear”, “abogado” (de los honrados), “asesino serial” (de los no conocidos), “agente de la CIA”, “espía de la KGB” o “sheriff del condado”…, la historia de su vida.

 

Ella no ha conocido poeta alguno. Son raros los hombres que vienen con ella y hablan. Hay que cruzar el lago Erie en balsa, luego hacer un trayecto de casi cuarenta minutos hasta llegar a la isla; después, subir una cuesta empinada y buscar la vereda correcta. Todo esto para llegar por fin al escondite de Suzanne. Tal vez sea eso la razón de que uno no tenga ganas de cruzar palabra. Pero he escrito “escondite”, ¿de qué se esconde Suzanne? Si hace años que no baja al pueblo no es porque se esconda de alguien, es la misma distancia de uno al otro extremo, los hombres iban con ella a beber, a escuchar música o a coger. Nunca, o rara vez, a hablar. Más los hombres dejaron de ir. Un día se fueron. Y entonces llegaron los marineros.

Suzanne adora la tranquilidad después del acostón: música folk y el aroma de los habanos embriagan el ambiente. En un rincón del cuarto, una consola estereofónica hecha con caoba y fabricada en 1971 da el único toque kitsch al lugar. Asemeja a una de esas cajitas musicales que al abrirlas nos muestra una delicada bailarina adentro. Pero no, al abrirla vemos el álbum homónimo de Joan Baez, editado en 1975, girando.

 

Si la música fuera electricidad la voz de Joan iluminaría toda la estancia: “Well I´ll be damned / here come your ghost again / but that´s not unusual / It’s just that the moon is full / and you happened to call / And here I sit, hand on the telephone / hearing a voice I´d know / a couple of light years ago / heading straight for a fall…Voces como la de ella y el sonido de su guitarra imprimen paz y calma en toda la atmósfera. Antes de eso: Suzanne prefiere que le azoten un poco, y le apaguen cigarrillos en los muslos.

 

Si se tiene un poco de suerte, algún chiquillo (por unas cuantas monedas, por supuesto), puede acércalo a uno hasta la choza. Solo se tiene que preguntar:

—¿Sabes dónde vive la mujer de la cicatriz?

—¿La del cuerpo perfecto?

—¡Claro que lo sé!—Contestará el chiquillo.

Te tomará de la mano y te guiará. Son chiquillos morenos, quemados por el sol. Mezcla de sangre africana y rasgos latinos que hablan francés. Todos ellos esperan el día en que Suzanne los haga hombres.

 

Algunos hombres (no todos son marineros, pero si ocho de cada diez), cruzan con ellas tres o cuatro frases, las de rigor, las de cortesía. Pero, ¿qué cortesía se puede tener cuando se apagan colillas de cigarros en los muslos, en el abdomen? La ven como a un pedazo de carne. Jugoso. Firme. Un delicioso trozo de bistec a medio cocer…, o aun escurriendo sangre. A fin de cuentas la gente no habla con su comida. Es mil veces entendible que manden felicitar al chef.

 

Suzanne tiene nombre de guerra, su cuerpo es un campo de batalla. Su mente ha divagado desde Creta hasta Waterloo. Sus fantasías han recorrido desde Marco Antonio a Dylan Thomas; ahora mismo los dedos de su mano izquierda recorren la pasta de un libro de Keats, mientras los dedos de su mano derecha rozan su clítoris. Son como una bayoneta penetrando en el cuerpo de un soldado acechante. Así viene a su mente los recuerdos de los dedos que acariciaron una de sus cicatrices favoritas: la que tiene en su espalda baja. La que puede verse de espaldas en el espejo

—¿Te duele?—Preguntó el marinero.            

—No, ya no, y eso es lo que me duele. Ya no sentir dolor—Contestó Suzanne. 

La cicatriz consiste en un par de letras “AS”, iniciales del hombre que la quemó; al rojo vivo, como se quema al ganado. Ella prefiere verlas como “Always Suzanne”.

 

Gustan de penetrarla por detrás, ella misma así lo pide. Aunque hay algunos que prefieren verla a la cara. Sujetan su larga cabellera castaña. Haciendo palanca; tan fuerte como si intentaran arrancarle el cuero cabelludo. Es otra batalla, ésta, en un territorio Sioux. Suzanne pide a gritos más brusquedad. Es como si el dolor le devolviera algo que le ha sido negado desde que tenía dieciocho años: “confianza”, “autoestima”. El poder ver su rostro reflejado en un espejo sin hacer un gesto de horror, o sentir deseos de llorar y golpear el vidrio hasta sangrar los nudillos. Ya no más espejos rotos, ya no más nudillos heridos. Ya no más su padre le cruzara el rostro con su navaja. Él ya estaba muerto…, y Suzanne se encontraba lejos de la ley. Lejos de todo.

 

Ella, sus libros de poesía, sus discos de folk, y las cicatrices de su cuerpo perfecto. Ella y sus pensamientos. Hasta que fueron interrumpidos. El hombre estaba en la puerta, vestía de traje italiano, y tenía el estuche de una guitarra en su mano. En su cabeza un sombrero que lo hacía verse más grande de edad. No hubo palabras, tan solo se hablaron con la mirada. Y con la mirada Suzanne invitó al hombre a pasar. “Toma asiento”, le dijo sin hablar.

 

El hombre se quitó el sombrero y por primera vez Suzanne pudo verle bien su cara.

—¿Eres músico?

—Intento ser músico, más bien soy poeta.                                                           

—Nunca he estado con un poeta.

—Me pareció escuchar un disco de Joan Baez a lo lejos…

—Puedo repetirlo.

—“Repítelo, y yo escribiré un dulce poema a tus mil y una cicatrices y te inmortalizaré en una can…

El hombre que tiene por nombre Leonard, no pudo terminar su pensamiento.                                   Suzanne ya se encontraba encima de él. Y en unos segundos después…, dentro.

 

****

 

ALEXANDRA NO ABANDONA

 

Inspirado en la canción de Leonard Cohen – Alexandra Leaving.

 

Tiene diecisiete años. Eso es: sesenta y tres años menos que su objeto del deseo. Diferencia que le importa, lo mismo que a un Surcoreano le interesa la vida de sus vecinos del Norte. No lo conoció en 1971, no vivió sus épocas de gloria en 1986, ni lloró por su retiro espiritual zen; mucho menos admiró su enclaustramiento, ni sus siete años de silencio. El Último Gran Poeta Canadiense, el mujeriego por excelencia se ha vuelto un monje budista. Sensual.

 

A ella lo que le excita son los artistas con experiencia, los poetas vestidos de Armani y solo tiene ojos y oídos para él. Ha leído toda su poesía, erotizado sus fotos en la red y llegado al orgasmo, ella sola, con más de la mitad de los temas escritos y grabados por el crooner orgullo de la ciudad de Montreal. Ahora mismo, ella, que tiene diecisiete años se está masturbando.

"Con su físico de segunda mano".

"…tras los velos del más puro engaño..."

 "...soy viejo y aún estoy dentro".

...arriba, abajo, adentro, afuera, arriba, abajo, uno, dos dedos…

Cohen es el nombre que siempre estará ligado sexualmente a ella. El timbre de su voz, su manera de tomar el micrófono, el cómo portar el Armani...

...arriba, abajo, arriba, abajo...

Su pasado salvaje, el caer un poco, tan solo un poco de su fino sombrero italiano...

 

Dos dedos fuera. Mojados. Los lame. Los chupa. Al final termina por morderlos.

Y por recordar al tío Terry. El muy cabrón del tío Terry. Bendito seas hijo de puta, en el momento en que se te ocurrió fingir que ayudarías a tu sobrinita de 15 años con su materia de Lengua Hispanoamericana. Y la única lengua que le mostraste fue la tuya de arriba-abajo, (y parafraseando al buen droogie Alex: "en pleno mete-saca") por su tierno, virginal y rosado clítoris.

...arriba, abajo, arriba, abajo, ¡más! ¡más deprisa! adentro, afuera..., brusco. Y para, en reposo..., y ahora en movimientos circulares. Descansa un momento.

 

El tío Terry y Ella no estudiaron a Bolaño ni a Benedetti. Sino sus cuerpos, uno terso y sin estrenar, como una cancha de tenis inglesa recién terminada y con el césped recién cortado y regado. El otro: con toda la experiencia, como un campo de rugby australiano con trescientas batallas y contando. Y el Gran Poeta Canadiense en la pantalla de televisor. Jactándose de haber poseído a Janis y que si quieres otra clase de amor, él se pondrá la máscara por ti.

 

"Si todas las mujeres mal cogidas que leen esa basura literaria pseudo-erótica de hoy escucharan eso..., seguro sentirían calambres en la concha y terminarían tan mojadas como Fred Astaire bajo la lluvia". Piensa la chiquilla de diecisiete años:

"Supongo que es mejor así. Ojala pronto el puñetas de Paulo Coelho se ponga a grabar discos y dar conciertos, eso es lo que se merecen esas frustradas sexuales".

Y de nuevo cruzó por su mente, el deseo de continuar masturbándose.

 

Se levantó. Miró a su alrededor y divisó sus zapatos de tacón alto. Negros. De marca italiana. Se los calzó, y dio unos pasos por la estancia. Los tacones no hacían ruido al caminar por la alfombra traída por sus padres de Turquía. ¿Cuántas amantes habrá dejado Leonard en Turquía? Fue hacia donde guardaba sus discos. Viejos y polvorosos testigos (para muchos prehistóricos) de la historia de la música.

Por delante de los viniles de El Último Gran Poeta Canadiense que También Canta: cuatro LPs de Dylan. El Más Grande Poeta que ha dado Estados Unidos..., y que también Canta.

 

Qué curioso. ¿Qué los diferencia? Uno escribe sobre protesta y revolución. El otro se enfoca más al sexo y al deseo carnal. "Dame crack, dame sexo anal". La chica toma ese disco de las diez canciones nuevas. Cohen en la portada, junto a una mujer de color. Regresa sobre sus pasos vestida tan solo con sus zapatos de tacón alto; descalza de las espinillas hasta la frente, el vinil en ambas manos observando con odio de muerte a quién se entromete en la ilustración. Coloca el acetato en el tocadiscos, presiona un botón y la aguja de diamante desciende hasta el borde indicado. El acetato gira y gira, aprisionado por la aguja.

Sexualiza el momento.

La melodía comienza.

En su mente, ella es el disco, girando-girando, aprisionada por la aguja fálica; el pene del poeta.

Y gira. Y gira.

Y se toca.

Se acaricia.

"Y tú que fuiste desconcertado por un mensaje".

La tapa del LP cae al suelo con el rostro del poeta mirando hacia arriba.

"Cuyo código estaba roto, crucifijo sin cruz".

Ella cae de rodillas, ahora sí con la misión de terminar lo que ha empezado"

El poeta ve su sexo, el poeta goza con su sexo.

"Dile adiós a Alexandra que se va".

No. Alexandra apenas se viene.

Se viene.

Se corre ya.

Y grita.

"Después dile adiós a Alexandra..."

Ha llegado ya.

Sobre el rostro del poeta.

Y sonríe.

Ella no abandona.

 

Antonio Carlin Lynch (Monterrey, Nuevo León, México): Autodidacta, con estudios de psicología, tiene 8 años escribiendo pero desde Octubre pasado decidió salir a la luz (tuvo una participación en la clausura de la FIL, leyendo un relato corto de su autoría hasta ahora no publicado). Ha publicado en OFICIO, Poetazos, Revista Hiperespacio y próximamente en Los Papeles de la Mancuspia. Tiene una novela corta en proceso, muchas noches de insomnio, café, tabaco, Tom Waits y Leonard Cohen. Idolatra a Paul Auster y detesta con todo su ser a Paulo Coelho.

 

Estas dos narraciones que nos comparte fueron pensadas y escritas para una recopilación de relatos eróticos inspirados en canciones de Leonard Cohen.