EL PODER DE LA PALABRA ESCRITA

DISEÑO, HOSTING Y ADMINISTRACIÓN OFIMÁTICA PC-BERMAR MÓVIL 312 5809363 BOGOTÁ -COLOMBIA-

TRINANDO

TRINANDO

DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - EDITORES: PATRICIA LARA P. (COLOMBIA)  - CARLOS AYALA (MÉXICO)

JULIO DE 2015

NÚMERO

4

PUBLICACIONES DE ESTE NÚMERO

Las Chivas. JesúsAntonio Báez Anaya (Colombia)

Réplicas de Madera

Patricia Lara Pachón

PÁGINA 14


 SIGUIENTE PÁGINA
 

Allá

 

Allá en la cima de ese pequeñísimo montículo de tierra que algunos consideraban una protuberancia apenas y que ellas llamaban montaña vivía esta hormiga.  Pertenecía a la  especie de las "cachonas".   Era varonil, musculoso y muy acuerpado; toda una estampa de hormiga, un galán y por cierto con mucho veneno en su aguijón.  Las hormigas de su especie se desvivían por él.  Lo agasajaban de muchas y variadas maneras.  Algunas con ricos bocados  y otras ofreciéndole el mejor sexo posible (ja).  Lo indudable del caso es que nuestro apolíneo hormigo no se inmutaba.  Un día cualquiera acierta a pasar por aquella enorme montaña una hormiga rubia y chiquitita.  De la especie de las “mieleras”.  Son tan minúsculas que casi a simple vista no se pueden ver, pero que igual si te meten el diente te dejan un dolor intenso y por cierto muy duradero.

Y que creen queridos amigos... fue amor a primera vista.  Aquel enorme macho se prenda de la minúscula y "desvalida" hormiga y ella se enamora de él inmediatamente.

No les importó nada.  Ni la raza, ni el color, ni la oposición de sus familias, ni de sus gobernantes, ni nada.  Se fueron a vivir juntos sin la bendición de su dios pues en ninguno de sus hormigueros aceptaron tal unión.  Les parecía la locura más grande de todas.

Al cabo de un tiempo, en el cual les fue prácticamente imposible darse un abrazo o un beso y menos aún; consumar su unión, y alegando diferencias físicas irreconciliables, cada uno retorno como hijo prodigo a su hogar.  Conocieron parejas de su especie, se enamoraron, se casaron, procrearon y vivieron felices por siempre.  Contándoles a todos aquellos que quisieron oírlos lo mucho que se amaron y lo difícil que fue seguirse amando como ellos habrían querido hacerlo; como lo escucharon en los cuentos de hadas; por los siglos de los siglos.

 

 

 

Como gata feliz

 

Me aproximo con el lomo estirado y la cola parada
a tu recuerdo.

Lo olfateo, doy vueltas por su lado

con la pata lo toco
brevemente

con más calma después

luego me arruncho

pegadita a él
y ronroneo

y entonces…

me duermo apretujada en tu recuerdo.

 

Reacomodando

 

Pues es que no sé cómo decirlo.  Fue como si le hubiera prestado la vida a alguien más y hubiera reacomodado todo.  Ahora no sé dónde está esto o aquello.  Y ni si quiera sé si esta.  Y es que lo que era importante para mí, al parecer para la otra persona no lo era y si lo dejó en alguna parte pues seguro fue en uno de los últimos rincones o en los estantes más altos que son los que yo no alcanzo por mi tamaño.  Y es que eso de encargar a otro de nuestra vida es cosa seria.  Hmmmm.  Así que ahora estoy aquí, de nuevo;  poniendo todo en su lugar.  No en "su" del lugar de ella, si no en “su” de mi lugar.  Hmmm.  Y ahora no sé si me alcanzaran la vida y las ganas para hacerlo.  ¡Ay que cansado resultó todo esto!

 

Recuerdos

 

Recordé mi infancia y mi adolescencia.  Aquellos días en que al abrir la puerta se entraban las nubes a bailar en la sala.  Y a pesar de que no me gusta el frio, si disfruté el recuerdo.

Recordé que la preocupación mayor.  A pesar de la pobreza y de tanto "abandono" era levantarse para ir a estudiar.

Recordé mis hermanos y sus ojos, brillantes y sonrientes.  Sobre todo los ojos de  Carlos Eduardo, que fue alegre y feliz casi siempre.

Recordé al mirar hoy fuera de mi ventana los ojos pensativos de mi hermano Jaime Alberto, siempre tan pausado.

Recordé que fui muy afortunada pues los tuve a ellos, a mis hermanos.  Y a pesar de que no todo fueron risas, si fueron las más.  Así que recordé con añoranza que fui feliz, al ver la nube queriendo entrar por mi ventana a mi cuarto y ya no danzar como antaño sino recostarse un ratico en mi cama a conversar conmigo. 

 

 

Primer amor

 

Creación de universos

Cosquillas, humedades

Mariposas volátiles

Explosión de colores

Sentimientos encontrados

Temblor y parpadeos

Sorpresa

 

El macho

 

La golpeaba con saña.  Y ella lo soportaba todo por sus hijos.  Se quedaba ahí y hacía las veces de bolsa de boxeo y además también de receptáculo de semen.  Ya esa condición había dado tres frutos.  No frutos del amor sino del deseo animal y de la necesidad de mostrar dominio sobre ella ya que sobre los demás,  no podía.

 

Cada vez la golpiza era más brutal y más frecuente y ya no tenía tiempo de recuperarse de una cuando la andanada de golpes y patadas llegaba de nuevo.

Sus hijos en un rincón lloraban en silencio mientras lo observaban todo con el mayor temor.  No hacían ruido pues se habían percatado que cuando eso había pasado los había golpeado también.

Un día al llegar el hombre al cuarto; encontró a la mujer arrodillada cerca al fogón intentando preparar algo para los niños y para él,  pues no deseaba aumentar su ira de borracho.  No fue suficiente verla tan gimiente y maltratada como el nazareno mismo.  La golpiza no se hizo esperar pero esta vez las fuerzas no alcanzaron.  Ella murió, mirando a sus hijos y sin proferir ni siquiera un gemido.

A la noche siguiente, el animal aquel, sin percatarse siquiera de la ausencia de la mujer; miró al rincón y vio su hija que con aquel cuerpecito pequeño y frágil intentaba ocultar sus dos hermanos.

La agarró por el cabello, rubio y largo.  La miró a los ojos azules y tan límpidos como su alma y además  sin una lágrima, pero llenos de terror.  El golpe la arrojó con tal brutalidad contra la pared sucia, que aun antes de golpearla ya estaba muerta.

Muerto su cuerpo, muertos sus ojos, muerta incluso su alma. 

 

 

De vida o muerte

(Recordando a Juan Rulfo)

 

Y ahí estaba el pobre hombre.  Atrapado en una noche eterna en un pueblo lleno de fantasmas, en un cuarto sucio y maloliente y metido entre unas cobijas polvorientas que lo ahogaban y que desgranaban piquetes a diestra y siniestra.  Y es que las pulgas aquellas sí que estaban bien vivas y sedientas.

Esperaba que pasara la noche y por fin saliera el sol brillante y con sus rayos dorados espantando tanto muerto en pena.  Pero no.  El día no llegaba.  Y curiosamente los piquetes cesaron igual a como habían empezado.  Respiraba mejor y el espanto había cesado también.  Era la paz luego de la tormenta o mejor la muerte después de la vida.  Y la vida no es como la muerte… eterna.

 

Y más allá

 

Ella caminó, caminó tanto
que los pasos cansados llegaron hasta una blanca playa y su mar.

Una barca le ofreció descanso a su cansancio.

Ella  se reclinó en la barca,

la barca recostada en la arena,

la arena en la tierra

y la tierra en el fuego;

hicieron cuna, casa y por supuesto hogar.

Ahora fuego, tierra, arena, barca y ella

sobre ese mar oscuro y tan cansado

navegan hasta el cielo

y más allá.

 

Caín y Abel

 

Caín tenía las manos toscas y las uñas sucias ya que se dedicaba a cultivar la tierra de sol a sol.  Su piel curtida por la intemperie tampoco permitía que la gente viera el hombre bueno que en realidad era.  Se alejaban de él y lo repudiaba incluso su familia.  Y Dios, su padre, su creador no disfrutaba tampoco sus obsequios.  Fruncía la nariz ante el olor de la cebolla blanca quemada en su honor, las coles lo descomponían también y ni qué decir de las hermosas y blancas coliflores que perdían su lozanía apenas al caer al fuego.

Por el contrario, la fragancia de las carnes de carneros y de ovejas  jóvenes al fuego lo enardecía.  Lo hacían pensar en cosas de hombres.

El carácter de Caín se fue agriando, permanecía solo pensando todo el tiempo en la forma de agradar a su Dios.

Un día Caín, además de la tierra que manchaba sus manos tuvo sangre en ellas.  Su propia sangre bañó la tierra que cultivaba y de ella brotaron cebollas rojas, rábanos, repollo morado y otras muchas frutas y verduras hermosas. Fresas y árboles enormes y majestuosos de arándanos y cerezas.  Que ya no olían tan mal al ser consumidos por el fuego.  Y que adornaban el mundo; que tenían el color de los frutos del árbol prohibido y adornaban la tierra.

La sangre de Abel embelleció el mundo y Dios padre sonrió ante tanta Belleza.

 

Patricia Lara Pachón. Nació en agosto 17 de 1963 en Manizales Caldas, profesional en desarrollo familiar pero dedicada al hogar y radicada en Santa fé de Bogotá, escribe por placer y locura uno que otro cuento o poema. En los que da rienda suelta a esa imaginación plagada de personajes reales o ficticios que cobran vida un instante y duermen muchos más.