EL PODER DE LA PALABRA ESCRITA

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TRINANDO

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DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - EDITORES: PATRICIA LARA P. (COLOMBIA)  - CARLOS AYALA (MÉXICO)

JULIO DE 2015

NÚMERO

4

PUBLICACIONES DE ESTE NÚMERO

Las Chivas. JesúsAntonio Báez Anaya (Colombia)

Réplicas de Madera

Josué Darío Ibarra Osorno

PÁGINA 2

 

El amor en tiempos de parafilia (tomo III)

 

Sabía que tendría que ceder, era de imperiosa necesidad que lo hiciera, de otra manera tendría yo que regresar a las oscuridades que albergo en mi interior… y ya no podía lucharlo más. Ella tendría que ser mía.

 

Hace muchos años desarrollé una obsesión muy marcada hacia ella, aprovechaba mi proximidad para saciar aquellos deseos nefastos y sucios. Me había convertido en una sombra tras su figura, siempre mirando, observando y salivando por ella. Cada oportunidad que me regalaba se convertía en una misión para dejar su esencia embarrada en mi entrepierna.

 

Perfume, ropa, lencería e inclusive un poco de la espuma seca en la almohada de su cama. Todo me envolvía en un placer de enormes proporciones y vasto en recuerdos. De vez en cuando recogía “souvenirs” para después esconderlos en las profundidades de mi alcoba.

 

Siempre fui muy cuidadoso de no mostrar alguna debilidad frente a ella o conocidos que pudieran advertirle de mis siniestras prácticas o que pudieran juzgarme y castigar mi lujuria al distanciarme de ella por siglos.

 

Así viví durante años, mientras en la adolescencia solo la quería como un objeto lúdico de entretenimiento, los años venideros alcanzaron mi madurez sexual y moral. Me sentía el ser más despreciable de la tierra por amarla, por querer disfrutar de esa lascivia que se contemplaba tan deliciosa, por saborear sus labios pequeños y de mimar ese cuerpo tan exquisito. Un manjar de mujer, pero prohibida por su sangre.

 

Las visitas que realizaba a mis aposentos eran constantes, rituales de fin de semana casi imposibles de evadir. Era una tortura a los huesos de mi apetito carnal. Era una maldición perversa. Más de mil veces me cuestioné él porque de mi desdicha, él porque me habría de enamorar de nadie más que de ella a sabiendas que era imposible poseerla y más de mil veces conforté mis ansias bajo el iracundo golpeteo del agua en mi espalda.

 

Entonces llegó el día, un día como cualquier otro sin saber que la noche que le procedía sería una llena de rojos escarlatas. Había bebido como mendigo en opulencia y había fumado para saciar el dolor. Esa oportunidad era mía y, como las anteriores, no la iba a desaprovechar.

 

Fue un vistazo a su vestido negro, su tímido escote y sus piernas de guerrera lo que me hizo titubear por un segundo, no me había convencido aún de la atrocidad que iba a cometer, aún era muy fresca la idea de tomarla a la fuerza, pero no importaba ya. Aún no caía la noche y mis intenciones se afilaban como dagas. Volví a observarle. Me levanté de mi silla y la llamé hacia la recamara.

 

Cerró la puerta tras de sí y miro mi temple con atención, notó el arrepentimiento en mi cara, mis ojos querían verle pero el horror a la que la sometería era demasiado para volcar mi mirada. Sin dudar, se acercó a mi oído y susurró: “-Hazlo-“.

 

La tomé del brazo con una fuerza desmedida, tanto así que dejo escapar un pequeño gemido, sin reparar en aquello, levanté su vestido, rasgué su calzón y acaricie su entrepierna, besé sus diminutos labios y mordí la carne de sus pechos. Introduje mi pene en su vagina y arremetí de tal manera que tuve que insertar los restos de sus bragas en su boca para evitar hacer ruido alguno. Culmine mi fechoría en poco tiempo pues, eran tantos años de esperarle que, la vehemencia de mis estocadas era pornográfica y ruin.

 

Volví a mirar su cuerpo maltrecho y ajado, bese su mano izquierda, su frente y su boca.

Volví al cuarto común y advertí que ella dormía y que gustaba de no ser molestada. Nadie preguntó más. ¿Cómo habrían de hacerlo? ¿Cómo sospecharían de un crimen tan atroz llevado a cabo por el familiar de la aún no conocida como “víctima”? ¿Cómo?

 

Al siguiente día recibí una llamada de teléfono. Su cuerpo había sido encontrado lleno de contusiones y sangre. Nunca sabrán que fue un sacrificio que ella hizo por el amor tan puro que yo le profesaba.

 

Les escribo desde mi mazmorra en lo más profundo de la cárcel de mi remordimiento. En su memoria.

 

Josué Darío Ibarra Osorno, mejor conocido como “Bote De Basura” o Joz (Yoz) Ibarra. Es oriundo de Monterrey, Nuevo León, México. Amante de la música y la literatura moderna. Multi-instrumentalista autodidacta. Escritor de oficio. Ha participado en El Primer Encuentro de Escritores Nudistas, Escritores En Su tinta, Escritores Emergentes, La Noche Roja y otros eventos literarios. Así como también ha expuesto su obra en lugares como: El Café Nuevo Brasil, Kundúl Café, Sanjuanito Blues, entre otros. Co-fundador del movimiento literario Carne De Circo.

 

El autor nos invita a visitar su blog: http://unbotedebasura.blogspot.mx