EL PODER DE LA PALABRA ESCRITA

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TRINANDO

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DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - EDITORES: PATRICIA LARA P. (COLOMBIA)  - CARLOS AYALA (MÉXICO)

JULIO DE 2015

NÚMERO

4

PUBLICACIONES DE ESTE NÚMERO

Las Chivas. JesúsAntonio Báez Anaya (Colombia)

Réplicas de Madera

David Cano

PÁGINA 6

 

Del odio a las matemáticas

 

Yo era el niño

la niña

el jotito

que del ábaco no pensaba en decimales

deslumbrado por los colores primarios

 

Al pato Donald siempre lo pinté de morado y los niños me dijeron que estaba loco

¡No! nos jueguen el color

cuando el verde dominará hasta el infinito

No nos mientan tan pronto.

 

No soy de seguir patrones

Menos, cuando la felicidad…

estadística es un número más

 

Vengo de donde todo es todo o nada es todo bajo un sol eclipsado vengo del amor al viento antes de las fluctuaciones en calles Niuyorkinas

devengo de ahí…

Donde la tierra es tierra

no matemáticas

mucho menos trigonometría

trigo

no

metría

trigo es vida

metría es lo que nos hace menos a los que más

 

Porque al sustraer nos restamos todos

y sí por ahí va no cuenten conmigo

Unidos somos más

pues todos uni 2 estamos sumados

como que dos más dos son cuatro y cuatro y dos son seis y diez dieciséis

Y quién me dice algo del número 43 ...

El silencio es igual a: olvido

 

Yo tengo odio por las matemáticas porque solo restan cosas

Acumulan sustraendos

Qué importancia tiene el saber cuántos beats tiene mi corazón después de un abrazo

si un beso no es más que dos bocas que valen por estar juntas no por las veces que dijeron te odio cuando niño

El rojo del ábaco me gustaba ahora representa cuentas sin fondos

trigo

no

metría

 

Ya no sé qué más contar

Porque cinco dedos en cada mano y una cabeza que se conecta al dolor no dan la cifra que todos buscan

Resultado equivocado

Por eso simplemente hago palabras para los Par Ceros

Para los Parceros

Que lo son todo

 

 

 

Siempre se puede dibujar un escaleno en martes

 

Y sin pensarlo, como una tempestad inconexa, caímos sin salvavidas en los vórtices inconclusos de los monosílabos. Yo que volaba con tanta fascinación en la aritmética de los tetraedros. Fueron las mejores mañanas del mes de marzo según el pronóstico del tiempo, las que entraban por la cuadratura de mi ventana de un metro por noventa y seis centímetros, cuando los rayos de sol viajaban verticalmente polarizando la habitación de tres por tres y reparaban en el catre viejo, exactamente en ese espacio vacío que debería estar ocupado por tu cuerpo. Después de la aparición de un tercer lado en nuestra lógica geométrica, todo se había tornado como una maldita consola de monocromáticos garabatos sin efectos tridimensionales, que ya ni por curiosidad se intenta echar a andar y se destina a un malogrado cuarto de tiliches, con la única esperanza de volver a ver la luz, hasta el día que ya no exista más espacio y unos dedos turbios la carguen, mandándola al cesto de la basura y su lugar lo ocupe otro artículo menos innecesario.

                En esta vida todo tiene su fin decía concienzudamente el abuelo rascándose la barba con movimientos giratorios, pero el nuestro lo marcaste como un afiche sin título, sin vuelta de hoja y negándome el recurso del derecho de réplica. Y suena a barato cliché, pero no se le puede mandar al patíbulo a un hombre así nomás y menos sin un juicio justo; ni siquiera el peor de los criminales merecía un acto tan cruel, o al menos eso creía hasta que sentí cómo ejerciste el accionar de los nueve punto ocho metros sobre segundo al cuadrado de la guillotina y así perdí la cabeza por unos momentos.

                Parapléjico quedaba el lenguaje que te invocaba, era un masticar al aire con dientes calcinados por el irreparable daño de tu escorbuto olvido. Tu impronunciable nombre se fue borrando como un manchón de tiza barata en el raso suelo, donde ya los niños no juegan por las tardes de verano, porque olvidaron cómo saltar la cuerda y toda la magia de los arcaicos juegos.

                Algunos afirman que en la destrucción también hay cierta belleza, pero no en este estado en el que me dejaste, lo dudo. Los parámetros se fluctuaban en otros planos donde las palabrerías y concepciones de colofón no son menos que una mueca sin disfraz de sonrisa. Y así me fui quedando solo como un certero evaluador de los sistemas de suma cero.

                Y ahora te encontré en un martes de un año bisiesto, en el supermercado, caminando por los pasillos abarrotados de ofertas y redondeos de noventa y nueve centavos en frutas y verduras. Tu mano derecha con un majestuoso anillo en el dedo que se encuentra a la siniestra del meñique, portaba la esférica manzana roja y se la dabas a ese Adán de quijadas anchas y rostro de palurdo que hace recordar aquellos tiempos de paganismos y hombres barbados.  Aquel por el que me cambiaste tan fácilmente, como una transacción rutinaria del sistema bancario, vestía una playera de hincha del equipo local de futbol, pues ahora después de tantos partidos perdidos y un par de locos fanáticos que se afanaron a cuerdas absurdas después de tanta derrota, al fin obtenían la copa y seguramente en estos días esa playera a rayas se transformaría en el uniforme predecible que portaría toda la testaruda ciudad de borregos dormidos, en donde yo ya había consagrado mis días al insomnio.

                Para sorpresa mía, a él lo mirabas de una forma que nunca me miraste, talvez era un deseo menos fugaz anclado más allá de la vulva o la certeza de que su cartera no era tan raquítica como la mía. Supongo que no es tan difícil abrir las piernas en una cama extensa con calefacción regulada y una linda vista, donde la ciudad parece una comunidad de luciérnagas descansando mientras miran la luna y tú a ellas, y entre ese orden de luces, seguramente yo me encontraba borracho o fumando sin rumbo alguno, entre los recovecos de obscuridad que dejaban un breve espacio entre una luz amarilla y una roja. Aunque antes de girar ciento ochenta grados y emprender la fuga,  encontré equidistante mi mirada en la tuya y noté la ligera expansión del radio de tus pupilas que están conectadas directamente a la humedad de tu lado convexo, logrando de esta forma despejar la incógnita de la ecuación de tu libido…  

                En cuestión de triángulos siempre que son amorosos, no existen los equiláteros y nunca me gustó jugar a la hipotenusa.  Y volví a seguir en línea recta emprendiendo la fuga,  a sabiendas de que siempre se dibujan figuras en el espacio, y el amor es tan simple como dos líneas solitarias que se interceptan en un plano cartesiano. Además, si me daba por dibujar triángulos, está vez sería totalmente un escaleno, tomando en cuenta que siempre hay un martes de frutas y verduras en el supermercado de tu preferencia.

 

 

David Cano, sonorense de nacimiento (Sonora, México), forma parte de la agencia de publicidad “KELO CREW”. Ha publicado en diferentes revistas de creación literaria y periódicos, tales como: Oficio (Monterrey), Papalotzi (Guadalajara), La Cataficcia (Zacatecas) y periódicos como Campus MTY (Monterrey N.L.),  Quehacer de México (Nuevo León y Tamaulipas), Playboy México (México), Letra Turbia (Granada, España) y Revista Quira (Bogotá,Colombia).

Colaboró como reportero en la Sección Cultural del Quehacer de México y en el 2006 fue reportero en Monterrey de la revista Papalotzi. Antologado en el libro de microrrelatos “Cuentos alígeros” de la Editorial Hipálage (Andalucía, España) con el cuento “Esa ya no es mi historia”. Ganador del concurso internacional de cuento breve de Latin Heritage Foundation 2011 (Washington, NJ) con el cuento “Siempre se puede dibujar un escaleno en martes”.