EL PODER DE LA PALABRA ESCRITA

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TRINANDO

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DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - EDITORES: PATRICIA LARA P. (COLOMBIA)  - CARLOS AYALA (MÉXICO)

AGOSTO DE 2015

NÚMERO

5

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Las Chivas. JesúsAntonio Báez Anaya (Colombia)

Réplicas de Madera

Rocío Ramírez Castillo

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Rocío Ramírez Castillo. Monterrey, N.L., México. Abogada, Contadora Pública y Escritora. Editorialista del periódico El Norte. Ganadora del Tercer Lugar del Certamen de Literatura Joven Universitaria 2006 de la UANL cuya obra ganadora se publicó en la antología "Imágenes para Leer". Entre sus obras publicadas se encuentran "El vendedor de abrazos", "Conversaciones Ajenas" y "El príncipe bufón". Autora del blog www.chicabloguera.com

En éste, su primer aporte en la Revista Literaria Trinando, nos obsequia los primeros dos capítulos de "El vendedor de abrazos".

Sinopsis:

¿Qué harías si te enteraras que tu mejor amigo o tu compañero de trabajo se alquila como acompañante de mujeres? ¿Y si lo que vende son abrazos? Basado en una leyenda urbana de Monterrey, “El vendedor de abrazos” es la historia de Julio, un hombre que al perder su trabajo, comienza a vender abrazos a domicilio a mujeres que se sienten solas. Con un lenguaje masculino, erótico y a la vez relajado y divertido, Julio narra su experiencia y la de las clientas que lo contratan, que van desde las que solo quieren su compañía, hasta aquellas que piden algo más…

Link de la página libro: www.elvendedordeabrazos.com

Kindle http://www.amazon.com/Vendedor-Abrazos-Spanish-RAMIREZ-CASTILLO-ebook/dp/B00C9PE9S8/ref=sr_1_1?s=books&ie=UTF8&qid=1438391535&sr=1-1&keywords=el+vendedor+de+abrazos

Versión impresa: http://www.amazon.com/vendedor-abrazos-Spanish-Ram%C3%ADrez-Castillo/dp/1484107705/ref=sr_1_2?s=books&ie=UTF8&qid=1438391535&sr=1-2&keywords=el+vendedor+de+abrazos

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EL VENDEDOR DE ABRAZOS

1

 

La paciencia era una habilidad que había desarrollado en los últimos meses, especialmente cuando se trataba de mujeres. Sabía que no debía presionarlas ni apresurarlas. Había aprendido a ir al ritmo de ellas. Miré el reloj. Eran las 10:25 pm. Decidí esperar un poco más.

De pronto, ella apareció. 

Hola dijo con timidez. 

Hola. 

Se veía un poco ansiosa. La invité a acercarse a mí. 

Ven.

Ella se aproximó con pasos lentos. Contemplé su rostro, era muy guapa, de ojos muy expresivos y una bonita sonrisa. Su piel blanca contrastaba con su oscuro cabello. 

Sonreí. 

Sí sabes que cobro por esto ¿verdad?

Sí.

–¿Y aun así quieres hacerlo?

Sí. 

–¿Traes el dinero?

Ella abrió su bolsa y sacó su cartera. Extrajo varios billetes y me los entregó.

Aquí está. 

Los conté para cerciorarme de que era la cantidad correcta, y luego los guardé en el bolsillo de mi pantalón. 

Muy bien. Pues empecemos.

La chica se quedó quieta por unos segundos. Me acerqué a ella y la rodeé con mis brazos, la envolví suavemente, con ternura, aprisionándola. La acerqué contra mi pecho. Ella pegó su oído a mi corazón. No sé si pudo escuchar los latidos desesperados por la excitación que ella me producía. Mis manos recorrieron su espalda, despacio, escurriéndose entre su largo cabello. De pronto, ella exhaló un suspiro, de placer, de satisfacción. 

Podría sonar demasiado ingenuo, o exageradamente cursi, pero ése era mi servicio, y me pagaba por ello. Simplemente abrazarla, darle esa sensación de protección, afecto y calor, que ella buscaba con tanto ahínco. Porque había descubierto que la soledad era un mal moderno, tan temida y tan insoportable, que hacía que ellas me pagaran con tal de desterrarla. Y como en estos tiempos todo tiene un precio, yo también lo tenía. Ahí estaba yo, vendiendo mi tiempo, vendiendo mi compañía. 

 

Soy un vendedor de abrazos. Ése es mi negocio, y ésta es mi historia. 

 

2

 

Eran las siete de la mañana. Después de manejar veinte kilómetros y batallar con el tráfico matutino, finalmente llegué al trabajo, en una empresa ubicada en un parque industrial de Apodaca. Pasé mi tarjeta por el escáner y entré a la oficina. 

Caminé por los cubículos, saludando a los compañeros: A Efrén, el señor cuarentón que siempre hablaba de fútbol; a Josué, el veinteañero recién egresado de la universidad; a Mario o la Bella porque estaba bien bestia el cabrón; a Carlos alias casa de Infonavit, porque tenía tres metros de frente, y a Rodrigo, quien era de mi edad; todos nosotros del mismo departamento de diseño industrial. Nos llevábamos bien, porque las bromas y la carrilla estaban a la orden del día. 

–¿Qué onda? dije a Rodrigo, quien se sentaba al lado mío.

–¡Julio! ¿Qué ha habido? 

Me senté frente a la computadora. Mientras ésta se encendía, me froté la cara. Tenía mucho sueño. Eso de levantarse todos los días a las cinco de la mañana estaba cabrón, pero la ventaja de mi trabajo era que me pagaban bien. Después de graduarme de Ingeniero Mecánico Electricista en la Universidad Autónoma de Nuevo León, había estado en varias empresas por algunos meses, hasta que finalmente me quedé en ésta. Ganaba lo suficiente para pagar la renta del depa, me compré mi carro, y de vez en cuando me salía de viaje con mis amigos. Así que no podía quejarme, me la pasaba bien, después de todo.

Me asomé por la ventana. Era enero, el cielo tenía nubarrones y hacía frío. Así que le dije a mi compañero:

Oye, está bueno el clima como para irnos a tomar algo caliente. 

–¿Como qué?

Como un chocolate con unas donas. ¿Cómo ves?

Ah, sobres.  

Está bien. Yo pongo el chocolate y tú las donas. 

Pinche Julio rió mi compañero al caer en mi albur. 

En ese momento pasó La Bella, refunfuñando. 

–¿Qué pex?

No me salió. 

–Órale, pues pújale carnal, a ver si ya sale respondí. 

–¡La impresión, güey! ¡No hay papel en la impresora!

Rodrigo y yo soltamos la carcajada. En ese momento, apareció el novato Josué. 

–¿Qué ha habido? saludó.

Nada carnal, ¿qué pedo? respondió Rodrigo.

Pos nada. Aquí dándole. 

Volteé a ver a Josué y noté que traía puesta una camisa de color negro, así que le dije:

Oye, qué bien se te ve el negro. 

–¿Neta?

Sí, el negro como que te sienta muy bien respondí. 

Rodrigo y la Bella rieron a carcajadas. En cambio Josué me pintó un dedo, y me dijo:

Pinche Julio pendejo.

Carlos se levantó de su lugar. Rodrigo me hizo una seña, ambos nos fuimos hacia su escritorio y cambiamos el wallpaper de su computadora por una foto de Ricky Martin sin camisa. Nos regresamos a escondidas a nuestros lugares. Cuando Carlos regresó y vio lo que habíamos puesto, exclamó:

–¿Quién puso esto? 

Rodrigo y yo fingimos que no sabíamos de qué hablaba. 

–¿Qué güey? Ah órale, no sabíamos que te gustaba tomar agua de la manguera. 

Fueron ustedes, cabrones. ¿Verdad? 

Para nada, güey dijo Rodrigo, y yo no pude contener la risa. 

Carlos estuvo a punto de devolvérnosla cuando de repente pasó Alma frente a nosotros. 

Alma tenía veinticuatro años y era la única mujer del área, aunque ella estaba en Ventas. No era bonita, pero tampoco era fea. Era de esas chavas chaparritas, flaquitas, que se vestía demasiado sofisticada como para trabajar en la planta. 

–¡Hola! Buenos días saludó con su vocecita melodiosa. 

Buenos días. 

Apenas llegó ella a nuestro lugar, las risas se acabaron. La presencia de Alma hacía que cuidáramos más nuestras palabras. A veces pensábamos que la habían contratado adrede, para que nos controláramos, pues antes de su llegada el departamento era un desmadre. 

–¿Qué pasa? Preguntó con curiosidad. Cuenten el chiste. 

Pero los demás ya se habían cohibido, y regresaron a sus ocupaciones. 

Alma parecía desconcertada. Rodrigo se levantó de su lugar para servirse un café, y ella y yo nos quedamos solos. 

–¿Qué es lo que tanto platican que no me cuentan? inquirió mi compañera.

Nada, sólo estábamos bromeando entre nosotros. 

Mmh.

–¿Qué onda? ¿Cómo estás?

Bien, bien. Oye, ya que estoy aquí contigo, tengo una pregunta. Si tú fueras mi novio, ¿qué te gustaría que te regalara de cumpleaños? ¿Una playera de tu equipo de fútbol favorito o un perfume?

Aunque no éramos amigos íntimos, Alma siempre me agarraba de confidente. Creo que yo le inspiraba confianza. Y a la vez, también trataba de bromear con ella.  

Yo más bien te pediría un fin de semana en un hotel de Cancún.

–¡Julio! Esto es serio. Mi novio cumple años mañana y quiero darle algo especial.

Eso sería especial dije.Te aseguro que nunca lo olvidaría.

–¡Ash! 

Bueno, ya, regálale un perfume respondí para darle por su lado. 

–¿De qué marca?

Pues no sé, de la que a él le guste. 

Quizá le regale las dos cosas: la playera y el perfume. 

Me parece muy bien respondí. 

Alma me dio las gracias y se fue hacia su lugar. 

Continué haciendo mi chamba. Me gustaba mi trabajo. Me permitía viajar a varios lugares, cosa que no hubiera podido hacer de haberme quedado en Tampico, mi tierra natal. A pesar de que mi papá quería que me quedara atendiendo la ferretería, preferí salir del terruño a explorar el mundo, y mi trabajo me permitía eso. Me asignaban proyectos en diferentes ciudades, a veces en otros países. La única desventaja que le veía era que no me quedaba tiempo para tener novia, pues era difícil que una mujer aguantara mis largas ausencias.

En fin. No se podía tener todo en la vida. 

Me puse a avanzarle al nuevo proyecto. Parecía que ése iba a ser un día muy productivo. Y digo parecía porque en realidad, lo que sucedió fue algo muy distinto. Un minuto estaba frente a mi computadora, y al siguiente estaba en la oficina de mi jefe, donde éste me comunicaba que debido a la crisis financiera por la que atravesaba la empresa, habría un reajuste de personal, y que yo iba pa fuera. Claro, me lo dijo con otras palabras, pero el caso es que después de tres años de trabajo, me echaban de ahí. 

Fui a la oficina de Recursos Humanos a firmar y a recibir mi finiquito. Regresé a mi escritorio y guardé todas mis cosas en una caja de archivo. Como no me gustan las despedidas ni tampoco tenía ganas de dar explicaciones de mi salida, mandé un correo electrónico a todos mis compañeros, dándoles las gracias por todo. 

Y así, la vida me cambió en cuestión de horas. En la mañana mi principal preocupación era llegar a tiempo al trabajo; en la tarde, que no tenía trabajo. 

Pasaron cuatro meses, el dinero de la liquidación se me fue como el agua, y yo seguía sin conseguir chamba. Comencé a considerar la opción de regresar a Tampico, y vivir de nuevo con mis papás.

Esa tarde, mientras hacía la limpieza del depa, recibí una videollamada por Skype. Me senté frente a mi computadora y me puse la diadema. 

–¡Hola, hermanito! 

Mónica, mi hermana. Justo cuando pensaba en la familia, ella me contactaba. Parecía que tenía poderes telepáticos. 

Qué onda, Mónica. Qué sorpresa.

–¿Cómo estás? Espero no estar molestando. 

Para nada. ¿Qué horas son allá en Londres?

Las siete de la noche. Matt no tarda en llegar. 

–¿Y Sofi, mi sobrina favorita?

Es la única que tienes, menso.

Por eso es mi favorita.

Seguimos platicando por un rato. Me preguntó cómo iba mi búsqueda de trabajo, y luego me dijo que le echara ganas, que no me desanimara. Poco antes de que se despidiera, le dije:

Salúdame al Beatle.

–¿A quién?

A tu marido. Parece el clon de John Lennon. 

Menso respondió mi hermana, entre enojada y risueña. 

Solté una carcajada. Mónica se despidió de mí y se desconectó de la conversación. 

Me quedé sentado frente a la computadora, girando la silla de un lado a otro. Sentí el peso de la soledad más fuerte que nunca. Los días se me hacían largos, tanto que perdía la noción del tiempo. Pasaba demasiadas horas en internet, refugiándome en las salas de chat, para conocer mujeres, o en las redes sociales, para platicar con aquellas viejas amigas de la universidad. Incluso pensé en llamarles a mis ex.  

Justo en ese instante, Alma se conectó al Skype. 

Aquello fue un alivio. De inmediato me abalancé sobre el teclado para escribirle. No es que Alma y yo hubiéramos sido grandes amigos, pero me caía bien. 

Platicamos un rato sobre cosas superficiales, y quedamos de vernos para cenar esa misma noche. Me bañé, me arreglé y salí de volada. Llegué al restaurante y me asomé para ver si ahí estaba ella. 

Pensé que platicar con mi amiga y ex compañera de trabajo me haría pasar un buen rato. Sin embargo, lo que encontré fue algo diferente a lo que yo esperaba. Alma no se veía como yo la recordaba, sino todo lo contrario. Lucía desaliñada y deprimida.

Terminé con mi novio. Me siento muy triste me anunció.

Ah, órale dije. 

Siete años de noviazgo, y me dejó porque dice que no está listo para el matrimonio dijo sollozando. Necesito que alguien me consuele.  

Pues sí, ya encontrarás a otro respondí. ¿Qué más podía decir? 

Pero ahorita me siento muy sola. ¿Podrías abrazarme?

–¿Como para echarnos? Tú sabes pregunté con picardía. 

–¡No! ¡Sólo abrázame!

Su propuesta me sacó de onda. No había dicho que si nos íbamos a un motel. Dijo: ¿podrías abrazarme? Lo cual era muy distinto. Y no es que Alma me cayera mal, al contrario, estaba guapa, tenía lo suyo; para echarme un palo con ella yo sí me apuntaba. Pero mi amiga más bien lo que buscaba era a un novio que reemplazara a su novio anterior. O al menos esa impresión me dio.

Así que para evitar que se hiciera falsas esperanzas, le dije:

Oye, yo sólo soy tu amigo, no esperes nada de mí. No pensarás en algo serio conmigo...

Sólo abrázame. Lo necesito.

Me mostré reacio. Aquella desesperación suya porque la abrazara ya me estaba dando mala espina. Estaba a punto de levantarme de la silla e irme pretextando algún compromiso imaginario, pero en ese momento ella sacó de su cartera un par de billetes, y me dijo:

Es más, te pagaré.

No, oye, no es necesario.

Por favor. 

Miré el dinero. Realmente lo necesitaba, pues ya debía dos meses de renta. Además, sólo se trataba de un simple abrazo.  

Está bien.

Me senté junto a mi amiga, y la abracé. Ella se sintió confortada, satisfecha, protegida en mis brazos, como si de alguna manera yo sanara su herida. Con torpeza la estreché, y no sé por qué, pero yo también me sentí reanimado. Hacía mucho tiempo que no tenía a una mujer entre mis brazos y que no sentía esa calidez de su cuerpo contra el mío, y el aroma de su piel. Permanecimos así por varios minutos, hasta que poco a poco, ella fue recuperando su calma. 

Gracias me dijo, secándose las lágrimas. 

De nada respondí. En realidad no sabía qué más decir. 

Es el mejor abrazo que he recibido, no sé… sentí… como si me transmitieras algo. 

Reí con incredulidad. 

–¿Qué te transmitía?

No sé. Sólo sé que me hiciste sentir mejor. 

Me alegra escuchar eso. 

Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. 

Salimos al estacionamiento. Ya había anochecido, pero el tráfico de la ciudad estaba en su apogeo.

Me dio gusto verte de nuevo, Julio. Por cierto, ya ni te pregunté, ¿ya estás trabajando?

No dije metiéndome las manos en los bolsillos del pantalón. Pero sigo buscando.

–Ánimo, yo sé que te va a ir bien. 

Gracias.

Mi amiga me estrechó la mano y se despidió de mí con un beso en la mejilla. 

Estaba a punto de subirse a su coche, cuando se giró, y me dijo:

–¿Sabes? Eres buen abrazador. Deberías dedicarte a esto.

Solté una carcajada. 

Alma, estás loca respondí.

–¿Qué? A mí me parece una buena idea. Neta. 

Sí, Alma, sí dije siguiéndole la corriente. Seguramente voy a poner un negocio de abrazos. 

Pues yo sí lo consideraría me dijo mi amiga y se fue.

Todo hubiera terminado como una simple ocurrencia, de no ser porque semanas después recibí una llamada telefónica de una mujer que preguntaba por mí. Pensé que me hablaba para una entrevista de trabajo, sin embargo me sorprendió ver que en realidad me buscaba por otro motivo.

Eh. Hola. Soy Gisela, amiga de Alma. 

Sí. ¿Qué se te ofrece?

Bueno, tal vez sonará extraño o estúpido, pero Alma me dijo que vendes abrazos. 

Solté una carcajada. Pinche Alma. Me había recomendado con sus amigas como vendedor de abrazos. 

Decidí ser sincero con la chava antes de que surgieran malentendidos.

No. Creo que estás equivocada. Yo no

–¿Cuánto cobras? me interrumpió la mujer. 

Me quedé pensativo por unos segundos. Y de pronto, la idea de vender abrazos ya no me pareció tan descabellada.