EL PODER DE LA PALABRA ESCRITA

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TRINANDO

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DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - EDITORES: PATRICIA LARA P. (COLOMBIA)  - CARLOS AYALA (MÉXICO)

AGOSTO DE 2015

NÚMERO

5

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Las Chivas. JesúsAntonio Báez Anaya (Colombia)

Réplicas de Madera

Mario Bermúdez

PÁGINA 6

 

SUICIDO AL ATARDECER

 

Capítulo I

 

--La vida es hermosa.

--Eso es lo que usted piensa, doctora.

--¡Es muy hermosa! --casi gritó ella desde el otro lado de la línea.

--No le veo nada de hermosa, es más, me parece que es un castigo.

--Entonces ¿para qué me ha llamado?

--No lo sé.

--¿Solamente quiere tomarme del pelo?

--No lo sé.

--¿Qué es lo que desea, señor?

--Suicidarme, ala, mi querida doctora.

--Bueno, aquí estamos para ayudarle, para brindarle ayuda psicológica… esto es un desequilibrio grave producto de una depresión profunda.

--¡Basta! No deseo escuchar su perorata… solo quiero que me ayude.

--Eso trato de hacer.

--Entonces ayúdeme, doctora.

--Ya le dije que la vida es hermosa.

--Y ya le contesté que no le veo nada de hermosa… por eso quiero suicidarme.

--Es simple obstinación; los suicidas que se deciden no llaman, señor. Quien llama a esta línea es porque piensa en serio en la «posibilidad» de suicidarse, porque en el fondo le tienen miedo a tomar esa horrenda decisión. Nuestra tarea es la de estimularlos con respecto a la vida con el fin de que desistan de tal posibilidad.

--Ya lo tengo decidido.

--¿En dónde está usted?

--En mi cuarto… y tengo listo el veneno para tomármelo cuando decida colgar esta estúpida llamada. Solamente quiero comprobar que su maldita línea no sirve para nada, que es una estupidez más.

--Bueno, reconsidere la posibilidad de suicidarse; vea que los problemas se pueden solucionar.

--Llevo sesenta y cinco años tratando de solucionar mis problemas y nunca he podido, por el contrario, se agravan cada día más.

--¿Podría contarme alguno de sus problemas?

--Soy un idiota.

--Usted ha perdido la autoestima por completo, eso me parece.

--Es verdad, un ser como yo no merece siquiera ser querido por uno mismo. Soy un anciano despreciable… Si supiera, doctora, con decirle que a esta edad todavía no he tenido siquiera una relación sexual. Mi cacahuete está sin estrenar, porque tengo una pinguita del tamaño de un cacahuete. Por las noches sueño que tengo una relación sexual con una persona desconocida, que no sé si es una mujer o un hombre, si es una persona joven o vieja. Me despierto agitado, pero ni aun así tengo una erección.

--¿Eso lo angustia?

--Nadie me quiere, soy menos que un animal. Ni siquiera Platón, el perro de la dueña de la casa en donde vivo, está falto de cariño… Todos lo miman, doña Enriqueta lo consciente como a su bebé… A veces quisiera envenenar a ese maldito motoso. Eso es, lo voy a envenenar ya mismo, ala, y con eso moriremos los dos.

--Tenga paciencia, mucha paciencia, la vida tiene muchas cosas bunas, señor.

--He sido muy paciente, pero mi vida es una mierda.

--Usted siempre ve las cosas malas, no señor, la vida tiene cosas muy buenas.

--Ya no puedo comer nada, el médico me condenó a morirme de hambre porque todo me hace daño, que sin sal, que sin azúcar, que sin grasa, que nada de granos, que nada de yerbas, que no mucha agua, que ni café, que ni chocolate. Es mejor acelerar la muerte, pero es mejor suicidarse… un solo dolor y adiós, vida ingrata y miserable ¡Carachas, la vida no es más que una mierda!

--Bueno, ¿y qué culpa tiene el perro?

--Él es feliz.

--¿Siente envidia?

--Algo parecido, al chandoso ese el médico no le prohibió nada y come hasta pedazos de enjalma,  mi doctora. Es muy feliz el canino, bate la cola siempre… eso es sinónimo de felicidad perruna, doctora.

--¿Se da cuenta? Si usted aprecia, señor, en otro ser la «felicidad», entonces eso lo impulsa internamente a sobrevivir. ¿Cree en Dios?

--Dios está muy escondido hasta el punto de que parece no existir.

--Lo mejor sería acudir al escondite de Dios.

--Él lo cerró herméticamente para que nadie lo moleste, debe estar pensando también en suicidarse… si es que ya no lo hizo.

--¿Qué veneno piensa tomarse

--Compré uno para ratas.

--¡No!

--¿Por qué grita, doctora?

--El sufrimiento con veneno para ratas es horrible, pues destroza paulatinamente los intestinos y hasta se corre el riesgo de no morir sino de quedar muy mal, padeciendo enormemente, paralizado, y sin la posibilidad de volver a intentar un nuevo suicidio.

--Está bien, no tomaré el veneno, como tampoco mataré a Platón… Debe haber muchos métodos más eficaces para suicidarse uno; por ejemplo, ahorcarse... o tirándose al Salto de Tequendama.  Mejor sería ahorcarme.  Eso es… ¡ahorcarme! La otra vez intenté ahorcar a un gato, pero no pude, ellos son duros del pescuezo, mientras los perros son muy frágiles.

--Todo método produce sufrimiento…

--Pero no más que esta vida, eso creo, doctora.

--La vida se hizo para vivirla.

--¡Pero se vive muy mal, siempre hay carencias! Vivir es ir muriendo entre el sufrimiento. El problema del dinero hasta se puede solucionar, pero la soledad y el desamor, no.

--¿Por qué dice eso? ¿Puede contarme su historia? Cuéntemela, con toda confianza, señor, pues para eso estoy aquí en la línea.

--Mi familia me echó porque les dio pena tener entre sí un tarado como yo. Vaya, ellos distinguidos aristócratas de rancio abolengo con un tarado como yo que a los veinte años no había conocido mujer… y que a estas alturas de mi vida no ha conocido mujer. Eso fue terrible, hasta llegaron a dudar de mi virilidad, la pusieron en duda, pero ni eso, y hasta el tío marica de la familia, porque toda familia tiene maricas, dijo que ni siquiera yo era capaz de conseguirme otro macho a ver si me despertaba el gusto de tirar con alguien. La gente, así sea ocultamente, piensa que siempre se debe tener con quién tirar. Nunca he entendido por qué eso debe ser así ni por qué eso es tener una «correcta personalidad», claro que si se hace con alguien del otro sexo. Bueno, ala, mi querida doctora, pienso que eso debe ser así porque la «vida es una completa tiradera».

--¿Eso te dijo su tío? ¿Nunca intentó tocarte?

--Jamás, hasta en los maricas produzco repugnancia… ¡Soy menos que un despreciable gusano!

--Pero imagino que al menos alguien ha debido gustarte.

--No vaya a creer, ala, mi querida doctora, que mi problema es ser marica.

--No he dicho eso.

--Claro, me enamoré secretamente de una tía.

--¿De una tía? ¿De una tía?

--Sí, doctora, una vez la espié mientras ella se bañaba, y creo que es vez sí tuve una erección. Me pareció una diosa exótica entre el agua. Pero ella no me miraba como hombre sino como a un tonto, fue la única que me acarició, como tía, digo, y yo me sentí feliz. Ella sí me quiso… como tía, ¿no?

--Pero ella jamás lo tocó.

--Jamás, donde lo hubiera hecho, me hubiera muerto de dicha… Ese sería un suicidio feliz, porque, entienda, el suicidio no solamente acaba con el sufrimiento de la vida, sino que hace a la dicha eterna.

--Entonces, ¿nadie lo ha tocado o ha intentado hacerlo?

--¡Soy menos que una cucaracha!

--Todos tenemos valores, todos poseemos virtudes.

--Pero yo no, pues ni yo mismo me quiero. No sé si me voy a suicidarme por odio a mí mismo, o por un acto de amor conmigo.

--¿Por qué llamó?

--Para contarle a alguien sobre mi decisión… No escribiré una carta de despedida. No puedo contarle esto a doña Enriqueta, la pobre se moriría antes de que yo me suicidara, y eso sí que me dolería.

--Piénselo, no vale la pena hacerlo, y doña Enriqueta sufriría al verlo colgado, y hasta podría darle un ataque que pudiera llevarla a la tumba.

--Yo no la vería morir, no quiero verla morir.

--Ella es la única que lo quiere, señor.

--No, ella solo quiere a Fernando, su hijo, y a Platón, su perro.

--¿Por qué le pusieron ese nombre al perro?

--Fernando es psicólogo; le pareció gracioso, creo yo, ponerle nombre de filósofo al chandoso, aunque yo pienso que ese nombre es de vasija, más bien, mi querida doctora. ¡Ese nombre no es nada chirriado!

--¿Y ha hablado con él acerca de la intención del suicidio?

--No.

--¿Por qué?

--Está en Brasil investigando a las ratas.

--¿Es científico?

--Eso creo.

--Ya lo noto más tranquilo, señor.

--La idea de quitarme la vida no me intranquiliza; por el contrario, me reconforta y me llena de serenidad.

--No crea que usted sea un tarado, pues habla muy bien; hay fluidez en su conversación.

--Ese es mi otro yo. Mi yo principal no sabe hablar sino tartamudear sin coherencia alguna. Soy un hollejo humano y un súper hombre a la vez, soy, como todo el mundo, dos personas a la vez… y hasta tres personas distintas y un solo ser humano.

--¿Qué?

--Sí, mi querida doctora, yo soy dos, uno que tiene atrapado al otro. Ahora mismo estoy asomado por la ventana de mi prisión, agarrado de los barrotes que no se pueden romper, hablando con usted. Yo soy el que ha decidido suicidarse para que el tarado no me siga dominando… esa es la única forma de escapar de él. ¿Acaso usted piensa que el tarado es siquiera capaz de pensar en suicidarse? ¡No, no, no! Es tan tarado que no puede pensar nada de nada, y eso es lo que a mí me hace triste, eso es lo que me hace solo, eso es lo que hace que mi vida sea un completo infortunio.

--Habrá otra forma de vencer al tarado.

--Como todo idiota, es muy fuerte y parece eterno, y por él es que soy peor que una cucaracha. Al tarado no le importa nada, ni siquiera sabe que es un ser despreciado y despreciable. El que sabe eso, soy yo. Más consciencia tiene Platón, que sabe que doña Enriqueta lo ama y que yo lo desprecio, aunque finjo quererlo; bueno, quien realmente quiere a Platón es el tarado. ¡Yo lo odio! Cuando me asomo a los barrotes de mi prisión, Platón lo siente, mete la cola entre las piernas y sale asustado. Él sabe que lo desprecio, mientras el tarado lo quiere. Siempre que el tarado cruza por el pasillo, Platón mueve la cola y lo mira dulcemente, pero cuando soy yo quien entra a la casa, el perro sale espantado. ¡Sabe que lo quiero matar!

--Mire, señor, usted vale la pena, usted es muy inteligente. Lo que tiene que hacer es romper los barrotes de su prisión para ser libre y feliz.

--No tengo una segueta, ala, mi querida doctora...¿Sabe una cosa, doctora?

--Diga, lo escucho.

--Últimamente he tenido fantasías sexuales con mi tía.

-- ¿Fantasías? ¿Qué clase de fantasías?

--Eso me da tristeza

--¿Por qué?

--Ala, pues mi tía murió hace muchos años.

--Lo siento.

--No lo sienta, ella se volvió eternamente feliz, doctora, y eso me hace también a mí feliz.

--Pero si me dijo que eso le daba tristeza.

--Ala, carachas, mi querida doctora, no me he explicado bien.

--¿Entonces?

--Pues quien se pone triste por la muerte de mi tía es el tarado, mientras que yo me pongo feliz, porque guardo la esperanza de encontrarla en el más allá… entonces puede haber una posibilidad de amarnos de verdad.

--¿Qué clase de fantasías ha tenido con su difunta tía?

--Fantasías de seres vivos.

--¡Oh!

--La vez que ella se bañaba, rompí la puerta del baño y entré precipitadamente. Mi tía se quedó mirándome, mientras presurosa se tapaba el sexo. No se lo pude ver. Pero vi sus senos esplendorosos y bellos, su piel hermosa y sus ojos claros. Me hubiera gustado matarla para que ningún otro hombre fuera a poseerla, pero yo era apenas un niño sin fuerzas, y al único ser que amaba era, precisamente, a mi tía. Así que no pude matarla, pero ella se transformó en mariposa y se voló por la ventana, entonces, yo me metí debajo de la regadera e intenté ahogarme mientras quería quitarme de un pellizco mi asqueroso cacahuete. Por la noche quise masturbarme, pero me dio asco porque yo solamente quiero a mi tía, y porque el tarado jamás me ha dejado masturbarme… el pobre no es capaz de pensar que eso es pecado, mientras yo pienso que eso podría ser felicidad. El cuerpo le produce placeres, sucios y todo, al alma. ¿Sabe, doctora? A veces pienso que es un asco besar a alguien, imagínese usted una boca llena de porquería, y uno chupando esa porquería. ¿Qué de bueno tiene eso? ¡Ah! Todo, todo, doctora, y aunque yo nunca he besado como debe ser a nadie, pienso que debe existir una sensación sucia pero inmensamente feliz. Hacer el sexo debe ser como comer chorizo o pescado, de mal olor, pero delicioso al comerlo… Bueno, eso pienso… qué culpa, mi querida doctora… A veces me pregunto por qué el sexo se hace por donde sale la porquería…

--¿Nunca ha intentado fijarse en otra mujer?

--Ayer bajé hasta la Plazoleta de San Victorino y corroboré que todas las mujeres son horribles y que todos los hombres son monstruosos. Pero,  mi querida doctora, vi a mi tía convertida en mariposa metálica. La pobre está pegada al piso, entre una pileta, y todos quieren hacerle daño. Yo quise ayudarla, pero el tarado no me dejó. Me dieron ganas de llorar, la pobre tía tenía las alas rayadas con leyendas de amor y corazones desilusionados. La gentuza se sentaba a su lado, mientras dos niños se trepaban por las alas de mi tía para estropeárselas. Otros, le echaban maíz a las palomas que se subían sobre mi tía a defecarse a escupitajos. ¡Pobre tía! Yo quise ayudarla, créame, doctora, pero el tarado no me dejó. La tía todavía sigue convertida en mariposa entre el frío de esta helada noche.

--Piense en su tía, ella querrá que la libere de la prisión metálica en donde se encuentra.

--Probablemente, pero ella está muerta y es posible que por las noches escape hacia el infinito, liberándose del sucio metal que la gente maltrata con sus porquerías, porque hasta se cagan y se orinan debajo de sus enormes alas.

--Peor aún. Si usted se suicida, no podrá salvar a su tía.

--Si me suicido, me liberaré por siempre del tarado y podré ir al encuentro de mi tía. La sacaré de la fría prisión de metal, porque solamente los espíritus puros de los suicidas pueden penetrar al alma de los metales y liberar a los espíritus prisioneros. ¡Seremos libres! Libres, y, entonces, nos podremos amar hasta la eternidad, doctora.

--Intente liberar a tu tía sin la necesidad del suicidio. Vaya mañana al parque y trate de sacar a su tía de entre el metal.

--El tarado no me lo permitirá, además, la gente aunque maltrate la mariposa, tampoco permitirá que me acerque a salvar a mi tía.

--Ala, mi querida doctora, gracias por ayudarme, eso me parece chirriadísimo, lástima que usted no conozca un método eficaz para suicidarse sin tanto dolor. Alistaré una cuerda, llamaré a Platón, lo ahorcaré, y luego me colgaré yo. Gracias por haberme escuchado; es reconfortante que a través de la ventana de mi prisión haya podido encontrar con quien hablar, así fuera con una desconocida que cree remediar los males de este mundo con unas palabras que carecen de sentido total. Qué pena, mi querida doctora, pero creo que solamente alguien que no tenga problemas puede ayudarle a quienes los tenemos, y eso es imposible… Hasta de pronto doña Enriqueta si podría hacerlo porque ella tiene la sabiduría de la vejez. De verdad, empero se lo agradezco, mi querida doctora, pero esas palabras que usted me ha dicho son mecánicas, extraídas del libreto de su universidad, pero el suicidio es versátil y espontáneo, ya lo verá, doctora. ¡Gracias!

Un golpe seco se dejó escuchar, e inmediatamente la comunicación quedó interrumpida sin posibilidad alguna de restablecerse.

LA BANALIDAD DE ESCRIBIR

 

¿Acaso hay razón por hacerlo? Escribir viene en la sangre y hasta en el sueño. Escribir es el terco fluir de la tinta sobre el papel, desde el mismo instante en que se dibujó la primera palabra en la hoja de papel rayado. Era una letra fea, pero tenía el conmovedor sentido de que en mi mano derecha había un quinto dedo, llamado lápiz. No era el lápiz de colores para dibujar tercas imaginaciones, sino el de punta negra para escribir palabras necias. Miles y miles de palabra, generalmente en desorden ya hasta sin sentido, se han plasmado desde una larga vida, produciendo decepciones y remordimientos. Pero escribir es una manera de vivir escapándole a la misma vida, es una forma de menguar la decepción por el existir, es como un remedio para lo insostenible. Hay momentos en que quisiera destrozar la pluma y romper el papel, pero, por más feo que éstos sean, brota la espiga y brota la flor, resistiéndose al suicidio. Escribir apartado de la academia y escondido en el cuarto, sin que nadie me lea, es como ese viaje al más allá de las ideas y de las palabras, que furtivas yacen sin remedio en la imaginación.

 

En este número les presento el Capítulo Primero de mi novela Suicidio al Atardecer, próxima a ser terminada.