EL PODER DE LA PALABRA ESCRITA

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TRINANDO

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DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - EDITORES: PATRICIA LARA P. -COLOMBIA-  - CARLOS AYALA -MÉXICO-

DICIEMBRE DE 2015

NÚMERO

6

 

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Las Chivas. JesúsAntonio Báez Anaya (Colombia)

Réplicas de Madera

Luis Eduardo García

PÁGINA 7

 

Nacido en Río Bravo, Tamaulipas, México. Ingeniero de Sistemas (Universidad de Monterrey, 1983). Ha trabajado en Telecomunicaciones (1993- a la fecha).

Escribe novelas con temas de tecnología, Novelas: Technotitlan: Año Cero (1999) Sangre de Neón (2011); novela corta: Éramos Diez (2006); libros de cuentos: Pájaro Vespertino (2007).

 

Ha sido reconocido como Pionero de la Ciencia Ficción en Monterrey, 2011.

Creador del Grupo de Escritores Independientes Capítulo Monterrey (EICAM) para abarcar a los escritores con obra impresa que deseen compartir experiencias, temas, sugerencias y poder estar  representados en las Ferias de Libro regionales para tener un mejor contacto con el público.

 

Escribe sobre temas de orientación (jóvenes), como los libros de Nuestras Guerras Secretas (2002), Claves del Mañana para Jóvenes de Hoy (2007), Claves de Economía para Jóvenes de Hoy (inédito); artículos para revista, periódico y blogs desde 1989.

 

Estuvo en Radio Cultural 1997-2003 hablando sobre temas de sociedad, tendencias, tecnología, historia, rock, cine, política y cine.

 

Actualmente se dedica a dar cursos y asesorías sobre Social Media, especialmente LinkedIn y Networking ya sea para empresas y a profesionistas.

 

Ha aparecido en artículos como promotor de los escritores independientes y en antologías como Mundos Remotos y Cielos Infinitos publicado por la Universidad Autónoma de Nuevo León.

 

Uno de sus cuentos ha sido destacado como de lo mejor de la ciencia ficción hispana de 2012-2013 por la Asociación Española de Ciencia Ficción, Terror y Fantasía, recién publicado como Fabricantes de Sueños compilado por Luis Pestarini.

 

El autor nos comparte su información de contacto:

 

Blog: www.technotitlan.blogspot.com

 

Canal de Youtube: http://www.youtube.com/user/luise2099

 

Twitter: @luisg2099

 

El Cielo Negro

 

Grabo esto en mi reproductor MP3 marca Sony.

Estaba en el súper, sin saber de cierto donde había dejado el carro, buscando ubicarme en la zona para, a su vez, encontrar a la persona con la que me había citado y entre el gentío ya en las galerías de los negocitos, islas con bisutería barata, helados para niños tontos, pilas para celular y cubiertas para tablets, y para terminar de saber dónde estaba y poder comprar una bebida, mi garganta tan reseca, y donde de pronto oí la sirena, una sirena enorme como de cine, de alarma de bombardeos, como de esas que avisan que vendrá ya el gran temblor, de las que había leído y que te llenan de inquietud enorme, sin olvidar del gran temor a Dios.

"¡EL NORTE!, ¡EL NORTE!", se oyeron voces.

Vi cómo la gente empezó a correr ordenada, pero no terminaba de entender del todo lo que sucedía, iban algunas a las cajas a pagar, otras dejaban sus cosas y se dirigían hacia la salida, los vigilantes con chaleco refulgente ordenaban a todo mundo que dejaran de tomar mercancía de los anaqueles... aun así vi personas metiéndose frascos de shampoo en sus bolsas.

Sus ojos mostraban miedo.

Sentí que algo grande ocurría y que no tenía toda la información. Un ataque de ansiedad se apoderaba de mí en forma lenta. Mi respiración me estaba siendo insuficiente. La bocanada no me alcanzaba.

Empecé a acercarme a grupos pequeños de personas a tratar de escuchar las conversaciones sin llamar la atención... Miraban a todos lados con recelo, como esperando algo.

Dicen que el viento viene fuerte, dicen que es como un huracán, dicen que es como un tornado, con granizo grande, al decirlo muchas caras estaban pálidas.

Me invadió una sensación de pánico, no tenía nada qué hacer en ese súper, Soriana, por lo que sé, al que llegué de pronto, sabiendo que en todas partes hay uno como en cada cuadra hay un Oxxo o un Starbucks...

Pero ya no pude más, había en mí una necesidad imperiosa de salir a ver lo que ocurría afuera, por un lado, la curiosidad natural de mirar con mis propios ojos, lo que sea, y por el otro, la necesidad primal de búsqueda de refugio, y al mismo tiempo me entró también la arrogancia de sentirme superior, de no requerir salir, pensé: esta gente qué sabe de tragedias, se asusta con cualquier cosa.

Pero ganó la decisión de salir.

Fui bajando por una escalera y pasé entre niños uniformados, todos estaban recibiendo de su maestro billetes, no pude saber de qué eran, si de 100 o de 500, pero todos estaban entre los escalones, no dejaban pasar, y sí, todos tenían un pequeño fajo de billetes, el maestro me vio e hizo ademán de que me iba a dar un fajo, mi primera reacción fue extender la mano para recibirlos, pero de pronto hubo vacilación entre los dos y bajé la mano y seguí caminando, él no dijo nada y siguió con el niño que estaba a mi lado, nadie más me puso atención mientras bajé las escaleras. No miré detrás.

Llegué a la banqueta frente al estacionamiento desubicado ahora porque no encontraba mi carro. ¿Dónde lo dejé? Una punzada en mi estómago me acuchilló.

Acá ocurría peor que en otros centros comerciales, los estacionamientos estaban a desnivel, nada me hacía recordar en donde había dejado mi pequeño carro rojo, todos los espacios al parecer estaban ocupados algunos con gente adentro tal vez esperando su turno para salir, pero no se movían, no tenía sentido,  las filas hacia la salida se estaban haciendo enormes y nadie quería ceder espacios para dejar a alguien que pasara. Todos tenían que hacer su turno, no era justo dar ventajas, menos en los tiempos de Los Nortes.

Vi la cara de espanto en un niño, luego en una anciana, luego más allá en dos mujeres al parecer hermanas. Todas miraban hacia arriba.

¿Qué miran?, me pregunté...

Todo fue rápido, sus caras de asombro, de espanto, de respeto, de admiración, pero más de arrebato... como místico.

Una vez más, esa arrogancia sorprendente de mi parte: pobres, nunca han visto lo que yo he visto de allá de donde vengo...

En eso miré el cielo.

Y me quedé petrificado.

El cielo nublado en mil tonos de gris, mil matices de blanco a gris a negro carbón, formadas por corrientes de viento caprichosas que llevan lenguas de nubes en las alturas diversas, diferenciadas y tan sólidas unas más que otras, que no serían también más que objeto de admiración en otros momentos, para tomar la foto memorable, efímera, que en otras circunstancias pondría en mi perfil favorito.

Si se estuvieran quietas, claro, como siempre las vemos o imaginamos verlas en su normal movimiento en ocasiones imperceptible.

Éstos grupos de nubes, sin embargo, se veían mover hacia nosotros, cambiar forma, dimensiones, en los cielos, desde el fondo pegado en la parte inferior de mi campo visual, el mero horizonte, donde preveía un telón oscuro que presagiaba nada bueno, sabiendo muy dentro de mí, que nada positivo podría salir de esa cortina de oscuridad que se cerniría sobre nosotros en no sé cuánto tiempo más.

La oscuridad de las nubes negras que llegaban en su ahora irreal velocidad, de cualquier manera lenta, pero frente a mis ojos, acelerada en clara forma anormal, acumulándose una tras otra en procesión de arcilla negra mate en el fondo de los cielos oscuros y densos  como el carbón y que lograban un contraste total bello con las columnas horizontales de las nubes blancas perla brillante en  alineación frente a nosotros, las multitudes aquí abajo ahora en silencio, y ellas allá arriba tomando posesión en la esfera de los cielos.

Pero era su ilusoria rapidez la que heló mi espina dorsal.

Hacia nosotros. Sobre nosotros.

Un aire denso se dejó sentir en las mejillas. Las briznas de polvo comenzaron a ser discernibles en mi piel, una rama de palmera seca se movía brava resistiendo, los árboles cercanos que se balanceaban en arcos demasiados. Bramidos sordos a lo lejos, las miríadas de banderitas de todos colores que aplaudían con estúpida rapidez todavía atadas firmemente a su cordel.

Por todas partes se sentía un ambiente de "esto ya no es normal", "esto nunca sucede así".

Así como lo estaba sintiendo. La gente, creo, no acertaba a asimilarlo. Todos estábamos callados mirando, tratando de entender al cielo puesto ante nosotros.

Y sin conseguirlo.

Las nubes, con masa y forma clara, delimitada, con volumen y sombras propias, de tan cerca o de tan grandes, casi sentí que las podía tocar.

Me convencí de una vez: el fin del mundo había llegado.

Recuerdo que fui a mi carro. Lo abrí como pude, rapidísimo. ¿Qué tal si ese cielo negro trajera un aire negro con veneno o polvo?

No sé qué pasó con la demás gente. O con los niños de las escaleras, o con la del shampoo. Podrían estar por ahí todavía.

Me senté a esperar lo peor. Los vidrios arriba. No trae radio mi carro. Perdí mi Smartphone en alguna parte.

Cerré los ojos. Los abrí. Nada vi. Sólo mi reflejo en el vidrio. Mis ojos de miedo. Toda la inspiración del principio de explicar como periodista se me desvaneció. Traté de expresar lo que vi de manera exacta, pero, ya no me salen más palabras.

El ulular. Después de un rato te puedes acostumbrar. Lo usual en un fin del mundo. Me siento emocionado.

En eso pensé, sí, las escaleras.

Intentaré llegar a las escaleras del súper. Sí, debe ser sencillo. Cuarenta, cincuenta pasos, no más de setenta. Esos los haces en un minuto.

No sé qué pasará, pero lo haré, debo moverme.

Odio la oscuridad, y más odio la soledad.

Pero más más más odio el hambre. Y tendré hambre, lo sé.

Y no sé si podré respirar la tempestad del cielo negro, lo que sí sé es que si me quedo aquí moriré. O de locura o de ansiedad.

¿Vendrán por mí? No lo sé. ¡Me quedo!, ¡me voy!, ¡me quedo!, ¡me voy! ¡Odio decidir!

¡Ya! ¡Me voy! ¡Setenta pasos!

Las escaleras, sólo es bajarlas. No sé hacia donde, pero me sabré guiar en la oscuridad.

Pero llegaré a esas escaleras y lucharé con lo que sea para entrar al Soriana, tanta comida, tanta agua, quizá más gente.

Ya dejo de grabar. Se va acabar la pila. Tengo hambre y ahí hay comida.

Debe haber gente.

Salgo.

Debe haber gente. Ellos sabrán qué hacer. Siempre hay quien sepa qué hacer.

Pero primero, las escaleras. Sólo es aguantar la respiración. Puede ser un minuto y medio. Será suficiente.

Debe haber gente. Setenta pasos bajo el cielo negro.

Sí, ya salgo.