NÚMERO 7  - MARZO DE 2016  - DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - EDITORA COLOMBIA: PATRICIA LARA 

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SOMBRILLAS AL VUELO

Portada de Sebastián Romero Cuevas

 

EL GRITO 

 

Se desplaza despacio por entre los puestos de la feria.  Tiene algo de miedo, pero le encantan las artesanías y las observa.  Compra una que otra cosa que le atrae o que según ella le inspira amor a primera vista.  Esta segura que si no lo hace inmediatamente, su conciencia y la "economía" no se lo permitirá comprar luego. 

 

A ratos se distrae tanto que olvida que no está allí para admirar los toldos y en ellos los trabajos de artesanos que tanto la inspiran.  Se encuentra en ese sitio por una llamada que recibió temprano y en la que le informan que su novio la engaña.  Le dicen que estará allí; en la feria,  con la "otra". 

Nunca ha tenido motivos para dudar de él, de su amor, de lo que le ofrece.  Pero no sabe por qué causa el mosquito de la duda la ha picado y no quiere empezar a sufrir por lo mismo.  Cada vez que se tarde pensará que está con la otra.  Cada vez que le informe que su trabajo lo retiene; pensará que está con la otra.  Y el sufrimiento se volverá constante.

 

Prefiere la certeza de que le es fiel. Él no le ha dado motivos para pensar en otra cosa.  De pronto y a boca de jarro lo observa.  Él va tan encantado que no se entera que ella está en frente suyo; no la ve.  Lleva de la mano a una mujer hermosa.  La mira con la adoración con que siempre la ha mirado a ella.  Se nota enamorado.  Él no la ha visto aún y ella se regodea en su propio sufrimiento.  De pronto y como al descuido, abre la boca un poco y más y más después y fluyen libremente mil y una mariposas.  Amarillas unas, azules otras, verde esperanza unas cuantas más -pocas-, rojo enfurecido algunas.  La feria se llena de ellas que revolotean y se posan sobre algunas personas y cosas.

 

Por fin cierra la boca.  Ya libre ella de aquel revolotear en el abdomen sigue su camino comprando cosas.  Ni una lágrima resbalará por sus mejillas en adelante, ni un reclamo saldrá de sus labios.  Se siente liberada de aquel amor que la llenaba toda. Ella sonríe.

 

 

DOÑA ANA

 

Ana, doña Ana era una mujer oscura. Triste, gris... jamás la vi sonreír en la vida. Vivía al lado de mi casa y le molestaba todo. El ruido de los niños jugando en la calle, las conversaciones de los adultos, el paso de los carros y hasta los ladridos de los perros o el caminar felino de los gatos en el tejado.

 

Tuvo un hijo pero nunca se supo quién era el padre ni cómo fue engendrado el muchacho. No hubo un hombre conocido que se acercara a su casa, o que le hablara siquiera; de tal modo que siempre se creyó y se tuvo como cierto que era hijo del diablo. Por algo todos pensaban que Ana, doña Ana era una bruja.

 

Malencarada, siempre malhumorada; llegó al extremo de ponerle corriente eléctrica al bajante de aguas lluvias del techo de su casa, lo que hizo las delicias de la muchachería que se divertía jugando allí y pasándole corriente a los amigos. Fue peor el remedio que la enfermedad. El dichoso bajante no duró una semana instalado, ya que con los juegos los muchachos se encargaron de arrancarlo de cuajo de la pared y del techo mismo.

A la casa de Ana, doña Ana llegaban señoras "elegantes" a que ella les leyera el tabaco, el huevo, el cigarrillo, el "cuncho" del café, las cartas, el iris de los ojos y demás. Ana, doña Ana vivía de esos trabajitos ni tan esporádicos ya que la credulidad de la gente es increíble.

Un día cualquiera se escucharon gritos de terror, Ana, doña Ana chillaba en su cuarto, en su casa y oraba, pedía ayuda a todos los santos disponibles, a la virgen santísima y al niño también. De nada valieron los rezos y las suplicas de la gimiente mujer. Nadie logró entrar a su casa para rescatarla o ver sencillamente que era lo que le pasaba. Nadie tuvo el valor suficiente de intentarlo siquiera. Ese mismo día ella desapareció.

 

Al cabo de unos días su hijo ya mayor y casado, llevó a su mujer a vivir a aquella casa. Un cura fue llamado e intentó entrar a bendecirla, pero no logró poner siquiera un pie en el escalón de la entrada. Un viento fuerte y pestilente lo alejaba de allí, o un calor intenso amenazaba con quemarle las manos, la cara y hasta la sotana.

Han pasado los años, hoy por hoy la casa está en ruinas, el hijo dado al alcohol y su mujer loca perdida. Dice a quien la quiere oír que Ana, doña Ana se pasea o corre por la casa como alma en pena y que grita y pide socorro y que atrás de ella un hombre bien parecido, alto, con mirada de fuego y aliento candente, la sigue, la persigue.

Desde fuera realmente no se escucha nada pero aún hoy nadie se atreve a entrar a la casa de Ana, doña Ana.

 

 

UNA NOCHE NORMAL

 

Es noche cerrada adentro. Oscuridad, y silencio total afuera; solo se escucha el viento que gime al colarse entre las hojas de zinc del techo y mueve las hojas de los árboles que rozan con suavidad las paredes y golpean incansablemente las ventanas cerradas.

La casa parece que respira, que espera que algo suceda y abre sus ojos y su vientre aguardando. ¿Qué? Aún no lo sabe a ciencia cierta, pero sabe, sospecha que algo sucederá.

Ella mira por la ventana. No ve nada, no escucha nada. Ella otea el horizonte y sigue esperando, observando. Todo es oscuridad y silencio... de pronto a lo lejos una luz se enciende y se apaga, parece un cocuyo en celo llamando a su hembra.

 

Toma la llave de la puerta y un palo grande, un garrote, que siempre tiene cerca. Uno nunca sabe cuándo pueda necesitarlo. Ella casi siempre está sola en la casa, una casa en el campo y alejada de todo; casi hasta de Dios.

 

Sin pensarlo mucho, sale a la noche oscura, camina apresurada hacía donde vio que se encendía la luz fugazmente, se ahoga de la prisa que lleva pero no aminora el paso. Va a oscuras, la noche es boca de lobo pero ella no necesita luz, sabe exactamente hacia dónde va y no duda. No pone el pie en el lugar equivocado. Toma aire por la nariz y lo expulsa por la boca, respira, se ahoga y respira de nuevo, siente la saliva espesa en la boca ahogándola. No desea detenerse, no quiere parar, debe llegar al sitio en el que vio la luz, es urgente.

 

Al llegar al lugar exacto dobla hacia la derecha, está muy segura del camino a seguir y lo sigue. Ve en la oscuridad una sombra que crece, se yergue y teme un poco pero no está dispuesta a ceder; a regresar. Sigue respirando con dificultad, no solo por el agotamiento de la caminada a campo traviesa, también el temor de lo que la espera al final del camino.

 

La sombra se hace más grande al acercarse a ella, es una casa pequeña, semioculta entre los árboles, está a oscuras pero oye susurros, risas y algo de música también.

 

Llega a la puerta, respira profundo, se va tranquilizando lentamente, sus ojos brillan en la oscuridad mientras escucha. Cuando su corazón ha tomado el ritmo adecuado abre la puerta y entra. Allí, en los brazos de otra está su esposo, el hombre que le juro fidelidad y amor eterno, el padre de sus hijas, el hombre por el que dejó todo y con el que desea vivir hasta la muerte.

Los mira fijamente, se aproxima a ellos y sin mediar palabra descarga el primero de los muchos garrotazos que dará esa noche.

 

No dice nada, no modula palabra. El marido asustado la mira y corre... ella va detrás, el cuerpo y las piernas le dan para alcanzarlo y seguirlo golpeando.

 

Ninguno dice nada, ella corre tras él y lo golpea, el intenta evadirlos pero siempre alguno que otro lo alcanza en la espalda, en las piernas, en la cabeza.

 

Llegan corriendo hasta la casa oscura, aquella que esperaba que algo sucediera... Ella suspira, se encoje y los recibe.

 

Antes de entrar el alcanza a recibir un golpe más. Nada, nadie modula ni un gemido siquiera. Entran, las niñas duermen en sus camas apaciblemente, él corre al baño y se ducha, se tarda allí esperando. Ella bebe un vaso de agua y dejando el garrote tras la puerta se acuesta en su cama en silencio.

 

Nadie podría decir que aquí había pasado nada.

 

 

Patricia Lara P.

 

PATRICIA LARA PACHÓN  -Colombia-

 

Patricia Lara Pachón. Nació en agosto 17 de 1963 en Manizales Caldas, profesional en desarrollo familiar pero dedicada al hogar y radicada en Santa fé de Bogotá, escribe por placer y locura uno que otro cuento o poema. En los que da rienda suelta a esa imaginación plagada de personajes reales o ficticios que cobran vida un instante y duermen muchos más.

 

En esta publicación presentamos tres relatos cortos de nuestra editora.

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