EL PODER DE LA PALABRA ESCRITA

ABRIENDO EL OJO: ARTE VISUAL

Sebastián Romero Cuevas

 

 

UN CUENTO PINTADO DE REALIDAD

Jesús  Antonio Báez Anaya

 

POESÍA ERÓTICA

Carlos Ayala

 

EL MITO COSMOGÓNICO

Mario Bermúdez 

 

 

ANTOLOGÍA DE MEMORIAS A LA LUNA

Johan Bernal

 

SELECCIÓN DE ESCRITOS

Patricia Lara P.

 

PRINCIPALES RAÍCES GRIEGAS DEL ESPAÑOL

Mario Bermúdez

 

HABLEMOS BIEN, PERIODISTAS

Mario Bermúdez

 

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MEMORIAS A LA LUNA

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MARZO DE 2015 - DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - EDITORA: PATRICIA LARA P. - BOGOTÁ D. C. - COLOMBIA

NUESTROS INVITADOS

En esta oportunidad nuestra Revista incursiona en el campo visual, y por eso hemos decidido presentar a nuestro artista invitado, sEBASTIÁN rOMERO quien expone parte de su trabajo en ABRIENDO EL OJO -ARTE VISUAL

De igual forma, en el campo de las letras, y siguiendo nuestro objetivo de promocionar a los autores "anónimos" de las Redes Sociales, nuestra editora, Patricia Lara P. ha invitado al autor antioqueño Jesús Antonio Báez Anaya, quien comparte en la Revista un excelente cuento, que invitamos a leer: UN CUENTO PINTADO EN REALIDAD

 

También estamos invitando a nuestros lectores de la Red a que nos escriban sus comentarios en el botón rojo de la columna derecha "Enviar comentario", o abriendo el enlace anterior. Esperamos que disfruten todo el trabajo de la Revista.

TRES FOTOGRAFÍAS DE SEBASTIÁN ROMERO

 

Antipasto literario de nuestro autor literario

 

NOCHES DE TERTULIA CAMPESINA

 

Jesús Antonio Báez Anaya

 

Una de las actividades que más extraño de mis tiempos al lado de mis viejos y en el campo, es la de esas tertulias junto al fogón montañero, justo después de la comida y mientras hacíamos fila para ir lavando los platos y ollas, que con el tizne casi indeleble de la leña de Matarratón, parecía una labor difícil, pero que el momento, el entorno y las palabras hacían pasar desapercibida.

 Cada uno buscaba donde sentarse, podía ser en un par de taburetes viejos que sabían la historia de la finca, en la banca armada con tablas y capaz con seis comensales, en la banqueta que tenía como una V mayúscula para acomodar las otras cuatro letras. Eso para quienes quedaban en torno a la mesa, esa mesa grande, fuerte y bondadosa que servía de comedor para todas las horas, de “aplanchadero” para las almidonadas camisas Primavera, como despasadora de café en tiempos de cosecha, de amasadero para las arepas de maíz pela ‘o, de saladero para la carne de toda la semana, como escritorio para las cuentas y las cartas que atravesaban valles y montañas, aparte de otros de tantos oficios que en el campo siempre hay.

 Los que no alcanzaban esos puestos buscaban el quicio de las puertas, el montón de leña preparado para la madrugada siguiente, el medio bulto de maíz duro para las gallinas, o en su defecto, el suelo, pleno, duro y frío, pero cariñoso. Lo importante era no perderse el rato ameno que se venía, animado y conversado con una mano de cuentos, anécdotas, chascarrillos y canciones, casi siempre en la voz sonora y mamagallística de mi papá, quien tenía la facilidad para mantener despiertos a chicos y grandes, así el tiempo se llevara las horas por entre la oscuridad que las estrellas se empeñaban en distraer.

 En la lista de cuentos no podían faltar los de los paisas vivos y rebuscadores -que pleonasmo-, tratando y logrando engañar a una viejita tendera de la vera de cualquier camino. Eran varios los que tenía en su repertorio. Y los mezclaba, cambiaba personajes, "tumbadas", epílogos, frases, pero siempre parecían nuevos. Siempre traían el interés de la terminación, como la primera vez, para luego reír, contagiados de su carcajada blanca y sonora.

 Otros cuentos eran los de los pobres, pidiendo favores a las virgencitas. Si se acababan los chistosos, pasaba a contar sus anécdotas de infancia, cargadas generalmente de pilatunas inocentes y veniales; como el quedarse viendo bailar a los contertulios de tardes santacruceñas en La Colina, cuando se usaba terminar las tardes de jornadas laboriosas al son de tiples, bandolas y guitarras. El pan y los tabacos, objetivos del mandado crepuscular, se quedaban en una mochila de fique esperando que la fiesta se acabara para ir con el muchacho hasta la casa, después de atravesar cafetales y potreros llenos de sombras fantasmales en ya entradas noches de luna llena.

 

Pero si esta lista “anecdotaria” se agotaba, entonces se matizaba la reunión con canciones. Pedía permiso para ir "a desaguar los favores de la naturaleza" y regresaba trayendo en sus manos el tiple compañero, ese mismo que me vio crecer y que lo vio partir.

 Después de la templada o afinación, se venía un mosaico de boleros, valses, rancheras, corridos, bambucos, pasillos, joropos y cumbias que todos acompañábamos con palmas, golpecitos en la mesa y nuestras voces, destempladas pero llenas de alegría.

Así que Las Acacias, Anhelo Infinito, Las Cuatro Milpas, El Amor del Jibarito, Pueblito Viejo, El Barcino, Espumas, Sabor de Mejorana, Ay sí, sí, Ocúltame esos Ojos, Corazón Prisionero, La Piragua y otro montón de oraciones vueltas música, se convertían en una buena e imaginativa grabación en "Long play" campesino y nocturnal.

Mientras tanto el sueño empezaba a "tumbar" espectadores de los más pequeños. Se veía a más de uno cabeceando rítmicamente. Ahí era el momento para cambiar de tema. Venían entonces los cuentos de miedos, brujas, lloronas y espantos. Y ahí era también el momento de cambiar de puesto.

 Los que soñolientos, estaban tratando se pescar con su cabeza un tiburón gigante, despertaban por completo y corrían a buscar manos, piernas y enaguas maternas o en todo caso adultas, mientras se frotaban su piel para calmar los incipientes vellos que "pescueceaban" por entre los poros.

Cada vez que el narrador, valiéndose de gestos y ademanes que hicieran más cierta y teatral la escena, explicaba algún movimiento especial de la bruja, el diablo, el ánima o la llorona referidos, asíanse manos y uñas "infantojuveniles" a sus protectores mayores, transmitiendo el "culillo" a toda la estancia, que ahumadas sus paredes por acción de la candela leñosa, daba una sensación aún más fantasmal al momento.

 Que buenos sustos nos llevamos, que imaginarios personajes del miedo logramos "ver" a través de esos cuentos sencillos y humanos de la narrativa campesina colombiana. Y también, que integración familiar y vecindaria, sin estratos ni chequeras, sin copetes de orgullo ni listados de lisonjas, pudimos vivir entonces.

 No había llegado toda esa tecnología que si bien ha servido mucho para la comunicación con seres que están físicamente lejos, también es cierto que ha desunido la cercanía con quienes están a nuestro lado.

 Benditos por siempre sean los recuerdos de aquellas horas de antaño que disfrutamos llenos de alegría por lo que teníamos a mano, sin desear futuros que fueran más allá de un vivir felices. ¡Y lo éramos...!